Suzanne J. Peterson,
Robin Abramson y R.K. Stutman,en la edición de noviembre - diciembre de Harvard Business Review,
plantean que no hay nada más frustrante para los profesionales con talento que
chocar con un techo en sus carreras porque carecen del estilo de liderazgo
apropiado. El jefe puede decir en estos caso que algo le falta a esa persona
pero que no sabe exactamente qué es y cómo puede mejorar, por lo que, por
ejemplo puede decir: “te faltan
intangibles importantes” o “te falta más dignidad y seriedad” pero es incapaz
de hacer recomendaciones específicas para que mejore.
Resulta igualmente frustrante
contemplar cómo personas con competencias técnicas mediocres se promocionan
rápidamente porque tienen un estilo de liderazgo excepcional. Los jefes
defienden esas promociones destacando que ese profesional posee “competencias
blandas” por lo que consideran que son “dinámicos”, “tienen mucha seguridad en
sí mismos” y “se muestran serenos, equilibrados y preparados”.
La realidad es que
estas habilidades importan. Un gran estilo de liderazgo puede hacer que la
persona parezca más competente de lo que es en realidad y un pobre estilo de
liderazgo puede anular un conjunto de competencias superiores.
Por tanto una persona
que aspire a un puesto ejecutivo en su organización debe procurar mejorar su
estilo de liderazgo y para ello debe comenzar por comprender que el estilo es
diferente a la personalidad. Ésta es inmutable y es lo que somos en nuestro
interior. El estilo se puede describir cómo lo que hacemos, con cuánta
frecuencia y cuándo.
Hace
más de 30 años el sociolingüista Howard Gilles y sus colaboradores
identificaron un conjunto de comportamientos o “marcadores sociales” que todos
utilizamos para expresarnos. Estos marcadores constituyen un lenguaje que
aprendemos en nuestra infancia cuando empezamos a ser conscientes de que las
personas se comportan de forma diferente
dependiendo de que tengan un estatus o no. Por ejemplo los hermanos mayores
pueden chillarnos para conseguir el mando de la televisión, pero mostrarse
serviles con los padres cuando quieren que les dejen las llaves del coche. Los
marcadores sociales se pueden manifestar a través del lenguaje, de la
comunicación no verbal ( como el lenguaje corporal) o la disposición del
contexto ( por ejemplo sentarse en la cabecera de la mesa). Nuestra elección de
marcadores va a determinar cómo nos van a ver los demás.
Los
autores, a través de sus investigaciones académicas y su trabajo de coaching
con más de 12.000 líderes han identificado los marcadores más comúnmente empleados
en el entorno laboral para expresar estatus. El conjunto de
ellos forman el estilo de liderazgo.
Las
señales que enviamos a los demás sobre nuestro estatus, o falta de él, se
pueden encuadrar dentro de dos categorías:
a).- Poder
b).- Atractivo.
Ninguno
de estos conjuntos de marcadores es inherentemente bueno o malo.
Los
de poder van asociados a expresiones de seguridad en uno mismo, competencia, carisma
e influencia, pero también, de arrogancia, agresividad e intimidación. Como
ejemplos podemos tener el interrumpir a los demás o coger algo de la mesa de un
compañero sin su permiso.
Los
marcadores ligados al atractivo suelen estar relacionados con expresiones de amabilidad
y cercanía, pero también de timidez,
falta de confianza en si mismos y sumisión. Como ejemplos tenemos el sostener
la puerta para que pasen los demás o preferir plantear preguntas en lugar de
hacer afirmaciones.
Las
personas con estilos cercanos al poder suelen considerar a sus colegas más “atractivos”
como débiles y los que tienen este último estilo entienden que su compañeros
más “poderosos” como groseros, irrespetuosos y maleducados.
Cuanto
más nos manifestemos de forma consistente en la utilización de los mismos
marcadores más distintivo será nuestro estilo de liderazgo. Cuando un compañero
nos da la impresión de que es arrogante, por ejemplo, suele ser porque utiliza
un conjunto de comportamientos “poderosos” de forma habitual. Si cambiamos la
frecuencia o mezcla de estos marcadores las impresiones que dejamos en los
demás también se modificarán.
Todos tenemos un conjunto determinado de
marcadores a los que recurrimos en situaciones neutrales o cuando el contexto
social no es claro. Éste es el que podemos llamar nuestro estilo natural. Por
ejemplo nos comportamos con un estilo más relacionado con el poder cuando
pensamos que tenemos estatus ( como cuando en una interacción somos la persona
mejor relacionada o con más conocimientos técnicos o experiencia) y con un
estilo más ligado al atractivo cuando somos más junior o tenemos la menor
experiencia.
La
mayor parte de los estilos naturales de las personas se encuentran dentro de
cinco categorías de un espectro que se asocian con
1.- Poder
2.- Poder ligero
3.- Equilibrio
poder – atractivo.
4.- Atractivo
ligero
5.- Atractivo.
Pocas
personas buscan los extremos y se inclinan más hacia un lado o a otro. Un
estilo mixto es raro e implica la utilización de marcadores tanto de poder como
de atractivo de forma equilibrada. Este estilo se suele asimilar a “tener
presencia” y los líderes que la poseen tienen una gran habilidad para adoptar
los marcadores adecuados para cada situación.
La
investigación realizada por los autores sobre los estilos de liderazgo mixtos
es similar en su concepto a la abordada por Amy Cuddy sobre calidez y
competencia. Pero mientras Cuddy y sus colaboradores recomiendan a los líderes
primero que proyecten calidez para ganar la confianza y que luego muestren su
competencia para obtener credibilidad, Peterson, Abramson y Stutman sugieren
que el poder y el atractivo deben ser dinámicos. Algunas situaciones requerirán
que los líderes exhiban marcadores ligados al poder desde el principio y otras
demandarán un enfoque más relacionado con el atractivo. Los líderes, con
frecuencia, deben variar de estilo muchas veces en el día, en ocasiones en el
desarrollo de una misma situación. En una reunión, por ejemplo, tiene el líder
que ganarse el respeto de sus compañeros proyectan una imagen de gran
experiencia y fortaleza, mientras que en la siguiente puede tener que mostrarse
más colaborador y escuchar atentamente haciendo muchas preguntas.
Cuddy
y otros investigadores aconsejan a los líderes que se centren en cómo se
sienten ( sentirse fuertes puede ayudar a proyectar fuerza, por ejemplo). El
trabajo de los autores con los ejecutivos pone el foco en sus acciones y
comportamientos. El poder y el atractivo se determinan por lo que mostramos a
los demás independientemente de cómo nos sintamos por dentro. Por ejemplo
podemos sentirnos muy nerviosos antes de una presentación pero conscientemente
utilizando marcadores de poder podemos proyectar seguridad y nuestra audiencia
no percibir nuestra situación interior.
Los
autores recomiendan seguir una serie de pasos para conseguir tener un estilo de
liderazgo mixto y equilibrado. Éstos son:
1.- Conocerse a sí mismo. Para equilibrar los marcadores de poder
y de atractivo primero debemos diagnosticar dónde nos encontramos en el
espectro de estilos de liderazgo. Con frecuencia los directivos pueden leer
entre líneas cuando reciben feedback de otros compañeros, de sus jefes o
colaboradores y de su familia. Comentarios como: “eres demasiado majo” o “debes
hacerte oír” pueden sugerir una tendencia hacia los marcadores relacionados con
el atractivo. Por el contrario si nos dicen que intimidamos o que no escuchamos
puede que nuestro estilo esté más
relacionado con el poder.
Si
nos sentimos inseguros sobre dónde estamos en el espectro podemos preparar un
listado de los marcadores y después de cada interacción analizar los que hemos
utilizado.
2.- Experimentar con varios marcadores. Una vez que tengamos una idea de dónde
estamos en el espectro debemos comenzar a probar a utilizar distintos
marcadores para intentar movernos hacia un estilo equilibrado, por ejemplo
seleccionando uno verbal y otro no verbal para emplearlos en nuestras
interacciones.
Tenemos
que tener en cuenta que la interpretación de estos marcadores de estilo pueden
tener significados distintos en función de la cultura en la que nos
encontremos.
Los
autores sugieren que lo mejor es un enfoque de “seleccionar y mezclar” una
serie de marcadores del os dos tipos y experimentar con ellos, pensando cómo
nos gustaría ser vistos en determinadas situaciones y eligiendo marcadores que
refuercen ese estilo. Uno o dos marcadores en cada categoría suelen ser
suficientes para establecer o alterar las impresiones que los demás tienen de
nosotros.
3.-
Interpretar la situación. Una de las preguntas más frecuentes que se hacen los
líderes es cuándo deben inclinarse por un estilo o por el otro. Conseguir tener
la habilidad de “leer la situación” es parte del aprendizaje en relación con el
estilo de liderazgo equilibrado. Aunque podamos tener una idea general de cómo
queremos ser percibidos nuestro plan puede necesitar ser modificado una vez que
estemos inmersos en una situación. Es conveniente comprobar los marcadores que estamos
recibiendo de los demás antes de decidir cuál va a ser nuestro enfoque. Si estamos recibiendo marcadores de poder de
otros seguramente deberemos emplear nosotros también éstos para ganarnos su
respeto.
Los
ejecutivos suelen cometer el error común de utilizar marcadores de poder con
los subordinados y de atractivo con los superiores. El enfoque contrario con
frecuencia es más efectivo. Si utilizamos los marcadores de poder con los que
están a nuestras órdenes o son más jóvenes, tales como ignorarles, cambiar de
tema abruptamente o hablar demasiado en su presencia, seremos menos eficaces.
Lo mismo ocurre si utilizamos demasiados marcadores de atractivo con nuestros
jefes ya que pueden concluir que no estamos a la altura adecuada.
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