El principal problema
con el que nos encontramos es que, con frecuencia, pensamos que entendemos a
los demás y a nosotros mismos mejor de lo que en realidad lo hacemos.
Epley propone que para
comenzar a valorar nuestras habilidades reales podemos intentar adivinar cuál
es la impresión que otra persona tiene sobre nosotros. Dedicamos mucho tiempo
en nuestra vida cotidiana a tratar de entender cómo somos evaluados por los
demás para que nos ayude a crear una buena impresión (el aprecio de nuestro
jefe y nuestros compañeros de trabajo o el cariño de nuestros amigos por ejemplo).
El reto fundamental
para nuestro sexto sentido es que los pensamientos íntimos de los demás se
revelan sólo a través de la fachada de sus caras, cuerpo y lenguaje y esta
fachada puede conducir a equivocaciones
y errores, si su dueño pretende engañarnos o confundirnos. Cuando un grupo de
investigadores evaluó décadas de estudios y cientos de investigaciones que
pretendían medir la exactitud con la que somos capaces de distinguir las
mentiras de las verdades, se encontraron con que la habilidad consciente de
detectar el engaño se producía en un 54% de los casos y cuando se hacía de
forma aleatoria, dejando actuar al azar, el grado de aciertos era del 50%. Las
equivocaciones, en muchas ocasiones, pueden tener graves consecuencias como
cuando Chamberlain, primer ministro de Gran Bretaña, confió en las palabras de
Hiltler y recomendó no movilizar sus tropas a los checos, porque pensó que los
gestos que transmitía Hitler denotaban que era una persona en la que se podía
confiar si daba su palabra. En realidad éste estaba mintiendo ya que tenía sus
tropas preparadas para invadir Checoslovaquia.
Somos capaces de leer
mejor las mentes de las personas que conocemos bien, pero no tanto como
pensamos, ya que se produce la ilusión de que tenemos esa capacidad. En un
experimento que se hizo con recién casados se les separó y pidió que contestasen una serie de preguntas
sobre sus parejas. Los resultados mostraron que podían predecir los
pensamientos del otro (por ejemplo su grado de autoestima) con mayor exactitud
que la debida al azar, pero que fallaban a la hora de conocer con exactitud los
gustos de su pareja. La discrepancia entre la exactitud de lo que pensaban y la
realidad aumentaba con el número de años en que habían estado juntos, mientras
existía la ilusión de que realmente se conocían mejor. Ese exceso de confianza
es el que puede hacer que nuestro sexto sentido sea peligroso.
Numerosas
investigaciones han demostrado, también, que con frecuencia se produce una
desconexión significativa entre lo que pensamos sobre nosotros mismos y cómo
actuamos. En un experimento, por ejemplo, a un grupo de norteamericanos que
declaraban no ser racistas y que les indignaban las actitudes y comportamientos
de este tipo, se les hizo un comentario o broma racista y se observó su
reacción. La mayoría no se sintieron
molestos ni expresaron su indignación
por el comentario. La lista de experimentos que demuestran esta circunstancia
es extensa. Uno de los más conocidos es el experimento de Milgram sobre la
obediencia a la autoridad, que ya hemos comentado en una entrada anterior. La
mayoría de las personas creemos que somos independientes y que tenemos un buen
corazón, por lo que si nos dicen que administremos descargas eléctricas,
durante un experimento, a otra persona,
que pueden llegar a producir la muerte, nos vamos a negar radicalmente y no lo
vamos a hacer, pero como el estudio demostró un 62% de los participantes
estuvieron dispuestos a hacerlo.
Epley sugiere que
pensemos en una tarea importante que tengamos que realizar en un futuro próximo
y pongamos por escrito la fecha exacta en la que pensamos que vamos a tenerla terminada. Posteriormente
debemos reflexionar sobre cuál puede ser el mejor escenario y escribir también
cuándo finalizaría la tarea en este caso, para luego hacer lo mismo pero en el
caso del peor escenario, cuando todo lo que puede salir mal lo hace. El autor
propone una apuesta y es que no se va a cumplir ni el peor escenario, ya que
las personas tienden a subestimar el tiempo en que les va a llevar realizar las
tareas, por lo que los psicólogos han acuñado un término para esto: “La falacia
de la planificación”, de la que ya hemos hablado. Una curiosidad de la misma es
que aunque todos hemos caído en ella más de una vez seguimos haciéndolo porque
consideramos que se trata de errores del pasado. Somos conscientes de los productos
finales de nuestra mente: actitudes conscientes, creencias, intenciones,
sentimientos, pero no de los procesos que nuestro cerebro utilizó para
construirlos, por lo que somos incapaces de reconocer los errores cometidos en
el camino. El autor emplea la metáfora de una casa para describir la mente
humana: podemos conocer su forma final con mucha exactitud, pero su estructura
y cómo está construida no se pueden ver, siendo como un jeroglífico, ya que
partes están construidas con un material y otras con otros. Podemos ver el
producto final pero no los procesos que se han seguido en su construcción y en
las posibles remodelaciones sufridas, por lo que somos capaces de describir con
gran detalle cómo es externamente pero sólo podemos intentar adivinar las causas
por las que tiene esa apariencia.
La mente humana es, por
tanto, como una casa. Somos conscientes de los productos mentales finales,
desde las experiencias sensoriales de dolor o placer, hasta los sentimientos de
control y de libertad en los que basamos nuestras creencias y actitudes.
Sentimos que ejercemos control consciente sobre nuestro comportamiento cuando elegimos ver una película u otra o que
no somos parciales cuando elogiamos a nuestros hijos ante sus profesores o
preferimos una opción política u otra, pero sólo podemos adivinar qué es lo que
está ocurriendo en nuestras mentes para construir estas experiencias.
Un problema que existe
con nuestro sexto sentido es el no ser capaces de comprender lo que los demás
piensan, lo que nos puede llevar hacia la indiferencia hacia los demás o en
casos más extremos, en los que interviene el odio o los prejuicios, a creer que no tienen sentimientos y por
tanto derechos como seres humanos. Esto es lo que ocurrió, por ejemplo, cuando
los nazis apoyándose en siglos de estereotipos antisemitas, consideraron a éstos
como ratas sin conciencia o autocontrol o cuando los Hutus en Ruanda pensaron
que los Tutsis eran como cucarachas sin alma a las que debían exterminar.
Martin Luther King Jr. fue asesinado mientras asistía a una manifestación de
trabajadores negros en Menphis cuyo lema era “Soy un hombre” y en 2010 miles de
inmigrantes protestaron contra las leyes de inmigración vigentes en Arizona
llevando pancartas que decían:”Soy humano”.
La esencia de la
deshumanización está en la incapacidad de reconocer la mente humana de la otra
persona. Se presenta, sobre todo, cuando nos encontramos con alguien que es
distinto a nosotros. Se puede alimentar
con los prejuicios o el odio pero no los necesita, ya que puede surgir siempre
que exista una distancia entre dos mentes. Por ejemplo hasta principios de los
años noventa se pensaba que no era imprescindible el someter a los niños a una
anestesia antes de determinadas intervenciones quirúrgicas ya que muchos
médicos pensaban que los recién nacidos no tenían la capacidad de experimentar
dolor.
Nuestro sexto sentido
funciona sólo si lo activamos, si no lo hacemos podemos ser incapaces de
reconocer una mente humana aunque la tengamos delante de nosotros. Comprender
los sentimientos de los demás depende no sólo del tipo de persona que seamos,
sino también del contexto en el que nos encontremos. La mayoría de las personas
que muestran comportamientos deshumanizados no suelen padecer trastornos de la
personalidad crónicos, sino que lo muestran debido al distanciamiento con la
otra persona.
Para los psicólogos la
distancia no implica exclusivamente un espacio físico, sino también el espacio
psicológico, esto es el grado en el que nos sentimos conectados con otra
persona. Describimos esta distancia psicológica cuando nos referimos al
distanciamiento que sentimos por ejemplo con nuestros hijos adolescentes o la
falta de empatía con nuestros compañeros de trabajo o vecinos. No significa que
exista una distancia física, sino que nos sentimos ajenos y distantes a ellos
psicológicamente porque hemos desarrollado distintas creencias por ejemplo.
Epley plantea que
existen dos factores que actúan como activadores de nuestro sexto sentido y
evitan la deshumanización:
1.-
Nuestros sentidos. Cuando una o más personas se encuentran
centradas en la misma cosa sus mentes comienzan a unirse., porque están
reaccionando ante el mismo evento: nos disgusta el vómito, cortarnos con un
cuchillo nos produce dolor,…Aunque nos gusta pensar que somos únicos, nuestras
mentes suelen responder a los distintos hechos de forma similar. Cuando dos
personas están evaluando la misma situación están dando pasos, normalmente,
hacia un acercamiento en su forma de pensar y sentir.
También ocurre que
cuando nuestros ojos se enfocan a un mismo evento nuestras caras y cuerpos
pueden sincronizarse: si vemos que alguien se corta expresamos instintivamente
un gesto de dolor, si alguien sonríe o bosteza puede contagiar la sonrisa o el
bostezo a los que están cerca.
Una vez que nuestras
miradas y nuestros cuerpos se han sincronizado nuestras mentes tienden a unirse
también. Los pensamientos y los sentimientos proceden de lo que estamos
contemplando y de cómo está reaccionando nuestro cuerpo, así que cuando dos
personas están observando algo y reaccionando de forma similar lo normal es que
sientan y piensen de forma parecida también. Si vemos una expresión de dolor en
el rostro de un amigo, nuestra cara puede contraerse en una expresión de dolor
y podemos experimentar dolor.
Si cerramos los ojos,
apartamos la mirada, nos alejamos o centramos nuestra atención en otra parte
nuestro sexto sentido no se activará.
La importancia de la
distancia física en la activación del sexto sentido es evidente en el ejército.
Los líderes militares en tiempo de guerra tienen problemas porque los soldados
se muestran reacios a disparar a un enemigo si está muy cerca de ellos, lo que
no ocurre si se encuentra a gran distancia. En la segunda guerra mundial sólo
un 20% de los soldados podían descargar sus armas contra el enemigo si lo
tenían delante y los que lo hacían tenían dificultades para hacerlo. La
tecnología moderna permite que los ejércitos maten con más facilidad porque
facilita el que se ataque al enemigo
desde una gran distancia. Los pilotos de
drones pueden actuar contemplando una
pantalla y con su sexto sentido casi completamente desactivado.
2.-
Nuestras inferencias cognitivas. Otras personas no
necesitan estar delante de nosotros para imaginar lo que sentimos o pensamos,
ya que podemos intentar ponernos en el lugar del otro e imaginar lo que piensa
o siente. Podemos imaginar la angustia de un compañero que ha sido despedido o
el dolor que ha experimentado alguien que se ha cortado sin necesidad de ver la
herida.
El error que surge cuando
no somos capaces de sintonizar con la mente de los demás es que lleguemos a pensar
que no tienen sentimientos como nosotros. Una tendencia que parece ser
universal es la de asumir que las mentes de los demás son menos sofisticadas y
más superficiales que las nuestras. Consideramos que los miembros de grupos
distantes como terroristas, víctimas de catástrofes naturales u oponentes
políticos, por ejemplo, tienen menos posibilidades de experimentar emociones
complejas como vergüenza, orgullo, satisfacción o culpa que los miembros
cercanos de nuestro propio grupo.
Muchas tradiciones
africanas hablan del concepto conocido como “Ubuntu” ( Nelson Mandela, como
comentamos en una entrada anterior, era un gran defensor del mismo): la persona
es reconocida como persona a través de sus actos en relación con otras
personas. Nuestra humanidad procede de la forma en que tratamos a los demás
como seres humanos, no en el sentido biológico, pero ene el psicológico de
reconocimiento que los demás tienen mentes humanas.
Comprender cómo piensan
y sienten los demás no sólo nos va a llevar a actuar con más humanidad en
nuestras relaciones con los demás, sino que nos va a hacer comportarnos de
manera más inteligente en su presencia. Por ejemplo puede hacer que entendamos
mejor la mente de los terroristas suicidas. Según el autor éstos no suelen ser
psicópatas, incapaces de sentir el dolor ajeno, sino que suelen tener familias
e incluso hijos a los que quieren. Lo que distingue a estos actores violentos
de los que no lo son es un conjunto de emociones y motivos humanos con los que
estamos muy familiarizados: una conexión muy fuerte con un grupo social, una
empatía intensa hacia otros que han sufrido por una causa y un compromiso
apasionado con la defensa de una forma de vida o creencia. Estos sentimientos
tan fuertes hacia su grupo hacen que suelan despreciar a los grupos que piensan
que entran en competencia con el suyo y les lleva a actuar según el “altruismo
parroquial” que consiste en un compromiso intenso hacia el logro de beneficios
para el propio grupo sin considerar las consecuencias a nivel personal. Este
tipo de altruismo es el que nos lleva a ayudar a los que tenemos cercanos y a
luchar contra los que pensamos nos amenazan. No entender este fenómeno hace
que, por ejemplo, se piense que se puede combatir a este tipo de terroristas
con un despliegue exagerado de fuerza, ya que les va a asustar y a forzar su
rendición. Lo que consigue es que personas que no tenían sentimientos fuertes
hacia una causa se radicalicen. La forma de combatirlo se debe centrar en
derribar las barreras entre los grupos y ganar las mentes y los corazones de
sus miembros para conseguir convertir enemigos empáticos en aliados.
En el nivel de las
organizaciones si los líderes se pueden poner en el lugar de sus profesionales
y entender sus motivaciones intrínsecas van a obtener mejores resultados. Si
los directivos piensan que los motivos de sus subordinados son simples y
banales y que sólo les mueve el dinero y no la satisfacción de un trabajo bien
hecho, no van a comprender en profundidad sus sentimientos y pensamientos, les
van a tratar como a seres descerebrados y no les van a ofrecer lo que realmente les
motiva.