domingo, 23 de mayo de 2021

EL VALOR DE ESTAR EQUIVOCADO Y DE CUESTIONAR NUESTRAS OPINIONES

 


Adam Grant en su último libro:“Think again. The power of knowing what you don´t know”, que estamos comentando, plantea que estar equivocado no es siempre algo malo, ya que puede ser una señal de que hemos descubierto algo nuevo y que el descubrimiento en sí mismo puede ser muy positivo.

El sociólogo Murray Davis argumentaba que cuando las ideas sobreviven no tiene que ser porque sean ciertas, lo pueden hacer  porque son interesantes y lo que les hace atractivas es que cuestionan nuestras opiniones débilmente mantenidas. Cuando una idea o creencia no nos importa demasiado con frecuencia nos emociona cuestionarla y en estos casos la secuencia natural de nuestras emociones es la siguiente:

a).- Sorpresa: ¿De verdad?

b).- Curiosidad. “¡Cuéntame más¡”

c).- Exclamación: “Whoa”

Parafraseando una frase atribuida a Isaac Asimov los grandes descubrimientos no comienzan con “¡Eureka¡” sino con “vaya esto es sorprendente”.

En cambio, cuando una creencia central para nosotros es cuestionada tendemos a cerrarnos en lugar de abrirnos. Es como si un dictador en miniatura viviese dentro de nuestras cabezas, controlando el flujo de los hechos hacia nuestras mentes. El término técnico para esto en psicología es el “ego totalitario” y su papel es mantener fuera la información que pueda ser amenazante.

Es sencillo considerar que el dictador interno es útil cuando alguien ataca nuestro carácter o inteligencia. Este tipo de afrentas personales amenazan con desestabilizar  aspectos de nuestras identidades que son importantes para nosotros y que pueden ser difíciles de cambiar. El ego totalitario parece como un guardaespaldas para nuestras mentes, protegiendo nuestra autoimagen ofreciéndonos mentiras que nos tranquilizan, tales como. “Son todos unos envidiosos”, “Eres realmente guapo y atractivo”,…

Nuestro dictador interno aparece, también cuando nuestras opiniones firmemente arraigadas se sienten amenazadas. Los neurocientíficos han encontrado que cuando nuestras creencias principales se cuestionan se activa la amígdala, el primitivo cerebro reptiliano, y produce una respuesta de lucha – huida. La ira y el miedo son viscerales y parece como si nos hubiesen golpeado en la mente. El ego totalitario viene al rescate con su armadura mental y nos convertimos en predicadores o fiscales ( como vimos en una  entrada anterior) tratando de convertir o condenar a los incultos. Elizabeth Kolbert dice que “cuando nos presentan el argumento de otra persona enseguida somos capaces de detectar sus debilidades pero somos ciegos ante las nuestras”.

Este hecho es curioso porque no nacimos con nuestras opiniones y tenemos el control sobre lo que pensamos que es cierto. Escogemos nuestros puntos de vista y podemos elegir repensarlos en el momento que deseemos. Esta tendría que ser una tarea familiar porque tenemos un vida llena de evidencias de que nos equivocamos con cierta regularidad: “creía que terminaría a tiempo”, “pensaba que había metido la leche en la nevera”, etc.

El dictador interno consigue prevalecer activando el ciclo del exceso de confianza. Primero nuestras opiniones erróneas son protegidas por un filtro de burbujas, donde nos sentimos orgullosos porque solo vemos la información que apoya nuestras convicciones. Luego nuestras creencias son selladas en cámaras donde solo escuchamos a personas que ratifican y validan las mismas y, aunque, la fortaleza resultante parece inexpugnable muchos expertos están analizando cómo se puede atravesar.

Daniel Kahneman mantiene que realmente disfruta al descubrir que está equivocado porque significa que está menos equivocado que antes.  Rechaza dejar que sus creencias se conviertan en parte de su identidad ya que su apego por sus ideas es provisional.

El apego es lo que evita que reconozcamos cuando nuestras opiniones pueden estar fuera de lugar y las repensemos. Para descubrir las posibilidades que nos ofrece el estar equivocado debemos desapegarnos. Existen dos tipos de desapego que son especialmente útiles:

1.- Desapegar el presente de nuestro pasado. En un momento separar nuestro yo pasado del actuar puede resultarnos inquietante. Hasta los cambios positivos pueden conducir a emociones negativas. Con el tiempo repensar quién somos se convierte en mentalmente saludable siempre que seamos capaces de contarnos una historia coherente de cómo hemos pasado de nuestro yo antiguo al presente. Cuando sentimos que nuestra vida está cambiando de dirección y que estamos en ese proceso de modificar quiénes somos es más fácil abandonar las creencias absurdas que antes teníamos. Ray Dalio mantiene que si no somos capaces de mirar hacia nosotros mismos y pensar lo estúpidos que eramos el año anterior, es que no hemos sido capaces de aprender mucho en el último año.

2.- Desapegar nuestras opiniones de nuestra identidad. La mayor parte de las personas estamos acostumbradas a definirnos a nosotras mismas en términos de nuestras creencias, ideas e ideologías. Esto puede convertirse en un problema cuando nos impide cambiar nuestras ideas al ir cambiando el mundo y el conocimiento evoluciona. Nuestras opiniones se pueden volver tan sagradas que nos volvemos hostiles ante el mero hecho de pensar que podemos estar equivocados y nuestro ego totalitario aparece para silenciar los contraargumentos, aplastar la evidencia en contra y cerrar la puerta al aprendizaje.

Quiénes somos debía ser una cuestión de lo que valoramos no de lo que creemos. Nuestros valores son nuestros principios centrales en la vida y pueden ser, por ejemplo: excelencia y generosidad, libertad y justicia o seguridad e integridad. Si basamos nuestra identidad en este tipo de principios podremos mantenernos abiertos a las mejores formas de avanzar en ellos.

Oscar Wilde decía que: ”Los argumentos son extraordinariamente vulgares, por lo que todos los que forman parte de la buena sociedad mantienen exactamente las mismas opiniones”.

Grant destaca, también, la importancia de lo que él llama el “efecto Yoda”: debemos desaprender lo que hemos aprendido y para ello tenemos que repensar y admitir que hemos podido estar equivocados y, por tanto, revisar nuestras opiniones. La periodista Kathryn Schulz, en este sentido, mantiene que: “Aunque pocas cantidades de evidencia son suficientes para que saquemos conclusiones, pocas veces son suficientes para que las revisemos”.

Diversas investigaciones sugieren que identificar una sola razón que muestre que podemos estar equivocados puede frenar nuestro exceso de confianza. Jean Pierre Beugoms, uno de los mayores expertos mundiales en predicciones, aconseja que: “Debemos intentar rebatirnos a nosotros mismos. Si nos equivocamos no debemos deprimirnos por ello sino que debemos felicitarnos por haber descubierto algo”.

Cuando nos sentimos inseguros, en ocasiones tendemos a reírnos de los demás. Si nos sentimos cómodos aunque estemos equivocados no tememos reírnos de nosotros mismos. El ser capaces de hacerlo sirve para recordarnos que aunque podamos tomar nuestras decisiones seriamente no tenemos que tomarnos a nosotros con la misma seriedad. Estudios sugieren que tendemos a ser más felices cuanto más seamos capaces de reírnos de nosotros mismos. En lugar de flagelarnos por nuestras equivocaciones podemos convertir algunas de nuestras pasadas ideas erróneas en fuentes de diversión.

Estar equivocado no siempre puede ser considerado divertido. El camino para aceptar los errores está lleno de momentos dolorosos y seremos capaces de gestionarlos mejor si recordamos que son esenciales para nuestro progreso. Pero si no aprendemos a encontrar ocasionalmente el gozo de descubrir que podemos estar equivocados va a resultar muy duro conseguir hacer las cosas correctamente.

Jean – Pierre Beugoms tiene un truco para detectar cuando está equivocado. Cuando hace una predicción hace también una lista de las condiciones en las que deberían ser ciertas , así como otras en las que cambiaría de forma de pensar. De esta forma procura mantener su honestidad y evitar apegarse a una mala predicción.

Lo que hacen los expertos en predicciones en los torneos es una buena práctica en la vida cotidiana. Cuando formemos una opinión nos debemos preguntar que tendría que pasar para que se demostrase que ésta es falsa. Luego debemos estar pendientes de nuestras opiniones para que podamos ver cuándo hemos acertado y cuando han sido incorrectas y de analizar cómo ha evolucionado nuestro pensamiento.

El factor que predice mejor el éxito de estos expertos es la frecuencia con la que actualizan sus creencias. Los mejores son los que realizan más ciclos de repensar ya que tienen la suficiente humildad para cuestionar sus juicios y la curiosidad suficiente para descubrir nuevas informaciones que les lleven a revisar sus predicciones.

Una cosa es admitir a nosotros mismos que nos hemos equivocado y otra es confesarlo a otras personas. Aunque seamos capaces de derrocar a nuestro dictador interior corremos el riesgo de enfrentarnos al ridículo exterior. En algunos casos tememos que si los otros descubren que estábamos equivocados nuestra reputación se destruya.

Los psicólogos han encontrado que admitir que nos hemos equivocado no hace que seamos menos competentes, sino que es una muestra de honestidad  y de deseo de aprender. Por ejemplo, aunque los científicos crean que puede dañar su reputación el admitir que sus estudios pueden ser erróneos son juzgados más favorablemente si reconocen los nuevos datos en lugar de negarlos.

Este es el caso de Andrew Lyne, físico británico que a principios de la década de los 90 del siglo pasado publicó un gran descubrimiento en la publicación científica más prestigiosa del mundo: presentó las primeras evidencias de la existencia de un planeta de púlsar ( planetas que se encuentran orbitando a una estrella de neutrones). Varios meses después mientras preparaba una presentación para una conferencia de astrónomos se dio cuenta de que sus cálculos no se habían ajustado al hecho de que la tierra se mueve en una órbita elíptica y no en una circular, por lo que estaba totalmente equivocado y el planeta que había descubierto no existía.

Delante de cientos de colegas Lyne admitió su error. Cuando acabó su confesión fue objeto de una gran ovación mantenida. Un astrofísico que asistía a la reunión manifestó que había sido el hecho más honorable que había visto nunca.

Cuando descubrimos que nos hemos podido equivocar la defensa estándar consiste en decir que tengo derecho a tener mi opinión, pero aunque este derecho es real debemos mantenerlo en nuestras cabeza y si elegimos expresarlo en voz alta es nuestra responsabilidad justificarlo por la lógica y los hechos, para compartir, así, nuestro razonamiento con los demás y cambiar nuestras mentes cuando surjan mejores evidencias.

 

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