Vanessa Bohns en “You have more influence than you
think. How
we underestimate our power of persuasion, and why it matters”, que estamos comentando, plantea que los sociólogos llevan años preguntándose por qué es difícil
decir no y en lugar de hablar en términos de influencia, consideran que tiene
una mayor relación con la “buena educación” o cortesía.
El sociólogo Ervin Goffman en este sentido dice que una expectativa de la sociedad es que
protejamos la imagen de los demás y éstos nos protejan la nuestra, por lo que,
por ejemplo, si alguien nos dice que no pudo asistir a un acto al que le
habíamos invitado por estar enfermo, nuestra respuesta no va a ser decirle que
es mentira. Tendemos a no cuestionar la “imagen” de la otra persona porque
resulta incómodo para todos los implicados.
Cuando pedimos algo
entran en juego los mismos procesos. Si por ejemplo le decimos a alguien si nos
puede dejar su móvil, el subtexto de esta petición es que soy una persona en
quien confiar y por tanto mi solicitud de pedir prestado tu móvil es una
petición razonable. Si mi respuesta es negativa estaré cuestionando esa
presunción y que no me fio de ti. Este fenómeno es llamado por Sunita Sah como
de “ansiedad de insinuación” y se produce porque nos sentimos muy ansiosos si
insinuamos algo negativo de alguna persona. Por tanto buscamos disculpas para
asegurar a la persona que hoy no podemos pero que realmente cualquier otro día
nos sentiríamos honrado de dejarle el teléfono, pero que hoy no es posible por ……..de
esta forma pensamos que estamos dejando claro que no estamos insinuando que no
es de confianza la persona al rechazar su requerimiento.
De hecho odiamos
sentirnos avergonzados que hacemos todo tipo de cosas para evitar el bochorno y a todos los costes. Por ejemplo
todos los años mueren aproximadamente 5.0000 personas ahogadas en parte porque
prefieren no pedir ayuda cuando se atragantan en el curso de una comida.
El psicólogo John Sabini
y sus colaboradores han argumentado que la mayor parte de los hallazgos
icónicos en el campo de la psicología se pueden atribuir al miedo abrumador que
experimentamos las personas ante la posibilidad de sentirnos abochornados. Un ejemplo es el “efecto testigo o espectador”
por el que las personas tendemos a mostrar una actitud menos activa ante una
emergencia si hay alguien cerca, ya que cuantas más personas tengamos alrededor
menos responsables nos sentiremos si no actuamos. Tendemos a asumir que otra
persona ya lo está haciendo o lo va a hacer y sentimos que nuestra
responsabilidad se difumina.
Otro efecto que se
puede producir en estas situaciones es el de “ignorancia pluralística”, que se
presenta por ejemplo en casos en que podemos sospechar que existe un peligro
(una fuga de gas, ….), y pensamos si debemos hacer algo, pero si en esos
momentos iniciales de duda y parálisis miramos a nuestro alrededor y nadie está
haciendo nada, empezamos a cuestionarnos si realmente tenemos que hacer algo.
Colectivamente el resultado de este fenómeno es una terrible decisión de grupo
al no ser conscientes de que todos están pensando lo mismo: que alguien debería
hacer algo rápidamente.
El estudio de Milgram,
sobre la obediencia, demostró la
influencia que podemos tener sobre los demás en contextos cotidianos. En otra
versión del estudio el experimentador en lugar de dar las órdenes directamente
las daba por teléfono desde otra habitación. En este caso solo un 20% de los
participantes estaban dispuestos a
administrar las corrientes más altas, ya que no se sentían tan incómodos al
rechazar sus peticiones.
Resulta mucho menos
embarazoso decir no a alguien cuando no tenemos que hacerlo cara a cara. Este es,
por tanto, un aspecto importante cuando queremos persuadir a alguien. Tenemos
que tener en cuenta que un correo electrónico, por ejemplo, le da a la persona
que lo recibe una buena salida ya que no tiene que decir no a la cara. Por este
motivo una de las mejores tácticas de influencia, y menos utilizada, consiste en
recurrir a la relación y al contacto presencial.
La vergüenza y
especialmente el acto de evitar el posible bochorno juega un papel importante
en nuestras vidas, pero no solemos considerarlo como un motor significativo en
nuestro comportamiento o el de los demás. No es algo trivial porque las
personas tomamos decisiones terribles por el miedo que nos produce esta emoción
aparentemente sin trascendencia.
Pensamos que somos
personas buenas y responsables, queremos ser personas buenas
y responsables y en realidad la mayoría de las personas lo son. Pero distintas
investigaciones muestran que cuando nos enfrentamos a determinadas situaciones
que potencialmente nos pueden resultar embarazosas., aunque nuestras
intenciones sean buenas no informamos del humo que vemos y olemos o no dudamos
en participar aunque sea para algo malo para otro. Por tanto suele existir una
desconexión entre lo que la mayoría de las personas piensa que haría en estas situaciones y lo
que hacen cuando ésta se presenta porque
subestimamos el poder del temor al bochorno.
Diversos estudios
muestran que cuando consideramos otro tipo de interacciones hipotéticamente,
como, por ejemplo, cuando nos encontramos ante una injusticia solemos, también,
subestimar lo incómodos que nos sentiríamos si manifestamos nuestra
disconformidad u opinión en el momento. Como resultado pensamos que somos más
osados y dispuestos a la confrontación de lo que realmente seríamos y, asimismo,
creemos que los otros tendrían que haber sido o ser más valientes.
No podemos olvidar que,
por lo anteriormente expuesto, si de
forma inintencionada, por ejemplo, hacemos
algún comentario racista, inapropiado o que puede resultar dañino, puede ser
que no nos demos cuenta de ello porque lo más normal es que nadie nos diga
nada. Ninguno de nosotros estamos inmunes a decir cosas dañinas, insensibles o
que están mal. Es inevitable que otras personas se enfaden, se sientan
molestos, incómodos o atrapados por las cosas que decimos y hacemos. Idealmente
nos gustaría saber si nuestras palabras o acciones tienen este efecto para
poder modificar nuestro comportamiento, pero la persona afectada puede no
expresarnos estos sentimientos por la
parálisis que en ocasiones surge ante el miedo de encontrarse ante una
situación embarazosa.
Existe otro motivo por
el que nos cuesta decir no y es que normalmente queremos decir si, porque nos
gusta hacer cosas buenas por los demás y sentir que somos buenas personas. Por
tanto, cuando le pedimos algo a alguien le estamos dando la oportunidad de
sentirse bien consigo mismos, porque cuando les dejemos no estarán pensando
cómo se han sentido obligados a decir que sí, estarán pensando que buenas
personas son porque han ayudado a alguien.
Tenemos muchos
mecanismos de defensa psicológicos cuya función principal consiste en que nos
sintamos bien con nosotros mismos. Reimaginamos las cosas que hemos hecho para
mostrarnos en nuestra versión más positiva. Reinterpretamos nuestras acciones
de manera que tengan sentido y significado.
Tendemos a pensar que
lo que las personas hacen es el resultado de quiénes son y de aquello en lo que
creen. Por ejemplo si donan a una organización benéfica es porque son buenas
personas que piensan que todos deben donar a este tipo de instituciones. En
otras palabras nuestras creencias personales parece que dirigen nuestras
acciones, Pero los psicólogos han comprobado que esto no es siempre así. Daryl Bem, en este sentido, ha propuesto la “teoría de la auto – percepción”: primero
actuamos y luego utilizamos dicho comportamiento para calibrar lo que creemos.
De esta forma nuestras acciones van a determinar nuestras creencias. Por eso,
puedo donar a una entidad benéfica por alguna otra razón como por ejemplo, si
alguien me ha pedido que lo haga y no me he sentido capaz de rechazar la
petición, pero como conclusión puedo terminar pensando que soy una buena
persona y que todos deben hacer donaciones.
El hecho de que el
pedir pequeños favores hace que los demás se sientan bien no significa que
podamos hacer peticiones desconsideradas que pueden sobrecargar al que las
recibe o inapropiadas. La mayor parte de las personas no es consciente del
poder que tienen sobre los demás. Por esta razón podemos poner a los demás en
situaciones incómodas sin darnos cuenta. Podemos, por ejemplo, plantear una
idea éticamente cuestionable a los demás para que la consideren ( aunque lo
presentemos como un abroma), presionar a un amigo para que deje su trabajo y se
vaya de copas con nosotros o intentar ligar con un compañero/a de trabajo que
no nos ha dado ninguna señal de que está interesado en nosotros. Hacemos estas
cosas porque pensamos que las otras personas se van a sentir libres de
rechazarnos o decir no a cualquier cosa que digamos que pueda hacer que se
sientan incómodos, sin ser conscientes de que esto no es verdad.
Todo esto sugiere que
nuestra tendencia a subestimar nuestra propia influencia sobre los demás tiene
un lado oscuro. Si pensamos que nadie está escuchando somos capaces de proponer
malas ideas y no pensar en las peticiones
inadecuadas que estamos formulando a todo el mundo, asumiendo (incorrectamente)
que las personas van a rechazar nuestras malas ideas, no considerar nuestros
requerimientos inapropiados y llamarnos la atención por nuestras tonterías. Al
poner la responsabilidad de decirnos que se sienten mal o de que no están de
acuerdo en los demás intentamos eludir nuestra propia responsabilidad por las
cosas que decimos y las situaciones en las que nos ponemos. Por tanto, para combatir
las desinformación, el acoso sexual, la discriminación racial, la mala conducta
organizacional y munchas más situaciones cada uno de nosotros debe reconocer cuál
es el rol que está jugando a la hora de perpetuar o admitir estas cosas y asumir la responsabilidad por la influencia
que poseemos.
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