Robert Chesnut en “Intentional Integrity. How
smart companies can lead an ethical revolution”, plantea que definir lo que
consideramos integridad es complicado. Antes se podía entender como: “decir la
verdad y mantener nuestra palabra” y se trataba no solo de seguir la letra sino
el espíritu de la ley. Actualmente los abusos relacionados con la privacidad de
los datos, las conductas sexuales abusivas y el comportamiento codicioso en
algunas de las organizaciones más importantes a nivel mundial han provocado una
erosión en la confianza en dichas instituciones.
Al ser los entornos de
trabajo cada vez más diversos, globales y conectados la integridad importa cada
vez más y requiere no solo el liderazgo desde arriba sino que todos los
integrantes de la organización tengan un sentido compartido de lo que la
integridad significa en su lugar de trabajo y la capacidad de llevar esa
integridad a la práctica. Por ejemplo, en el momento actual muchas
organizaciones tecnológicas inicialmente reconocidas como innovadoras se
encuentran en el centro de un debate importante sobre su impacto en la
sociedad.
La “integridad
intencional” no es sólo un compromiso para ser virtuoso, ya que significa el
hacer un esfuerzo serio y riguroso para identificar primero el propósito y los
valores que definen a la organización, para, posteriormente desarrollar normas
específicas que reflejen dichos valores
e implicar a todos los niveles de la misma en el seguimiento de dichas
reglas.
La palabra integridad
sugiere, evidentemente, honestidad y la capacidad de actuar con urbanidad y
justicia. Actualmente parece que hemos llegado a un punto en que en nuestra sociedad enseñar a los niños la
importancia de decir la verdad y de responsabilizarse de sus actos no es una
prioridad para los padres. La mayor parte de las personas parece que pensamos
lo siguiente: “Soy una buena persona , por tanto tengo integridad.
En el entorno laboral
podemos caer en lo que el autor llama la “trampa de la integridad” que consiste
en un razonamiento circular que funciona de la siguiente manera: como me siento
seguro de que soy integro, mi integridad me conducirá hacia lo que es correcto
hacer cuando me encuentro ante un dilema. Escogeré la solución que representa
la integridad y aunque rompa alguna regla no pasa nada porque obviamente es por
una buena razón.
La integridad en el
trabajo se centra en realizar lo correcto, el problema es que por la diversidad
existente en los entornos de trabajo en ocasiones no está tan claro qué es lo
que se considera lo correcto.
Aunque los códigos
éticos tienen muchos temas en común, de hecho no existe una lista de reglas que
funcione para todas las organizaciones. Más bien, éstas deben determinar de
forma intencionada cuáles son sus valores y defenderlos para que cada empleado
en cualquier nivel , incluyendo la alta dirección, esté de acuerdo en
comportarse en una forma consistente con los valores que se han establecido,
aunque resulte complicado. Al nivel más alto de la jerarquía esto supone que
los líderes están conformes con adherirse a las mismas normas cuyo cumplimiento
se espera de los demás y a gestionar de acuerdo a esas reglas.
La ambigüedad es la
enemiga de la integridad. El silencio e incentivos mal diseñados se convierten
en trampas para la integridad. La integridad intencionada requiere que se
cuente con un proceso deliberado, no solo con una declaración de intenciones.
A principios de 2019
Edelman publicó su barómetro anual de confianza que busca conocer las tendencias en la opinión pública en relación con la confianza en las
instituciones tales como el gobierno o los medios de comunicación, así como en
el entorno laboral. Según Richard Edelman, CEO de dicha firma: “Las personas
tienen poca confianza en que las instituciones sociales les ayuden a navegar en
un mundo turbulento, por lo que se están fijando más en una relación crítica:
su empleador”. A pesar de los errores que han cometido y las frustraciones que
pueden generar los profesionales quieren sentirse orgullosos de trabajar en sus
organizaciones. El estudio muestra que los trabajadores buscan un liderazgo que
les marque los límites y defina sus expectativas de cómo ellos se tienen que
tratar entre sí, de cómo deben interactuar con sus socios y aliados y cómo
deben representar los valores de la compañía ante los clientes. Y, más
importante aún, cómo deben modelar ellos mismos el comportamiento correcto.
El camino hacia la
integridad requiere del compromiso y la atención debida de todos.
En 2018 un informe de
Accenture sugería que las organizaciones arriesgaban gran parte de sus ingresos
si no invertían en medir, gestionar y exponer que la confianza es un valor
organizacional. En él se manifestaba que, “En un pasado no muy lejano la
confianza se consideraba un asunto “blando” en el que los líderes se centraban
una vez lo hubiesen hecho en que el trabajo “duro” de ofrecer beneficios estaba
alcanzado. Actualmente, en cambio, las organizaciones necesitan contar con una
estrategia que priorice la confianza al mismo nivel que el crecimiento y los
beneficios”.
Según Accenture la
confianza es vital para la supervivencia de las compañías ante las dinámicas
cambiantes que genera la globalización y la demanda de una mayor transparencia.
Por ello, ha desarrollado lo un índice de agilidad competitiva ( Competitive
Agility Index) que predice el impacto financiero de “incidentes de confianza”
negativos tales como escándalos o revelaciones de comportamientos hipócritas.
Chesnut plantea que el
camino para recuperar y fomentar la confianza debe comenzar por el
mantenimiento de algunas conversaciones sinceras y honestas. El problema es que
la mayor parte de las organizaciones no hablan mucho sobre integridad. Muchas
parece que temen que pueda atraer una atención no deseada , escrutinio o
acusaciones de hipocresía. Otras se preocupan por si sus intentos de forzar
activamente la integridad u otras interacciones en el entorno laboral como la “honestidad
radical” o el civismo sean vistas como herramientas para incrementar el poder de la
dirección.
Como resultado muchas
organizaciones piden a sus departamentos de recursos humanos que preparen o
descarguen un código ético, que pongan su
logo en él y que lo manden por e-mail a sus empleados para que lo lean y estén
de acuerdo con él.
No existe ningún escudo
que proteja ante los daños que la falta de integridad puede ocasionar. El
problema está en que el silencio en relación a la misma genera ambigüedad sobre
lo que está bien y lo que está mal y, por tanto, incertidumbre en todos los que
trabajan en la organización, facilitando, así mismo, que una minoría de sus
trabajadores exploten ese silencio para racionalizar conductas egoístas y la
aparición de numerosas crisis relacionadas con la falta de ética.
La presión para que las
organizaciones actúen de forma ética está aumentando desde dentro de las
mismas. Muchos de sus profesionales ya no se sienten satisfechos con cobrar por
su trabajo, quieren, también, entender las “líneas” que sus empleadores están
dispuestos a cruzar. Actualmente cuando la compañía comete un error o adopta
una decisión controvertida enseguida la información es pública y compartida en
las redes sociales, por tanto visible para los amigos y conocidos que pueden
preguntarles qué está pasando y cuestionar su trabajo y generar rechazo en los
consumidores.
La integridad se puede
entender como un superpoder. Si reflexionamos sobre el tema vemos que las
organizaciones deben utilizar la sensibilidad y la flexibilidad y no las
bravuconadas y amenazas militares para tener éxito en la miríada de culturas y
complejidad política de los mercados globales. Independientemente de las
fronteras nacionales y legislaciones sus trabajadores pueden sentirse unidos
por la creencia compartida de que el trabajo de su compañía tiene un propósito.
Por tanto, cada vez más aceptan que un compromiso con la diversidad e inclusión,
la tendencia hacia tener un menor impacto ambiental y la promesa de evitar
proveedores que muestren prácticas laborales ofensivas y hasta a clientes que
exhiban comportamientos no consistentes con sus valores, son prácticas que
deben abrazar públicamente. Todas estas compañías se van a encontrar bien
posicionadas para liderar amplios progresos en estas áreas si actúan con
integridad.
La integridad
intencional:
a).- Es compatible con
un entorno laboral de alta presión. Especificar cuáles son los valores de la
organización no se limita a una simple presentación de los mismos. Consiste en
ofrecer una guía para fomentar comportamientos respetuosos y dentro de la
legalidad y para prevenir y corregir y no ocultar los errores.
b).- Implica establecer
de forma clara y específica “estos son los valores de la organización”. Aunque
no todos sus profesionales puedan estar filosóficamente de acuerdo con cada
norma las reglas son un reflejo de la misión y cultura de la empresa y cada
empleado debe estar de acuerdo en cumplir cada una de ellas en su trabajo.
c).- No tiene que ser
considerada un “aguafiestas” cultural. No supone una declaración de guerra a la
diversión, sino la aceptación del hecho de que en el trabajo, al igual que en
todo el resto de aspectos de nuestras
vidas, tienen que existir límites y siempre que éstos se hallan marcado de una
forma sensata y reflexiva, basándose en las circunstancias de la organización y
no arbitrariamente y sean seguidos por todos, desde el más alto ejecutivo hacia
abajo, podrán crear un entorno de trabajo en el que todos se sientan respetados,
realicen un trabajo gratificante y hasta divertirse en el mismo.
d).- Recibe un gran apoyo
de la necesidad de transparencia. Aunque la integridad se basa en elecciones
personales y no en que alguien nos esté vigilando o sepa lo que hacemos tenemos
que aceptar el hecho de que en el presente siglo alguien está siempre
vigilando. Por ejemplo, un error de juicio inmediatamente se puede hacer
público, ya que lo que antes se podía considerar personal ahora puede ser
público en segundos y si, los altos ejecutivos de una compañía se considera que
son cínicos u oportunistas en relación con iniciativas con un buen componente
social el resultado será peor que si no hacen nada.
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