domingo, 26 de noviembre de 2023

COMO LIBERAR LOS TALENTOS ESCONDIDOS

 


Adam Grant en “Hidden potential. The science of achieving greater things” plantea que todos tenemos talentos escondidos y no tenemos porqué ser “niños prodigio” para lograr grandes cosas.

En un estudio relevante un grupo de psicólogos se dispusieron a investigar las raíces del talento excepcional entre músicos, artistas, científicos y atletas. Entrevistaron ampliamente a 120 escultores ganadores del premio Guggenheim, pianistas reconocidos internacionalmente, matemáticos premiados, investigadores destacados en el campo de la neurología , nadadores olímpicos y jugadores de tenis de primer nivel, junto a su padres, profesores y coaches. Se sorprendieron al encontrar que solo unos pocos de estos talentosos profesionales habían sido niños prodigio.

Entre los escultores ninguno de ellos había sido identificado como poseedor de unas habilidades especiales por sus profesores de la escuela elemental. Pocos de los pianistas ganaron algún concurso de piano importante antes de los nueve años y el resto solo parecían dotados si se les comparaba con sus hermanos o vecinos. Aunque los matemáticos y neurólogos generalmente iban bien en la enseñanza elemental y media no destacaban entre otros buenos estudiantes en su cursos. La mayoría de los nadadores solo habían ganado competiciones locales en su infancia y la mayoría de los tenistas perdieron en las primeras rondas de sus primeros  torneos y les llevó varios años ser reconocidos como jugadores destacados a nivel local. Lo que destacaba de todos ellos no era una aptitud inusual sino una motivación inusual. Esta motivación no solía ser innata sino que comenzaba con un profesor o coach que hacía que el aprendizaje fuese divertido. La conclusión de los psicólogos fue que: “Lo que cualquier persona en el mundo puede aprender, casi todas las personas pueden aprender si se le facilitan las condiciones apropiadas de aprendizaje”. Lo que parecen diferencias en las habilidades naturales con frecuencia son diferencias en oportunidades y motivación.

Cuando valoramos el potencial cometemos el error cardinal de centrarnos en los puntos de comienzo o habilidades que son inmediatamente visibles. En un mundo obsesionado con el talento innato asumimos que las personas que parecen más prometedoras son las que destacan directamente. Pero los grandes triunfadores varían dramáticamente en relación con sus aptitudes iniciales. Si juzgamos a las personas solo por lo que pueden lograr el primer día , su potencial se mantendrá escondido.

Con las oportunidades correctas y la motivación de aprender  cualquiera puede construir habilidades para lograr grandes cosas. El potencial no es cuestión de dónde comenzamos sino hasta dónde somos capaces de llegar. Debemos centrarnos no tanto en el punto de comienzo sino en la distancia recorrida. Para cada Mozart que surge tempranamente existen múltiples Bachs que florecen más tarde. No nacen con superpoderes invisibles , ya que la mayoría de sus dones van creciendo con el tiempo.

Descuidar  el impacto de nutrir los talentos  nos conduce a subestimar la cantidad de terreno que puede ser ganado y el abanico de talentos que pueden ser aprendidos. Como resultado nos limitamos a nosotros mismos y a los que nos rodean, aferrándonos a nuestras zonas de confort y dejando escapar oportunidades más amplias. No vemos las promesas en otros y cerramos la puerta a las oportunidades.

A finales de la década de los 80 del siglo pasado el estado de Tennessee abordó un ambicioso experimento. En 79 colegios, muchos de ellos pertenecientes a zonas de renta baja, asignaron de forma aleatoria a más de 11000 alumnos a distintas  clases, desde jardín infantil a tercer grado. El objetivo inicial era comprobar si las clases pequeñas, con menos alumnos, eran mejores para el aprendizaje. Pero el economista Raj Chetty pensó que ya que tanto los alumnos como los profesores se asignaban aleatoriamente se podían analizar otros datos para comprobar si otros factores  marcaban una diferencia. Se encontraron con un hallazgo sorprendente: Chetty era capaz de predecir el éxito que los niños tendrían en el futuro simplemente viendo quién había sido su profesor en el jardín de infancia. A los 25 años los alumnos que habían tenido profesores más expertos ganaban mucho más dinero que sus compañeros.

La respuesta intuitiva sobre las razones de este hecho sería que los profesores más eficaces ayudaban a sus alumnos a desarrollar habilidades cognitivas. La educación temprana constituye un fundamento sólido para la comprensión de las palabras y números, por lo que los niños con profesores más expertos puntuaban más alto en las pruebas de lectura y matemáticas al final del jardín de infancia. Pero con los años los compañeros les alcanzaban.

Chetty y su equipo buscaron otra explicación plausible y comprobaron que del cuarto al octavo grado los alumnos eran puntuados por sus profesores por otras cualidades como:

a).- Proactividad. Medían con qué frecuencia los niños mostraban iniciativa para hacer preguntas, buscar información en libros y buscar la ayuda del profesor para aprender fuera de las clases.

b).- Actitud prososcial. Analizaban lo bien que se llevaban y colaboraban con sus compañeros.

c).- Disciplina. Observaban si prestaban atención correctamente y si resistían el impulso de interrumpir las clases o molestar en ellas.

d).- Determinación. Valoraban la consistencia con la que abordaban problemas retadores, hacían más trabajo que el que tenían asignado y persistían cuando se enfrentaban a obstáculos.

Cuando los estudiantes tenían un profesor experto los docentes de cuarto grado les valoraban más alto en estos cuatro atributos. Las capacidades para ser proactivos, prosociales, disciplinados y para actuar con determinación se mostraban más útiles y se mantenían más tiempo que las habilidades tempranas de lectura y escritura.

Cuando Aristóteles escribió sobre cualidades como ser disciplinado y prosocial las llamó “virtudes del carácter”. Describió el carácter como un conjunto de principios que las personas adquieren y recrean a través de la fuerza de voluntad. El autor plantea que, a pesar de haber estado de acuerdo siempre con esta idea, en las dos últimas décadas la evidencia que ha recogido sobre el tema  le ha llevado a cuestionar esta perspectiva y, en la actualidad, considerar el carácter, menos en relación con la fuerza de voluntad y más como un conjunto de habilidades.

El carácter va más allá de tener unos principios. Consiste en la capacidad aprendida para vivir esos principios. Las habilidades del carácter nos equipan, por ejemplo, para que un procrastinador crónico cumpla los plazos si alguien le importa mucho o  a un introvertido tímido encontrar el valor para hablar para  luchar contra una injusticia. Estas son habilidades que los buenos profesores de preescolar fomentan y nutren y los coaches cultivan.

Cuando  nos referimos a nutrir y fomentar nos referimos normalmente a la inversión que los padres y profesores hacen para desarrollar y apoyar a sus hijos y alumnos. Pero ayudarles a alcanzar su máximo potencial requiere algo distinto. El apoyo debe prepararles para dirigir su propio aprendizaje y crecimiento, lo que los psicólogos llaman “andamiaje docente”. En la construcción el andamiaje consiste en una estructura temporal que permite a los equipos de trabajo subir a alturas que están más allá de su alcance sin ayuda. Una vez que la construcción se ha completado el apoyo se retira y ésta se mantiene sin ayuda.

En el aprendizaje el andamiaje sirve para un propósito similar. Un profesor o coach ofrece unas instrucciones iniciales y luego retira el apoyo. La meta es trasladar la responsabilidad a la persona para que pueda desarrollar su enfoque propio de aprendizaje.

A finales de 1800 el “padre” fundador de la psicología Williams James escribió que “a los 30 años el carácter se ha forjado como el cemento y no se volverá a ablandar nunca más”. Recientemente un grupo de científicos sociales han realizado una investigación para evaluar esta hipótesis. Para ello reclutaron 1500 emprendedores en África Occidental, una mezcla de hombres y mujeres de 30 a 50 años, que dirigían pequeñas startups en sectores de la manufactura, servicios y comercio y les asignaron aleatoriamente a uno de estos tres grupos: control, que seguían con sus ocupaciones como lo hacían habitualmente, grupo de entrenamiento en habilidades cognitivas y grupo de entrenamiento en habilidades de carácter. Estos dos últimos grupos dedicaban una semana a aprender nuevos conceptos, analizándolos en casos estudio y aplicándolos en  sus propias startups a través de role playing y ejercicios de reflexión.

La formación cognitiva consistía en un curso acreditado de negocios creado por International Finance Corporationy en el que estudiaban finanzas, contabilidad, recursos humanos, marketing y tarificación y practicaban lo aprendido para resolver retos y aprovechar oportunidades.  La formación en habilidades de carácter estaba dirigida a que los participantes aprendiesen a desarrollar su iniciativa personal. Estudiaban proactividad, determinación y disciplina y practicaban poniendo en práctica estas cualidades.

Esta última formación tuvo un impacto dramático: después de solo 5 días de trabajar las habilidades de carácter los beneficios de las empresas de los participantes crecieron una media del 30% en los dos años siguientes, casi el triple de los beneficios obtenidos por el grupo de habilidades cognitivas. El conocimiento de finanzas y marketing podía ayudar a capitalizar las oportunidades, pero el desarrollo de proactividad y  disciplina facilitaba la generación de oportunidades, aprender a anticipar los cambios en los mercados en lugar de a  reaccionar ante ellos, a desarrollar más ideas creativas  y a introducir nuevos productos.

Este estudio además de demostrar que las habilidades de carácter nos pueden llevar a alcanzar grandes cosas, muestra que el carácter conserva su plasticidad en el tiempo.

El carácter con frecuencia se confunde con la personalidad pero no son lo mismo La personalidad es nuestra predisposición o instintos básicos sobre cómo pensar, sentir o actuar. El carácter es la capacidad de priorizar nuestros valores sobre nuestros instintos. Conocer nuestros principios no significa que sepamos cómo ponerlos en práctica, especialmente en situaciones de estrés o presión. Es fácil ser proactivo y mostrar determinación cuando las cosas van bien. La verdadera prueba del carácter es ver si somos capaces de mantener esos valores cuando las cosas parece que están contra nosotros. Si la personalidad es cómo respondemos en un día normal , el carácter sería cómo nos mostramos en un día duro.

La personalidad no es nuestro destino, es nuestra tendencia. El carácter son las habilidades que nos permiten trascender esa tendencia para mantenernos fieles a nuestros principios. No son tanto los rasgos que tenemos sino lo que decidimos hacer con ellos.

Si nuestras habilidades cognitivas son las que nos separan de los animales, las de carácter nos elevan sobre las máquinas. Las computadoras y los robots permiten en la actualidad construir coches, pilotar aviones, gestionar dinero, diagnosticar enfermedades y realizar operaciones cardiacas, por ejemplo. Al ir siendo automatizadas cada vez más habilidades cognitivas, las habilidades que nos hacen humanos, las relacionadas con el carácter, se tornan más importantes.

 

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