Christine Porath en hbr.org del pasado 14 de noviembre plantea la necesidad de procurar aislar a los profesionales tóxicos para reducir sus efectos negativos. Todas las personas tenemos un efecto grande, positivo o negativo en las emociones de los demás.
En
su libro “Connected”, el profesor de Harvard, Nicholas Christakis y James Fowler
muestran que la felicidad se extiende de la persona a sus amigos y de éstos a
los amigos de sus amigos. En otras palabras si uno de los amigos de nuestros
amigos es más feliz nosotros podemos serlo también. Sus hallazgos muestran que
hasta las interacciones frecuentes y superficiales cara a cara pueden influir
poderosamente en la felicidad.
Desgraciadamente las
acciones negativas se pueden extender de la misma forma. La evidencia nos
demuestra que tener un empleado tóxico o que roba la energía en nuestro equipo
u organización tiene grandes costes. No sólo se van a ver afectados negativamente
las personas que le rodean, según las investigaciones de Dylan Minor las
personas que se encuentran más cercanas al empleado tóxico pueden llegar a
convertirse en tóxicas ellas mismas.
Por estas razones es
importante detectar a este tipo de empleados. Alexandra Gerbasi, Andrew Parker
y la autora han encontrado que el efecto
de una de estas personas que roba la energía es de 4 a 7 veces mayor que el
efecto que tienen aquellas personas que transmiten energía. Esto significa que
numerosos compañeros de los profesionales tóxicos se van a ver inmersos en la
negatividad con el correlato de efectos negativos que producen tales como que
la información se va a compartir menos, que la motivación y el desempeño van a
descender de una forma muy apreciable y un descenso en el interés y el
entusiasmo por el trabajo. En lugar de centrarse en cumplir los
objetivos de sus metas los recursos cognitivos de los empleados se van a dedicar a analizar sus relaciones negativas y cómo
gestionarlas. Los equipos experimentan
mayor conflicto y menor cohesión y confianza con lo que desciende su
habilidad para resolver problemas y
disminuye su rendimiento.
Las relaciones
negativas reducen, también, su sentido de pertenencia. Las relaciones que roban
las energías, tanto a nivel individual o de grupo, provocan una sensación de
infelicidad e insatisfacción, disminuye la motivación e incrementa las
intenciones de los profesionales para abandonar la organización, sobre todo en
el caso de los profesionales de alto rendimiento.
Si nos planteamos qué
podemos hacer en estas situaciones la respuesta ideal sería prescindir del
profesional. Pero en ocasiones esto es imposible por lo que como alternativa
podemos intentar aislarle para que sus efectos tóxicos no se extiendan. La
clave se encuentra en poner distancia física entre el profesional tóxico y el
resto del equipo por medio de la reasignación de proyectos, disminuir las
reuniones presenciales o favorecer el trabajo desde el domicilio en los casos
en que sea posible.
De esta forma
reduciremos el número de contactos y por
tanto, debería disminuir también los efectos a nivel cognitivo, psicológico y
emocional que tiene este tipo de personas y que conducen a una menor
productividad, desempeño y creatividad. Esta estrategia se debe abordar con una
gran discreción propiciando los encuentros individuales con los compañeros del
profesional tóxico para conocer sus quejas
e intentar diseñar medidas con ellos para minimizar sus efectos.
Nos debemos centrar en
el entorno de trabajo del trabajador nocivo para comprobar si es posible
aislarle y disminuir sus interacciones con el resto de sus compañeros.
Se les detecta facilmente y poco a poco ellos acaban apartados, pero eso sí, quejándose.
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