Chris Anderson, director de TED Talks, en su libro “TED Talks. The oficial TED guide to publicspeaking”, explica los fundamentos de una presentación inolvidable. Plantea que no existe una forma única de hacer una gran charla ya que el mundo del conocimiento es demasiado amplio y la variedad de oradores y audiencias lo impiden. Cualquier intento de utilizar una única fórmula fracasará ya que las audiencias lo percibirán y se sentirán manipuladas. Uno de los aspectos más atrayentes de una gran presentación es su frescura. Si una charla parece similar a otras ya escuchadas tendrá menor impacto.
Si se hace correctamente
una presentación es capaz de transformar las visiones de la audiencia y es más
poderosa que cualquier texto. La escritura nos facilita las palabras pero una
charla nos permite captar matices del orador: su inteligencia, vulnerabilidad,
pasión a través de sus gestos y tono de voz, que posibilitan la inspiración y
movilización de la audiencia.
La mayor parte de las
personas hemos experimentado temor al hablar en público. Las encuestas en las
que se pide a los participantes que seleccionen los mayores temores que
experimentan suelen mostrar, con frecuencia, que uno de los principales miedos
es el hablar en público. La causa principal de este temor se encuentra en el
hecho de que somos animales profundamente sociales y anhelamos el afecto,
respeto y apoyo de los demás y sentimos que lo que ocurra en un escenario
público puede afectar nuestras relaciones sociales y nuestra reputación.
Podemos utilizar este temor, con el patrón mental adecuado, para movilizarnos e
impulsarnos a preparar las charlas correctamente.
La tesis central del
libro es que cualquiera que tiene una idea que merece la pena compartir es
capaz de dar una charla que tenga un impacto. No tiene que ser un
descubrimiento científico, una invención genial o una teoría compleja. Puede
ser una idea sencilla o la transmisión de una imagen que tenga un significado o
un recordatorio de las cosas que merecen más la pena.
Una idea es algo que
pueda cambiar la forma en la que las personas ven el mundo. La mayor parte de
las mejores charlas se basan simplemente en una historia personal y en una
sencilla lección que se pueda extraer de ella.
El lenguaje, en una
presentación, puede ejercer su magia sólo si es compartido por el orador y el
oyente. Si utilizamos sólo nuestro lenguaje, nuestros conceptos, nuestras
presunciones o nuestros valores fallaremos. En lugar de ello comenzar por los
de la audiencia, es exclusivamente a través de un terreno común como podremos
empezar a introducir nuestra idea en sus cabezas. Algunos expertos en el arte
de las presentaciones minimizan la importancia del lenguaje. Citan
investigaciones realizadas por Albert Mehrabian publicadas en 1965 en las que
planteaba que solo el 7% de la efectividad en la comunicación correspondía al
lenguaje, mientras el tono de voz intervenía en un 38% y el lenguaje corporal
era responsable del 55%. Centran, por tanto sus enseñanzas en desarrollar
carisma o un estilo que demuestre confianza y seguridad, por ejemplo y no se
preocupan demasiado de las palabras.
Desgraciadamente estos
enfoques malinterpretan los hallazgos de Mehrabian. Sus experimentos estaban
dedicados, fundamentalmente, a descubrir cómo se comunicaban las emociones. Por
ejemplo analizaba qué sucedía cuando alguien decía “está bien” pero utilizaba
un tono de voz que mostraba enfado o un lenguaje corporal amenazador.
Evidentemente en esas circunstancias las palabras no significaban mucho.
Comunicar las emociones
es importante y en este sentido en una charla el tono de voz y el lenguaje no
verbal importan mucho, pero lo crucial de una presentación son las palabras.
Éstas son las que van a contar una historia, construir ideas, explicar la
complejidad o hacer una llamada a la acción.
Existen numerosas
formas de construir una gran presentación pero hay que tener presente que
existen algunos estilos que pueden ser peligrosos tanto para la reputación del
orador como para el bienestar de la audiencia. Anderson destaca los cuatro
siguientes como estilos de discursos que hay que evitar a toda costa:
2.-
El estilo vago y confuso. Divagar, no preparar adecuadamente
una presentación, que no tenga un sentido claro y jactarnos de ello resulta insultante para la
audiencia ya que les transmite que su tiempo no es importante y que el acto
tampoco lo es para el orador. Bruno Giussani recuerda que “Cuando las personas
se sientan en una sala a escuchar a un orador le están ofreciendo algo muy
preciado y que no se puede recuperar una vez dado: unos pocos minutos de su
tiempo y de su atención. Por tanto la tarea del orador es utilizar ese tiempo
de la mejor forma posible”.
3.-
El discurso centrado en la organización. Una organización
puede resultar fascinante para aquellos que trabajan en ella pero profundamente
aburrida para todos los demás. Cualquier charla que se centre en la historia
excepcional de nuestra compañía, en su impresionante estructura, en el
extraordinario talento de los equipos que la
componen o del éxito de todos sus productos o servicios va a conseguir
que la audiencia desconecte desde la primera frase. Todo cambia si nos
centramos en la naturaleza del trabajo que estamos realizando y en el poder de
las ideas que nos mueven.
4.-
El estilo en “exceso inspirador”. Una de las sensaciones
más fuertes que podemos percibir al asistir a una presentación es la inspiración.
Las palabras del orador nos conmueven y emocionan y nos abren nuevas
posibilidades. Queremos salir y hacer mejores cosas.
Este es un poder que
debe ser manejado con cuidado. Quieran admitirlo o no muchos oradores sueñan con ser ovacionados al
finalizar su intervención y recibir luego mensajes en los que se reconozca su
labor inspiradora. Pero en este hecho se encuentra la trampa ya que el intenso
atractivo de las ovaciones puede llevar a los oradores “inspiradores” a actuar
incorrectamente, como por ejemplo imitando charlas de otros oradores
inspiradores pero sólo en su aspecto externo, sin creer realmente lo que
transmiten. El resultado puede ser desastroso pues lo que realmente están
pretendiendo es manipular emocionalmente a su audiencia.
La inspiración tiene
que ganarse. Alguien es inspirador no porque nos miren y pidan que busquemos la
inspiración en nuestro corazón para creer en nuestro sueño, sino porque
realmente tiene un sueño por el que es importante emocionarse. Y esos sueños no
surgen fácilmente. Suelen venir acompañados de sangre, sudor y lágrimas. Si
pretendemos ganar a las personas únicamente por medio de nuestro carisma
podemos tener éxito momentáneamente pero pronto seremos descubiertos y la
audiencia huirá. La inspiración no puede
ser fingida, debe ser auténtica, valiente y transmitir verdadera sabiduría y
generosidad. Si incorporamos todas estas cualidades a nuestra charla nos
asombraremos al ver lo que ocurre.
El propósito de una
presentación es decir algo que tenga un sentido, pero es sorprendente el número
de charlas que no lo cumplen y dejan a la audiencia sin nada a lo que
aferrarse. Preciosas diapositivas y una presencia en el escenario carismática
están muy bien, pero nos podemos encontrar con que lo único que ha hecho el orador,
en el mejor de los casos, es entretener.
La razón principal de esta “tragedia” es que el orador no había planificado su
charla como un todo, sino punto por punto o frase a frase sin tener un hilo
conductor coherente que uniese cada elemento narrativo.
Puesto que nuestra meta
es construir algo significativo en la mente de los oyentes debemos pensar que
el hilo conductor es como una cuerda fuerte a la que vamos añadiendo todos los elementos que forman parte de la idea que
queremos transmitir. Esto no quiere decir que cada charla debe abarcar un solo
tema, contar una sola historia o proceder en una única dirección sin
distracciones, lo que significa es que todas sus partes tienen que estar
conectadas.
Para definir este hilo
conductor es bueno procurar que no sobrepase las quince palabras. Éstas tienen
que ofrecer un contenido potente. No es suficiente con pensar que nuestra meta
es “Quiero inspirar a la audiencia” o “Quiero lograr apoyo para mi trabajo”.
Tiene que estar más centrado en cuál es la idea central que quiero que mi
audiencia capte e incorpore. Es conveniente, también, que no sea demasiado
convencional o predecible y presentar algún matiz intrigante, como por ejemplo
en lugar de dar una charla sobre la importancia del trabajo duro hablar sobre
las razones por las que el trabajo duro en ocasiones no consigue tener éxitos y
las causas por las que esto ocurre.
Si pensamos que una
charla es un viaje que el orador y la audiencia van a recorrer juntos, en el
que el orador es el guía, éste para conseguir que los oyentes le sigan deberá
darles una pista desde el principio de hacia dónde se encaminan. Luego tendrá
que asegurarse de que cada paso les conduce a la meta. En esta metáfora del
viaje el hilo conductor va marcando la senda que éste va a tomar para asegurar
que al final del recorrido el orador y la audiencia han llegado juntos y
satisfechos a su destino.
Muchas personas abordan
una charla pensando que no tienen más que describir superficialmente su trabajo
o su organización o explorar un tema. Este es un enfoque equivocado que suele
conducir a charlas que no están centradas y sin mucho impacto. Aunque el tema a
tratar esté claro se debe pensar en el hilo conductor. Por ejemplo una charla
sobre las aventuras en kayak en un lugar exótico puede tener distintos hilos
conductores: la capacidad de sacrificio y aguante, las dinámicas de grupo que
se generan entre los participantes o los riesgos que se han corrido.
Para definir el hilo
conductor el autor propone una serie de pasos. El primero es averiguar todo lo
que podamos sobre la audiencia: ¿quiénes son?, ¿qué conocimientos tienen sobre
el tema?, ¿cuáles son sus expectativas?, ¿qué les importa?, ¿ qué les han
contado otros oradores previos?,… Sólo podremos conseguir que una idea cale si
las mentes están preparadas para recibir ese tipo de idea.
El principal obstáculo
para identificar el hilo conductor es el temor primario que todo orador siente
de que tiene mucho que decir y que no va a tener tiempo suficiente para hacerlo. Las charlas TED, por ejemplo,
tienen un tiempo máximo de duración estipulado de 18 minutos. Conseguir
adaptarnos al tiempo marcado puede ser complicado pero Anderson plantea que
existen dos formas de abordar el problema:
a).-
Forma incorrecta. Consiste en incluir todas las cosas que
pensamos que tenemos que decir y reducir el tiempo que dedicamos a cada una de
ellas. Pero los hilos conductores que conectan un gran número de conceptos no
funcionan ya que se produce una consecuencia drástica cuando procedemos a tratar de forma apresurada y sintetizada un gran número de conceptos:
éstos no son interiorizados al ser presentados de forma excesivamente
superficial.
Si queremos decir algo
interesante debemos dedicar tiempo a:
1.- Mostrar por qué
importa lo que queremos transmitir.
2.- Destacar cada punto
con ejemplos reales, historias, datos,…
Esta es la forma de
conseguir que nuestras ideas calen en las mentes de los demás.
b).-
Forma correcta. Si queremos que una charla sea eficaz
debemos seleccionar los temas a tratar de forma que puedan ser insertados en un
hilo conductor que se pueda desarrollar correctamente. Abarcaremos menos pero
el impacto será mayor. Brené Brown, una de las conferenciantes de TED más
populares recomienda esta fórmula simple que ella utiliza para adaptarse a las
limitaciones de tiempo que se imponen en las charlas TED de no sobrepasar los 18 minutos:” Planificar
nuestra presentación, cortarla luego por la mitad y una vez que hemos hecho el
duelo por la pérdida de la mitad de nuestra charla reducirla en otro 50%.
Encontraremos que es un reto atractivo el pensar lo que podemos acoplar en 18
minutos”.
Por tanto el hilo
conductor requiere que primero identifiquemos una idea que puede ser presentada
de forma adecuada en el tiempo que tenemos disponible. Posteriormente tendremos
que construir una estructura para que cada elemento de nuestra charla esté, de
alguna forma, ligado a esa idea.
La estructura es
crítica. Distintas presentaciones pueden tener diferentes estructuras ligadas
al hilo conductor central. Una charla, por ejemplo, puede comenzar con una introducción al
problema utilizando una anécdota que ilustra dicho problema, luego puede
continuar con la referencia a casos similares en que los intentos de resolverlo
han fallado para pasar, posteriormente, a presentar la solución propuesta del
orador con evidencias que la avalen y terminar con las posibles implicaciones
futuras.
Podemos visualizar la
estructura de una charla como un árbol. Existe un hilo conductor central que se
eleva verticalmente con ramas que representan la expansión de la narrativa
principal, por ejemplo, una rama cerca de la base para la anécdota
introductoria, dos por encima correspondientes a los ejemplos que fallaron,
otra por encima para la solución propuesta y tres en lo alto del árbol que
representen las implicaciones para el futuro.
Sir Ken Robinson, el
conferenciante más visionado de TED, señala que la mayor parte de sus charlas
siguen esta sencilla estructura:
1.- Introducción.
2.- Contexto: por qué
el tema a tratar es importante.
3.- Conceptos
principales.
4.- Implicaciones
prácticas.
5.- Conclusión.
El autor propone la
siguiente lista de chequeo para desarrollar el hilo central:
a).- ¿El tema a tratar
me apasiona?
b).- ¿Puede inspirar
curiosidad?
c).- ¿ Puede tener
algún efecto en la audiencia el contar con este conocimiento?
d).- ¿Mi charla es un
regalo o una petición?
e).- ¿La información
que voy a transmitir es novedosa o ya es conocida?
f).- ¿Puedo explicar el
tema en el tiempo asignado?
g).- ¿Conozco lo
suficiente sobre el tema para que el tiempo dedicado por la audiencia a
escucharme les merezca la pena?
h).- ¿Poseo la suficiente
credibilidad para hablar de este tema?
i).- ¿Cuáles son las 15
palabras que presentan de forma sintetizada mi charla?
j).- ¿Esas 15 palabras
serán capaces de persuadir a alguien de que puede ser interesante escuchar mi
charla?
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