Manfred F. R.Kets de Vries, en el boletín de Insead
Knowledge de hoy 10 de marzo, plantea que el comportamiento antagonista
normalmente está provocado por la baja autoestima. Casi todos nosotros conocemos
a personas que gozan discutiendo por el mero hecho de hacerlo y que disfrutan
con el conflicto y el dramatismo. La conducta combativa es una amalgama de una
serie de personalidades antisociales (psicopáticas): narcisistas, borderline e
histriónicas.
Estas
personalidades trasladan estos patrones de su infancia a la edad adulta en
forma de la expresión de agresividad persistente de diversas maneras y en
distintas circunstancias. Tienen un “cable suelto” y son emocionalmente
volátiles. Casi siempre adoptan una actitud de ataque hasta ante cosas sin
importancia lo que vuelve locos a los que les rodean.
Como no confían
en los demás imaginan amenazas en todas partes. Su patrón mental negativo y su
tendencia a ver el mundo bajo la perspectiva blanco o negro incrementan sus
posibilidades de comenzar o involucrarse en argumentos y discusiones. Suelen,
también, idealizar en exceso a determinadas personas o a despreciar
completamente a otras. Sus mecanismos de defensa les llevan a atacar a
cualquiera que no responsa a sus expectativas.
Tienden a
considerarse víctimas y se niegan a aceptar responsabilidades cuando las cosas
van mal ya que siempre es culpa de otro. Ganar es lo más importante para ellos
por lo que para alcanzarlo pueden ser despiadados con los demás.
De Vries
recomienda que si tenemos que tratar con este tipo de personalidades tengamos
en cuenta que su comportamiento está fuertemente enraizado en sentimientos de
infelicidad y de baja autoestima. Detrás de esa fachada agresiva se esconde una
persona muy frágil y vulnerable que les lleva a no querer enfrentarse a sus
limitaciones y como es menos doloroso centrarse en las debilidades de los que
le rodean.
Desgraciadamente esta falta de autoconocimiento es la que les conduce a una disputa tras otra y conseguir que lleguen a aceptar que son parte del problema es complicado, ya que pueden interpretar estos esfuerzos para que cambien como ataques y puede ocurrir que las personas que les están intentando ayudar se conviertan en objeto de su agresividad.
Lo que complica
aún más la situación es que tienen facilidad para enredarse en distorsiones y
delirios inconscientes que les conduce a que conscientemente se mientan a sí
mismos en la fabricación e interpretación consciente de los hechos, Cualquiera que les intente ayudar
debe mantener un sano nivel de escepticismo en relación con lo que les están
contando para poder distinguir la ficción de la realidad.
Independientemente
de su gran resistencia al cambio pueden hacerlo si están dispuestos a explorar
las dinámicas psicológicas que están detrás de su naturaleza argumentativa. Si
lo hacen pueden llegar a ser conscientes de que su actitud belicosa se ha
convertido en un medio para intentar alcanzar el reconocimiento y la valoración
así como una forma muy disfuncional de relacionarse con los demás.
Gradualmente pueden
llegar a entender qué es lo que desencadena sus respuestas exageradas ante circunstancias sin importancia y con el
estímulo apropiado pueden eventualmente llegar a ver el alto precio que están
pagando por su conducta. Las personas beligerantes si mejoran su autoestima
verán como sus necesidades de conflicto disminuyen y que sus mecanismos
destructivos de defensa deben ser sustituidos por otros más maduros.
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