Zena Everett en “Badly behaved people. How
to deal with idiots at work”, disecciona la complejidad de los problemas
cotidianos de las personas y propone herramientas prácticas para ayudarnos a
encontrar un terreno común constructivo que nos sirva para reparar las
disfunciones y tensiones que experimentamos en nuestras relaciones con los
demás.
Un problema universal
al que nos enfrentamos es que todos solemos atribuir el mal comportamiento a
los demás, sintiendo que nosotros somos las personas más sensibles y reflexivas
del entorno. Pero, en ocasiones somos los responsables de los malos
comportamientos, ya que la mayor parte de los problemas involucran a personas “normales”
que se portan incorrectamente cuando están bajo presión.
La tensión en el
trabajo no siempre tiene que ser un problema, puede ser útil, al mantenernos
alerta, impulsando nuestra productividad y ayudándonos a que brillemos.
Lo que es crucial es la
forma en la que reaccionamos ante ella, de manera positiva o haciendo que nos
comportemos como idiotas. Lo importante es que seamos conscientes, si hacemos
esto último, de la necesidad de cambiar, lo que no vamos a
poder lograr es que los demás cambien de comportamiento, pero si podemos
conseguir es que si nosotros cambiamos la forma en la que nos comportamos, los
demás cambien la forma en que se comportan alrededor nuestro.
Necesitamos tener
relaciones de confianza en el trabajo. En el corazón de todo éxito a nivel
organizacional está un equipo de alto rendimiento unido por un propósito
compartido. Puede que sus miembros no deseen socializar y que existan
fricciones entre los compañeros, pero funcionan bien juntos. Los buenos líderes
crean equipos fuertes al generar esa unión compartida de objetivos comunes que tengan un propósito
importante.
Contar con un
sentimiento compartido de identidad grupal es vital para nuestras posibilidades
de supervivencia. La parte prehistórica de nuestro cerebro no quiere que
estemos fuera de la cueva, vulnerables ante las alimañas. Nuestro desempeño es
mejor cuando nos sentimos seguros, sintiendo que pertenecemos, todos moviéndonos en la
misma dirección. Una tribu unida tiene más oportunidades de supervivencia que
una que está en desacuerdo constante.
Investigaciones
realizadas por Amy Edmondson , profesora de liderazgo en la Escuela de Negocios
de Harvard, muestran que los equipos que tienen más éxito son los que comparten
la confianza, la vulnerabilidad y asumen riesgos al perseguir las metas de su
equipo.
Las personas marcan la
diferencia entre el éxito y el fracaso, no los procesos o las herramientas. Por
ejemplo, un estudio realizado en la Universidad de Harvard, de más de 200
compañías encontró que una cultura positiva en la organización podía incrementar los ingresos netos un 765%
durante un periodo de 10 años.
Robert Hogan ha creado
una herramienta para evaluar la personalidad que mide los lados claros y oscuros
de la misma y ha encontrado que el 80% de los trabajadores estadounidenses se sienten
estresados por sus trabajos, manifestando un 75% de éstos que su jefe inmediato
es la causa principal.
El informe Gallup correspondiente a 2023 sobre el estado del entorno laboral global ha encontrado
que el 90% de los trabajadores en el Reino Unido se sienten emocionalmente
distanciados de sus trabajos porque no tienen ningún sentimiento de pertenencia
hacia los mismos. Pueden estar en sus puestos de trabajo pero no saben cuál es
la importancia de su trabajo, ni mantienen lazos sanos con sus compañeros, con
sus jefes o con la organización en la que trabajan.
Las personas están
abandonando los trabajos o lo que es peor caen en lo que se conoce como el “despido
silencioso”, que consiste en acudir al trabajo pero hacer lo mínimo, mostrando
una actitud resignada pero sin dejar el trabajo.
Las interacciones
cotidianas son las que nos importan, no las grandilocuentes declaraciones sobre
la misión de la organización. Las
relaciones cotidianas con nuestros jefes y compañeros son las que sirven para
crear las conexiones que ansiamos y, al
tiempo, nos muestran los buenos o malos comportamientos de los demás que pueden animarnos o
hundirnos. Rara vez observamos nuestra incompatibilidad con algún compañero a
través de una sola bronca, sino a través de pequeñas señales regulares: lo que
dicen, lo que hacen, etc.
El ser animales
sociales no implica que pertenezcamos a la misma familia animal. Puede ser que
no establezcamos ninguna sintonía con nuestra tribu y no compartamos los mismos
valores o ética de trabajo, ni queramos mantener relaciones sociales con todos
nuestros compañeros. Gustaremos a algunas personas y a otras no.
La inteligencia
artificial puede considerarse que es nuestro reto más estratégico, pero las
personas son nuestro problema real, ya que los humanos somos, en muchas
ocasiones, complejos, ilógicos,
emocionalmente imperfectos o infantiles. Tenemos sentimientos irracionales y
traemos nuestra carga emocional al trabajo.
Desde la pandemia el
comportamiento general en el trabajo se está deteriorando por diversas razones:
a).- Largos días
enfrentándonos a una pantalla nos succiona la vida ya que no estamos hechos
para ello y, esta situación no termina al final de la jornada laboral. El trabajo
se convierte en personal cuando se introduce y altera nuestro espacio personal,
a través, por ejemplo, del sonido de la recepción de incesantes mensajes
mientras intentamos mantener nuestra vida privada.
b).- Los malentendidos
se producen con mayor facilidad con la conexión 24 horas mantenida, cuando la
comunicación no es cara a cara. El aislamiento nos ofrece más tiempo para
pensar en exceso y para transformar, consecuentemente, una irritación menor en
un gran problema.
c).- Nos sentimos cansados.
No es sorprendente al tener que enfrentarnos, con frecuencia, a una incansable
agenda llena de reuniones “ladronas de energía”. La “fatiga del cambio" es
ahora un problema debido a la gran cantidad de proyectos de transformación que
se llevan a cabo alrededor nuestro (su número se ha incrementado mucho en
relación con los que se abordaban hace tan solo cinco años). Se está generando
un gran sentimiento de “indefensión aprendida” entre los profesionales por la
que éstos se sienten exhaustos y pierden el ímpetu para cuestionar comportamientos
inaceptables o para presentar sus puntos de vista.
El problema podemos ser
nosotros. Steve Peters, psiquiatra y autor de “The chimp paradox” opina que el 90% de los conflictos se pueden
resolver sin involucrar a los demás. Puede que nuestro comportamiento sea el
problema para los demás pero que no seamos capaces de verlo, si por ejemplo, no
somos capaces de cuestionarnos nuestros puntos ciegos.
Cuando no hay nadie más
implicado el mal comportamiento puede ser solo autoinflingido. Nuestra propia
mente es el enemigo, enredada en las fricciones cotidianas con nuestras
desdeñosas voces interiores que hacen que nos comportemos ilógicamente. Con
frecuencia saboteamos nuestras posibilidades de éxito por la forma en la que
pensamos.
Existen tres tipos de
trampas en las que caemos a menudo:
a).- Rebajamos y
reducimos lo que pensamos que podemos alcanzar.
b).- Asumimos que lo
peor es lo que va a pasar.
c).- Nos preocupamos en
exceso por lo que los demás puedan pensar de nosotros.
El resultado es que
evitamos asumir riesgos para mantenernos a salvo y no sufrir fracasos y
posibles humillaciones. Nada de esto nos sirve ni a nosotros ni a nuestro
equipo ya que no estamos teniendo el desempeño que podríamos.
Este autosabotaje , que
va a conducir a resultados negativos, se puede manifestar, por ejemplo, si
llegamos a la conclusión que es más dañina para nosotros, por no reflexionar
correctamente, y que nos va a llevar a comportarnos inadecuadamente y poco amistosamente
en el trabajo, por ejemplo si nos sentimos excluidos porque un compañero no nos
invita a una fiesta ( puede ser que no le gustemos pero también que piense que
estamos en un nivel social superior y nos vamos a sentir obligados a ir si nos
invita). De esta forma conseguimos que nuestros compañeros nos eviten y no les
gustemos, con lo que nuestra voz interior aprovechará para decirnos: “Ya te lo
dije yo”.
En otras ocasiones nadie
es el problema y el mal comportamiento es fruto de un malentendido mutuo. El
problema real está en la forma en la que interactuamos unos con otros.
Somos criaturas
emocionales no lógicas y subconscientemente creamos situaciones que refuerzan
nuestras ideas, sean éstas sanas o no, sobre dónde estamos en el mundo y
podemos engancharnos de nuestro pensamiento defectuoso e irritante voz interior
crítica y quedarnos atascados en la historia que nos estamos contando sobre nosotros
mismos.
La autora opina que la
mayor parte de los malos comportamientos, que observa en su trabajo como coach,
proceden de personas implicadas en conflictos cuyo origen se puede remontar a
cuestiones que no resolvieron en su infancia y que determinan cómo contemplan
el mundo. Por esta razón , con
frecuencia, nos encontramos hablando con un niño vulnerable escondido en un
cuerpo adulto. Nuestras historias pasadas importan, no solo las relacionadas
con nuestra carrera profesional, sino las creencias que desarrollamos en
nuestra infancia y que van a influir en nuestras relaciones en la edad adulta.
Muchos de nosotros
mantenemos expectativas irreales sobre los demás porque queremos que llenen los
huecos emocionales que acarreamos desde nuestra infancia. Por esta razón
podemos seguir trabajando con jefes impresentables, proyectando asuntos sin
resolver de nuestra vida anterior en una destructiva alianza de trabajo. Por
ejemplo, profesionales perfeccionistas y adictos al trabajo, desesperados por
satisfacer a personas desagradables de su pasado (principalmente los padres), pueden de una forma subconsciente recrear esta
dinámica con figuras de autoridad en el trabajo. Desesperados por encontrar una
validación, trabajan más duro y mejor que el resto de compañeros, esperando, en
vano, obtener la atención que siempre han ansiado.
Basándonos en nuestras
experiencias en la infancia podemos formarnos ideas irracionales y buscamos evidencias que
confirmen nuestra forma de ver el mundo. No podemos ver la realidad, solo cómo
queremos contemplar los hechos que satisfagan nuestras necesidades y perpetuar
nuestras, con frecuencia irracionales, narrativas. Por ejemplo proyectamos motivos
sesgados al comportamiento de los demás y no vemos su punto de vista. Actuamos mal
, de forma sospechosa o evidente y obtenemos lo que nuestra sesgada visión del
mundo nos enseña a esperar.
Planteamos demandas
irrazonables a los demás y a nosotros mismos y esperamos que los demás piensen
y se comporten como nosotros, que compartan nuestros valores y que les motiven
las mismas cosas, sin pensar si estamos actuando correctamente y si podemos
estar dañando a los demás o a nosotros mismos.
Para corregir esta
situación el primer paso consiste en incrementar nuestro autoconocimiento e
intentar comprender cómo trabaja nuestra mente y cómo impulsa nuestro
comportamiento.
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