domingo, 14 de abril de 2024

EL LÍDER COMO “SANADOR”

 


Nicholas Janni, en su libro “Leader as healer. A new paradigm for XXI century leadership”, plantea una llamada  de atención para romper las crónicamente desequilibradas formas de pensar y funcionar que se han convertido en la norma en numerosas culturas corporativas, donde el pensamiento hiper-racional y analítico relega a los márgenes los sentimientos, las intuiciones y los aspectos transpersonales.

Janni ofrece un camino práctico y teórico hacia un nuevo paradigma de liderazgo. Es un camino de restauración a través del cual vamos reintegrando aspectos previamente exiliados de nuestra naturaleza: físicos, emocionales y transpersonales.

Ante el alcance y amenazas de los desafíos que plantea el presente siglo lo líderes en la actualidad deben poseer poderes potentes para la lógica, la razón, el discernimiento y la predicción estratégica. Pero, también, deben mostrar empatía e intuición, tener gran capacidad de escucha activa y mindfulness, ser receptivos ante las nuevas perspectivas e innovaciones, ser capaces de inspirar compromiso auténtico y colaboración y poseer un claro y completo sentido de servicio, misión y propósito. Este sería el líder que el autor considera: líder sanador.

No podemos poner en duda el tremendo impacto que los últimos años han tenido sobre el entorno de las organizaciones Por ejemplo el impacto de la pandemia o la emergencia climática global han acelerado las disrupciones, inestabilidades  e incertidumbres y  están sometiendo a pruebas de fuego al liderazgo. Algunos líderes han respondido de forma impecable movilizando a sus organizaciones o naciones para responder adecuadamente a estos y otros retos, al tiempo que proyectaban compasión y ofrecían un necesario consuelo y han conseguido generar confianza.

Muchos otros líderes, por el contrario, han pretendido enfrentarse a estos desafíos sin precedentes desde un contexto de un modelo anticuado y moribundo de gobernanza. Como resultado se han mostrado incapaces o no han querido actuar con decisión por el bien de sus grupos de interés o representados en el caso de los políticos. Con demasiada frecuencia estos líderes actúan pensando en sus propios intereses, priorizando y protegiendo sus propias posiciones. No ofrecen seguridad, resiliencia o credibilidad desde las que afrontar las turbulencias psicológicas y económicas. Las acciones de este tipo de líderes inducen fracturas, desconfianza y disfunciones entre las personas.

El autor distingue, en función de estas grandes divergencias en las respuestas, dos modelos de liderazgo en juego:

a).- El líder como ejecutor.

b).- El líder como sanador.

En las últimas décadas mientras el mundo se ha movido  por el crecimiento y la eficiencia sobre todo, el líder como ejecutor se ha convertido en el modelo de gestor dominante a nivel global. El estándar más prevalente ha sido el que considera a los “grandes líderes” como movilizadores de la acción y como agentes de la disciplina. Sus relaciones son transaccionales y sus metas son primariamente instrumentales: maximizar el beneficio y el retorno para los accionistas.

Los ejecutores se caracterizan por una mentalidad racional y estratégica. Están normalmente desconectados de su naturaleza emocional y física, lo que origina una ausencia de escucha en profundidad y de receptividad. Los ejecutores funcionan casi constantemente en modalidad hacer y no en la de ser o sentir.

La crisis global generada por la pandemia ha mostrado  que el modelo de liderazgo orientado a la ejecución es inadecuado para afrontar los enormes retos sistémicos a los que nos enfrentamos en la “nueva anormalidad”. Éste no es el apropiado porque la mente racional y lineal siempre busca reducir todo a términos que son conocidos, predecibles y replicables. Pero la creciente complejidad del momento actual no puede ceder ante este enfoque. Para prosperar, no solo para sobrevivir, entre esta disrupción creciente, se requieren nuevas competencias estratégicas, mayores niveles de pensamiento innovador y capacidades avanzadas para la receptividad y la apertura ante nuevas ideas.

Individualmente y colectivamente nos encontramos atrapados en un entorno VUCA ( volátil, incierto, complejo y ambiguo). El creciente nivel de desafíos sistémicos ante los que nos encontramos va mucho más allá de todo lo que nos hemos encontrado con anterioridad. Para afrontar este momento necesitamos nuevos marcos de entendimiento y mayores capacidades con las que liderar. Los líderes actuales deben ser capaces de abrazar la complejidad, lidiar con la ambigüedad y expresar verdadera empatía. Deben estar dispuestos a aprender a acceder a la sabiduría y habilidades emocionales requeridas para dirigir las organizaciones en un mundo cambiante constantemente. Deben ser personas que buscan oportunidades genuinas para su propio desarrollo interior y capaces de crear culturas de verdadero compromiso en las que las personas den lo mejor de sí mismas y experimenten la satisfacción profunda que viene de buscar contribuir más que de coger y recibir.

En el contexto de liderazgo sanar no se refiere a los aspectos físicos de curar, es:

1.- La restauración de la unidad, que supone el convertir aquellas partes de nosotros y de los sistemas en los que trabajamos que están fragmentados  o exiliados, de vuelta a un todo coherente.

2.- El reequilibrio entre nuestras facetas físicas, emocionales y racionales.

3.- La transformación de la energía estancada hacia una mayor vitalidad y mayor conexión, inteligencia y sabiduría.

4.- El despertar de niveles transpersonales de consciencia.

5.-  La extirpación precisa de todo lo que es tóxico, poco saludable y peligroso para nuestro ser.

Los líderes “sanadores” son aquellos que tienen mentes racionales muy desarrolladas y que han invertido, también, en su desarrollo emocional y psicológico. Pueden ser tan buenos estrategas como los ejecutores pero saben lo que significa conectar consigo mismo y con los demás para integrar el ser y el hacer, la proactividad y la receptividad y la racionalidad con la intuición. Reconocen el poder de fomentar la conexión y saben, por ejemplo, que tan solo un minuto de atención de calidad prestada a un compañero o empleado no tiene precio. Donde el ejecutor construye culturas de ausencia fundamentadas en la desconexión, el sanador crea culturas de conexión basadas en las interconexiones.

Críticamente el líder “sanador utiliza el poder de forma muy distinta al ejecutor. En lugar de la espada utiliza el bisturí. El líder “sanador” entiende, también, que los sentimientos y la empatía son esenciales pero no suficientes. El verdadero liderazgo requiere que en ocasiones el líder extirpe con decisión los tumores morales y espirituales de los cuerpos de su organización.  Y como los buenos cirujanos, los “sanadores” buscan preservar cualquier tejido sano, con la mayor extensión posible.

Este modelo emergente de liderazgo libera partes de nosotros mismos que habían sido dejadas de lado durante mucho tiempo, pero al incorporar mayores niveles de consciencia a nuestro trabajo encontramos que tenemos acceso a una información con más matices y a señales más sutiles. Podemos liberar nuevas reservas de energía e inspiración, elevando nuestros esfuerzos y los de nuestro equipo a mayores niveles de eficiencia, innovación e impacto.

Este estilo de liderazgo es un camino que demanda trabajo interno transformador y dejar al descubierto nuevas reservas de sabiduría y empatía.

Con el antiguo paradigma la mayoría de los líderes recogían la información y la analizaban y evaluaban estratégicamente para llegar a una solución sin recurrir a sus emociones e intuiciones, ya que en muchas culturas, tanto sociales como organizacionales,  se asocia erróneamente la emoción con la debilidad e imprevisibilidad. Las emociones se consideran improductivas, por lo que trabajamos bajo la ilusión de que existen las decisiones racionales puras.

Pero todas las personas, los líderes entre ellas, acarreamos un conjunto  de heridas, cicatrices y miedos no atendidos, desde nuestra infancia, que constituyen una parte natural de nuestra humanidad. Como no se han abordado , no desaparecen y ocupan espacio en el presente como bloques congelados de energía que controlan nuestras motivaciones, entumeciendo nuestros corazones y limitando nuestra vitalidad, visión y capacidades de relación. Como decía Carl Jung: “Hasta que no hagamos que nuestro subconsciente sea consciente, éste  dirigirá nuestra vida y lo llamaremos destino”.

Todos estamos familiarizados con el éxito de líderes y altos ejecutivos  tóxicos que se mantienen sin cuestionar y sin control debido a normas organizacionales anticuadas y a estructuras disfuncionales de poder que les permiten seguir existiendo. Muchos de los líderes de más alto perfil a nivel mundial proceden de familias en las que la hostilidad, la vergüenza y hasta la violencia eran la norma. Para muchos de ellos, adversidades no curadas en la infancia han conducido a emociones sin regular, dificultades en las relaciones interpersonales, tendencias narcisistas y hasta estructuras de personalidad psicopáticas, todas las cuales pueden ocasionar graves consecuencias para las organizaciones y las personas.

Las culturas en las que los  líderes tóxicos tienen más poder son aquellas que mantienen la desfasada creencia de que rasgos como la empatía, capacidad de mostrar vulnerabilidad o conexión son sinónimos de debilidad. Los ejecutores asumen estos prejuicios, mientras los sanadores los desmontan. El líder “sanador” comprende que salvo que reconozcamos nuestra aflicción , no podemos sentir nuestra alegría, que si no aceptamos y nos enfrentamos a nuestros miedos no conoceremos nuestra verdadera fortaleza y que si no aprendemos a asumir nuestras emociones incondicionalmente, estaremos limitando nuestro acceso a niveles más elevados de inteligencia y conocimiento.

Cuando los líderes se sienten lo suficientemente seguros para poder articular sus emociones de forma saludable y apropiada, los resultados van a ser muy positivos. Cuando, por ejemplo, dejamos de luchar o negar nuestras ansiedades y miedos, descubrimos que, una vez aceptadas, abren nuestra energía y nos permiten relacionarnos y conectar mejor con los demás. Al crear un especio para atender a nuestros miedos, tristezas y frustraciones, nuestras estrategias defensivas se suavizan y nos volvemos más considerados, compasivos y se abre ante nosotros una puerta para nuevas ideas y soluciones. Cuando toda la tensión que empleamos para suprimir las emociones se relaja, nuestros cuerpos se acomodan al liberarse la energía previamente bloqueada y, ahora que puede fluir, se metaboliza naturalmente como un recurso para la inteligencia individual y grupal dinámica. Pero si estas energías permanecen bloqueadas operamos sin poder ver o sentir con claridad y, por tanto, estamos menos presentes para nosotros mismos y para los demás.

Desgraciadamente y peligrosamente esta última forma de operar es la norma en las culturas occidentales en las que la educación se centra principalmente en la mente racional y en los logros prácticos que puede producir. En este paradigma priorizamos la acumulación de conocimiento a expensas de la creatividad, el juego o la conexión. Nuestras relaciones se vuelven fundamentalmente transaccionales, hablamos con pero rara vez sentimos con los demás. Aprendemos a oír sin escuchar realmente y nos consume la orientación a la tarea, la acción constante y el hacer incesante. Nuestra participación en la vida se ve comprometida y disfrutamos menos de la experiencia directa con el mundo. Todo esto lleva a lo que el autor llama “cultura de la ausencia”, que es un estado de separación y de insensibilidad y adormecimiento colectivo.

Es una ironía cruel que mientras vivimos en un mundo de conexión digital acelerada nunca hemos estado más aislados. Vemos a nuestro alrededor una epidemia de ansiedad, depresión y soledad, especialmente entre las generaciones más jóvenes y una sociedad cada vez más fracturada caracterizada por los conflictos sociales, la polarización política, el consumo insaciable y la potencial destrucción planetaria. Para tratar de evitar esta dolorosa realidad nos enterramos en los excesos  del materialismo y de la llamada productividad y de este modo nos perdemos nuestro verdadero propósito, inspiración y relaciones.

 

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