domingo, 27 de mayo de 2018

EL ENORME PODER DE PENSAR COMO UN NIÑO


Paul Lindley en “Little wins. The huge power of thinking like a toddler” reivindica la necesidad de volver a nuestra primera infancia para recuperar comportamientos y actitudes que nos permitirán transformar la forma en que trabajamos y vivimos.

Richard Branson en la introducción plantea, en este sentido, que los niños ven lo mejor de las personas y del mundo que les rodea, por lo que debemos aprender mucho de este entusiasmo que muestran y  de cómo los inexpertos e inocentes contemplan el mundo y navegan a través de sus obstáculos. Destaca cómo aunque caen y se golpean una y otra vez sus egos no se sienten afectados ni su deseo de seguir intentándolo disminuye. Caen, se recuperan y continúan. Es fácil sentirnos agobiados por los factores estresantes en la madurez y desechar de forma deliberada la energía de la juventud, pero al hacerlo cometemos un grave error ya que no es malo ser un niño en nuestro corazón ya que éstos miran al mundo con asombro y con curiosidad y con frecuencia ven oportunidades donde los adultos ven obstáculos.

La visión común que todos tenemos es que los adultos representan lo más alto del desarrollo mental y físico y que los niños pequeños están en un impasse, desarrollando lentamente las habilidades y madurez necesarias para vivir de forma independiente, pero olvidamos que éstos últimos muestran una creatividad, determinación, ambición y sociabilidad que puede ser la envidia de muchos profesionales de altos vuelos, ya que son requisitos necesarios para triunfar.

¿Qué es lo que ocurre para que perdamos esa habilidad, que tenemos tan desarrollada en la primera infancia, de pensar de manera diferente? Las investigaciones de Alison Gopnik sugieren  que una de las razones de ese incremento de la conformidad  puede estar en la forma en la que el cerebro madura, equipandonos con la habilidad tanto para pensar de manera lógica como para tender a inhibir otro tipo de razonamientos. Esto último se refuerza, inevitablemente al ir aumentando nuestra conciencia sobre el mundo que nos rodea, la percepción creciente de que existen determinadas formas de hacer las cosas, de que existen convenciones que hay que seguir y personas que van a juzgar lo que digamos y hagamos, con lo que la confianza necesaria para ser creativos y la determinación para seguir a nuestros instintos disminuyen.

Al ir aprendiendo a organizar nuestros pensamientos y a buscar soluciones racionales podemos olvidar, fácilmente, lo que era explorar el mundo a través del juego y de la imaginación. Sir Ken Robinson en su famosa charla TED mantenía que: “ no crecemos hacia la creatividad, sino que la perdemos o, mejor, dicho, nos educan para que prescindamos de ella”.



Lindley propone que “crezcamos hacia abajo” para cambiar la forma en que pensamos para volvernos más abiertos, curiosos, creativos, ambiciosos, claros en nuestro lenguaje, juguetones y sociables y para ello recomienda seguir nueve pasos a través de nueve comportamientos:

I.- TENER CONFIANZA

Como adultos tendemos a angustiarnos a la hora de tomar decisiones difíciles, a buscar todas las seguridades y a apostar sobre seguro. Vemos el mundo como un paisaje lleno de complejidad e incertidumbre mientras que para los niños pequeños es un lugar de claridad y sencillez. Su perspectiva es confiada y desinhibida. Todos comenzamos nuestra vida de esta forma pero con el paso del tiempo y con la conciencia de los que nos rodean, de lo que puedan pensar, de las consecuencias de nuestros actos hemos ido erosionando esta confianza.

II.- SER CREATIVOS

Los niños pequeños son grandes experimentadores, están constantemente probando nuevas cosas. Desafían las convenciones porque no saben que existen y en algunas ocasiones al hacer las cosas de forma diferente, al probar aquello que parece natural e interesante consiguen algo que siguiendo las reglas nunca habrían alcanzado.

III.- IMPLICARSE EN PROFUNDIDAD

Los bebés y niños pequeños no dudan cuando quieren hacer algo. Se lanzan a ello, intentando subir más alto, correr más rápido o comer más de lo que seguramente son capaces de hacer. Su ambición no está limitada por el miedo al fracaso, van a por las cosas y si fallan aprenden rápidamente lo que han hecho mal. Son más ambiciosos, adaptables y resilientes, atributos que necesitamos recuperar en nuestra edad adulta.

IV.- NO RENDIRSE NUNCA

Los niños pequeños muestran una gran determinación porque no tienen más remedio que tenerla. Si se rinden la primera vez que se caen cuando están aprendiendo a andar nunca lo lograrían. Para ellos su minúsculo mundo es todo lo que conocen y se centran y son egoístas al elegir sus metas y perseguirlas. Una pequeña cantidad de ese egoísmo con moderación y en el momento adecuado se necesita casi siempre para triunfar.

5.- LLAMAR LA ATENCIÓN

Si es necesario utilizan cualquier medio para captar la atención de quienes les rodean, son maestros en ello y en conseguir transmitir su mensaje, al tiempo que aprenden rápidamente cuál es la estrategia más eficaz con cada persona y cómo escoger el método para cada ocasión.

6.- SER HONESTOS

Como adultos muchas veces tenemos dificultades para decir lo que realmente pretendemos, para evitar herir los sentimientos de otras personas  o evitar la crítica, con lo que al final disfrazamos el significado de lo que intentamos decir. La confusión y la desconfianza suelen ser el resultado. Los niños pequeños no se preocupan por esto y dicen exactamente lo que tienen en sus mentes, ya que todavía no han aprendido a mentir con lo que sabemos a qué atenernos con ellos.

7.- MOSTRAR SUS SENTIMIENTOS

No hay duda nunca de  si están tristes, felices, cansados o aburridos, por ejemplo, ya que lo manifiestan claramente. Sus emociones son clave para comunicarse con el mundo. Al crecer vamos aprendiendo a enmascarar nuestros sentimientos y a no compartir nuestras emociones. El riesgo que corremos es perder la habilidad de mostrar a los demás que nos importan.

8.- DIVERTIRSE

Para los bebés y niños pequeños todo tiene la potencialidad de convertirse en una aventura, sea una visita al parque, conocer a una nueva persona o un nuevo juguete. Exploran el mundo a través de la imaginación y el juego y tienen muy claro qué es lo que no les interesa. Si no es divertido y no van a disfrutar no lo van a hacer.

9.- RELACIONARSE CON LOS DEMÁS

Los niños pequeños están fascinados por el mundo que les rodea y por las personas en particular. Instintivamente quieren interactuar con otros, son confiados y tienen gran habilidad para hacer nuevos amigos.

Analizando cada comportamiento con mayor profundidad Lindley plantea con respecto a:

I.- TENER CONFIANZA

Como niños en la primera infancia decidíamos con rapidez, nos marcábamos unos retos y los perseguíamos con tenacidad. Teníamos confianza en lo que éramos y en lo que queríamos hacer, sin preocuparnos por lo que pensasen los demás, independientemente de si estábamos equivocados o no.
Con los años la distancia entre lo que pensamos y lo que hacemos se amplía porque empezamos a preguntarnos si podemos ofender con lo que hacemos, si los demás estarán en desacuerdo o si nuestra idea es mala. El resultado es que nos sentimos menos dispuestos a probar cosas nuevas y a experimentar. Tememos las consecuencias de hacer el ridículo más que los beneficios de compartir y explorar. Podemos seguir teniendo muchos pensamientos interesantes pero nos sentimos menos tentados a compartirlos y  a  actuar.

 Si queremos “crecer hacia abajo” deberemos desechar muchas de las inhibiciones que hemos ido adquiriendo con la edad, sin perder el sentido común, pero sin paralizarnos por un exceso de precaución. Las personas que tienen éxito son aquellas que cuando ven algo mal lo señalan y cuando ven una oportunidad la aprovechan.

En este apartado para “crecer hacia abajo” Lindley recomienda:

a).- Claridad y certidumbre en la toma de decisiones: jugamos con un determinado juguete o lo apartamos, nos gusta un apersona y queremos ser sus amigos o la ignoramos, aceptamos un nuevo trabajo o lo rechazamos,…

b).- Escuchar a nuestro instinto. Experiencias como la de Polaroid o Mr. Man nos muestran que las ideas a veces surgen de una perspectiva simple, la misma que teníamos cuando éramos pequeños y nos planteábamos preguntas tontas, tomábamos decisiones rápidas y seguíamos nuestro instinto sin pensar en por qué lo hacíamos. Como adultos no podemos volver a ese estado de inocencia pero si podemos intentar ver las cosas de la forma más directa y sincera posible.


Puede resultar extraño defender la idea de la simplicidad cuando parece que nuestras vidas cada vez son más complejas e interconectadas, pero precisamente por este abarrotamiento y desorden por lo que necesitamos trabajar duro para conseguir hacer que las cosas sean más sencillas para nosotros.
Si somos capaces de aprender a escuchar y confiar en nuestro instinto, de tener más confianza en nuestras ideas y de utilizar la información de que disponemos para aclarar y no confundir a nuestras decisiones, habremos dado un pequeño paso para “crecer hacia abajo”.

Por tanto, no tenemos que olvidar que:

1.- Tomar una decisión suele ser mejor que no tomarla. Evidentemente es recomendable minimizar el riesgo pero no tenemos que pretender que existe, objetivamente,  una respuesta correcta. Hay que tomar una decisión y comprometernos con ella.

2.- Cuando tomamos grandes decisiones con frecuencia lo haremos contando con una información imperfecta, por lo que debemos dejar que el instinto juegue también un papel.

3.- Es conveniente resistirá a la tentación de convertir una decisión difícil en una compleja. Normalmente podremos encontrar un abordaje sencillo si somos capaces de descartar todo el ruido que interfiere debido a nuestra preocupación por lo que las demás personas puedan pensar y hacer. Si queremos facilitar las cosas para nosotros deberemos preguntarnos si:

a).- ¿Queremos hacerlo?

b).- ¿Pensamos que es lo correcto?

c).- ¿Podemos vivir con las consecuencias?


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