domingo, 6 de abril de 2025

GESTIÓN DE FALLOS: ¡CUIDADO CON EL ENEMIGO QUE LLEVAMOS DENTRO¡

 


Amy Edmonson en “Right kind of wrong. The art of failing well”, que estamos comentando, plantea que equivocarnos y fallar bien, y quizás, hasta vivir bien , requiere que seamos rotundamente humildes y curiosos y que éste es un estado que no surge naturalmente en los adultos.

Los psicólogos y los neurocientificos han descubierto que con demasiada frecuencia para lo que es bueno para nuestra salud y éxito en la vida, una especie de sentido automático de que estamos en lo cierto nos ciega, y el  sesgo de confirmación aparece. Cuando lo hace dejamos de observar las evidencias que no confirman nuestros puntos de vista. En otros casos, a nivel privado, somos conscientes de que hemos fallado o nos hemos equivocado, pero nos cuesta reconocerlo.

La mayor parte de las personas vivimos obstaculizadas por y parcialmente ajenos a la existencia de tendencias humanas bien documentadas que dificultan el aprendizaje de las valiosas lecciones que los fallos nos ofrecen. Parte del problema radica en que nos sentimos reacios a compartir nuestros errores y fracasos con otros ( realidad que se ha visto exacerbada en la actualidad por las redes sociales) ,  lo que reduce nuestra capacidad de aprender de ellos. Se pierde información importante y estamos condenados a repetir fallos que podían haberse prevenido y en ocasiones necesitamos enfrentarnos a un fallo que no se puede ocultar por ser demasiado evidente para que nos detengamos y comencemos a pensar en lo que ha podido ir mal.

Para evitar esto solo tenemos que aprender un nuevo tipo de pensamiento, que es el que favorece el aprendizaje sobre el conocimiento. Podemos empezar sobreponiéndonos al instinto de encontrar a alguien o a algo a quién culpar.

Nuestra aversión a los fallos se está estudiando, en la actualidad, en campos que van desde la neurociencia al comportamiento organizacional. En 1987 Daniel Goleman, en su  libro: “Vital lies, simple truths:the psychology of self-deception hablaba de la existencia de mecanismos a tres niveles: cognitivo, de dinámica grupal y  de sistemas institucionales, que se refuerzan unos a otros y nos ciegan a las verdades no bien recibidas. Un fallo es realmente una verdad molesta y desagradable. Estos mecanismos multinivel de autoprotección nos levantan el ánimo en el momento pero dañan nuestras vidas y relaciones a largo plazo.

Para empezar nuestras mentes están programadas de forma que resulta sencillo no percibir nuestros fallos con frecuencia haciendo que no seamos conscientes de ellos. Es el caso en el que no detectamos señales cruciales que indican la necesidad de tomar acciones correctivas. Hasta los expertos en interpretación de datos pueden ser engañados por sus creencias. Todos nosotros estamos muy dispuestos a percibir las señales que refuerzan  nuestras creencias e inconscientemente filtramos y dejamos fuera aquellas que las cuestionan. Esto ocurre tanto en el caso de situaciones específicas ( la dirección en la que voy conduciendo) y para opiniones generales sobre el mundo ( el cambio climático es un engaño).

Otro efecto que también interviene en nuestra resistencia a admitir nuestros fallos además del sesgo de confirmación, es la falacia del coste irrecuperable, que consiste en la tendencia a persistir en una línea de acción perdedora o errónea, después de haber invertido en ella dinero y tiempo, cuando detenernos y abandonarla sería más beneficioso para nosotros. Es una variante del sesgo de confirmación, ya que no podemos creer que nos hemos equivocado en nuestra valoración inicial y no queremos reconocerlo.

Los sesgos de confirmación son alimentados por nuestra motivación natural a mantener nuestra autoestima, lo que hace que desechemos las señales de que podemos estar equivocados. Aquellas personas con niveles altos de narcisismo caen en  estos sesgos con mayor frecuencia.

Las investigaciones en el campo de la  neurociencia identifican dos caminos básicos en la mente. Daniel Kahneman en su libro “Thinking fast and slow”: describió dos sistemas de procesamiento de nuestro pensamiento,  el rápido y el lento. El procesamiento lento es reflexivo, racional y exacto, mientras el rápido es instintivo y automático. Estas distinciones son importantes porque es natural que procesemos un fallo a través de caminos rápidos, instintivos y automáticos en nuestra mente. El problema está en que el pensamiento lento desencadena una respuesta inmediata ante los errores en la amígdala cerebral (centro del miedo para la autoprotección, que en el mundo actual en ocasiones impide que nos arriesguemos). La forma en la que interpretemos los hechos, como sabemos, condiciona nuestra respuesta ante ellos. Afortunadamente podemos aprender cómo reinterpretar los hechos en nuestras vidas para evitar mantener sentimientos negativos improductivos. Para hacerlo debemos invalidar la amígdala, con sus camino superrápido hacia amenazas percibidas y cuestionar su automatismo con información y razonamientos.

La amígdala que nos protegió de numerosas amenazas reales en tiempos prehistóricos, opera con una lógica “mejor seguro que arrepentido”. Pero en la actualidad este “módulo del miedo” hace que no nos mostremos dispuestos a asumir riesgos vitales interpersonales que pueden ser enriquecedores y que no ponen en riesgo nuestra supervivencia.

Cargamos con lo que los psicólogos llaman “miedos programados”. Estos incluyen miedo a los animales peligrosos, ruidos altos y movimientos repentinos, por ejemplo. A esta lista hay que añadir el temor a ser expulsados por la tribu. El riesgo a ser mal considerados ante los ojos de una autoridad, como puede ser nuestro jefe, desencadena un miedo “programado” en nuestra mente relacionado con el de ser expulsado de la tribu, realidad que en el pasado podía resultar en la muerte por exposición o por inanición. Pero, en la actualidad, cuando tememos hablar sobre nuestros fallos, nuestros compañeros pierden valiosas oportunidades de aprender vicariamente y perdemos oportunidades de evitar fallos prevenibles.

Mientras tanto, distraídos por estos miedos “programados” irracionales, no captamos señales de peligros a más largo plazo que requieren un pensamiento más lento, pero que constituyen verdaderas amenazas para nuestra supervivencia, tales como el impacto del cambio climático en los niveles del mar o en la agricultura.  El procesamiento rápido y automático nutre al sesgo de confirmación, fomenta la complacencia y oculta las lecciones útiles que podemos aprender de los fallos. Este procesamiento se produce cuando dejamos de preguntarnos qué está pasando y qué puede significar  y cuando dejamos de preguntarnos cómo hemos podido contribuir nosotros al fallo. Para evitarlo las estrategias más recomendadas se centran  en hacer pausas para, posteriormente, elegir cómo responder.

La autora recomienda crear  los siguientes hábitos cuando nos enfrentemos a un fallo:

Hábitos cognitivos para responder ante los fallos

Hábito

Qué significa

Cómo hacerlo

Preguntas útiles

 

Parar

 

Hacer una pausa para detener las respuestas automáticas emocionales a los estímulos situacionales para facilitar la redirección de las respuestas emocionales y conductuales espontáneas

 

 

Respirar profundamente para prepararnos a examinar nuestro pensamiento y considerar su impacto para responder de forma que  proteja nuestra salud a largo plazo y nos dé más opciones

 

¿Qué está pasando ahora?

 

¿Cuál es el marco general?

 

¿Cómo me sentía antes de que ocurriese el fallo?

 

 

 

 

Cuestionar

 

Considerar el contenido de nuestros pensamientos espontáneos para comprobar su calidad y utilidad para el logro de nuestras metas

 

 

Verbalizar a nosotros mismos lo que está ocurriendo en nuestra mente como respuesta a la situación y preguntarnos qué pensamientos reflejan la realidad de forma objetiva, apoyan nuestra salud y efectividad y podrán ofrecer una respuesta productiva

 

Identificar interpretaciones alternativas de la situación que estén basadas en la realidad objetiva y que nos puedan ayudar a obtener una respuesta productiva. Esto implica reformular la situación de forma que nos permita seguir adelante y sentirnos mejor

 

 

¿Qué me estoy diciendo que está causando cómo me estoy sintiendo?

 

¿Qué datos objetivos apoyan o niegan mi interpretación?

 

¿Qué otra interpretación de la situación es posible?

 

¿Era mi interpretación la mejor para mis intereses a largo plazo basándome en toda la información que tengo?

 

 

Elegir

 

Decir o hacer algo que nos acerque a la consecución de nuestras metas

 

 

Responder en la forma en que nuestro pensamiento reformulado nos sugiere, para que podamos decir y hacer cosas que nos permitan seguir adelante

 

¿Qué quiero realmente?

 

¿Qué es lo que me va a ayudar a alcanzar mis metas?

 

El mensaje que tenemos que tener en cuenta es: "Hacer una pausa para cuestionar nuestros pensamientos automáticos que nos ocasionan dolor y vergüenza". Posteriormente reformular esos pensamientos para que escojamos aprender y podamos mirar más allá. En el núcleo del proceso de reformulación están las palabras que utilizamos para expresar nuestros pensamientos, en privado y en voz alta y preguntas como ¿Estoy fracasando o estoy descubriendo algo nuevo?, ¿Creo que lo debería haber hecho mejor y que soy un fracaso por no haberlo hecho o acepto lo que ha pasado y aprendo todo lo que pueda del fallo?, ¿Me siento bien con la incomodidad que sigue a las nuevas experiencias?, ¿Me doy permiso para ser humano y equivocarme y para aprender?

No hay comentarios:

Publicar un comentario