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domingo, 12 de diciembre de 2021

CÓMO EVITAR LA POLARIZACIÓN EN LAS CONVERSACIONES COMPLICADAS

 


Adam Grant en “Think again. The power of knowing what we don´t know”, que estamos comentando, plantea que cuando se trata de asuntos complicados el contemplar la opinión de la otra parte no es suficiente. Conocer que otro ángulo existe no es suficiente para que los predicadores duden de  si están en el lado correcto de la moralidad, que los fiscales se cuestionen si están también en el lado correcto del caso y para que los políticos se pregunten si están en el lado correcto de la historia.

Escuchar una opinión contraria no implica necesariamente que nos vamos a sentir motivados para repensar nuestra postura y puede que si facilite el que nos mantengamos en ella. Presentar dos extremos no es la solución sino es parte del problema de polarización.

Los psicólogos tienen un nombre para esto: sesgo binario. Es una tendencia básica humana el buscar claridad y cierre simplificando un complejo continuum en dos categorías. Un antídoto para esta proclividad es el complejizar: mostrar la variedad de perspectiva de un tema concreto. Las personas nos sentimos más inclinadas a volver a pensar si presentamos los temas bajo las distintas lentes de un prisma.

Una dosis de complejidad puede interrumpir los ciclos de exceso de confianza y desencadenar ciclos de repensar. Nos hace ser más humildes en relación con nuestros conocimientos y nos despierta más dudas sobre nuestras opiniones, pudiendo conseguir que sintamos la curiosidad suficiente para descubrir aquella información que nos falta.

Si queremos explorar cómo podemos incorporar más complejidad en nuestras conversaciones debemos prestar atención a los matices que con frecuencia son pasados por alto. Para ello podemos comenzar por buscar y descubrir los tonos grises y no olvidar que podemos caer en el sesgo de la deseabilidad que se basa en que nuestras creencias son moldeadas por nuestras motivaciones, por lo que tenemos tendencia a creer lo que queremos creer.

Para vencer el sesgo binario un buen punto de partida consiste en ser conscientes de la variedad de perspectivas dentro de un espectro determinado. Por ejemplo las encuestas sugieren que en relación con el cambio climático existen al menos seis campos de pensamiento en Estados Unidos. Los creyentes representan a más del 50% de la población, pero algunos están preocupados mientras otros están alarmados. Los no creyentes van de los cautos, descomprometidos o indecisos hasta los  desdeñosos.

Es importante distinguir a los escépticos de los negacionistas. Los escépticos mantienen una actitud científica sana. No creen todo lo que ven, lee o escuchan. Formulan preguntas cruciales y actualizan su pensamiento al tener acceso a información nueva. Los negacionistas se muestran despreciativos, atrapados en un modo predicador, fiscal o político, por lo que no creen en nada que viene del lado contrario. Ignoran o retuercen los hechos para apoyar a sus conclusiones predeterminadas.

En el caso del cambio climático aunque solo un 10% se muestran despectivos en relación a sus riesgos, son los que consiguen más cobertura mediática. En un análisis de aproximadamente 100.000 artículos sobre el cambio climático publicados entre los años 2000 a 2016 los opositores famosos al cambio recibieron una atención desproporcionada y sus opiniones fueron recogidas un 49% más que las de expertos científicos reconocidos. Como resultado las personas tienden a sobreestimar el peso de los negacionistas y por tanto estar dispuestos a demandar políticas de protección medioambiental.  Cuando el punto medio del espectro es invisible el deseo de la mayoría de actuar desaparece y el pensamiento predominante es el de : “si otras personas no van a hacer nada por qué me voy a preocupar yo”. Si, por el contrario, descubren cuantas personas están realmente preocupadas por el cambio climático estarán más predispuestas para hacer algo por el tema.

Como consumidores de información tenemos un papel que jugar a la hora de abrazar un punto de vista más matizado. Cuando estemos leyendo, escuchando o contemplando podemos aprender a reconocer la complejidad como una señal de credibilidad. Podemos favorecer contenidos y fuentes que presenten muchas caras de un tema en lugar de solo uno o dos. Cuando nos encontremos con titulares muy simplistas podemos combatir nuestra tendencia a aceptar planteamientos binarios preguntando por las perspectivas adicionales que faltan y que se encuentran entre los extremos.

Esto tenemos que tenerlo en cuenta, también, cuando somos nosotros los que producimos y comunicamos la información. Nuevas investigaciones sugieren que, por ejemplo, cuando los periodistas reconocen las incertidumbres que rodean a temas complejos como los relacionados con el cambio climático o la inmigración, la confianza de los lectores no disminuye. Múltiples experimentos, también, han mostrado que cuando los expertos manifiestan sus dudas son más persuasivos. Cuando alguien que es reconocido como experto admite sus incertidumbres, sorprende a los demás y éstos le van a prestar más atención a la sustancia de su argumento.

Los psicólogos han hallado que las personas ignoran o hasta niegan la existencia de un problema si no están satisfechas con la solución. Por ejemplo,  los conservadores se muestran más receptivos a la ciencia sobre el cambio climático cuando leen sobre una propuesta en relación con tecnología verde que ante una propuesta de restricción de emisiones.

Presentar los distintos matices del gris en las discusiones sobre soluciones puede, por ejemplo, ayudar a desviar la atención de por qué el cambio climático es un problema a cómo podemos hacer algo al respecto. El preguntar cómo tendemos a reducir la polarización, preparando el camino para poder mantener conversaciones más constructivas en relación con posibles acciones.

Si queremos mejorar nuestra forma de expresar la complejidad merece la pena observar de cerca la manera en que los científicos comunican. Un paso clave consiste en incluir advertencias. Es raro que un único estudio o hasta una serie de estudios sean concluyentes. Los investigadores suelen incluir numerosos párrafos sobre las limitaciones de cada estudio en sus artículos. No se entienden como lagunas en su trabajo sino como claraboyas para descubrimientos futuros. Cuando compartimos los hallazgos fuera del ámbito científico, por el contrario, con frecuencia pasamos por alto estas advertencias.

Esto es un error, según investigaciones recientes. En una serie de experimentos los psicólogos han demostrado que cuando los informes científicos incluyen  advertencias capturaban el interés de los lectores y mantenía sus mentes abiertas.

Podemos, también, expresar complejidad resaltando las contingencias. Cualquier hallazgo empírico suscita preguntas no contestadas sobre cuándo y dónde los resultados podrán ser replicados, anulados o revocados. Las contingencias son todos los lugares y poblaciones en los que un efecto puede cambiar.

Si consideramos la diversidad aunque los titulares puedan decir “La diversidad es buena”, la evidencia de esta afirmación está llena de contingencias. Aunque la diversidad de contextos y pensamientos tiene el potencial de ayudar a los grupos a que piensen más abiertamente y a procesar la información con mayor profundidad, este potencial se desarrolla en algunas situaciones y en otras no. Investigaciones recientes revelan que las personas van a estar más dispuestas a promover la diversidad y la inclusión cuando el mensaje está más matizado y es más exacto. La diversidad es buena pero no es fácil de gestionar. Reconocer la complejidad no hace que los oradores o escritores sean menos convincentes, los hace más creíbles. No hace que pierdan audiencia o lectores sino que mantiene su interés mientras aviva su curiosidad.

Apreciar la complejidad nos recuerda que ningún comportamiento es siempre efectivo y que todos los remedios pueden tener consecuencias inintencionadas. Si decimos de algo es siempre bueno o nunca es malo estaremos actuando como miembros de una secta.

En las discusiones polarizadas normalmente se recomienda tener en cuenta la perspectiva de la otra parte. En teoría al ponernos en lugar del otro nos permite caminar sincronizados. En la práctica esto no es tan sencillo.

En un par de experimentos, por ejemplo, el asignar aleatoriamente a las personas la tarea de reflexionar sobre las intenciones e intereses de sus opuestos políticamente les hacía ser menos receptivos a repensar sus propias actitudes sobre la asistencia sanitaria y sobre una renta básica universal. En otros 25 experimentos imaginar las perspectivas de otras personas no conseguía sacar unas perspectivas más exactas y ocasionalmente hacia que los participantes en los estudios sintiesen más confianza en sus propios juicios inexactos. Centrarnos en las perspectivas suele fracasar porque somos terriblemente malos para leer la mente de los demás, ya que normalmente lo que hacemos es intentar adivinar los pensamientos de los otros.

Si no entendemos a alguien no podemos tener esos momentos “eureka” de inspiración imaginando su perspectiva. Por ejemplo, las encuestas demuestran que los demócratas en Estados Unidos suelen subestimar el número de republicanos que reconocen la prevalencia del racismo y del machismo y, a su vez, los republicanos subestiman el número de demócratas que se sienten orgullosos de ser estadounidenses y que se oponen a una política de fronteras abiertas. Cuanto mayor sea la distancia entre nosotros y nuestros adversarios más tendencia tendremos a simplificar en exceso sus motivos y a inventar explicaciones que se alejan mucho de su realidad. Lo que funciona no es el ponernos su lugar sino el buscar su perspectiva, lo que implica hablar con las personas para conocer los matices de sus puntos de vista. Esto es lo que los buenos científicos hacen: en lugar de llegar a conclusiones sobre las personas basadas en pistas mínimas prueban sus hipótesis entablando conversaciones.

Durante mucho tiempo Grant pensaba que la mejor forma de hacer que esas conversaciones estuviesen menos polarizadas era dejando a las emociones fuera para estar más abiertos a repensar, pero existen evidencias que complican esta idea.

Ocurre que aunque estemos fuertemente en desacuerdo con alguien en relación con un asunto social cuando descubrimos que esa persona se preocupa mucho por esa cuestión confiamos más en ella. Puede que siga no gustándonos pero consideramos que esa pasión por un principio puede ser una señal de integridad. Rechazamos la creencia pero llegamos a respetar a la persona que está detrás de ella.

Puede ayudar el mostrar ese respeto explícitamente al inicio de la conversación. Por ejemplo, en un experimento si un oponente ideológico comenzaba reconociendo que sentía un gran respeto por las personas como su interlocutor que defendían sus principios, éste tendía a  considerarle menos un adversario y mostraba más generosidad hacia él.

Cuando Peter Coleman reúne a personas en su Laboratorio de Conversaciones Complicadas graba sus conversaciones y se las muestra después. Lo que quiere conocer al hacerlo es cómo se sienten momento a momento al escucharse a sí mismos. Después de estudiar más de 500 conversaciones difíciles ha encontrado que las más improductivas eran aquellas en las que surgían un número limitado de emociones, tanto positivas como negativas, ya que las personas se quedaban atrapadas en la simplicidad emocional con solo uno o dos sentimientos dominantes.

Lo que puede dificultar la acción de repensar no es la expresión de las emociones sino que éstas sean muy limitadas, por lo que tenemos que intentar introducir más emociones en las conversaciones complicadas. Para ello sirve el  recordar que podemos caer en el sesgo binario en relación con las emociones no solo con los asuntos. Al igual que el espectro de creencias sobre temas espinosos es más complejo que sus dos extremos, nuestras emociones suelen estar mucho más mezcladas de lo que creemos.

 

2 comentarios:

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