Phil Rosenzweig en su libro “Left brain, right stuff. How leaders make winning decisions” plantea que para tomar decisiones “ganadoras” los líderes necesitan dos capacidades muy distintas: el talento para realizar análisis claros y certeros (cerebro izquierdo) y la disposición para tomar decisiones valientes. El éxito reclama coraje y cálculo, acción al tiempo que análisis.
Los seres humanos no
somos exclusivamente criaturas racionales. Cometemos errores predecibles y
tenemos prejuicios que condicionan negativamente nuestras decisiones. Entre los
fallos que cometemos con más frecuencia tenemos que:
a).- Tendemos a tener un
exceso de confianza en nosotros mismos y un gran optimismo con respecto al
futuro no suficientemente justificado.
b).- Buscamos la información
que confirme nuestros deseos, no la que puede cuestionar nuestras esperanzas.
c).- Nos movemos bajo
la “ilusión de control”, que nos lleva a pensar que tenemos más influencia
sobre los hechos de la que realmente tenemos.
d).- Nos engañamos con el
azar y vemos patrones donde no existen.
e).- No somos
intuitivamente buenos estadísticos y
preferimos un marco coherente, antes que lo que tienen sentido de acuerdo con
las leyes de la probabilidad.
f).- Caemos en el
prejuicio de pensar que siempre tenemos razón.
Un consejo recomendable
para tomar buenas decisiones ante lo anteriormente expuesto es el de que
debemos ser conscientes de nuestra tendencia a experimentar estos prejuicios
comunes y buscar formas para evitarlos.
Existen factores que
van a intervenir en el proceso de toma de decisiones que no podemos olvidar:
1.- Muchas decisiones
tienen una dimensión competitiva. No sólo queremos hacerlo bien, sino mejor que
nuestros rivales.
2.- En el caso de
muchas decisiones se va a tardar mucho
en contemplar los resultados.
En su libro, que hemos
comentado en anteriormente,
“Thinking, fast and slow”, Daniel Kahneman, psicólogo y Premio Nobel de
Economía en 2002, describe dos tipos de pensamiento. El Sistema 1, que es el
que sigue nuestra mente intuitiva y es rápido en reaccionar y que, aunque es
eficaz, con frecuencia conduce a errores. Nuestra mente reflexiva utiliza el
más lento Sistema 2. Kahneman sugiere que la forma de bloquear los errores que
se originan en el Sistema 1 es sencilla: reconocer las señales de que nos
encontramos en un campo cognitivo minado, disminuir nuestro ritmo y pedir
refuerzos al Sistema 2. Este es un consejo adecuado siempre que hayamos educado
a nuestro Sistema 2 para que esté en condiciones de facilitar el refuerzo adecuado.
Rosenzweig destaca,
como hemos comentado, que las decisiones “ganadoras” combinan dos habilidades,
cuya procedencia es:
I.-
CEREBRO IZQUIERDO: está asociado fuertemente al
razonamiento lógico. Utilizarlo implica que vamos a:
a).- Conocer la
diferencia entre lo que podemos controlar y lo que no, entre acción y
predicción.
b).- Conocer la
diferencia entre el desempeño absoluto y relativo, esto es entre las ocasiones
en que lo tenemos que hacer mejor que los demás y aquellas en que lo tenemos
que hacer bien.
c).- Ser capaces de
distinguir cuándo es mejor arriesgarnos y errar al realizar una acción o cuando
es mejor no actuar.
d).- Determinar cuándo
actuamos a título individual y cuando lo hacemos como líderes en un entorno
organizacional y tenemos la obligación de inspirar a los demás para alcanzar
altas cotas de desempeño.
e).- Reconocer cuándo
existen modelos o técnicas que nos pueden ayudar a tomar decisiones mejores,
pero también, cuáles son sus limitaciones.
Todos estos factores
son importantes pero no suficientes. Las
grandes decisiones demandan, también, un deseo de aceptar riesgos e ir más allá
de hasta donde nunca se ha llegado. Necesitan lo que el autor llama:
II.-
GESTIÓN INTELIGENTE DEL RIESGO. Implica:
a).- Tener los
suficientes niveles de confianza y seguridad en uno mismo. Niveles que pueden
parecer excesivos pero que son útiles para lograr alcanzar un alto desempeño.
b).- Ir más allá de
desempeños pasados para alcanzar niveles que nunca se han logrado.
c).- Introducir en los
demás el deseo de abordar riesgos apropiados.
Rosenzweig plantea que
la primera clave para tomar buenas y grandes decisiones es sencilla: saber si
estamos tomando una decisión sobre algo en lo que no podemos influir o sobre
algo sobre lo que si podemos ejercer algún control.
En los casos en los que
se nos pide que hagamos un juicio o tomemos una decisión sobre algo sobre lo
que no tenemos ninguna influencia no debemos ser optimistas, sino lo más
exactos posibles. Pero si tenemos esa capacidad el pensamiento positivo es muy
útil. Goethe decía que: “ Para alcanzar todo para lo que tiene capacidad, el
hombre tiene que pensar que es más capaz de lo que realmente es”. No mucho más
capaz pues es evidente que las ilusiones de grandeza no son sanas. Pero en
relación con muchas actividades en las que si podemos intervenir para moldear
los resultados, el pensamiento positivo sí importa. Las implicaciones de este
hecho son profundas ya que tradicionalmente tener salud mental se consideraba
que consistía en ver el mundo tal cual es y asumíamos que las personas sanas
mentalmente eran capaces de percibir las cosas claramente, libres de
prejuicios. El ver las cosas como no son
sería un signo de que nuestra mente veía las cosas distorsionadas y de que nos
estábamos engañando a nosotros mismos. Por esta razón gran parte de la teoría
sobre la toma de decisiones se basa en advertir de los efectos nocivos de los
prejuicios más comunes. Pero si podemos
influir en los resultados el enfoque cambia. Los psicólogos Shelley Taylor y
Jonathan Brown encontraron que las
ilusiones positivas (pensar que somos mejor de lo que somos fruto de
autoevaluaciones poco realistas, de percepciones exageradas de control o de
maestría y de optimismo poco realista) con frecuencia traen consigo una serie
de beneficios. Por ejemplo conducen a las personas a tomar la iniciativa en
lugar de aceptar el status quo, nos ayudan a superar la adversidad y a
sobrevivir en tiempos difíciles. Hacen que seamos más resilientes y que estemos
menos dispuestos a aceptar que hemos sido derrotados. El pensamiento positivo
estimula la creatividad y ayuda a perseverar en situaciones muy competitivas.
Esto no quiere decir
que una actitud positiva pueda vencer cualquier obstáculo ya que si no podemos
influir en las cosas poco podemos ganar del pensamiento positivo.
La necesidad de
distinguir entre lo que podemos controlar y lo que no se resume en la “Oración
de la serenidad” del teólogo Reinhold Niebuhr que hace una sencilla pero
profunda distinción: si intentamos cambiar lo que no podemos nos frustraremos,
pero si no cambiamos aquello que entra dentro de nuestras posibilidades
terminaremos sintiéndonos desvalidos y cayendo en el fatalismo. Conocer la
diferencia es un signo de sabiduría. Si no podemos ejercer ningún control el
mejor enfoque es el juicio sobrio y distante.
Las investigaciones
sobre toma de decisiones han mostrado que las personas creemos que tenemos más
control sobre las cosas que el que realmente tenemos. Los estudios más famosos
sobre el tema son los realizados, en la década de los setenta del siglo pasado,
por Ellen Langer, psicóloga en la Universidad de Harvard. En uno de ellos se
analizaba la reacción de las personas ante la compra de un billete de lotería,
si les daba igual que lo comprase otro por ellos ya que los números ganadores
los marca el azar y cualquier número es tan bueno como otro. Se encontró que a las personas si les
importaba, llegando al extremo de estar dispuestos pagar por el privilegio de
seleccionar el número. Langer llama a este fenómeno la “ilusión de control”
ésta se reconoce como un error de juicio y con frecuencia se incluye en las
listas de prejuicios comunes.
Otros estudios han
profundizado más y han encontrado que las personas tenemos una comprensión
imperfecta del grado de control que podemos ejercer sobre las cosas. Si éste es
bajo tendemos a sobreestimarlo y si es alto a subestimarlo. Al intentar
analizar cuál de estos dos errores cometemos con más frecuencia observamos que
para cosas sobre las que no tenemos control, por ejemplo si mañana lloverá o
estará soleado, cualquier error estará naturalmente del lado de la exageración.
Pero sobre muchas
actividades como jugar al golf, realizar nuestro trabajo, tocar u
instrumento,…, el resultado, mejor o peor,
va a depender de las acciones que ejecutemos, de nuestras habilidades y
talentos, de nuestra capacidad de reaccionar bajo presión y de nuestros mapas
mentales, por lo que no debemos subestimar las posibilidades de control que
tenemos.
La distinción entre lo
que podemos controlar o no puede parecer sencilla pero con frecuencia no es
fácil hacerla. Atul Gawande ofrecía esta reflexión después de una serie de años
practicando la cirugía.”Pensaba que la mayor dificultad para ser médico era el
aprendizaje de las habilidades necesarias. Pero esto no es así, ya que cuando
empiezas a tener confianza en que sabes lo que estás haciendo, un fallo te
derrumba. No es el estrés del trabajo, tampoco, aunque a veces nos agota. No,
la parte más dura es saber cuando tienes poder para hacer cosas y cuando no”.
Gawande tiene razón y en medicina hacer esta distinción es crucial, pero lamentablemente con frecuencia se olvida y los médicos al hacer sus diagnósticos, como muestra Jerome Groopman en su libro “How doctors think”, caen en diversos prejuicios como el de la disponibilidad ( se concede demasiada importancia a la información que está accesible con facilidad, con lo que se tiende a pensar en las patologías más comunes, olvidando hacer el diagnóstico diferencial con las menos comunes), el de la confirmación ( la tendencia a buscar evidencia que apoye nuestra primea intuición, evitando la que puede contradecirla) y pueden pensar que su capacidad de actuación es mínima. Olvidan el poder que una actitud mental positiva puede tener en la recuperación de muchas enfermedades y en la influencia que ejercen sobre sus pacientes y sobre la actitud que éstos van a tener.
Gawande tiene razón y en medicina hacer esta distinción es crucial, pero lamentablemente con frecuencia se olvida y los médicos al hacer sus diagnósticos, como muestra Jerome Groopman en su libro “How doctors think”, caen en diversos prejuicios como el de la disponibilidad ( se concede demasiada importancia a la información que está accesible con facilidad, con lo que se tiende a pensar en las patologías más comunes, olvidando hacer el diagnóstico diferencial con las menos comunes), el de la confirmación ( la tendencia a buscar evidencia que apoye nuestra primea intuición, evitando la que puede contradecirla) y pueden pensar que su capacidad de actuación es mínima. Olvidan el poder que una actitud mental positiva puede tener en la recuperación de muchas enfermedades y en la influencia que ejercen sobre sus pacientes y sobre la actitud que éstos van a tener.
Si analizamos lo que
ocurre en las organizaciones vemos que la esencia del management es el ejercer
control ye influir para que las cosas se hagan. Naturalmente los directivos no
tienen el completo control sobre los resultados, como ocurre en el caso de los
médicos sobre la salud de sus pacientes, y se encuentran inmersos en hechos que
se escapan de su control como factores macroeconómicos, cambios tecnológicos,
acciones de sus rivales, etc, pero no deben subestimar su capacidad de control.
Todos desearíamos tener
la sabiduría para discernir entre lo que podemos cambiar y lo que no, pero
cuando no estamos seguros surge la pregunta de que a la hora de tomar
decisiones qué equivocación es menos mala. Si es mejor imaginar que tenemos más
control o menos.
Si pensamos que tenemos control cuando no lo tenemos estamos cometiendo un error de tipo 1 (falso positivo). El resultado es un error de comisión: actuamos cuando no deberíamos hacerlo. Por el contrario si pensamos que no podemos influir en los resultados cuando realmente si podemos, subestimamos nuestra capacidad de control y estamos ante un error de tipo 2 (falso negativo) no actuamos y deberíamos haberlo hecho. Tenemos, por tanto, que considerar las consecuencias que pueden tener cada uno de estas creencias para intentar evitar elegir la peor. Como regla general es mejor errar en el sentido de que podemos influir en las cosas y lograr que se hagan que en el sentido de asumir que no podemos hacer nada.
Si pensamos que tenemos control cuando no lo tenemos estamos cometiendo un error de tipo 1 (falso positivo). El resultado es un error de comisión: actuamos cuando no deberíamos hacerlo. Por el contrario si pensamos que no podemos influir en los resultados cuando realmente si podemos, subestimamos nuestra capacidad de control y estamos ante un error de tipo 2 (falso negativo) no actuamos y deberíamos haberlo hecho. Tenemos, por tanto, que considerar las consecuencias que pueden tener cada uno de estas creencias para intentar evitar elegir la peor. Como regla general es mejor errar en el sentido de que podemos influir en las cosas y lograr que se hagan que en el sentido de asumir que no podemos hacer nada.
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