Stephen Martin y Joseph Marks en “Messengers. Who we listen to, who we don´t, and why”, plantean que existen 8
factores que determinan a quién escuchamos y a quién no. Como hemos comentando en entradas anteriores se
pueden agrupar en dos en dos categorías de mensajeros: “duros y blandos”. En el
primer caso su poder va asociado al estatus. Éste suele ir ligado a los siguientes
factores: posición económica, competencia, dominancia y atractivo físico, que
ya hemos comentado en entradas anteriores, pero existe otra ruta de influencia
que implica el fomentar la conexión en lugar de la superioridad. En contraste a
los mensajeros “duros” que buscan obtener influencia poniéndose por delante de
los demás, los mensajeros “blandos” consiguen su influencia llevándose bien con
el resto de las personas. Lo logran a través de cuatro rasgos de personalidad:
calidez, vulnerabilidad, honradez y credibilidad y carisma.
Cada uno de nosotros posee una necesidad “interna” de
pertenecer y un deseo de conexión con los demás. Un interés compartido o un
punto de vista común con frecuencia es suficiente para unir a las personas.
Cuando sentimos esa conexión, cuando percibimos que estamos ligados de alguna
forma a alguien, tendemos a escuchar
mejor y a dar más importancia a lo que tienen que decir que si ese lazo no
existiese.
Este es un fenómeno universal, independiente de
culturas o de tipos de personalidad. Todos los humanos estamos motivados para
formar conexiones sociales, para cuidar unos de otros, para compartir recursos
y para cooperar t, cuando experimentamos una conexión social positiva somos
recompensados con un chorro de felicidad. El impulso para formar conexiones
sociales es poderoso, ya que casi todos queremos evitar las consecuencias
sociales y emocionales del aislamiento y la soledad.
I.- CALIDEZ
Es un rasgo importante para un mensajero porque
muestra preocupación y amabilidad. Los mensajeros “blandos” no buscan demostrar
un estatus alto sino, fundamentalmente, benevolencia. Evitan demostraciones que
puedan ser interpretadas como hostiles y seleccionan cuidadosamente sus
palabras para no herir los sentimientos de los demás. Sienten tal deseo de
evitar conflictos que pueden dejar que los demás se salgan con la suya.
Muestran respeto, amabilidad e interés por los otros y al hacerlo dan más importancia a sus
oyentes antes que a ellos mismos.
Estar en compañía de una persona cálida es una
experiencia agradable por lo que suelen ser mensajeros eficaces. Los adultos
integran calidez en su lenguaje cotidiano para ayudar a suavizar las
interacciones sociales, por lo que utilizamos palabras y frases respetuosas en
las conversaciones diarias con otras personas, para mantener una actitud
civilizada y mostrar nuestro encanto y cortesía. Por esta razón la mayoría de
las nuevas conversaciones comienzan preguntando cómo se encuentra el otro. Si
no lo hacemos los demás pueden asumir que o bien tenemos algo más urgente que
decir o que estamos siendo maleducados, y si lo primero no se confirma asumirán
la segunda posibilidad.
Una actitud cálida puede transformar el entorno
laboral. Por ejemplo, un estudio encontró que mientras solo un 50% de los
profesionales estarían dispuestos a apoyar a un compañero en el trabajo que les
pidiese ayuda, el 79 % lo hacia si la persona que les hacia el requerimiento
les lisonjeaba antes. Los líderes, que con frecuencia son considerados como
mensajeros “duros” pueden beneficiarse de adoptar la personalidad más cálida
del mensajero “blando”.
Los líderes cálidos conectan con sus seguidores a
través de varios factores siendo el principal la positividad. Otro factor es la
gratitud o recompensa social, como han mostrado en sus investigaciones Adam Grant y Francesca Gino, en las que se asocia una simple expresión de gratitud
con el incremento del desempeño y la simpatía hacia el que la ofrece.
El tercer elemento importante es la compasión. Lo que
implica la compasión por el sufrimiento del oyente, por ejemplo por sus quejas.
Esta regla básica es tan fuerte que se aplica hasta en los casos en los que el mensajero no es
responsable de causar el mal genio o los malos sentimientos. El mensajero que se disculpa por algo desagradable, pero
fuera de su control, es percibido como compasivo, lo que le hace parecer más
cálido, lo que a su vez aumenta la receptividad a sus palabras.
Existe otro aspecto importante: la humildad, pero hay
que tener en cuenta que puede ser un arma de dos filos. La “humildad
apreciativa” en la que una persona muestra su apreciación y reconocimiento de
otras personas y, por tanto, exhibe un deseo incrementado de afiliación, es
generalmente positivo. Por ejemplo, cuando Barack Obama recibió el Premio Nobel
de la Paz en 2009 no presumió de sus logros , sino que públicamente declaró que
éstos eran relativamente triviales en relación con los de los ganadores
anteriores del premio. Esta falta de egocentrismo, junto a la apreciación de las
cualidades de los demás se asocia con un incremento de las tendencias
prosociales, con una actitud abierta, acompañada del deseo de aprender de los
demás y de aceptar las críticas. Por el contrario la “humildad auto- degradante”
lo que ocasiona es la falta de estatus en los ojos de los demás. Mientras la
apreciativa es positiva y suele surgir de una posición de fuerza, la
auto-degradante suele proceder de una baja autoestima. Los que practican ésta
última no tienen un fuerte sentido de pertenencia y sienten que los demás no
les respetan. Suelen ser dóciles y sumisos y los mensajes que quieren
transmitir se ven afectados por esa debilidad.
La calidez tiene, también, inconvenientes. Puede ser
inmensamente potente y persuasiva, pero si se gestiona inadecuadamente, puede
ocasionar que el mensajero sea ignorado o explotado. El mensajero que parece
que es demasiado cooperador, que expresa culpa fácilmente y muestra excesiva
preocupación por las reacciones de los demás, puede ser considerado un pelele.
La calidez forzada y poco natural tiende, también, a ser recibida negativamente
por los demás. Las audiencias son capaces de ver a través de la fachada y
juzgar en consecuencia.
Existe otro peligro si las expresiones de generosidad
o empatía son exageradas y es que pueden desconcertar a los demás en lugar de
traerlos a nuestro terreno. El hiper-altruista puede ser considerado como más
cálido que aquellos que actúan egoístamente pero sus acciones pueden hacer que
los demás se sientan incómodos.
Pero el mayor riesgo
es en relación a la percepción de estatus. La calidez se puede
considerar como un indicador de estatus bajo, lo que presenta un verdadero
desafío para los mensajeros “blandos”, especialmente en las primeras etapas de
una interacción social.
No obstante, aunque en algunas circunstancias los
comportamientos generosos o cooperativos puedan poner en peligro el estatus, la
calidez normalmente incrementa la reputación del mensajero y le ofrece
ventajas, tales como una mayor conexión ye influencia. Las personas quieren ser
vistas como miembros de la sociedad cálidos, amables y generosos.
II.-
VULNERABILIDAD
El dinero, el desarrollo de carrera y de competencias
son aspectos cruciales de un trabajo para la mayoría de los profesionales, pero
existe otro elemento que es muy importante: la sensación de conexión que
sienten con su trabajo y con su organización. Esta conectividad ayuda a generar
lealtad, ayuda a tener una razón para ir a trabajar, más allá de las recompensas
económicas y anima a hacer un trabajo excelente. Por ejemplo un estudio
realizado entre 5.000 profesionales de la salud daneses mostró que aquellos que
se sentían emocionalmente conectados con su entorno laboral experimentaban
mayores sensaciones de bienestar, así como un mayor compromiso con su organización
y compañeros.
Brené Brown mantiene que residiendo en el núcleo de
cualquier conexión social se encuentra alguna forma de vulnerabilidad, siendo
ésta necesaria para crear una conexión emocional fuerte entre el líder y sus
profesionales. La conexión social implica la disposición, por nuestra parte, de
dejar atrás la máscara protectora que mostramos frecuentemente para poder ser genuinamente honestos y abiertos. En otras
palabras: bajar la guardia y asumir nuestra vulnerabilidad, ya que nos gusta
ver que las personas son sinceras y abiertas pero tememos que los demás sean
capaces de conocer nuestro interior.
La exposición de nuestras vulnerabilidades ya sean, la
admisión de nuestra intervención en un juicio o interpretación errónea, la
confesión de un propósito romántico o simplemente transmitir una petición de
ayuda, requiere un cierto grado de valor. Lo más sencillo es protegernos
manteniendo cerrada nuestras mentes y boca. Revelar nuestros verdaderos
sentimientos, necesidades y deseos y, por tanto, adoptar una posición de
vulnerabilidad es mucho más duro.
Una razón para esto es el riesgo incrementado de
rechazo si nos atrevemos a abrirnos a los demás. Recibir una respuesta
negativa, después de habernos mostrado vulnerables, puede ser muy doloroso. Pero
nuestras predicciones pesimistas con frecuencia se hacen sin mucho fundamento. Investigaciones
realizadas por Vanessa Bohns y Frank Flynn, ya mencionadas en entradas
anteriores, han mostrado que en muchas situaciones las personas subestiman la
disponibilidad de la ayuda, porque tienden a olvidar el coste de decir que no.
Otra razón por la que nos sentimos intranquilos a la
hora de expresar vulnerabilidad es que tendemos a centrarnos en aquello que
puede ir mal. Nos preocupa que si admitimos un error, por ejemplo, podamos
perder nuestro trabajo o que si tratamos de conectar con alguien o le pedimos
ayuda nos rechacen y nos humillen, con
lo que sufriríamos una pérdida de estatus y nuestra autoestima disminuiría.
La consecuencia terrible de este pesimismo
es que precisamente en los periodos de angustia psicológica, cuando más
necesitamos ayuda, es cuando mente vamos a pedir ayuda.
Cuando los mensajeros se muestran vulnerables al
revelar inseguridades o potenciales debilidades a otros, suelen terminar
manteniendo relaciones sociales más agradables y las conexiones que se forman
como resultado suelen ser más fuertes. Si compartimos nuestros pensamientos,
experiencias, sentimientos y rasgos, los demás van detectar similitudes ( “eres
como yo”) o van a poder conocernos mejor.
Por tanto, nos entenderán mejor y la relaciones con ellos se
beneficiará.
Es evidente que demasiadas revelaciones pueden tener
un efecto negativo. Lo que el mensajero comparte con otros debe ser apropiado
al contexto y con el grado de cercanía en la relación. Hacer lo contrario corre
el riesgo de causar incomodidad y vergüenza. Las revelaciones inapropiadas no suelen ser correspondidas y suelen
interpretarse de forma negativa.
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