domingo, 30 de enero de 2022

LA IMPORTANCIA DEL MENSAJERO EN LA COMUNICACIÓN

 




Stephen Martin y Joseph Marks en “Messengers. Who we listen to, who we don´t, and why”, plantean que existen 8 factores que determinan a quién escuchamos y a quién no.

Es frecuente que nos encontremos ante  la “maldición de Casandra”,  ya que este personaje mítico representa la paradoja de que aunque poseía conocimientos y estaba dispuesta a compartirlos con las personas que se podían beneficiar de escuchar lo que tenía que decir, nadie le prestaba atención o creían en sus palabras. Esto ocurre todos los días en los casos de aquellos que realizan predicciones acertadas, que sus propuestas se basan en evidencias disponibles o que sus puntos de vista son eminentemente sensatos pero tienen la mala suerte de no ser escuchados y hasta de ser ridiculizados.

Cuando alguien comunica una idea la audiencia no solo juzga la coherencia y validez del mensaje, sino que realiza una gran variedad de juicios sobre el mensajero, también. Por ejemplo, sobre si la persona parece que sabe de lo que está hablando, si posee una experiencia relevante, si es sincera o puede estar intentando engañarme, si puede tener un motivo ulterior, etc.

Un mensajero se puede definir como un agente, puede ser un individuo, un grupo, una plataforma virtual o una organización, que transmite una información. Ésta puede consistir tanto en una serie de datos, en opiniones,….. La audiencia se puede considerar como cualquiera, desde una única persona a un grupo identificable, grande o pequeño, al que se dirige un mensaje, siendo el “efecto mensajero”, el cambio en el nivel de influencia o impacto que el mensaje de un mensajero tiene en una audiencia.

Esa influencia o impacto no tiene que producirse como consecuencia del contenido o sabiduría del mensaje en sí mismo, sino como resultado de un rasgo que se percibe que posee el mensajero que transmite el mensaje.  Es importante destacar, también, que los mensajeros no son siempre quienes elaboran el mensaje. Por ejemplo, muchas grandes compañías contratan actores para promocionar sus productos en anuncios o consultores para transmitir malas noticias o preparar nuevos enfoques.

Independientemente de la fuente cuando un mensaje es transmitido ocurre algo intrigante: el mensajero se conecta al contenido del mensaje en la mente del que escucha, aunque no haya creado el mensaje. Esta asociación puede tener efectos dramáticos en la forma en la que el mensaje o su mensajero es evaluado.

Si la relación que establecemos entre el mensaje  y el mensajero es tan fuerte es importante que entendamos cómo realizamos inferencias basadas en rasgos  sobre los miles de mensajes ante los que nos encontramos en nuestras vidas y ser conscientes de aquellas características que valoramos más.

Aunque construimos y modificamos nuestros puntos de vista sobre los demás a lo largo del tiempo a través de interacciones e intercambios repetidos, también,   nos formamos opiniones sobre los otros rápidamente, en ocasiones tan solo en milisegundos. Nalini Ambady demostró conclusivamente que los seres humanos solemos ser muy buenos a la hora de formarnos  generalmente impresiones exactas basadas en observaciones breves. Su trabajo mostró que nuestras primeras impresiones de un completo extraño no solo tienden a coincidir con las de otros observando al mismo extraño durante un periodo de tiempo igualmente breve, sino que suelen ser similares con la valoración que el  propio extraño hace de sus rasgos de personalidad. Estos juicios  están fundamentalmente ligados a nuestra percepción de lo dotado que alguien es para transmitir información. Por ejemplo Ambady junto al psicólogo Robert Rosenthal realizó un estudio en el que los participantes miraban una serie de vídeo clips que mostraban a 13 profesores en acción. Cada vídeo clip tenía una duración de 10 segundos y carecía de sonido. Después de visualizar los vídeo clips se pidió a cada participante que valorase cómo percibían a los profesores sobre 15 dimensiones de la personalidad: seguridad y confianza, entusiasmo, dominancia, calidez, atención, optimismo, competencia y profesionalidad, entre otras. Los investigadores encontraron que las valoraciones eran increíblemente consistentes. Si un profesor era considerado agradable por una persona, también lo iba a ser probablemente por la mayoría de los participantes. Pero, más aún, las evaluaciones de los alumnos de dichos profesores al final del semestre eran muy similares a las valoraciones de los participantes en el estudio.

Puede parecer milagroso, pero de hecho, al observar los vídeos los participantes estaban respondiendo a las señales físicas emitidas por cada uno de los trece profesores. Posteriormente Ambady y Rosenthal pidieron a dos investigadores independientes que observasen los vídeos y analizasen el lenguaje corporal de cada profesor segundo a segundo y comprobaron que los profesores que parecían animados y entusiastas recibían valoraciones más altas, mientras los que fruncían el ceño o los que miraban mucho hacia abajo y parecía que les faltaba confianza eran contemplados de manera más negativa y tenían las peores evaluaciones al final del periodo lectivo.

Los estudios de Ambady han mostrado que con frecuencia hacemos inferencias a partir de unos escasos momentos de observación. Estos procesos de percepción de la persona se piensa que son automáticos, se producen durante los primeros 50 milisegundos de la exposición  a un nuevo individuo y con frecuencia se desarrollan en etapas muy iniciales de nuestra vida.

Por supuesto existen muchos más factores que intervienen en las interacciones humanas además de las primeras impresiones y el comportamiento no verbal. Los verdaderos sentimientos de respeto y conexión, por ejemplo, no se forman inmediatamente tras una sola mirada. Nuestras percepciones de los demás se van construyendo con el tiempo y vamos desarrollando sentimientos hacia ellos, a veces positivos y otras negativos, que van a influir en nuestra disposición para escucharles. Como regla general si respetamos y nos sentimos conectados a alguien estaremos más inclinados a escucharle ya seguirle.

Podemos, también, aprender a gestionar las señales que emitimos. En 1982 Edward Jones y Thane Pittman desarrollaron un marco conceptual que describía cinco estrategias que puede adoptar un mensajero  para gestionar la impresión que una audiencia tiene de él. Éste podía elegir aparecer competente, moralmente respetable, intimidante, agradable o patético. Los dos investigadores también señalaban que un solo enfoque podía no funcionar en todas las circunstancias. Por ejemplo, un profesor entrando en una nueva clase puede elegir adoptar un estilo intimidatorio en un intento de señalar que no aceptará tonterías. Si adopta este  mismo estilo de mensajero en una situación diferente como por ejemplo una primera reunión con los padres de su pareja el resultado puede ser desastroso. Hasta en una única interacción puede ser aconsejable el pasar de ser agradable a intimidante o de competente a lastimero si las circunstancias así lo demandan.

El marco de Pittman y Jones resulta algo incompleto como muestran nuevas investigaciones, por lo que los autores ofrecen una visión más contemporánea por medio de un marco que se basa en dos categorías de mensajeros:

1.- “DUROS”

 Los mensajes de este tipo de mensajeros son más fácilmente aceptados porque las audiencias perciben que ellos poseen un estatus superior. Los mensajeros con un estatus percibido más elevado ejercen una mayor influencia en la sociedad, independientemente de que su posición se haya conseguido explícitamente tras un acuerdo o haya surgido informalmente porque se piensa que poseen poder o cualidades que pueden ser valiosas para aquellos que les rodean, como pueden ser el líder de un partido político o el capitán de un equipo deportivo.

Normalmente asociamos estatus con jerarquía en el trabajo, lo que tiene sentido pues aquellos en lo más alto de una estructura organizativa claramente definida son los que toman las decisiones importantes, controlan los recursos de la compañía y suelen ser los mejor pagados. El hecho de que tienen estatus de hecho puede significar que reciben más respeto y que se les conceda un mayor peso a la hora de aportar valor a la organización que lo que realmente ocurre.

Las jerarquías de estatus   no se limitan exclusivamente a los dominios de los entornos laborales. Se encuentran en las escuelas, familias, redes de amigos, comunidades locales y sociedad en general.

El efecto del estatus es increíblemente poderoso. Aquellos percibidos como poseedores de alto estatus son considerados como personas que cuentan con ciertos rasgos o cualidades que no solo les han ayudado a tener éxito sino que pueden ser de utilidad para otras personas. Como resultado, asumimos que merece la pena escucharles y, por tanto, ejercen mayor influencia. Esta es la razón principal por la que cuando nos encontramos por primera vez con una persona la conversación, con frecuencia, comienza preguntándole  qué es lo que hace exactamente.

El estatus nos permite contestar , también, a una pregunta vitalmente importante: “¿Merece la pena escuchar a esta persona?”

Los factores principales que intervienen para que un mensajero sea percibido como poseedor de un alto estatus son:

a).- Posición socioeconómica.

b).- Competencia.

c).- Dominancia.

d).- Atractivo.

 2.- “BLANDOS”

 Ganan la aceptación de sus mensajes porque se percibe que poseen una conexión con la audiencia. Los mensajeros eficaces son solo ricos o famosos. Ni siquiera tienen que ser expertos, dominantes o ser extremadamente atractivos. El rasgo destacado de los mensajeros “blandos” es su capacidad de conectar con una audiencia.

Los humanos somos animales sociales y tenemos un fuerte deseo de establecer relaciones, de intimar y cooperar con los demás. Las personas no siempre buscan a expertos para obtener información. En ocasiones prefieren escucharla de sus amigos, de las personas en las que confían o de aquellos que “son como ellos”.

Las características que contribuyen en solitario o combinadas, para ser mensajeros “blandos” eficaces son;

a).- Calidez.

b).- Vulnerabilidad.

c).- Carisma.

d).- Honradez.

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