Amy Edmonson en “Right kind of wrong. The
art of failing well”, que estamos comentando, plantea que equivocarnos y fallar
bien, y quizás, hasta vivir bien , requiere que seamos rotundamente humildes y
curiosos y que éste es un estado que no surge naturalmente en los adultos.
Los psicólogos y los
neurocientificos han descubierto que con demasiada frecuencia para lo que es
bueno para nuestra salud y éxito en la vida, una especie de sentido automático
de que estamos en lo cierto nos ciega, y el sesgo de confirmación aparece. Cuando lo hace
dejamos de observar las evidencias que no confirman nuestros puntos de vista.
En otros casos, a nivel privado, somos conscientes de que hemos fallado o nos hemos
equivocado, pero nos cuesta reconocerlo.
La mayor parte de las
personas vivimos obstaculizadas por y parcialmente ajenos a la existencia de
tendencias humanas bien documentadas que dificultan el aprendizaje de las
valiosas lecciones que los fallos nos ofrecen. Parte del problema radica en que
nos sentimos reacios a compartir nuestros errores y fracasos con otros (
realidad que se ha visto exacerbada en la actualidad por las redes sociales) , lo que reduce nuestra capacidad de aprender
de ellos. Se pierde información importante y estamos condenados a repetir fallos
que podían haberse prevenido y en ocasiones necesitamos enfrentarnos a un fallo
que no se puede ocultar por ser demasiado evidente para que nos detengamos y
comencemos a pensar en lo que ha podido ir mal.
Para evitar esto solo
tenemos que aprender un nuevo tipo de pensamiento, que es el que favorece el
aprendizaje sobre el conocimiento. Podemos empezar sobreponiéndonos al instinto
de encontrar a alguien o a algo a quién culpar.
Nuestra aversión a los
fallos se está estudiando, en la actualidad, en campos que van desde la
neurociencia al comportamiento organizacional. En 1987 Daniel Goleman, en
su libro: “Vital lies, simple truths:the psychology of self-deception” hablaba de la existencia de mecanismos a tres
niveles: cognitivo, de dinámica grupal y de sistemas institucionales, que se refuerzan
unos a otros y nos ciegan a las verdades no bien recibidas. Un fallo es
realmente una verdad molesta y desagradable. Estos mecanismos multinivel de
autoprotección nos levantan el ánimo en el momento pero dañan nuestras vidas y
relaciones a largo plazo.
Para empezar nuestras
mentes están programadas de forma que resulta sencillo no percibir nuestros
fallos con frecuencia haciendo que no seamos conscientes de ellos. Es el caso
en el que no detectamos señales cruciales que indican la necesidad de tomar
acciones correctivas. Hasta los expertos en interpretación de datos pueden ser
engañados por sus creencias. Todos nosotros estamos muy dispuestos a percibir
las señales que refuerzan nuestras
creencias e inconscientemente filtramos y dejamos fuera aquellas que las
cuestionan. Esto ocurre tanto en el caso de situaciones específicas ( la
dirección en la que voy conduciendo) y para opiniones generales sobre el mundo
( el cambio climático es un engaño).
Otro efecto que también
interviene en nuestra resistencia a admitir nuestros fallos además del sesgo de
confirmación, es la falacia del coste irrecuperable, que consiste en la
tendencia a persistir en una línea de acción perdedora o errónea, después de
haber invertido en ella dinero y tiempo, cuando detenernos y abandonarla sería
más beneficioso para nosotros. Es una variante del sesgo de confirmación, ya
que no podemos creer que nos hemos equivocado en nuestra valoración inicial y
no queremos reconocerlo.
Los sesgos de
confirmación son alimentados por nuestra motivación natural a mantener nuestra
autoestima, lo que hace que desechemos las señales de que podemos estar
equivocados. Aquellas personas con niveles altos de narcisismo caen en estos sesgos con mayor frecuencia.
Las investigaciones en
el campo de la neurociencia identifican
dos caminos básicos en la mente. Daniel Kahneman en su libro “Thinking fast and slow”: describió dos sistemas de procesamiento de nuestro pensamiento, el rápido y el lento. El procesamiento lento es reflexivo, racional y
exacto, mientras el rápido es instintivo y automático. Estas distinciones son
importantes porque es natural que procesemos un fallo a través de caminos
rápidos, instintivos y automáticos en nuestra mente. El problema está en que el
pensamiento lento desencadena una respuesta inmediata ante los errores en la amígdala
cerebral (centro del miedo para la autoprotección, que en el mundo actual en
ocasiones impide que nos arriesguemos). La forma en la que interpretemos los
hechos, como sabemos, condiciona nuestra respuesta ante ellos. Afortunadamente
podemos aprender cómo reinterpretar los hechos en nuestras vidas para evitar
mantener sentimientos negativos improductivos. Para hacerlo debemos invalidar
la amígdala, con sus camino superrápido hacia amenazas percibidas y cuestionar
su automatismo con información y razonamientos.
La amígdala que nos
protegió de numerosas amenazas reales en tiempos prehistóricos, opera con una
lógica “mejor seguro que arrepentido”. Pero en la actualidad este “módulo del
miedo” hace que no nos mostremos dispuestos a asumir riesgos vitales interpersonales
que pueden ser enriquecedores y que no ponen en riesgo nuestra supervivencia.
Cargamos con lo que los
psicólogos llaman “miedos programados”. Estos incluyen miedo a los animales
peligrosos, ruidos altos y movimientos repentinos, por ejemplo. A esta lista hay
que añadir el temor a ser expulsados por la tribu. El riesgo a ser mal
considerados ante los ojos de una autoridad, como puede ser nuestro jefe,
desencadena un miedo “programado” en nuestra mente relacionado con el de ser
expulsado de la tribu, realidad que en el pasado podía resultar en la muerte
por exposición o por inanición. Pero, en la actualidad, cuando tememos hablar
sobre nuestros fallos, nuestros compañeros pierden valiosas oportunidades de
aprender vicariamente y perdemos oportunidades de evitar fallos prevenibles.
Mientras tanto, distraídos
por estos miedos “programados” irracionales, no captamos señales de peligros a
más largo plazo que requieren un pensamiento más lento, pero que constituyen
verdaderas amenazas para nuestra supervivencia, tales como el impacto del
cambio climático en los niveles del mar o en la agricultura. El procesamiento rápido y automático nutre al
sesgo de confirmación, fomenta la complacencia y oculta las lecciones útiles
que podemos aprender de los fallos. Este procesamiento se produce cuando
dejamos de preguntarnos qué está pasando y qué puede significar y cuando dejamos de preguntarnos cómo hemos
podido contribuir nosotros al fallo. Para evitarlo las estrategias más recomendadas
se centran en hacer pausas para,
posteriormente, elegir cómo responder.
La autora recomienda crear
los siguientes hábitos cuando nos
enfrentemos a un fallo:
Hábitos
cognitivos para responder ante los fallos
Hábito |
Qué significa |
Cómo hacerlo |
Preguntas útiles |
Parar |
Hacer
una pausa para detener las respuestas automáticas emocionales a los estímulos
situacionales para facilitar la redirección de las respuestas emocionales y
conductuales espontáneas |
Respirar
profundamente para prepararnos a examinar nuestro pensamiento y considerar su
impacto para responder de forma que proteja nuestra salud a largo plazo y
nos dé más opciones |
¿Qué
está pasando ahora? ¿Cuál
es el marco general? ¿Cómo
me sentía antes de que ocurriese el fallo? |
Cuestionar |
Considerar
el contenido de nuestros pensamientos espontáneos para comprobar su calidad y
utilidad para el logro de nuestras metas |
Verbalizar
a nosotros mismos lo que está ocurriendo en nuestra mente como respuesta a la
situación y preguntarnos qué pensamientos reflejan la realidad de forma
objetiva, apoyan nuestra salud y efectividad y podrán ofrecer una respuesta
productiva Identificar
interpretaciones alternativas de la situación que estén basadas en la
realidad objetiva y que nos puedan ayudar a obtener una respuesta productiva.
Esto implica reformular la situación de forma que nos permita seguir adelante
y sentirnos mejor |
¿Qué
me estoy diciendo que está causando cómo me estoy sintiendo? ¿Qué
datos objetivos apoyan o niegan mi interpretación? ¿Qué
otra interpretación de la situación es posible? ¿Era
mi interpretación la mejor para mis intereses a largo plazo basándome en toda
la información que tengo? |
Elegir |
Decir
o hacer algo que nos acerque a la consecución de nuestras metas |
Responder
en la forma en que nuestro pensamiento reformulado nos sugiere, para que
podamos decir y hacer cosas que nos permitan seguir adelante |
¿Qué
quiero realmente? ¿Qué
es lo que me va a ayudar a alcanzar mis metas? |
El mensaje que tenemos
que tener en cuenta es: "Hacer una pausa para cuestionar nuestros pensamientos
automáticos que nos ocasionan dolor y vergüenza". Posteriormente reformular esos
pensamientos para que escojamos aprender y podamos mirar más allá. En el núcleo
del proceso de reformulación están las palabras que utilizamos para expresar
nuestros pensamientos, en privado y en voz alta y preguntas como ¿Estoy
fracasando o estoy descubriendo algo nuevo?, ¿Creo que lo debería haber hecho
mejor y que soy un fracaso por no haberlo hecho o acepto lo que ha pasado y aprendo
todo lo que pueda del fallo?, ¿Me siento bien con la incomodidad que sigue a
las nuevas experiencias?, ¿Me doy permiso para ser humano y equivocarme y para
aprender?