Jamil Zaki en la
edición de enero – febrero de Harvard Business Review plantea que actualmente
se espera que los jefes faciliten a sus profesionales más apoyo emocional que
nunca, pero para muchos de ellos esto supone terminar experimentando burnout.
Docenas de estudios han
demostrado que la empatía no es una debilidad, sino todo lo contrario: equivale
a un superpoder en el trabajo. Los trabajadores están más satisfechos con sus
trabajos, más dispuestos a asumir riesgos creativos y a ayudar a sus compañeros
si trabajan en una organización empática. Asimismo van a experimentar menos
burnout y a presentar menores signos físicos de estrés, mostrándose más
resilientes ante la adversidad. En 2022 Ernst & Young encuestó a más de
1000 trabajadores que habían dejado sus puestos de trabajo durante “El gran
abandono” y encontró que un 58% de éstos mencionaban la falta de empatía de sus
jefes como la causa principal de su renuncia al trabajo. Cada vez más los
profesionales, especialmente los pertenecientes a los Millennials y a la
generación Z no se limitan a esperar
empatía, sino que la demandan.
Pero, con todas sus
virtudes el liderazgo empático puede resultar emocionalmente agotador. Al
adoptar empatía en el entorno del trabajo nos exponemos a un sinfín de
emociones, positivas y negativas, de las personas que lideramos: arrebatos de
alegría, ansiedad, ira, dudas, miedo, confusión, exuberancia, envidia,
tristeza, desilusiones y muchas más emociones. Los años de la década de los 20
del presente siglo con todos sus desafíos han dejado a los empleados agotados,
estresados y en una situación límite y, cuando las personas a nuestro alrededor
sufren, el peso de la empatía se vuelve mucho más pesado.
Es posible absorber
hasta un punto. Una encuesta realizada en 2022 por Future Forum encontró que
los mandos intermedios están sufriendo más burnout que cualquier otro tipo de
trabajadores. La empatía puede tener, también un coste físico. Por ejemplo un
estudio académico halló que los adolescentes que tenían padres empáticos
mostraban menos signos de depresión que sus compañeros, pero que sus padres
mostraban más señales celulares de envejecimiento que el resto de padres.
Parece ser que al mostrar empatía ayudaban a sus hijos pero se dañaban a sí
mismos. La necesidad de practicar la empatía puede, también, incrementar la
autocrítica y conducir a una situación en la que parece que nunca hacemos
bastante por los demás.
Por estos costes muchos directivos piensan que deben elegir entre ser empáticos y sacrificar su bienestar por el bien de los demás o evitar serlo y no hacer nada por los demás. Para solucionar este dilema y vencer la fatiga de la compasión, el autor propone emplear determinadas estrategias que conforman una práctica que llama: “empatía sostenible”, encuadradas dentro del principio de CURARSE A UNO MISMO.
La mentalidad de
“mártir”, frecuente entre otros entre los profesionales sanitarios, es común
entre los jefes empáticos. Para evitar sentirse egoístas muchos absorben el
estrés que otros están padeciendo. Y, muchos, consideran su mentalidad de
mártir como algo de lo que sentirse orgullosos. Pero si fallan a la hora de
cuidarse a sí mismos no se va a poder confiar en ellos para que apoyen el
bienestar de sus equipos.
Experimentar estrés
extremo no solo es doloroso sino que daña nuestra habilidad de apoyar
verdaderamente a nuestros colaboradores. El estrés anula nuestro interés por
las preocupaciones de los demás, dificulta el que podamos ver el mundo a través
de sus ojos y hasta nos puede volver más agresivos. En un reciente estudio, publicado en Personnel Pshycology, 112 managers fueron observados durante 10
días consecutivos. Cuantos más problemas y quejas los miembros de los equipos
planteaban a sus managers más emociones negativas éstos experimentaban el
siguiente día, lo que predecía que existían muchas posibilidades de que
tratasen mal al resto de su equipo. Cuando llegamos a una situación de burnout
estamos negando a los demás el acceder a una versión buena de nosotros.
La buena noticia es que
cuidar de nosotros es lo opuesto al egoísmo: es un camino crucial para la
empatía sostenible. Estudios recientes entre colectivos de trabajadores
sociales y estudiantes han mostrado que practicar la “autocompasión” protege a
las personas del agotamiento.
La autocompasión,
derivada de técnicas budistas para afrontar el sufrimiento, implica tres pasos:
cultivar la consciencia de lo que nos está pasando, centrarnos en la “humanidad
común” que incluye el reconocer que el sufrimiento es universal y extender la
amabilidad y los buenos deseos a nosotros mismos. Estas prácticas son poderosas.
Distintas investigaciones han encontrado que las personas con niveles elevados
de autocompasión tienden a ser más sanas mentalmente que las demás y son más
capaces de controlar sus emociones y de recuperarse antes de los contratiempos.
Pero pocas personas aprecian sus beneficios. Distintas investigaciones muestran
que tendemos a pensar que la autocompasión nos hace complacientes e
irresponsables.
Independientemente del
sector en el que trabajemos gestionar bien
a los demás comienza por gestionarnos a nosotros mismos. Podemos hacerlo a través de las tres estrategias siguientes:
1.- RECONOCER LA ANGUSTIA QUE SURGE AL PREOCUPARNOS POR EL SUFRIMIENTO AJENO
Después de hablar con
un compañero con problemas debemos reflexionar sobre las emociones que sentimos
y si la conversación nos ha dejado exhaustos o preocupados y debemos concedernos
tiempo para procesarla.
También, debemos tratarnos
a nosotros mismos igual que a los demás y no juzgarnos de forma diferente a
como lo haríamos con cualquier persona que nos contase la misma situación que
nosotros estamos experimentando.
Asimismo no debemos temer pedir ayuda. Los líderes piensan que
siempre tienen que proyectar calma y serenidad independientemente de la situación. Pero
como líderes somos un modelo para nuestro equipo y si estamos dispuestos a
mostrarnos vulnerables, los demás tenderán más a seguir nuestro ejemplo. Esto
es bueno para todos, ya que la mayor parte de los trabajadores están deseosos
de ayudar a sus compañeros y los equipos con una cultura de ayuda tienden a ser
eficientes, creativos y a estar unidos fuertemente.
2.-
APRENDER A CALIBRAR NUESTRA PREOCUPACIÓN
La empatía incluye
muchas formas de conectar con los demás. Dos en particular destacan a la hora
de entender el burnout: “empatía emocional” que implica asumir los sentimientos
de otra persona y “preocupación empática” que implica el querer mejorar el
bienestar de otra persona. Estas formas de empatía están conectadas de alguna
forma pero divergen en otras. Por ejemplo, una persona que tiende a asumir los
sentimientos de otra no tiene necesariamente que puntuar alto en preocupación
empática. A la hora del burnout no son similares. Por ejemplo los médicos que
son empáticos emocionalmente van a experimentar antes burnout que aquellos que
sienten la urgencia de ayudar. Las personas con un nivel alto de empatía emocional
tienden a evitar actuar como voluntarios si significa que se van a tener que
encontrar con personas que sufren, mientras que las personas con preocupación
empática se van a volcar como voluntarios. Con frecuencia la empatía emocional
no es lo que los demás necesitan de nosotros.
La lección a aprender
es que podemos sintonizar diferentes frecuencias de empatía. Los profesionales
sanitarios resilientes lo hacen de dos maneras. En momentos complicados
calibran sus emociones, manteniendo su preocupación empática alta y su empatía
emocional en niveles relativamente bajos, creando un espacio para las emociones
de los pacientes, prestando atención y ofreciendo confort, al tiempo que
mantienen algunos límites. Esto
es lo que con frecuencia desean los pacientes. Podemos
ayudarnos a nosotros mismos y a las personas con las que trabajamos si somos
capaces de sintonizar con la preocupación y nos apartamos de la angustia.
Por tanto, la empatía
no solo conecta a las personas, también ayuda a liderar mejor, especialmente a
través de la preocupación empática. Esto no quiere decir que la empatía
emocional no tenga su importancia, ya que puede centrarse tanto en mociones
negativas como en las positivas que nos van a servir para recargar nuestra
energía. Cuando somos capaces de compartir la alegría que otros están sintiendo
la empatía emocional no nos agota sino que nos transmite energía.
Todos podemos
beneficiarnos si sintonizamos nuestra preocupación de forma más intencional.
Debemos comenzar por preguntarnos qué tipo de empatía tengo que adoptar para esta
situación, considerando lo que nuestros compañeros pueden necesitar y lo que
nosotros necesitamos para mantenernos sin experimentar burnout. Probablemente nos
demos cuenta de que la preocupación empática se alinea mejor con las
necesidades de todos los implicados y con nuestros valores como líderes. En ese
momento debemos reconocer el sufrimiento de nuestros compañeros sin quedarnos
atrapados en él. Un minuto de respiración profunda puede ayudar. Podemos, por
ejemplo, pensar, luego, en cómo nos gustaría que su bienestar mejorase y qué
podemos hacer para ayudar.
En otros casos podemos
ser conscientes de que la empatía emocional es la adecuada. Cuando ocurre algún
triunfo, independientemente de lo raro que éste sea o pequeño, debemos saborearlos
con nuestros equipos y crear formas para que lo puedan celebrar para a través
de sentimientos compartidos unir a sus miembros.
3.- RECORDAR QUE LA EMPATÍA ES UNA HABILIDAD
Dediquemos un momento a
pensar en las personas más y menos empáticas que hemos conocido. Luego debemos
preguntarnos cómo llegaron a ser así. La empatía es más una habilidad que un
rasgo de carácter, aunque algunas personas sean desde su nacimiento más
empáticas que otras. Cuando entendemos que la empatía puede ser desarrollada
también entendemos que preocuparnos bien no siempre significa preocuparnos más.
Investigaciones recientes sugieren que la “meditación compasiva” puede
ayudarnos. Esta práctica implica centrar nuestra atención primero en nosotros y
luego en otras personas repitiendo expresiones de buenos deseos hacia ellos
como: “espero que estés en paz” o “deseo que estés libre de daño”. La finalidad
es incrementar nuestra habilidad de conectar con los demás y hasta cambiar
nuestra mente en el proceso.
Debemos intentar ser
más conscientes de la forma en que empatizamos y la próxima vez que veamos a un
compañero preocupado tenemos que realizar una auditoría interna y preguntarnos
el grado en que hemos asumido los sentimientos de esa persona en lugar de
mostrar buenas intenciones o intentar ver su perspectiva. Es también importante
practicar el sintonizar nuestras preocupaciones no solo en el momento: si es posible con antelación. Si sabemos
que tenemos por delante una conversación complicada podemos intentar “pre-regularnos”
a nosotros mismos con unos pocos minutos de mindfulness, por ejemplo. En lugar
de ser absorbidos por los sentimientos del otro, tenemos que centrarnos en el
largo plazo y en cómo podemos ayudar.
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