domingo, 9 de mayo de 2021

HUMANOCRACIA:CREAR ORGANIZACIONES TAN ASOMBROSAS COMO LAS PERSONAS QUE LAS INTEGRAN

 


Gary Hamel y Michele Zanini en “Humanocracy. Creating organizations as amazing as the people insidethem”, plantean que en un mundo de cambio sin tregua y desafíos sin precedents necesitamos organizaciones que sean resilientes y atrevidas. Desgraciadamente la mayor parte de ellas sobrecargadas por la burocracia son indolentes, lentas y poco osadas.

Si las personas tuviésemos un trabajo en el que pudiésemos diseñar nuestro propio trabajo, nuestro equipo pudiese marcar sus objetivos y los métodos para conseguirlos, nuestros compañeros fuesen más familia que colegas, nos animasen a que desarrollásemos nuestras capacidades y aceptásemos nuevos retos, no tuviésemos que perder el tiempo en juegos políticos, pudiésemos ayudar a modelar la estrategia de nuestra organización y nuestra influencia y compensaciones dependiesen de nuestros logros y no de nuestro rango, por ejemplo, seguramente sentiríamos que no estamos trabajando. Pero esta no es la realidad para la mayor parte de los trabajadores. La organización tipo de tamaño medio o grande infantiliza a sus empleados, promueve la conformidad monótona y disuade del emprendimiento. Coloca a las personas en roles estrechos, bloquea el crecimiento personal y trata a los seres humanos como meros recursos.

Como consecuencia nuestras organizaciones son frecuentemente menos resilientes, creativas y activas que las personas que las componen. La culpable de esta situación es la burocracia con sus estructuras de poder autoritarias, reglas sofocantes y políticas tóxicas.

La palabra burocracia parece ser una reliquia de tiempos pasados pero sigue entre nosotros. En las organizaciones burocráticas el poder para iniciar cambios lo poseen unos pocos líderes “senior”. Cuando éstos caen víctimas de la negación, la arrogancia y la nostalgia como ocurre con frecuencia la organización se resiente, con lo que los cambios profundos son convulsos y tardíos. Las burocracias tienen también fobia a la innovación y evitan los riesgos, ofreciendo pocas iniciativas que puedan cuestionar el estatus quo. Lo peor de todo es que anulan y aplastan los sentimientos e iniciativas de los empleados . éstos sin ningún estímulo se desconectan emocionalmente del trabajo y la iniciativa, creatividad y osadía, requisitos para el éxito en una economía creativa se quedan en casa.

Afortunadamente la burocracia no es la única forma de organizar las actividades de las personas a cierta escala. En todo el mundo un pequeño grupo, en crecimiento constante, de pioneros “postburócratas”  están demostrando que es posible aprovechar los beneficios de la burocracia: control, consistencia y coordinación, mientras evitan los aspectos más negativos: inflexibilidad, mediocridad y apatía. Estas compañías se han construido o reconstruido con un objetivo en mente: maximizar la contribución humana. Esta aspiración es el espíritu que anima la “humanocracia” y presenta un llamativo contraste de la obsesión burocrática por el control. Ambos objetivos son importantes pero en la mayor parte de las organizaciones el esfuerzo empleado en asegurar la conformidad  es mucho mayor que el dedicado a incrementar la capacidad del impacto humano.

La burocracia es particularmente problemática para las grandes compañías ya que  al crecer se van añadiendo capas, se hinchan los grupos , las reglas proliferan y se incrementan los costes de conformidad. Una vez que una organización alcanza una cierta complejidad, cuando cuenta con más de doscientos empleados, la burocracia comienza a crecer más rápido que la misma organización. En 1987 un 28, 8% de los trabajadores en Estados Unidos trabajaban en empresas de más de 5.000 empleados. Treinta años más tarde lo hacían el 38,8%. Actualmente el número de trabajadores en compañías de más de 10.000 empelados supera el de los que prestan sus servicios en organizaciones con 50 trabajadores o menos.

Los defensores del estatus quo mantienen que la burocracia es la consecuencia inevitable de la complejidad pero las compañías vanguardistas están demostrando que es posible crear organizaciones que sean grandes y rápidas. Disciplinadas y empoderadoras, eficientes y emprendedoras y osadas y prudentes.

El problema para desmantelar las estructuras excesivamente burocráticas es que para ello hay que modificar las estructuras clásicas de poder y las personas con poder suelen ser reacias a ceder lo y con frecuencia cuentan con los medios para defender sus prerrogativas. Este es un impedimento importante puesto que no hay forma de construir una organización centrada en las personas si no se aplana el organigrama.

Las compañías vanguardistas ofrecen retribuciones más generosas no porque sean excepcionalmente generosas sino porque sus trabajadores crean un valor excepcional. Existe la profunda convicción en las mismas de que cuando los empleados “normales” tienen la oportunidad de aprender, desarrollarse y contribuir alcanzarán resultados extraordinarios. Con el tiempo esta convicción crea una fuerza laboral muy bien formada, permanentemente innovadora y muy centrada en el consumidor. La experiencia de estas organizaciones muestra que éstas tienen poco que temer del futuro o de sus competidores si están formadas por “microemprendedores” autogestionados.

El camino hacia la “humanocracia” no es sencillo. Como ejemplo tenemos la encuesta realizada en 2019 por Gallup en la que solo un tercio de los trabajadores estadounidenses  estaban de acuerdo con la afirmación: “ He tenido la oportunidad de hacer lo que hago mejor cada día”. Menos de la cuarta parte manifestaban que se esperaba de ellos que se mostrasen innovadores en su trabajo y solo uno de cada cinco pensaba  que sus opiniones se tenían en cuenta. Con datos como estos se puede concluir que muchas organizaciones desperdician más capacidad humana que la que utilizan.

Las organizaciones nos permiten que hagamos juntos lo que no podríamos hacer solos. Una persona no puede, en solitario, lanzar un satélite o construir un edificio, por ejemplo. Pero a pesar de todos sus logros nuestras organizaciones suelen estar dominadas por la inercia y poco inspiradoras. Parece como si las organizaciones creadas por seres humanos dejan poco espacio para aquellas cosas que nos hacen especiales como el coraje, la intuición, el amor , la diversión y el juego y el espíritu artístico. Pero la culpa la tenemos las personas que hemos diseñado o aceptado, conscientemente o no,  las  organizaciones inhumanas.

No debemos contentarnos con trabajar en organizaciones autoritarias y tristes. El legado no es el destino. Existió  un momento en la historia en el que el mundo estaba dirigido por tiranos pero en la actualidad gran parte de la población mundial vive en libertad. Este cambio de la autocracia a la democracia no surgió espontáneamente ni se lidero desde arriba, sino que fue el resultado del trabajo de filósofos, inconformistas y patriotas que se sentían inspirados por la posibilidad de conseguir el  autogobierno.

En la actualidad vivimos en un mundo de cambios en el que el futuro es cada vez menos una extrapolación del pasado. En esta situación las organizaciones deben preguntarse si están cambiando tan rápido como el mundo que les rodea. Para la mayoría de ellas la respuesta es no. Los altos directivos se sienten inclinados a achacar esta falta de adaptabilidad a sus empleados aduciendo que las personas se muestran normalmente contrarias a los cambios. Pero en realidad las personas somos adictas a los cambios y tenemos un apetito insaciable por lo nuevo.

Si pensamos que el futuro es esencialmente desconocido podemos argumentar que los triunfadores insurgentes de la actualidad han tenido simplemente suerte y ha sido la casualidad la que ha intervenido y facilitado sus éxitos. Esta conclusión es errónea por dos razones:

a).- El futuro no es tan opaco como asumimos con frecuencia. Si prestamos atención a lo que está cambiando, las nuevas tendencias que están cogiendo fuerza, seremos capaces de visualizar el futuro.

b).- Aunque fuese cuestión de suerte el encontrarnos con una estrategia apta para el futuro nos podríamos preguntar las razones por las que la “vieja guardia” es tan predeciblemente desafortunada. Los datos sugieren que la inercia es endémica y muy costos. Por ejemplo solo el 11% de las compañías incluidas en la lista de Fortune 500 en 1955 existen en la actualidad, la edad media de una empresa en el S&P Index ha caído de 50 años en 1950 a menos de 20 años actualmente.  

En la práctica el cambio organizacional tiende a ser o trivial o traumático. Cada día las compañías renuevan sus productos y mejoran sus procesos con poco dramatismo. Los cambios estratégicos suelen ser convulsos y, por ejemplo, en grandes organizaciones como en regímenes autoritarios el cambio del líder máximo es la única forma de rescindir políticas calamitosas o anticuadas.

Los accionistas no son los únicos perjudicados cuando una compañía se “atasca en el barro”. Las organizaciones que son lentas en cambiar retienen talento y capital que puede ser utilizado mejor en otros sitio. Lo que se necesitan son organizaciones que sean capaces de cambiar a la misma velocidad que el cambio en sí mismo, redefiniendo continuamente las expectativas de los consumidores, creciendo más rápido que sus rivales, preparándose y corriendo a abordar el futuro y mostrando la capacidad de atraer a los profesionales más dinámicos.

La innovación es el alimento de la renovación. Una reciente encuesta realizada por Boston Consulting Group ponía de manifiesto que el 79% de los líderes que participaron en la misma opinaban que la innovación es el único seguro contra la irrelevancia. En otra dirigida por Mc Kinsey & Company el 94& de los ejecutivos expresaban su desilusión con el desempeño innovador de sus organizaciones.

A pesar de esta situación la capacidad de innovación en un signo de nuestra especie y cada uno de nosotros ha nacido para crear, sea diseñando un jardín, escribiendo un blog, inventando una receta o desarrollando una  app, por ejemplo.

Un reciente estudio de Gallup ha mostrad que escasamente un tercio de los empleados estadounidenses consideran que están plenamente comprometidos con su trabajo, definiendo compromiso como “ estar implicado, entusiasmado y dedicado a su trabajo”. La mayoría el 53% no lo están y un 13% están activamente descomprometidos. La situación global es todavía peor , con solo un 15% de comprometidos y un 67% de descomprometidos.

Estos datos son importantes  porque si nos imaginamos una jerarquía de capacidades relacionadas con el trabajo, similar a la de Maslow de necesidades, tendríamos en la base a la obediencia. Toda organización depende de empleados que sean capaces de seguir unas reglas básicas relacionadas, por ejemplo, con la seguridad, la disciplina financiera y la atención al cliente. La siguiente es la diligencia ya que se necesitan profesionales que estén dispuestos  a trabajar duro y asumir responsabilidades por los resultados. El tercer nivel es la maestría o dominio de las habilidades requeridas para que los miembros del equipo para que realicen su trabajo con eficacia. Éstas 4 capacidades aunque son esenciales rara vez crean mucho valor. Triunfar en una economía creativa requiere mucho más. Una organización necesita personas con iniciativa, proactivas que no se sientan atadas por la descripción de su puesto de trabajo. Igual de importante es la creatividad para contar con personas que sean capaces de reformular los problemas y generar soluciones innovadoras y por último en lo alto de la pirámide se encuentra la audacia o la osadía y el deseo de ir más allá y asumir riesgos por una cusa valiosa.

Estas capacidades que están más arriba son el producto de la pasión, del compromiso con algo que nos inspira, algo externo a nosotros que necesita y merece que demos lo mejor de nosotros mismos. La iniciativa, el valor y la creatividad no pueden ser ordenadas desde fuera, son regalos que cada empleado decide ofrecer. Por lo tanto igual que una organización no puede construir una ventaja de desarrollo sin una ventaja innovadora, no puede generar ésta última sin una ventaja inspiradora, en la que el compromiso sea deseado, entusiasta y alegre.

El d3eficit de compromiso no tiene tanto que ver con lo que las personas hacen en el trabajo sino con la forma en que son dirigidas. En la investigación de Gallup el 70% en la variación del compromiso se explicaba por las diferencias en las  actitudes y el comportamiento de los jefes. Pero al mismo tiempo, éstos referían en un 51% de los casos no sentirse comprometidos y en el 14% de los caso se manifestaban activamente descomprometidos.

Si virtualmente todas las organizaciones en el mundo sufren de las mismas aflicciones: inercia, incrementalismo y anomía emocional, quizás subyacen los mismos mecanismos enfermizos y al analizar las características comunes de empresas como Sony, Telefónica, UNICEF, el Servicio de Salud Inglés o la iglesia católica, por ejemplo vemos que todas son bastiones de la burocracia con aspectos como: tienen una jerarquía formal. El poder depende de los puestos, la autoridad es descendente, los líderes en la cúpula designan al resto de líderes, las estrategias y presupuestos se deciden en lo alto, los puestos de trabajo están muy definidos y son muy rígidos, el control se logra por reglas y sanciones, los mandos intermedios asignan tareas y garantizan el desempeño, todos compiten por las promociones y la compensación económica está ligada al rango.

Como todas las tecnologías la burocracia fue un producto de su tiempo. Desde su invención en el siglo XIX muchas cosas han cambiado, como por ejemplo el hecho de que en la actualidad la mayor parte de los empleados están preparados y tienen una formación y no son analfabetos, la ventaja competitiva es producto de la innovación y no del tamaño, la comunicación es instantánea y no tortuosa y la velocidad del  cambio es supersónica y no glacial.

Para curar las discapacidades que limitan nuestras organizaciones necesitamos ser radicales a la hora de reimaginar el modelo de gestión burocrático. Construir organizaciones que sean permanentemente maleables, creativas y en las que la pasión sea desbordante requiere unos enfoques completamente nuevos para movilizar y coordinar el esfuerzo humano. Tenemos que poner a los seres humanos , no a las estructuras, procesos o métodos en el centro de nuestra organización y desarrollar un modelo que busque maximizar la contribución para lograr un impacto . En una burocracia las personas son instrumentos contratadas por una organización para crear productos y servicios , mientras que en una humanocracia la organización es el instrumento o el vehículo para que los seres humanos puedan mejorar sus vidas y las de aquellos a los que sirven.

 

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