domingo, 21 de marzo de 2021

VOLVER A PENSAR: EL PODER DE SABER LO QUE NO SABEMOS

 


Adam Grant en su último libro:“Think again. The power of knowing what you don´t know” plantea que cuando las personas piensan en lo que es necesario para ser apto mentalmente la primera idea que les viene  a la cabeza suele es la inteligencia. Cuanto más inteligente seas mejor y más rápidamente podrás resolver problemas complejos. La inteligencia, tradicionalmente, se considera que es la habilidad de pensar y aprender, pero en un mundo turbulento como el actual existen otra serie de habilidades cognitivas que pueden ser más importantes: la habilidad de repensar y de desaprender.

En relación con repensar un ejemplo claro es lo que ocurre con los exámenes de test cuando los alumnos revisan sus respuestas. Diversos estudios han mostrado que los resultados mejoran. En ocasiones no repensamos por la “pereza cognitiva”. Algunos psicólogos piensan que las personas podemos ser “tacaños mentales” ya que frecuentemente preferimos elegir la comodidad de aferrarnos a nuestras ideas en lugar de afrontar las dificultades de asumir otras nuevas. Pero existen otras fuerzas más profundas que están detrás de nuestra resistencia a repensar. Si nos cuestionamos a nosotros mismos el mundo se vuelve más impredecible al requerir que admitamos que los hechos han podido cambiar y que lo que en su día era correcto ahora puede no serlo. Reconsiderar algo en lo que creemos fervientemente puede amenazar nuestra identidad y hacer que sintamos que estamos perdiendo parte de nosotros mismos.

Repensar no implica una lucha interna en todas las facetas de nuestra vida. Por ejemplo en el caso de nuestras posesiones tendemos a actualizarlas sin problemas, como hacemos, en el caso de  nuestra ropa si se pasa de moda o de nuestra cocina para hacerla más práctica. Sin embargo, en relación con nuestro conocimiento y opiniones tendemos a mantenernos firmes: escogemos la comodidad de las convicciones sobre la incomodidad de la duda y escuchamos los puntos de vista que hacen que nos sintamos bien, en lugar de las ideas que puede que nos hagan pensar en profundidad.

En los casos de estrés agudo las personas normalmente regresan a las respuestas automáticas y bien aprendidas. Esto es un hecho adaptativo que puede ser útil siempre que no encontremos en el mismo tipo de entorno y situación en el que esas reacciones eran necesarias, pero si es diferente podemos encontrarnos con muchos problemas.

Nuestra forma de pensar se convierte en hábitos que nos pueden  hundir si no nos preocupamos de cuestionarlos hasta que sea demasiado tarde. Tenemos la tendencia de aferrarnos a nuestras  presunciones, instintos y hábitos, pero, por ejemplo, lo sucedido en el último año en que nos hemos visto obligados a cuestionar muchas de nuestras certezas como que era seguro ir a un hospital, comer en un restaurante o abrazar a nuestra familia y amigos.

La mayor parte de las personas se sienten orgullosas de sus conocimientos y experiencias, así como de mantenerse fieles a sus creencias y opiniones. Esto tiene sentido en un mundo estable pero al vivir en un mundo en constante y rápido cambio tenemos que dedicar el mismo tiempo a pensar que a repensar.

Con los avances en el acceso a la información y a la tecnología el conocimiento no solo se está incrementando, lo está haciendo a gran velocidad. En 2011 el consumo de información diario era 5 veces mayor que un cuarto de siglo antes. En la década del os 50 del siglo pasado tenían que pasar 50 años para que se duplicase el conocimiento en medicina. En los años 80 lo hacía cada 7 años y en 2010  cada 3,5 años. Este ritmo acelerado de cambio hace que tengamos que estar dispuestos a cuestionar nuestras creencias más que en tiempos pasados, lo cual no es tarea fácil.

Somos rápidos en reconocer cuándo tienen que repensar algo los demás. Cuestionamos el juicio de los expertos cuando pedimos una segunda opinión en un diagnóstico médico, por ejemplo. Desgraciadamente cuando entran en juego nuestro conocimiento y opiniones con frecuencia escogemos sentirnos bien sobre tener razón. Tenemos que desarrollar el hábito de formar nuestras propias segundas opiniones.

Phil Tetlock, hace dos décadas, descubrió algo peculiar: al pensar y hablar con frecuencia nos ponemos en el patrón mental correspondiente a tres profesiones diferentes y cuando lo hacemos adoptamos una identidad particular y utilizamos una serie de herramientas. Éstas son:

1.- Predicador. Entramos en este patrón mental cuando vemos amenazadas nuestras creencias sagradas y ofrecemos sermones para proteger y promover nuestros ideales.

2.- Fiscal. Recurrimos a este patrón cunado reconocemos fallos y errores en el razonamiento de otras personas y reunimos argumentos para demostrar que están equivocados y ganar nuestro caso.

3.- Político. Utilizamos este patrón cuando buscamos convencer a una audiencia: hacemos campaña para conseguir la aprobación de nuestros constituyentes.

El riesgo radica en que estemos tan inmersos en predicar que tenemos razón, en demostrar que otros no la tienen y en hacer política para lograr apoyos que no nos paremos ni molestemos en repensar la validez de  nuestras propias ideas.

Si somos científicos, en cambio, repensar es fundamental, ya que se espera que seamos conscientes de los límites de nuestro entendimiento, que seamos capaces de cuestionar lo que sabemos, de ser curiosos sobre lo que no sabemos y de actualizar nuestros puntos de vista en función de los nuevos datos. Pero ser un científico no es solo una profesión , es un estado mental, una forma de pensar que difiere de la del predicador, fiscal o político. Adoptamos ese patrón mental cuando buscamos la verdad: realizamos experimentos para testar las hipótesis y descubrir el conocimiento. Las hipótesis tienen tanta importancia en nuestras vidas como en un laboratorio y los experimentos pueden informar nuestras decisiones diarias.

Así como no tenemos que se un científico profesional para razonar como uno, ser un científico profesional no garantiza que éste utilice las herramientas de su profesión. Los científicos se convierten en predicadores cuando presentan sus teorías favoritas como el evangelio y tratan a las críticas bien razonadas como sacrilegios. Se tornan políticos cuando dejan que sus opiniones se vean influidas excesivamente por la popularidad en lugar de por la exactitud y entran en el patrón fiscal cuando se centran en desacreditar las ideas de otros en lugar de en descubrir algo nuevo.

Diversas investigaciones muestran, por otro lado, que cuanto más altos sean nuestros resultados en tests de inteligencia más facilidad tendremos para caer en estereotipos porque somos más rápidos a la hora de reconocer patrones. Experimentos recientes sugieren que cuanto más inteligentes seamos más dificultades tendremos para actualizar nuestras creencias.

En psicología existen dos sesgos que apoyan este patrón:

a).- Confirmación o ver lo que esperamos ver.

b).- Deseabilidad o ver lo que queremos ver.

Ambos no solo entorpecen el uso de nuestra inteligencia también pueden convertirla en un arma contra la verdad y encontramos razones para predicar nuestra fe más intensamente, defender nuestro caso con más pasión o aceptar todas las consignas de nuestro partido político.

El sesgo favorito del autor es el de : “Yo no tengo prejuicios”, por el que las personas creemos que somos más objetivos que los demás, siendo las más inteligentes las que suelen caer en esta trampa. Cuanto más brillantes somos más dificultades tenemos para ver nuestras limitaciones. Ser buenos a la hora de pensar puede hacer que seamos peores a la hora de repensar.

Cuando adoptamos el patrón mental del científico nos negamos a que nuestras ideas se conviertan en ideologías. No empezamos a liderar con respuestas o soluciones sino con preguntas y acertijos, no predicamos desde la intuición, enseñamos desde la evidencia y no solo mantenemos un escepticismo sano sobre los argumentos de los demás sino que nos atrevemos a estar en desacuerdo con nuestros propios argumentos.

Pensar como un científico implica algo más que reaccionar con una mente abierta. Significa mostrar activamente una mente abierta, buscando las razones por las que podemos estar equivocados y no solo las que demuestran que podemos tener razón y revisar nuestros puntos de vista basándonos en lo que aprendamos.

Esto rara vez ocurre en cualquiera de los otros patrones mentales. En el del predicador cambiar nuestras ideas es una señal de debilidad moral mientras en el científico es una señal de integridad intelectual. En el caso del patrón del fiscal dejar que nos persuadan es admitir una derrota, mientras en el científico es un paso hacia la verdad y por último en el del político nos movemos como respuesta al palo y la zanahoria y por el contrario en las mismas situaciones con el patrón científico variamos y nos movemos ante la fuerza de la lógica y de los datos exactos.

Grant plantea que, a pesar de lo expuesto, no debemos tener una mente abierta en todas las circunstancias. Existen situaciones en las que está justificado actuar como un predicador, fiscal o político, lo cual no implica que la mayoría de nosotros no nos beneficiemos de mostrarnos más abiertos la mayor parte del tiempo porque es con el patrón mental del científico con el que desarrollamos agilidad mental.

Cuando el psicólogo Mihaly Csikszentmihalyi estudió a eminentes científicos como Linus Pauling y Johan Salk concluyó que lo que les diferenciaba era su flexibilidad cognitiva, su deseo de “ir de un extremo a otro cuando la ocasión lo requiere”. Similar patrón se ha encontrado en el caso de grandes artistas y arquitectos muy creativos.

El proceso de repensar, según el autor, se desarrolla en un círculo. Comienza con la humildad intelectual siendo conscientes de lo que no sabemos. Podemos hacer un listado de las áreas en las que somos unos ignorantes. Reconocer nuestras carencias abre la puerta a la duda y al cuestionarnos nuestros conocimientos empezamos asentir curiosidad por aquella información que nos estamos perdiendo. Esta búsqueda nos lleva a nuevos descubrimientos, que a su vez refuerzan nuestra humildad al ver todo lo que nos queda por aprender. Si el conocimiento es poder, saber qué es lo que no conocemos es sabiduría.

El pensamiento científico favorece la humildad sobre el orgullo, la duda sobre la certidumbre, la curiosidad sobre la cerrazón. Cuando lo abandonamos el circulo de repensar se rompe y da paso al del exceso de confianza. Si estamos predicando somos incapaces de ver lagunas en nuestro conocimiento porque pensamos que ya hemos encontrado la verdad. El orgullo alimenta las convicciones en lugar de las dudas lo que nos hace ser como fiscales decididos a cambiar las mentes de los demás pero no las nuestras, cayendo en los sesgos de confirmación y deseabilidad.  Nos podemos convertir en políticos, finalmente, que rechazan o ignoran aquello que no va a ser bien visto por sus constituyentes, sean los jefes, compañeros, etc, a los que queremos impresionar.

Nuestras convicciones pueden encerrarnos en prisiones y la solución no consiste en acelerar nuestro pensamiento sino en acelerar nuestra capacidad de repensar. La maldición del conocimiento es que cierra nuestras mentes a lo que no sabemos. El buen juicio depende de tener la habilidad y el deseo de abrir nuestras mentes.

1 comentario:

  1. Ciertamente resulta enriquecedora la comparación que se hace entre el raciocinio en diferentes roles que cumplen los hombres. La conclusión de mantener la mente abierta, siempre contrastara con la normatividad y la moral que se nos presenta como requisito para la convivencia.

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