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domingo, 18 de enero de 2015

SABIDURÍA MENTAL. CÓMO CONOCER LO QUE LOS DEMÁS CREEN, SIENTEN Y DESEAN I


Nicholas Epley, profesor de Ciencias del Comportamiento en la Escuela de Negocios Booth de la Universidad de Chicago en su libro “Mindwise. How we understand what others believe, feel and want” plantea cómo podemos aprovechar la increíble capacidad, a la que el autor llama el sexto sentido,  que todos tenemos para leer la mente de los demás y así poder entenderles.

El principal problema con el que nos encontramos es que, con frecuencia, pensamos que entendemos a los demás y a nosotros mismos mejor de lo que en realidad lo hacemos.

Epley propone que para comenzar a valorar nuestras habilidades reales podemos intentar adivinar cuál es la impresión que otra persona tiene sobre nosotros. Dedicamos mucho tiempo en nuestra vida cotidiana a tratar de entender cómo somos evaluados por los demás para que nos ayude a crear una buena impresión (el aprecio de nuestro jefe y nuestros compañeros de trabajo o el cariño de  nuestros amigos por ejemplo).

El reto fundamental para nuestro sexto sentido es que los pensamientos íntimos de los demás se revelan sólo a través de la fachada de sus caras, cuerpo y lenguaje y esta fachada puede conducir  a equivocaciones y errores, si su dueño pretende engañarnos o confundirnos. Cuando un grupo de investigadores evaluó décadas de estudios y cientos de investigaciones que pretendían medir la exactitud con la que somos capaces de distinguir las mentiras de las verdades, se encontraron con que la habilidad consciente de detectar el engaño se producía en un 54% de los casos y cuando se hacía de forma aleatoria, dejando actuar al azar, el grado de aciertos era del 50%. Las equivocaciones, en muchas ocasiones, pueden tener graves consecuencias como cuando Chamberlain, primer ministro de Gran Bretaña, confió en las palabras de Hiltler y recomendó no movilizar sus tropas a los checos, porque pensó que los gestos que transmitía Hitler denotaban que era una persona en la que se podía confiar si daba su palabra. En realidad éste estaba mintiendo ya que tenía sus tropas preparadas para invadir Checoslovaquia.

Somos capaces de leer mejor las mentes de las personas que conocemos bien, pero no tanto como pensamos, ya que se produce la ilusión de que tenemos esa capacidad. En un experimento que se hizo con recién casados se les separó y  pidió que contestasen una serie de preguntas sobre sus parejas. Los resultados mostraron que podían predecir los pensamientos del otro (por ejemplo su grado de autoestima) con mayor exactitud que la debida al azar, pero que fallaban a la hora de conocer con exactitud los gustos de su pareja. La discrepancia entre la exactitud de lo que pensaban y la realidad aumentaba con el número de años en que habían estado juntos, mientras existía la ilusión de que realmente se conocían mejor. Ese exceso de confianza es el que puede hacer que nuestro sexto sentido sea peligroso.

Numerosas investigaciones han demostrado, también, que con frecuencia se produce una desconexión significativa entre lo que pensamos sobre nosotros mismos y cómo actuamos. En un experimento, por ejemplo, a un grupo de norteamericanos que declaraban no ser racistas y que les indignaban las actitudes y comportamientos de este tipo, se les hizo un comentario o broma racista y se observó su reacción. La mayoría no se sintieron  molestos ni expresaron  su indignación por el comentario. La lista de experimentos que demuestran esta circunstancia es extensa. Uno de los más conocidos es el experimento de Milgram sobre la obediencia a la autoridad, que ya hemos comentado en una entrada anterior. La mayoría de las personas creemos que somos independientes y que tenemos un buen corazón, por lo que si nos dicen que administremos descargas eléctricas, durante un experimento,  a otra persona, que pueden llegar a producir la muerte, nos vamos a negar radicalmente y no lo vamos a hacer, pero como el estudio demostró un 62% de los participantes estuvieron dispuestos a hacerlo.

Epley sugiere que pensemos en una tarea importante que tengamos que realizar en un futuro próximo y pongamos por escrito la fecha exacta en la que  pensamos que vamos a tenerla terminada. Posteriormente debemos reflexionar sobre cuál puede ser el mejor escenario y escribir también cuándo finalizaría la tarea en este caso, para luego hacer lo mismo pero en el caso del peor escenario, cuando todo lo que puede salir mal lo hace. El autor propone una apuesta y es que no se va a cumplir ni el peor escenario, ya que las personas tienden a subestimar el tiempo en que les va a llevar realizar las tareas, por lo que los psicólogos han acuñado un término para esto: “La falacia de la planificación”, de la que ya hemos hablado. Una curiosidad de la misma es que aunque todos hemos caído en ella más de una vez seguimos haciéndolo porque consideramos que se trata de errores del pasado. Somos conscientes de los productos finales de nuestra mente: actitudes conscientes, creencias, intenciones, sentimientos, pero no de los procesos que nuestro cerebro utilizó para construirlos, por lo que somos incapaces de reconocer los errores cometidos en el camino. El autor emplea la metáfora de una casa para describir la mente humana: podemos conocer su forma final con mucha exactitud, pero su estructura y cómo está construida no se pueden ver, siendo como un jeroglífico, ya que partes están construidas con un material y otras con otros. Podemos ver el producto final pero no los procesos que se han seguido en su construcción y en las posibles remodelaciones sufridas, por lo que somos capaces de describir con gran detalle cómo es externamente pero sólo podemos intentar adivinar las causas por las que tiene esa apariencia.

La mente humana es, por tanto, como una casa. Somos conscientes de los productos mentales finales, desde las experiencias sensoriales de dolor o placer, hasta los sentimientos de control y de libertad en los que basamos nuestras creencias y actitudes. Sentimos que ejercemos control consciente sobre nuestro comportamiento  cuando elegimos ver una película u otra o que no somos parciales cuando elogiamos a nuestros hijos ante sus profesores o preferimos una opción política u otra, pero sólo podemos adivinar qué es lo que está ocurriendo en nuestras mentes para construir estas experiencias.
Un problema que existe con nuestro sexto sentido es el no ser capaces de comprender lo que los demás piensan, lo que nos puede llevar hacia la indiferencia hacia los demás o en casos más extremos, en los que interviene el odio o los prejuicios,  a creer que no tienen sentimientos y por tanto derechos como seres humanos. Esto es lo que ocurrió, por ejemplo, cuando los nazis apoyándose en siglos de estereotipos antisemitas, consideraron a éstos como ratas sin conciencia o autocontrol o cuando los Hutus en Ruanda pensaron que los Tutsis eran como cucarachas sin alma a las que debían exterminar. Martin Luther King Jr. fue asesinado mientras asistía a una manifestación de trabajadores negros en Menphis cuyo lema era “Soy un hombre” y en 2010 miles de inmigrantes protestaron contra las leyes de inmigración vigentes en Arizona llevando pancartas que decían:”Soy humano”.

La esencia de la deshumanización está en la incapacidad de reconocer la mente humana de la otra persona. Se presenta, sobre todo, cuando nos encontramos con alguien que es distinto a nosotros.  Se puede alimentar con los prejuicios o el odio pero no los necesita, ya que puede surgir siempre que exista una distancia entre dos mentes. Por ejemplo hasta principios de los años noventa se pensaba que no era imprescindible el someter a los niños a una anestesia antes de determinadas intervenciones quirúrgicas ya que muchos médicos pensaban que los recién nacidos no tenían la capacidad de experimentar dolor.

Nuestro sexto sentido funciona sólo si lo activamos, si no lo hacemos podemos ser incapaces de reconocer una mente humana aunque la tengamos delante de nosotros. Comprender los sentimientos de los demás depende no sólo del tipo de persona que seamos, sino también del contexto en el que nos encontremos. La mayoría de las personas que muestran comportamientos deshumanizados no suelen padecer trastornos de la personalidad crónicos, sino que lo muestran debido al distanciamiento con la otra persona.

Para los psicólogos la distancia no implica exclusivamente un espacio físico, sino también el espacio psicológico, esto es el grado en el que nos sentimos conectados con otra persona. Describimos esta distancia psicológica cuando nos referimos al distanciamiento que sentimos por ejemplo con nuestros hijos adolescentes o la falta de empatía con nuestros compañeros de trabajo o vecinos. No significa que exista una distancia física, sino que nos sentimos ajenos y distantes a ellos psicológicamente porque hemos desarrollado distintas creencias por ejemplo.

Epley plantea que existen dos factores que actúan como activadores de nuestro sexto sentido y evitan la deshumanización:

1.- Nuestros sentidos. Cuando una o más personas se encuentran centradas en la misma cosa sus mentes comienzan a unirse., porque están reaccionando ante el mismo evento: nos disgusta el vómito, cortarnos con un cuchillo nos produce dolor,…Aunque nos gusta pensar que somos únicos, nuestras mentes suelen responder a los distintos hechos de forma similar. Cuando dos personas están evaluando la misma situación están dando pasos, normalmente, hacia un acercamiento en su forma de pensar y sentir.

También ocurre que cuando nuestros ojos se enfocan a un mismo evento nuestras caras y cuerpos pueden sincronizarse: si vemos que alguien se corta expresamos instintivamente un gesto de dolor, si alguien sonríe o bosteza puede contagiar la sonrisa o el bostezo a los que están cerca.

Una vez que nuestras miradas y nuestros cuerpos se han sincronizado nuestras mentes tienden a unirse también. Los pensamientos y los sentimientos proceden de lo que estamos contemplando y de cómo está reaccionando nuestro cuerpo, así que cuando dos personas están observando algo y reaccionando de forma similar lo normal es que sientan y piensen de forma parecida también. Si vemos una expresión de dolor en el rostro de un amigo, nuestra cara puede contraerse en una expresión de dolor y podemos experimentar dolor.

Si cerramos los ojos, apartamos la mirada, nos alejamos o centramos nuestra atención en otra parte nuestro sexto sentido no se activará.

La importancia de la distancia física en la activación del sexto sentido es evidente en el ejército. Los líderes militares en tiempo de guerra tienen problemas porque los soldados se muestran reacios a disparar a un enemigo si está muy cerca de ellos, lo que no ocurre si se encuentra a gran distancia. En la segunda guerra mundial sólo un 20% de los soldados podían descargar sus armas contra el enemigo si lo tenían delante y los que lo hacían tenían dificultades para hacerlo. La tecnología moderna permite que los ejércitos maten con más facilidad porque facilita el que se ataque al  enemigo desde una  gran distancia. Los pilotos de drones pueden actuar   contemplando una pantalla y con su sexto sentido casi completamente desactivado.

2.- Nuestras inferencias cognitivas. Otras personas no necesitan estar delante de nosotros para imaginar lo que sentimos o pensamos, ya que podemos intentar ponernos en el lugar del otro e imaginar lo que piensa o siente. Podemos imaginar la angustia de un compañero que ha sido despedido o el dolor que ha experimentado alguien que se ha cortado sin necesidad de ver la herida.

El error que surge cuando no somos capaces de sintonizar con la mente de los demás es que lleguemos a pensar que no tienen sentimientos como nosotros. Una tendencia que parece ser universal es la de asumir que las mentes de los demás son menos sofisticadas y más superficiales que las nuestras. Consideramos que los miembros de grupos distantes como terroristas, víctimas de catástrofes naturales u oponentes políticos, por ejemplo, tienen menos posibilidades de experimentar emociones complejas como vergüenza, orgullo, satisfacción o culpa que los miembros cercanos de nuestro propio grupo.

Muchas tradiciones africanas hablan del concepto conocido como “Ubuntu” ( Nelson Mandela, como comentamos en una entrada anterior, era un gran defensor del mismo): la persona es reconocida como persona a través de sus actos en relación con otras personas. Nuestra humanidad procede de la forma en que tratamos a los demás como seres humanos, no en el sentido biológico, pero ene el psicológico de reconocimiento que los demás tienen mentes humanas. 

Comprender cómo piensan y sienten los demás no sólo nos va a llevar a actuar con más humanidad en nuestras relaciones con los demás, sino que nos va a hacer comportarnos de manera más inteligente en su presencia. Por ejemplo puede hacer que entendamos mejor la mente de los terroristas suicidas. Según el autor éstos no suelen ser psicópatas, incapaces de sentir el dolor ajeno, sino que suelen tener familias e incluso hijos a los que quieren. Lo que distingue a estos actores violentos de los que no lo son es un conjunto de emociones y motivos humanos con los que estamos muy familiarizados: una conexión muy fuerte con un grupo social, una empatía intensa hacia otros que han sufrido por una causa y un compromiso apasionado con la defensa de una forma de vida o creencia. Estos sentimientos tan fuertes hacia su grupo hacen que suelan despreciar a los grupos que piensan que entran en competencia con el suyo y les lleva a actuar según el “altruismo parroquial” que consiste en un compromiso intenso hacia el logro de beneficios para el propio grupo sin considerar las consecuencias a nivel personal. Este tipo de altruismo es el que nos lleva a ayudar a los que tenemos cercanos y a luchar contra los que pensamos nos amenazan. No entender este fenómeno hace que, por ejemplo, se piense que se puede combatir a este tipo de terroristas con un despliegue exagerado de fuerza, ya que les va a asustar y a forzar su rendición. Lo que consigue es que personas que no tenían sentimientos fuertes hacia una causa se radicalicen. La forma de combatirlo se debe centrar en derribar las barreras entre los grupos y ganar las mentes y los corazones de sus miembros para conseguir convertir enemigos empáticos en aliados.


En el nivel de las organizaciones si los líderes se pueden poner en el lugar de sus profesionales y entender sus motivaciones intrínsecas van a obtener mejores resultados. Si los directivos piensan que los motivos de sus subordinados son simples y banales y que sólo les mueve el dinero y no la satisfacción de un trabajo bien hecho, no van a comprender en profundidad sus sentimientos y pensamientos, les van a tratar como a seres descerebrados  y no les van a ofrecer lo que realmente les motiva. 

1 comentario:

  1. En realidad el comportamiento humano, habitualmente responde a los niveles de conciencia que adquirido, con respecto a un asunto determinado, desde su educación en formación de valores, y su capacidad individual para asimilarlo, hacerlo suyo o rechazarlo, o sencillamente desvalorarlo. Es decir, generalmente el individuo va actuar en dependencia de esa escala de valores, donde las caracteristicas individuales de cada persona, tales como la consistencia de su personalidad, temperamento, van a matizar ese comportamiento. Sin embargo el ser humano normal, en sí mismo mantiene su condición de plasticidad, lo mismo para lo malo que para lo bueno, incluso hay momentos de coincidencias de de determinados factores, que hacen al individuo especialmente vulnerable, sencillamente es una condición humana natural y necesaria para su desarrollo, por lo tanto es positivamente trabajable y orientable.

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