Ahmet Bozer en
SmartBrief on Leadership del pasado 29 de octubre plantea que en tiempos
impredecibles los mejores líderes fortalecen el elemento humano en sus
organizaciones para poder liderar con valentía hacia el futuro.
La revolución
tecnológica que se está desarrollando ante nuestros ojos , especialmente a
través de los rápidos avances de la Inteligencia artificial, está ocasionando
amenazas existenciales para las organizaciones. Al mismo tiempo la creciente
incertidumbre sobre la economía global y el orden político, junto a la
creciente polarización, están añadiendo nuevos niveles de complejidad.
Dentro de las
organizaciones estas fuerzas se traducen en una disrupción constante y en un
sentimiento de inquietud. Los líderes se encuentran con más preguntas que
respuestas y piensan, en su mayoría, que el ritmo de los cambios , actualmente,
excede la capacidad de sus organizaciones para adaptarse. El momento actual
requiere no solo estrategia, sino reimaginar el tipo de liderazgo adecuado para
transformar la turbulencia en renovación.
El potencial humano se
mantiene como el mayor recurso disponible con que cuentan los líderes. Con
frecuencia se infrautiliza y nunca se puede agotar. Desplegarlo más es un acto
de liderazgo, especialmente en tiempos de incertidumbre y turbulencia.
En la raíz de una
cultura que florece está un apalabra que parece que no encaja bien en la
cultura corporativa: amor. Con frecuencia se desecha por considerarla como algo
muy sentimental o de suavidad fuera de lugar. Pero, en su forma más verdadera,
el amor implica una atracción duradera que saca lo mejor de las personas.
El amor no se limita a
las relaciones humanas. Puede ser sentido por un propósito, visión o productos
propios en una organización. Cuando permea una organización impulsa la conexión
y eleva el desempeño. También nutre los valores que ayudan a salir adelante
ante cualquier tormenta, gracias a la integridad para discernir lo correcto de lo
incorrecto en situaciones no previstas, al coraje para actuar cuando los
resultados son inciertos , a la curiosidad para promover la innovación y a la
humildad para estar en disposición de continuar creciendo.
El trabajo de un líder
consiste en catalizar este clima incorporando el poder del amor. Este tipo de
influencia comienza a través de la introspección que va a fortalecer la
conexión propia con el propósito, permitiendo que esa convicción fluya hacia
fuera de forma auténtica.
La transición hacia
esta nueva era inevitablemente va a ir acompañada de retos abrumadores.
Considerarlos no como una interrupción del progreso, sino como un camino hacia
éste, será una muestra auténtica de liderazgo. Un principio que apoya este patrón
mental es el que el autor llama “un
pequeño sesgo hacia la positividad”, que consiste no en un optimismo ingenuo
sino en mantener un ojo avizor para detectar lo positivo en las personas y
situaciones y para trabajar sobre ello. Mantener este sesgo hacia la
positividad no siempre es fácil. Los líderes se encuentran con las mismas
cargas psicológicas que el resto de las personas, pero tienen la
responsabilidad de afrontarlas mejor que los demás. El liderazgo, no olvidemos,
comienza por la gestión de la propia psique.
El común denominador
del propósito, el potencial y la positividad es la forma en que el liderazgo, a
través de éste, puede activar el genio humano. Cuando lo hace su influencia se
extiende más allá de las organizaciones y negocios.
La historia no escrita
de nuestro tiempo estará escrita por aquellos que logren que sus organizaciones
sean más humanas. Al hacerlo transformarán las vidas de todos sus stakeholders
y la sociedad en formas que van más allá de lo que puedan imaginar.
En las circunstancias
actuales esta dinámica hace que el liderazgo sea más demandante y más
gratificante. Para los líderes dispuestos a asumir este desafío, la mayor
transformación será la suya.

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