Dacher Keltner,
profesor de psicología en la Universidad de California en la edición de octubre
de Harvard Business Review plantea que en su investigaciones realizadas en los
últimos 20 años ha descubierto un patrón inquietante: Mientras las personas
normalmente adquieren poder a través de acciones dirigidas defender los
intereses de otras personas tales como
la empatía, la colaboración, la justicia y el compartir, cuando empiezan a
sentirse poderosos o a disfrutar de una posición de privilegio las cualidades
mostradas hasta ese momento empiezan a desvanecerse. Los poderosos se implican
con más frecuencia que el resto de las personas en comportamientos poco éticos,
egoístas y groseros. El político e historiador del siglo XIX Lord Acton tenía
razón: el poder corrompe.
El autor llama a este
fenómeno “la paradoja del poder” y lo ha observado en numerosos sectores
profesionales y políticos. En todos ha comprobado que las personas suben en
función de sus buenas cualidades pero su comportamiento se torna cada vez peor
al ir ascendiendo.
Las consecuencias
tienen un largo alcance. El abuso de poder termina por ensuciar la reputación
de los ejecutivos, minando sus posibilidades de tener influencia. Crea también
estrés y ansiedad entre sus compañeros, disminuye la creatividad de los equipos
y afecta negativamente al compromiso y el desempeño de los miembros del equipo.
Keltner para evitar
caer víctimas de esta paradoja propone como primer paso intentar ser
conscientes de esos cambios de comportamiento. Sus investigaciones han puesto
de manifiesto que el poder nos pone en un estado maníaco que nos lleva a
sentirnos cargados de energía, omnipotentes, hambrientos de recompensas e
inmunes al riesgo, lo que nos hace más proclives al comportamiento poco
considerado y poco ético. Pero nuevo estudios de la neurociencia sugieren que
podemos activar regiones en el lóbulo frontal que nos van a ayudar a mantener
bajo control esos malos impulsos. Cuando reconocemos y etiquetamos los
sentimientos de excesiva confianza y alegría tendemos a tomar menos decisiones
irracionales inspiradas en ellos. Si detectamos los sentimientos de frustración
seremos capaces de responder de forma menos agresiva y evitaremos las
confrontaciones violentas. Las técnicas de mindfulness sirven de ayuda.
Es importante, también,
que reflexionemos sobre nuestras actitudes y acciones: ¿Interrumpimos a los
demás?, ¿Miramos el móvil mientras nos están hablando?, ¿Contamos bromas que
pueden humillar a alguien?, ¿Acaparamos los créditos por el trabajo de los
demás? , ¿Olvidamos el nombre de nuestros compañeros?,… Si respondemos
afirmativamente a algunas de estas preguntas estamos empezando a caer en
manifestaciones de poder problemáticas y
arrogantes, que puede que a nosotros nos parezcan inocuas pero nuestros colaboradores no opinarán lo mismo.
El autor recomienda
tres prácticas esenciales que apoyan al liderazgo benevolente hasta en los
entornos más agresivos. Éstas son:
1.-
Practicar empatía. Para ello sugiere:
a).- Hacer una o dos preguntas en cada interacción
y parafrasear los puntos importantes que otros hacen.
b).- Escuchar con
atención. Orientar nuestro cuerpo y mirada hacia la persona que hablar y
demostrar nuestro interés de forma verbal.
c).- Cuando alguien
acuda a nosotros con un problema demostrar nuestra comprensión con frases como:
“lo siento” y “eso es muy duro”. Evitar hacer juicios y emitir consejos apresurados.
d).- Antes de comenzar
una reunión dedicar un momento a pensar en la persona con la que nos vamos a
reunir y en lo que puede estar pasando en su vida.
2.-
Practicar gratitud. Para ello podemos:
a).- Al comunicarnos
con otros agradecer aquello que sea apropiado.
b).- Mandar a los
colaboradores notas o correos de agradecimiento y reconocimiento por el trabajo
bien hecho.
c).- Reconocer
públicamente el valor de las aportaciones de cada miembro del equipo.
d).- Celebrar los
éxitos con los miembros del equipo.
3.-
Practicar generosidad. Por medio de:
a).- Buscar oportunidades
para pasar algún tiempo de forma individual con los profesionales que lideramos.
b).- Delegar algunas
responsabilidades importantes.
c).- Reconocer con
generosidad.
c).- Compartir los
focos. Conceder el crédito a todos los que contribuyen al éxito del equipo y de
la organización.
Tenemos la capacidad de
vencer a la “paradoja del poder” si practicamos la ética de la empatía, la
gratitud y la generosidad. De esta forma aflorará el mejor desempeño y el
espíritu colaborador de los que trabajan con nosotros y nos beneficiaremos de
una reputación intachable, de un liderazgo reconocido y de las delicias de los ricos
efectos de la dopamina al poner por
delante de los nuestros los intereses de
los demás.