Jennifer Petriglieri y Gianpiero Petriglieri, en la edición de mayo-junio de Harvard Business Review, plantean que en las dos décadas que llevan estudiando y a con “futuros líderes” han encontrado muchos profesionales que luchan con lo que parece ser buena suerte. En la mayor parte de los casos han sido identificados como “estrellas” en función de su desempeño y como aprendices rápidos. Pero, con frecuencia, esta consideración no acelera su crecimiento como líderes en su organización como se podría suponer. Por el contrario les enlentece o incapacita disminuyendo su compromiso y dañando su desempeño.
En
un momento en el que las organizaciones luchan por el talento resulta difícil
reconocer que para algunos profesionales ser reconocidos como talentos se
convierte en una maldición. Los aspirantes a líderes trabajan duro para
responder a las expectativas de los demás y en el camino las cualidades que les
ayudaron a ser especiales y a ser excelentes y sentirse comprometidos tienden a
enterrarse y comienzan a comportarse como todos los demás debilitando su
energía y ambición.
Esta
“maldición” afecta a los profesionales con talento incluso en organizaciones
que invierten mucho en el desarrollo como han podido observar los autores en
sus estudios de cientos de directivos y profesionales de diversos sectores en
todo el mundo y han llegado a las siguientes conclusiones:
Con
frecuencia comienza cuando la organización facilita al profesional una
plataforma para perfeccionar sus habilidades en la confianza de recibir algún
tipo de recompensa por ello en su carrera profesional. Aunque esa persona, en
un principio, se siente agradecida por la oportunidad que se le brinda una
ansiedad acompañada de resentimiento le domina posteriormente difícilmente
explicable o justificable.
Dos
mecanismos psicológicos, idealización e identificación, parece ser que se
transforman en una destructiva combinación para los profesionales con alto
potencial: se ensalza la promesa que supone el profesional con talento lo que
supone un peso para éste ya que si el futuro no se presenta tan brillante como
todos esperan él será el que ha fracasado y su futuro se verá comprometido.
En
las organizaciones en las que los ejecutivos quieren culturas fuertes y cambios
rápidos los directivos con talento se sienten presionados para ser
simultáneamente revolucionarios y ganar la aprobación del “establishment”. La
tensión que esta situación genera termina agotando a los que la padecen.
Cualquier oportunidad se convierte en una obligación y cualquier reto en una
prueba. El profesional con alto potencial lucha por ser un perfecto directivo y
para ello anula sus propios talentos, las pasiones e idiosincrasias que le
hicieron destacar y la “maldición del talento” triunfa fruto de la inseguridad
que le lleva a adaptarse y mimetizarse
como forma de protegerse y el “líder futuro” se torna en un “seguidor
excepcional”.
Tres señales nos
pueden alertan
de que estos problemas empiezan a surgir:
a).- El paso de
usar nuestro talento a tener que demostrarlo. Una vez que nos han incluido
entre los profesionales de alto potencial la emoción por ese reconocimiento
pronto se desvanece al tiempo que la expectación despertada crea una mayor
presión. Atrapados entre el reconocimiento de sus logros pasados y la
posibilidad de oportunidades futuras los aspirantes a líderes con frecuencia
contemplan el presente como un tiempo en el que tienen que demostrar que
merecen ambas. En el esfuerzo de asegurar que responden a esas promesas se
vuelven más calculadores en relación a dónde y en qué tienen que esforzarse.
Carol Dweck, psicóloga de Stanford, en sus estudios ha delimitado la distinción entre
orientación al desempeño y orientación al aprendizaje. Cuando los niños piensan
que su inteligencia es fija y está predeterminada suelen desanimarse enseguida
al enfrentarse a complicadas tareas escolares y se rinden con facilidad ante
los problemas que no pueden resolver con facilidad. Por el contrario, los niños
que creen que su inteligencia es maleable reflexionan más sobre los problemas
porque interpretan que son una forma de seguir aprendiendo. Los que tienen una
orientación al desempeño se sienten avergonzados cuando fallan, mientras que
los que están orientados al aprendizaje se sienten incentivados por ellos y
trabajan más duro para evitarlos. Dweck ha encontrado que lo mismo ocurre con
los adultos en el mundo laboral. Las expectativas amplificadas sobre ellos que
perciben los profesionales de alto potencial propician la orientación al
desempeño y a que el aprendizaje se
contemple como una forma de afirmar sus talentos. De esta forma al final las
personas especiales se convierten en vulgares. .
b).- La preocupación excesiva por la imagen aunque se añore la autenticidad. Herminia Ibarra en sus investigaciones sobre transiciones de liderazgo ha encontrado que la preocupación por la imagen es una consecuencia natural de las presiones para demostrar nuestro talento. En la mayor parte de las organizaciones las promesas de liderazgo futuro van dirigidas a aquellos que se adaptan a la cultura organizacional deseada: la visión y valores establecidos por los altos ejecutivos. Por esta razón los profesionales con alto potencial van a mostrar en el trabajo aquellos aspectos que se identifican con el liderazgo esperado, por lo que pueden sentir que no son auténticos.
Este
fenómeno se produce no sólo en aquellos que no se sienten cómodos fingiendo
sino también en profesionales que asumen roles que parece que son naturales
para ellos, ya que al exponer continuamente sólo un aspecto de ellos mismos
terminan limitándose y empobreciéndose y pierden su espontaneidad.
En su
reconocida investigación la psicóloga Alice Miller examinaba el “drama del niño
con talento”. En ella describe como niños inquisitivos e inteligentes con
frecuencia aprenden a esconder sus sentimientos y necesidades para responder a
las expectativas de sus dedicados padres. Aprenden a hacerlo tan bien que al
cabo del tiempo ya no son capaces de discernir lo que sienten y piensan
realmente, lo que les produce una sensación de vacío y aislamiento. Este mismo
efecto puede surgir, también, en los profesionales con alto potencial ya que
paradójicamente el hecho de ser reconocidos como talentos termina robandoles el
talento. Sus talentos siguen existiendo pero ya no son suyos, pertenecen a un
distante y demandante “padre organizacional”.
c).- El
posponer el trabajo significativo. Cuando las personas se sienten atrapadas por
las expectativas de la organización y esperan recibir grandes recompensas por
aguantar el cautiverio con dignidad el presente pierde su significado para
ellos. Comienzan a localizar sus sueños de recuperación y de posibilidad de
poder expresarse como son en el futuro, que es el momento en el que confían
serán libres para decir lo que deseen, para relacionarse con los demás
abiertamente y para liderar como verdaderamente han querido siempre.
Algunos se
limitan a esperar que el adormecimiento se disipe, otros se imaginan lo que
harán una vez que abandonen esa “carrera de ratas” en la que están inmersos,
metas que sólo se atreven a compartir con unos pocos amigos íntimos por el
temor de que estos sueños se vean, también, comprometidos. Este fenómeno lo
describió H. G. Baynes como “la neurosis de la vida provisional”. Debido a él
los líderes en desarrollo consideran su trabajo actual como instrumental para alcanzar
oportunidades futuras y creen que su futuro trabajo tendrá mucho más sentido.
Qué es lo que serán adquiere más importancia que lo que son, el presente deja
de pierde valor por lo que dejan de
ofrecer lo mejor de sí mismos.
En el
momento en el que logran escapar hacia el futuro la “maldición del talento” ya
les ha poseído y aunque el profesional de alto potencial pueda parecer que está
inmerso en su trabajo no lo está y si continúa considerando su trabajo actual
como vacío no le ayudará ni el abandonar la organización.
Los autores plantean que aunque la “maldición” puede
influir negativamente en el crecimiento personal, compromiso y desarrollo de
carrera de los profesionales con mayor potencial puede neutralizarse y
“romperse” y para ello recomiendan seguir tres pasos:
1.- SER PROPIETARIOS
DE NUESTRO TALENTO, NO SER POSEÍDOS POR EL MISMO
Una vez que nuestro talento se convierte en nuestra identidad cualquier
reto al que le sometamos parecerá que es un reto a nuestra identidad. Si
reaccionamos y nos sometemos para satisfacer las expectativas de todos, incluidas
las nuestras, no solucionaremos nada y nos convertiremos en seguidores de lo
que creemos que los demás quieren. Tampoco es una buena opción ignorarlas ya
que nos considerarán como mínimo rebeldes. Por el contrario debemos mantenernos
conscientes de lo que necesitamos y de lo que los otros quieren sin dejar que ninguna
de ellas nos obsesione.
Lograr este equilibrio con frecuencia requiere aprender a aceptar que
necesitamos ayuda, aunque pensemos que no la necesitamos, en lugar de continuar
en solitario. Michael Sanson, coach ejecutivo en INSEAD, dice que “Un cambio
clave ocurre cuando un profesional con un alto potencial descubre que su papel
no es ofrecer más que los demás, sino que consiste en hacer más con otros”.
Sanson cree que las personas en ocasiones se resisten a recibir coaching o feedback
porque temen que sean vehículos para despertar más expectativas sobre ellos,
pero cuando se dan cuenta que el input que se les ofrece no es un juicio sino
una fuente de ayuda escuchan atentamente y aprenden con rapidez, lo que les
permite un mejor desempeño y llegar a crecer como líderes.
2.- SER NOSOTROS TAL
COMO SOMOS, NO LA MEJOR VERSIÓN DE NOSOTROS, EN EL TRABAJO
Resulta tentador mostrar sólo las facetas más brillantes de nosotros
mismos, especialmente cuando las valoramos y otros las aprecian. Pero nuestros
mejores talentos con frecuencia surgen de las heridas y peculiaridades de
nuestro lado menos conformista y áspero. Mucha de nuestra determinación fluye
de nuestras inquietudes, nuestra creatividad de la angustia y la resiliencia de
habernos tenido que enfrentar a retos que preferimos no compartir. No debemos
luchar contra estas fuentes oscuras de
nuestro talento sino que tenemos que aprender a canalizarlas de forma positiva.
3.- VALORAR EL
PRESENTE
Este es el paso más importante para “romper” la maldición. Debemos
hacernos la siguiente pregunta: ¿Y si mi actual trabajo no es un paso
intermedio sino que es mi destino? Debemos invertir en el trabajo que
realizamos en el momento presente y hacer que nos importe para poder crecer con
la experiencia y considerar a las
expectativas, presiones y dudas a las que nos enfrentamos como desafíos con los
que todos los líderes se encuentran en su camino. No son pruebas para demostrar
el liderazgo sino que son características del mismo. Nunca van a desaparecer
una vez que demostremos que somos capaces de superarlas sino que se van a
intensificar, por lo que debemos aceptar que aunque contemos con muchos
recursos liderar requiere coraje.
Como conclusión los autores defienden la idea de que por mucho dolor que
ocasione y por muchos riesgos que acarree la “maldición del talento” es un rito
de paso y que romperla es una parte importante del proceso de aprendizaje de
cómo liderar, al tiempo que es un proceso sin fin ya que los profesionales de
alto potencial van a tener que pasar por ellos para crecer en los nuevos roles
que vayan asumiendo.
El punto final que proponen es que las organizaciones deben hacer su
parte para “romper” la maldición y dejar de referirse a los jóvenes directivos como
“futuros líderes” ya que de esta forma están estimulando que adopten una
postura de conformidad y de aversión al riesgo. Deben dejar de ofrecer
responsabilidad en el presente con la promesa de autoridad en el futuro, así
como permitir que los profesionales se desvíen de la imagen de liderazgo que
otros han perfilado. De esta forma se aliviará la presión para que los jóvenes
con talento puedan demostrarlo libremente para comprometerse con su trabajo y
llegar a ser mejores líderes.
Excelente artículo y muy certero. El crecimiento profesional generalmente es algo complejo y desconocido, porque inevitablemente están presentes el Yo trabajador y Yo persona. Es algo que es difícil poder ecualizar.
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