Heidi Grant en “Reinforcements.How to get people to help you” plantea que aunque la idea de pedir cualquier
tipo de ayuda nos incomoda, la realidad del entorno laboral actual nos obliga a
depender, más que nunca, de la cooperación y el apoyo de los demás. Nadie tiene
éxito manteniéndose en una burbuja, independientemente de su nivel jerárquico. Ésta
resistencia a pedir ayuda con frecuencia tiene como consecuencia que no
obtengamos el apoyo y los recursos que necesitamos y cuando lo hacemos, en
muchas ocasiones, nos equivocamos en la
forma de hacerlo porque odiamos pensar que estamos, de alguna manera, tratando
de imponer nuestros deseos a los demás y éstos consecuentemente van a sentirse
forzados a prestarnos su ayuda.
Existe una paradoja al
pedir a alguien su apoyo: mientras la ayuda que se da libremente hace que el
que ayuda se sienta bien diversas investigaciones sobre el tema muestran que
los beneficios emocionales de prestar ayuda a una persona desaparecen cuando
nos sentimos controlados y pensamos que tenemos la obligación de hacerlo y no
tenemos más remedio que ofrecer nuestro apoyo. Por tanto, la sensación de que
estamos ayudando porque queremos es esencial para obtener los beneficios
psicológicos de prestar ayuda.
La dura realidad es que
si no estamos recibiendo el apoyo que necesitamos de las personas que nos
rodean con frecuencia es culpa nuestra ya que asumimos que nuestras necesidades
y motivaciones son más obvias de lo que son y que las expresamos claramente.
Los psicólogos llaman a este efecto la “ilusión de transparencia”.
Uno de los hallazgos más
interesantes que han surgido de los nuevos estudios sobre el funcionamiento del
cerebro es la comprobación de que éste procesa el “dolor social” o incomodidad
que sentimos en nuestras interacciones con los demás, de forma muy similar a
cómo procesa el dolor físico, por ejemplo de un calambre muscular. Los estudios
de Naomí Eisenberger han mostrado que en la experiencia tanto del dolor físico como del
social interviene un área del cerebro (corteza cingular dorsal anterior) que es
la que tiene la mayor densidad de receptores de opioides, por lo que, por
ejemplo, si nos tratan injustamente o
nos sentimos rechazados va a activar esta región del cerebro de forma similar a
como lo haría un dolor de cabeza. La investigadora, junto a su colaborador
Nathan De Wall ha podido demostrar como los participantes en su estudio que
tomaban 1000 mlgr de Tylenol diariamente durante tres semanas disminuían la
sensación de dolor social en comparación de los de un grupo control a los que
se les suministraba un placebo.
La razón por la que el
cerebro humano procesa una ruptura sentimental como un brazo roto parece ser
que es porque el dolor, físico y social, es una señal importante en nuestra
lucha por la supervivencia. Nos alerta de que algo va mal, de que hemos dañado
nuestros cuerpos o nuestras relaciones con otros, lo cual es esencial para
mantenernos vivos.
David Rock, director del
Intituto de Neuroliderazgo, ha dedicado años a investigar sobre los distintos tipos de amenazas sociales que pueden
originar una respuesta de dolor y sobre todas las consecuencias negativas
que le acompañan, tales como disminución de la memoria y pérdida de la
atención, en nuestras relaciones cotidianas con los demás. Ha identificado 5
categorías:
1.-
Dolor ocasionado por amenazas al estatus. Entendido éste
como nuestra sensación de valía en relación con los demás. Cuando pensamos que
nuestros amigos o compañeros no nos han tratado con el suficiente respeto, nos
han contradicho o ignorado se origina una sensación de fuerte amenaza al
estatus.
2.-
Dolor derivado de las amenazas contra la certidumbre. Los
seres humanos tenemos un fuerte deseo innato de predictibilidad. Queremos saber
qué es lo que está pasando a nuestro alrededor y especialmente lo que va a
pasar para estar preparados para afrontarlo. Algunas de las mayores fuentes de
estrés que percibimos las personas tanto a nivel personal como profesional
giran alrededor de la incertidumbre, por ejemplo de si se va a mantener una
relación o si mantendremos nuestro trabajo tras una fusión.
3.-
Dolor ocasionado por amenazas a la autonomía. Junto al deseo de
conocer el futuro viene el deseo de control No es suficiente con saber qué va a
pasar sin sentir que podemos gestionarlo de forma eficaz. Los psicólogos vienen
defendiendo desde hace mucho tiempo que la necesidad de autonomía es una de las
necesidades básicas de los seres humanos. Cuando las personas sienten que no
tienen control no sólo pueden experimentar episodios de dolor sino que si el
sentimiento se mantiene pueden caer en episodios depresivos.
4.-
Dolor derivado de amenazas a las relaciones. La sensación de
pertenencia y de conexión con los demás constituye una de las fuentes más
poderosas de recompensa y amenaza en el cerebro. Situaciones aparentemente
triviales de rechazo se ha comprobado que pueden tener profundos efectos
negativos en la persona.
5.-
Dolor procedente de amenazas a la justicia. Las personas
somos muy sensibles a la percepción de ser tratados con equidad, llegando a
aceptar resultados que pueden no ser tan positivos o hasta negativos en interés
de la justicia.
Considerando estas
amenazas sociales nos podemos explicar por qué con frecuencia evitamos pedir
ayuda. Cuando solicitamos el apoyo de alguien se abre la posibilidad de que
experimentemos estas 5 clases de dolor social al tiempo. Al hacer una petición a
una persona muchos de nosotros, al menos inconscientemente, podemos sentir que
hemos rebajado nuestro estatus y que podemos estar expuestos al ridículo o mofa
porque la solicitud de ayuda puede revelar una falta de conocimiento o
habilidad. Como no conocemos cuál va a ser la respuesta del otro ha descendido
nuestro nivel de seguridad y certidumbre y cómo no tenemos más remedio que
aceptar su respuesta, sea ésta la que sea, hemos perdido cierto grado de
autonomía, también. Si es negativa podemos sufrir un sentimiento de rechazo personal
y evidentemente ese “no” casi siempre vamos a pensar que es injusto.
Otras razones que buscamos para no tener que
pedir ayuda son:
a).-
Asumimos que la respuesta va a ser negativa. Las personas
tenemos tendencia a subestimar las oportunidades de recibir la ayuda solicitada,
pero la realidad muestra que los demás si lo van a hacer si lo requerimos, ya
que suele resultar más complicado decir no y si lo hacemos con
frecuencia ante una segunda petición vamos a contestar afirmativamente porque
es muy difícil decir dos veces que no ante una petición de ayuda porque, en
este caso, tenemos que encontrar muy buenas razones para justificar nuestra
negativa.
También, tenemos que
tener en cuenta que si hemos dicho que si nos va a costar decir que no debido a
la disonancia cognitiva: “Soy una persona maja y que ayuda” nos decimos y
queremos seguir pensando esto de nosotros mismos. Además si hemos dicho que sí
a alguien en el pasado y luego le decimos que no puede parecer estamos cayendo en una contradicción o
inconsistencia que va a hacer que aflore la desagradable tensión de la
disonancia cognitiva. Esta realidad ha inspirado, por ejemplo, una técnica de ventas que se llama “el pie en
la puerta”: primero pedimos un favor relativamente pequeño y que no cueste
mucho esfuerzo que sabemos que van a aceptar y una vez que nos hayamos
asegurado el sí formular una petición de mayor envergadura.
b).-
Asumimos que pedir ayuda nos va a convertir en personas menos atractivas y
competentes. La mayor parte de las personas creen,
erróneamente, que prestar ayuda deja una mejor impresión que pedirla. Diversas
investigaciones muestran que a los que
ayudan les gustan más las personas a las que ayudan una vez les han prestado su
colaboración ( aunque no nos guste mucho una persona si le ayudamos nuestros
sentimientos hacia ellos serán más positivos).
Ayudar tiene una serie de
efectos beneficiosos sobre el que ayuda: le eleva el ánimo, le hace sentir bien
y siente que está colaborando para que el mundo sea un poco mejor.
Ante una petición de
ayuda Grant plantea que existen cuatro posibles respuestas:
1.-
NO.
Un explícito: “No lo siento no puedo ayudarte” es la respuesta que solemos
esperar recibir, pero no suele ser, como hemos comentado, la más frecuente ya
que nos resulta complicado dar una negativa clara y firme ante una petición de
ayuda.
2.-
SILENCIO. La alternativa más popular suele ser ignorar directamente
la solicitud y así poder pretender ante nosotros mismos que hemos olvidado contestar o que no nos ha
llegado. El beneficio de esta respuesta es que no experimentamos la incomodidad
de decir que no. El aspecto más negativo es que deja al que ha hecho el
requerimiento esperando una respuesta y el resultado final es el mismo que en
el caso anterior: no hay ayuda.
Ambas respuestas pueden a
la larga generar al menos algún grado de incomodidad al que no accede a la
petición y le puede dejar con la sensación de que es mala persona.
3.-
SI RETICENTE. “Oh, de acuerdo, supongo que tendré que
hacerlo en algún momento” es una reacción muy popular especialmente cuando no
se puede evitar a la persona que formula la petición de ayuda. Al elegir esta
respuesta evitamos el sentimiento de culpa que ocasiona rechazar ayudar
mientras minimizamos las molestias e intentamos dedicar el menor esfuerzo
posible.
4.-
SI ENTUSIASTA. Es la mejor reacción para las partes
implicadas ya que el que va a ayudar no sólo va a dar lo mejor de sí mismo sino
que se va a sentir muy bien al hacerlo, no sólo se va a sentir más feliz y
contento con él mismo sino que va a fortalecer sus relaciones con aquellos a
los que presta ayuda.
Los psicólogos que
estudian los comportamientos prosociales han observado desde hace mucho tiempo
que existe más de una fuente potencial de motivación cuando una persona ayuda a
otra. Han identificado dos causas principales:
a).- Ayudamos porque
tenemos que hacerlo.
b).- Ayudamos porque
queremos hacerlo.
Los seres humanos tenemos
una serie de necesidades psicológicas y entre las más importantes tenemos la de
autonomía ( como hemos comentado antes). Ésta se refiere a la posibilidad de
elegir nuestras metas, actividades y experiencias, así como el sentimiento de
que lo que hacemos es un reflejo fiel de quiénes somos con nuestros valores y
preferencias. Cuando hacemos algo porque lo elegimos estamos motivados
intrínsecamente y entonces disfrutaremos más y mostraremos más interés en
hacerlo aunque sea complicado. Por el contrario si nos sentimos controlados y
que no podemos elegir se va a destruir toda la motivación intrínseca que
podamos sentir y procuraremos terminar
cuanto antes y sin mostrar ningún interés.
Por estos motivos si
sentimos que tenemos obligación de ayudar los beneficios de hacerlo desaparecen
al sentir que no tenemos control sobre nuestras decisiones, Para evitarlo se
puede comenzar por decir a la persona si le podemos pedir un favor antes de hacer
nuestra petición.
Otro enfoque es a través
de la reciprocidad. A través de sus investigaciones
Frank Flynn ha identificado 3 tipos:
a).- Reciprocidad personal.
Consiste en un intercambio negociado, como por ejemplo cuando dos profesionales
acuerdan intercambiar sus turnos de trabajo. No suele conducir a ninguna colaboración
más allá de la acordada explícitamente, ni gratitud normalmente y el
sentimiento de obligación que se puede percibir se ve satisfecho por los términos
del intercambio de favores.
b).- Reciprocidad
relacional. Es la que solemos mantener con amigos o familiares. Tendemos a
ayudarnos unos a otros asumiendo que en el futuro recibiremos el apoyo que
necesitemos sin registrar si nos deben o no favores. Genera gratitud.
c).- Reciprocidad
colectiva. Consiste en una especie de intercambio generalizado de ayuda a nivel
de un grupo, como por ejemplo cuando prestamos apoyo porque compartimos la
identidad con otro. Ésta puede ser muy amplia, en el caso de ayudar a alguien
de nuestra misma raza, religión o nacionalidad o muy específica cuando ayudamos
a alguien de nuestro departamento.
Esta clase de
reciprocidad igual que ocurre con la relacional se presta sin pensar en un
retorno inmediato de nuestra inversión. No esperamos que la persona a la que
hemos ayudado nos apoye en algún momento sino que creemos que si lo necesitamos
cualquier otra persona similar nos ayude.
El problema puede surgir
cuando dos personas interpretan el tipo de reciprocidad de forma distinta y por
ejemplo una considerarla personal y la otra relacional con lo que la relación
se puede dañar.