Adam Grant en “Originals. How non- conformists change the world”, que estamos comentando, plantea que los líderes y directivos aprecian el que sus profesionales tomen la iniciativa para ofrecer ayuda, construir redes de contactos, incorporar nuevos conocimientos y buscar feedback, pero que hay una forma de iniciativa que es penalizada: proponer sugerencias.
Para explicar este
hecho tenemos que diferenciar dos de las dimensiones más importantes de la
jerarquía social, que con frecuencia se consideran en conjunto: el poder y el
estatus. El poder implica el ejercer el control o la autoridad sobre otros y el
estatus consiste en ser respetado y admirado.
En un experimento dirigido por Alison Fragale las personas eran
castigadas si intentaban ejercer poder sin tener estatus para ello. Cuando
buscaban influir pero no contaban con respeto los demás les percibían como
complicados, coercitivos e interesados.
Como no habían ganado la admiración necesaria de los demás, éstos pensaban
que no tenían derecho a decirles lo que tenían que hacer y respondían con su
rechazo.
Cuando estamos
intentando influir en otras personas y descubrimos que no nos respetan se
desencadena un ciclo vicioso de resentimiento. En un esfuerzo por afirmar
nuestra autoridad respondemos utilizando una serie de comportamientos cada vez
menos respetuosos. El estatus no se
puede reclamar debe ser otorgado y merecido.
Una forma de obtener
respeto es acumulando lo que el psicólogo Edwin Hollander llama “créditos
idiosincráticos”. Éstos se obtienen a través del respeto y no del rango y se
basan en las contribuciones y en la laxitud para desviarse de las expectativas del grupo. En
un experimento reciente dirigido por Silvia Bellezza los participantes
otorgaban un 14% más de estatus a los profesores de las principales
universidades si vestían camisetas y llevaban barba que a los que vestían con
corbata e iban afeitados. La razón de esta valoración puede estar en que se
considera que la mayor parte de los profesores visten formalmente y el rechazo
a seguir las normas se piensa que tiene un coste. Aquellos que tienen éxito al
ir contra las convenciones parece que han ganado los “créditos idiosincráticos”
que les van a permitir comportarse como quieran.
Otra estrategia para conseguir influencia es a través del hecho de que argumentar inicialmente
contra nuestra propia idea o producto puede conseguir que la audiencia mejore
la recepción de esa idea o producto. Grant explica este fenómeno porque:
a).- Comenzar
confesando nuestras debilidades puede desarmar a las audiencias. Los profesores
de marketing Marian Friestad y Peter Wright han descubierto que cuando pensamos
que alguien nos quiere persuadir de algo levantamos nuestras barreras mentales
de forma espontánea. Si nos encontramos ante un exceso de confianza sentimos
que estamos ante una señal de que debemos defendernos ante el intento de
influencia.
b).- Al mostrar un
exceso de optimismo parece que estamos vendiendo nuestras ideas, lo que no
ocurre si comenzamos exponiendo sus limitaciones.
c).- Los comentarios
críticos se perciben como más adecuados e inteligentes que los positivos.
d).- Empezar con los
aspectos negativos de nuestra idea o producto hace que se genere confianza
hacia lo que exponemos. Tiene el riesgo de que el destacar las debilidades
estemos dando razones a nuestra audiencia para descartar nuestra idea, pero la
ventaja de que cuando hablemos de las fortalezas seamos más creíbles.
e).- Al presentar todos
los aspectos negativos dificulta que la audiencia sea capaz de plantear nuevas críticas.
Es conveniente utilizar
este efecto cuando se presenta una idea a alguien que tiene más poder o que
quiere demostrar lo inteligente que es señalando que nuestra idea va a fallar
porque no es convencional. Es útil, también, cuando estamos defendiendo una
idea novedosa o sugiriendo un cambio y nuestra audiencia esperamos que se
muestre escéptica ante nuestra propuesta.
Otra forma de conseguir
que las personas acepten las ideas originales es mediante la sobreexposición a
las mismas. Tenemos que presentarlas y explicarlas adecuadamente y repetirlas.
El problema surge porque como estamos tan familiarizados con las mismas
tendemos a infra-comunicarlas y no comprendemos que la audiencia necesita una determinada
exposición a ellas para entenderlas y aceptarlas. El psicólogo Robert Zajonc lo
llama el “efecto exposición”: cuanto más nos encontramos con algo más nos
gusta. Una explicación para este fenómeno es el hecho de que la exposición
facilita el procesamiento. Una idea que no es familiar requiere más esfuerzo
para llegar a entenderla. Cuanto más la vemos o escuchamos más cómodos nos
sentimos con ella y menos amenazadora nos parece. El problema puede surgir si
existe un exceso de familiaridad que puede conducir al aburrimiento. La
evidencia parece sugerir que esto no ocurre si nos exponemos a una idea entre
diez y veinte veces, o más si la idea es muy compleja. Las exposiciones son más
eficaces si son cortas e incluyen otras ideas para mantener la curiosidad de la
audiencia. Es mejor, también, introducir un periodo de tiempo entre la
introducción de una idea y la evaluación de la misma para dejar tiempo para que
ésta sea interiorizada.
Los “originales” cuando
se enfrentan a una situación poco satisfactoria en el trabajo tienen, siguiendo
las teorías del economista Albert Hirschman, cuatro formas de gestionarla:
a).- Abandonar.
Significa que terminamos con la situación de forma definitiva, por ejemplo
dejando un trabajo que nos hace infelices.
b).- Hablar sobre ella,
luchar. Implica tratar activamente de mejorar la situación, por ejemplo
sugiriendo a nuestro jefe ideas para enriquecer nuestro trabajo.
c).- Resistir. Aunque
no nos guste la situación aguantamos y por ejemplo seguimos trabajando duramente
aunque nos resulte opresivo el ambiente.
d).- Actuar con
negligencia. Implica que continuamos con la situación pero disminuimos nuestros
esfuerzos y perdemos el interés por el mismo, en el caso del trabajo, por ejemplo, realizando el mínimo para
evitar un despido.
La elección de la
alternativa se basa, fundamentalmente, en los sentimientos de control y
compromiso, dependerá de si creemos que
podemos lograr cambios y por tanto lo intentamos o de si pensamos que estamos atrapados en el estatus
quo y optamos por la negligencia si no nos sentimos comprometidos o por la resistencia en el
caso de que lo estemos. Si sentimos que podemos marcar una diferencia pero no
nos sentimos comprometidos con la persona, organización o país, por ejemplo,
abandonaremos. Sólo cuando consideremos que nuestras acciones importan y nos
preocupamos profundamente hablaremos y defenderemos nuestras ideas.
En el mundo laboral el
sentimiento de compromiso y control va a depender, fundamentalmente, del jefe
directo que tengamos. Si contamos con un jefe que nos apoya los lazos que creamos
hacia la organización se van a fortalecer y sentiremos que tenemos un ámbito
mayor de influencia. El problema surge cuando tenemos un jefe agradable, pero
que huye del conflicto. Su deseo de agradar a todos y de preservar la armonía
puede producir que retire su apoyo si se
manifiestan dudas sobre nuestras ideas innovadoras. Jeff LePine y Linn Van Dyne, tras investigar el tema concluyen que: “Como consecuencia de la
importancia que las personas agradables atribuyen a la cooperación y al
cumplimiento de las normas no se sienten inclinadas a “remover las aguas” e
incomodar a las posibles relaciones interpersonales”. Se produce el hecho, que
puede parecer paradójico, de que con frecuencia son las personas más
puntillosas y menos agradables las que están más dispuestas a luchar contra las
convenciones y contra las opiniones de los demás.
En un estudio liderado
por Stéphane Côte una serie de adultos realizaron una encuesta de personalidad
en la que se analizaban sus tendencias respecto a ser agradable o desagradable.
Durante tres semanas, seis veces al día, registraban lo que estaban haciendo y
cómo se sentían. Las personas agradables
se sentían más felices cuando recibían lisonjas, al sonreír y reír con otros,
al expresar afecto, aconsejar o hacer concesiones para agradar a los demás. Las
personas desagradables, por el contrario, experimentaban el mayor bienestar
cuando criticaban, se enfrentaban o desafiaban a otros.
Cuando decidimos actuar
y presentar nuestras nuevas ideas va a resultar
igual de importante la selección de los componentes de la audiencia que
la forma en que transmitimos nuestro mensaje. Si hablamos ante audiencias
“agradables” su instinto natural es el de asentir y sonreír. En sus esfuerzos
para evitar conflictos y ser acomodaticia, con frecuencia, no van a ofrecer
feedback crítico. Los directivos “desagradables” se sienten más inclinados a
cuestionarnos con lo que nos estimulan e incrementan nuestra capacidad de
defender nuestras ideas.
En lugar de presentar
nuestras ideas, inicialmente, a personas muy agradables es mejor que lo hagamos
ante audiencias con una historia de originalidad. Las investigaciones muestran
que cuando los directivos tienen una trayectoria en la que han desafiado el
estatus quo tienden a mostrarse más abiertos y receptivos a las nuevas ideas y
se sienten menos amenazados por las contribuciones de los demás. Se preocupan
más por cómo mejorar la organización que por defender la situación actual.
Un fenómeno que hay que
tener, también, en cuenta es el que los científicos sociales llaman el “efecto
de la conformidad del estatus medio”. Si desempeñas puestos ejecutivos se
espera que seas diferente y por tanto tienes licencia para desviarte de lo
convencional. Del mismo modo si estás en el nivel más bajo de la jerarquía tienes
poco que perder y mucho que ganar al ser original. Pero el segmento medio de la
jerarquía, en el que se encuentran la mayor parte de los profesionales de una
organización se encuentra dominado por la inseguridad. Ahora que ya hemos
conseguido alcanzar un poco de respeto, valoramos nuestra posición y no
queremos arriesgarla. Para mantener y ascender en estatus estamos dispuestos a
adoptar la estrategia de seguir al líder, adaptándonos para demostrar nuestra
valía como miembros del grupo. Este efecto nos lleva a escoger la seguridad de
lo ya probado y demostrado antes que correr el riesgo de innovar. Por tanto, a
la hora de presentar ideas originales puede ser más efectivo hacerlo a los
niveles superiores o inferiores de la organización en lugar de a los mandos
intermedios.
Adam Grant plantea que
si queremos ser originales la negligencia no es una opción, la resistencia es
una ruta temporal para ganar el derecho a hablar y presentar sugerencias, pero
a largo plazo, como en el caso de la negligencia, mantiene el estatus quo y va
a seguir generando insatisfacción. Si queremos cambiar la situación las únicas
alternativas viables son defender nuestras ideas o abandonar.
Para tener en cuenta estimados amigos, jovenes profesionales que aspiran a lideres
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