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martes, 19 de julio de 2011

PARÁBOLAS DE LIDERAZGO II

EL AGUA Y EL FUEGO

En el siglo IV antes de Cristo, oculto dentro del estado de Lu, se hallaba el distrito en el que gobernaba el duque Chuang. El distrito, aunque pequeño, había prosperado extraordinariamente en la época del predecesor de Chuang. Pero desde su nombramiento para el puesto, sus asuntos se habían deteriorado notablemente. Sorprendido por el triste giro de los acontecimientos, Chuang fue a la montaña para tratar de conseguir la sabiduría del gran maestro Mu-sun.

Cuando el duque llegó a las montañas, encontró al gran maestro sentado tranquilamente en una pequeña roca mirando hacia el valle. Después de que el duque hubo explicado su situación a Mu-sun, esperó con el aliento contenido a que el maestro hablara. Sin embargo, contrariamente a lo que Chuang esperaba, el maestro no susurró ni una palabra. En cambio, sonrió suavemente y con un gesto indicó al duque que le siguiera.

Anduvieron en silencio hasta encontrar ante ellos el río Tan Fu, cuyo fin no podía verse, de tan largo y ancho era. Tras meditar sobre el río, Mu-sun se dispuso a encender un fuego. Cuando lo hubo encendido y las llamas estaban fulgurantes, el maestro pidió a Chuang que se sentara a su lado. Estuvieron sentados durante horas interminables mientras la fogata brillaba en la noche. A la llegada de un nuevo día, cuando las llamas ya no bailaban, Mu-sun señaló el río. Entonces, por primera vez desde la llegada del duque, el gran maestro habló: “Ahora tú entiendes por qué eres incapaz de hacer lo que hizo tu predecesor: mantener la grandeza de tu distrito”.

Chuang le miró perplejo; en realidad no comprendía más que antes. Con gran vergüenza dijo: “Gran maestro, perdona mi ignorancia, pues no puedo comprender la sabiduría que tu impartes”. Mu-sun habló entonces por segunda vez: “Reflexiona, Chuang, sobre la naturaleza del fuego que ardió ante nosotros la pasada noche. Era fuerte y poderoso. Sus llamas saltaban como si bailaran y gritaban con orgullo jactancioso. Ni los fuertes árboles ni las bestias salvajes podrían igualar su fuerza. Con facilidad podría haber conquistado todo lo que estuviera en su camino.

En cambio piensa en el río. Empieza como una pequeña corriente en las lejanas montañas Algunas veces fluye lentamente, otras con rapidez, pero siempre se desliza hacia abajo, aceptando las tierras bajas para su recorrido. Gustosamente penetra en todas las grietas del terreno y llena de buena gana todas las hendiduras. Así de humilde es su naturaleza. Cuando escuchamos el agua, apenas puede oírse. Cuando la tocamos, casi no puede sentirse, pues tan suave es su naturaleza.

Sin embargo, al final, ¿qué es lo que queda de lo que fue un fuego poderoso? Solamente un puñado de cenizas. Pues el fuego es tan fuerte, Chuang, que no solamente destruye todo lo que encuentra en su camino sino que finalmente cae víctima de su propia fuerza y es consumido. No ocurre lo mismo con el río tranquilo. Tal y como fue siempre, lo es ahora y lo será siempre: fluyendo eternamente, haciéndose más profundo, más ancho, cada vez más poderoso en su viaje hacia el óceano insondable, proporcionando vida y sustento para todos”.

Tras un momento de silencio, Mu-sun se volvió hacia el duque. “Lo mismo que en la naturaleza, Chuang, así ocurre con los gobernantes. Pues no es el fuego sino el agua lo que lo envuelve todo y es fuente de vida. Por tanto, no son los gobernantes poderosos y autoritarios sino los gobernantes humildes los que con una fuerza interior que llega a lo profundo conquistan los corazones del pueblo y son fuente de prosperidad para sus estados. Reflexiona, Chuang, continuó el maestro, sobre el tipo de gobernante que eres tú. Es posible que la respuesta que buscas se encuentre ahí”.

Como si fuera el resplandor del relámpago, la verdad se apoderó del corazón del duque. Ya no se sentía orgulloso sino turbado e inseguro. Miró hacia lo alto con los ojos iluminados. Chuang ya no veía nada salvo el sol que se elevaba sobre el río.


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