David Robson en “The laws of connection. 13 social strategies that will transform your life”, plantea que existe un factor clave que afecta a nuestra salud y bienestar que es el más importante de todos y que es el de las conexiones sociales.
El anhelo de conectar
es una experiencia universal. En la actualidad sabemos que, según múltiples
estudios, una fuerte sensación de conexión está ligada de forma consistente a
mejor salud y mayor longevidad. Las actividades sociales reducen el malestar psicológico,
nos protegen de las infecciones y rebajan el riesgo de padecer Alzheimer y
enfermedades cardiacas. Cuando las personas sienten que tienen un fuerte apoyo
social tienen un mejor desempeño en pruebas de resolución de problemas y
creatividad y disfrutan de un mayor éxito profesional.
Hasta pequeños
recuerdos de nuestros seres queridos, como puede ser una foto, pueden reducir
nuestras respuestas de alarma y suavizar memorias incómodas.
Pero investigaciones
diversas manifiestan que, por ejemplo, de un 50% a un 60% de los ciudadanos estadounidenses confiesan que
sienten desconexión social en intervalos regulares de sus vidas. Una de las
causas de esta realidad es que los cambios en la estructura de las sociedades
modernas han hecho que resulte más difícil el mantener un contacto presencial
con los demás.
Una de las
explicaciones para esta situación es que los cambios en la estructura de la
sociedad actual han hecho que sea más complicado conocer gente. También
tendemos a vivir más lejos de nuestros familiares y la tecnología digital nos
está alejando de las reuniones cara a cara presenciales. Esta no es la única razón
porque la soledad históricamente ha sido motivo de una gran preocupación durante
décadas. Y las personas que pertenecen a familias extensas o son invitadas a
grandes fiestas a pesar de ello pueden sentirse solas y poco apreciadas. Para
la mayor parte de las personas es la ausencia de una relación emocional cercana con aquellos que nos rodean lo que hace que nos sintamos desconectados y aislados,
más que la sola falta de oportunidades sociales.
El tamaño de nuestra
red social y la frecuencia de las interacciones importa, pero lo fundamental es
la calidad de las relaciones, que pueden ser comprensivas y de apoyo, de
rechazo (en el caso de las personas que preferimos evitar o mantener cualquier
tipo de contacto con ellas, salvo que no tengamos más remedio), indiferentes
(como puede ser el caso de un vecino) o
ambivalentes. Las primeras son las más beneficiosas, mientras las ambivalentes
son las más dañinas.
La ambivalencia puede
presentarse de muchas maneras: puede ser en forma de ausencia de interés en
nuestra vida , en lugar de evidente falta de respeto o una falta de fiabilidad
y confianza que implica que no están disponibles frecuentemente cuando
esperamos que nos estén apoyando (puede ser el caso si nuestra pareja se
muestra ambivalente y un día nos adora y el día siguiente adopta una actitud
totalmente crítica hacia nosotros, dejándonos con una gran inseguridad sobre
cuáles son sus verdaderos sentimientos, con
respecto a nosotros).
Estudios realizados por
Julianne Holt- Lunstad y su equipo han
mostrado que la tensión arterial de las personas es más elevada cuando se
encuentran ante personas con las que mantienen una relación ambivalente, que
cuando están ante alguien que sienten que les apoya. Sorprendentemente la reacción sigue siendo más fuerte que cuando se
encuentran con alguien ante por quien sienten rechazo. Parece ser que la razón
tiene que ver con la incertidumbre que provoca la interacción ambivalente, por
no saber si la persona se va a mostrar amigable o nos va a atacar, lo que la
convierte en más estresante que una relación de evitación o rechazo.
Investigaciones
recientes plantean que un profundo sentido de conexión viene de construir una “realidad
compartida” con otra persona, que consiste en el conocimiento de que la otra
persona piensa, siente e interpreta los hechos en general de la misma manera
que nosotros, que nos entienden y sienten de forma parecida y que experimentan
el mundo de la misma manera que nosotros. Cuando una realidad compartida se
establece entre dos personas su actividad neuronal comienza a sincronizarse,
sus interacciones fluyen más suavemente, sienten una mayor confianza y afecto y
sus niveles de estrés se desploman. Cuando nos falta una realidad compartida
con las personas que nos rodean, en cambio, nos sentimos alienados, como si
estuviésemos hablando en un idioma distinto.
Cada vez que interactuamos
con otra persona tomamos decisiones que ocasionaran un mayor entendimiento y
afecto o un distanciamiento y aislamiento. Como resultado de nuestros
prejuicios mentales con frecuencia escogemos el camino de la soledad, saboteando,
así, accidentalmente las oportunidades para construir una realidad compartida.
Un fenómeno
recientemente descubierto es el de la
"brecha del agrado" (liking gap) que nos lleva a ignorar el potencial
que tenemos para conectar, aunque lo tengamos delante de los ojos. .Este
término se refiere a la tendencia a subestimar cuánto le gustamos a los demás
después de una interacción social En otras palabras, es esa sensación de
pensar que no hemos caído bien a
alguien, cuando en realidad sí hemos gustado. Como consecuencia perdemos la fe
en la realidad compartida creada en ese primer encuentro y nuestras dudas debilitan
la posible conexión que se había creado.
Este fenómeno es la causa por la que podemos intercambiar
nuestro número de teléfono y correos con un nuevo conocido, pero nunca mandar
un mensaje o llamar después.
En los últimos años los psicólogos sociales han estudiado y
escrito sobre los numerosos errores de juicio que evitan que conectemos con
otras personas y sobre la forma de evitarlos. Los nuevos hallazgos cubren un
campo que va desde el miedo a establecer
nuevas relaciones a las complejidades de navegar a través de los desacuerdos y
el conflicto.
Por ejemplo, sobrestimamos en exceso lo incómodo que resulta
hablar con alguien a quien no conocemos, pero las persona suelen agradecer,
generalmente, el mantener una conversación con un extraño, lo que produce
grandes beneficios para todos los implicados. Y, cuando tenemos la ocasión de
conectar, evitamos discutir temas profundos, favoreciendo la charla superficial,
cuando son precisamente las conversaciones profundas las que promueven la
creación de una realidad compartida. Asimismo, nuestro temor a parecer muy
dependientes o incompetentes hace que no pidamos ayuda, cunado una simple
petición de asistencia puede incrementar nuestra posición en los ojos de los demás.
Está demostrado que pedir un favor es una de las mejores formas de sintonizar
con alguien, incrementando nuestro bienestar y el de la otra persona, fenómeno
conocido como de Benjamin Franklin.
Las trece leyes de la
conexión que nos ayudan a establecer y mantener relaciones más fuertes son:
1.- Ser constante y
consistente en la forma de tratar a los demás. Evitar convertirnos en una amigo
falso estresante.
2.- Procurar crear un
entendimiento mutuo al conocer a las personas. Ignorar las similitudes
superficiales y centrarnos, en su lugar, en nuestro mundo interno y en las
formas peculiares en las que nuestros pensamientos y sentimientos coinciden.
3.- Confiar en que vamos a gustar a los demás en el mismo grado
que los demás nos van a gustar a nosotros y estar preparados para practicar
nuestras habilidades sociales para lograr tener confianza social.
4.- Comprobar y revisar
nuestras creencias y presunciones. Centrarnos en mantener la perspectiva para
evitar el pensamiento egocéntrico y los malentendidos.
5.- Durante las
conversaciones demostrar una atención activa, sinceridad y vulnerabilidad,
evitar caer en la trampa de las novedades y procurar crear un entendimiento
mutuo, contribuyendo a la unión de las mentes.
6.- Alabar a las
personas con generosidad pero ser muy específico en nuestras palabras de
apreciación.
7.- Mostrarnos abiertos
en relación a nuestras vulnerabilidades y valorar la honestidad sobre la
amabilidad ( pero practicar las dos, si es posible).
8.- No temer a la
envidia. Revelar nuestros éxitos pero ser exactos en nuestras afirmaciones,
evitando compararnos con otros.
9.- Pedir ayuda cuando
la necesitemos, confiando en que nuestras peticiones de apoyo puedan ayudar a generar
una conexión a más largo plazo.
10.- Ofrecer apoyo
emocional a aquellos que lo necesiten, pero no imponer nuestra ayuda. Validar
sus sentimientos mientras les ofrecemos una perspectiva alternativa para sus
problemas.
11.- Mostrarnos
civilizados y curiosos ante los desacuerdos, interesándonos por la opinión de la
otra parte, compartiendo experiencias personales y trasladando nuestras
opiniones a su lenguaje ético.
12.- Por nuestro
bienestar elegir el perdón sobre el rencor y resentimiento. En los argumentos
buscar la visión más amplia de la situación. Si tenemos que disculparnos, asegurarnos
de que nuestras disculpas se refieren a la ofensa, aceptan la responsabilidad
por nuestros actos y expresan arrepentimiento.
Confiar en que las
personas pueden cambiar para mejor.