Peter Bregman, director general de Bregman Partners, empresa internacional de
consultoría y autor de varios libros sobre liderazgo, en un artículo publicado
en Harvard Business Review del pasado mes de septiembre reconocía que Rafael
Nadal es su héroe.
Lo es no
tanto, según el autor, porque su
resistencia física sea extraordinaria, su capacidad de concentración inspire
admiración, sus habilidades deportivas las mejores en el campo del tenis
mundial actualmente, su tenacidad infatigable y sea un gozo verle competir sino
por su actitud al finalizar el último Open de Estados Unidos. En ese momento se
convirtió en un modelo para él .
Nada más
acabar con su victoria el torneo, Nadal se dejo
caer al suelo, llorando, luego dio un salto de alegría para terminar tumbado en
la pista de tenis, con la cara mirando el suelo, sollozando. Momentos después se
levantó y abrazó a su oponente Novak Djokovic.
La
reflexión que le surgió a Bregman tras esta escena fue: “Esto es lo
que ocurre cuando te entregas plenamente a algo”, para pasar posteriormente a
plantearse: “¿Dónde está esta energía en nuestras organizaciones en la
actualidad?”, “¿Dónde están los profesionales dando saltos de alegría o llorando
tanto de felicidad como de pena?” En muchas ocasiones, en la actualidad, las
personas parecen estar trabajando con indiferencia, insensibles y ajenos y la
pregunta que puede surgir es: “¿Dónde
están las personas?”.
El autor
reivindica la necesidad de lugares de trabajo en los que las personas puedan
sentirse como tales.
Antes de
la explosión de emociones de Nadal, Bregman destaca que el tenista tuvo que
estar entrenando durante horas y horas, canalizando la energía procedente de su
cuerpo con respuestas controladas y movimientos calculados, manejando sus
emociones.
Esta es la
forma adecuada, para el autor, de lograr alcanzar cualquier objetivo retador.
Pero una vez conseguido tenemos que ver qué pasa con toda la energía liberada.
La respuesta de Nadal fue la reacción natural a la energía almacenada para
concentrarse en el juego. El problema en el mundo laboral, es que con
frecuencia reprimimos o anulamos la manifestación de nuestras emociones. Al
surgir el modelo de inteligencia emocional parecía que éste iba a permitir que los profesionales pudiesen
expresar sus emociones de forma más auténtica en sus trabajos, que nos
enseñaría a responder adecuadamente ante las emociones de los demás y a
celebrar nuestros triunfos sin perder de vista a cómo los podían vivir nuestros
compañeros, fuesen amigos o contrincantes. Pero esto, según Bregman, nunca
ocurrió y en la mayor parte de las ocasiones se ha convertido en una jerga para
discutir sobre las emociones de forma intelectual o para codificarlas en modelos
de competencias, mientras mantenemos nuestros sentimientos prisioneros en el
interior de nuestras cabezas.
El autor
afirma que ese no es el mundo en el que quiere vivir y que seguro que la
mayoría de las personas tampoco lo desean, aunque nos sintamos en él seguros y
cómodos, pero estos efectos se producen a corto plazo. A largo plazo el
mantener nuestras emociones controladas de forma presentable nos daña a nosotros y a nuestras relaciones, conduce
al burnout y puede llegar a enfermarnos.
Bregman
termina su artículo reivindicando que vivamos la vida de forma más parecida a
Rafael Nadal, con pasión por lo que hacemos y con una actitud abierta
emocionalmente. Actuar de esta manera puede resultarnos un poco alarmante,
hacernos más vulnerables y que sintamos
vergüenza al principio ya que estamos mostrando nuestras debilidades, pero a la
larga resulta liberador, puesto que somos fundamentalmente seres emocionales y es
hora de que lo reconozcamos abiertamente.
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