domingo, 16 de junio de 2024

SUPERCOMUNICADORES: ¿DE QUÉ VAMOS A HABLAR?

 


Charles Duhigg en “Supercommunicators. How to unlock the secret of language connection” que estamos comentando ,plantea que los supercomunicadores muestran unos comportamientos comunes: están interesados en cuál es el tipo de conversación que  desean los demás y por los temas sobre los que quieren hablar, hacen más preguntas sobre los sentimientos de los otros,  sobre sus antecedentes , hablan sobre sus propias metas y emociones y no les importa discutir sobre sus vulnerabilidades, experiencias y sobre las  identidades varias que poseen, así como preguntar a los demás sobre sus emociones y experiencias. También, inquieren sobre cómo los otros ven el mundo, muestran que están escuchando y comparten sus perspectivas.

En otras palabras, durante las conversaciones más significativas los mejores comunicadores se centran en las cuatro reglas básicas que componen una conversación de aprendizaje:

I.- Prestar atención al tipo de conversación que se está manteniendo.

II.- Compartir sus metas  y preguntar qué es lo que los demás están buscando.

III.- Preguntar sobre los sentimientos de los demás y compartir los propios.

IV- Explorar las identidades que son importantes para esa conversación.

I.- PRESTAR ATENCIÓN AL TIPO DE CONVERSACIÓN QUE SE ESTÁ MANTENIENDO

Los mejores comunicadores hacen una pausa antes de hablar y se preguntan: ¿Por qué estoy abriendo la boca? Lo hacen porque salvo que seamos conscientes sobre el tipo de discusión que esperamos nosotros y nuestros interlocutores, estaremos en desventaja.

Por tanto, la primera meta de una conversación de aprendizaje consiste en identificar el tipo de diálogo que deseamos y, luego, buscar pistas sobre el que las otras partes quieren. Esto puede ser tan sencillo como dedicar un momento a aclararnos lo que esperamos decir y cómo decirlo, como por ejemplo: “Mi objetivo es preguntarle a María si quiere venir de vacaciones conmigo de una forma que le resulte fácil decir no”.

En el caso de conversaciones que no sean importantes no es necesario que escribamos previamente nuestras metas, pero si la conversación si lo es, dedicar un momento a formular lo que esperamos decir y cómo hacerlo es una buena idea. Y, luego, durante la misma, procurar observar a nuestros interlocutores para averiguar si parece que les dominan sus emociones, su sentido práctico o si están intentando introducir en la conversación temas sociales o relativos a otras personas. Hacerlo es útil porque todos estamos emitiendo señales al hablar y al escuchar sobre el tipo de conversación que deseamos. Los supercomunicadores son especialmente hábiles a la hora de detectar estas pistas y se esfuerzan más en pensar en profundidad hacia dónde desean que se dirija una conversación.

En una conversación de aprendizaje nuestra meta es entender lo que está dentro de las mentes de los demás y compartir lo que está dentro de la nuestra. Este tipo de conversación nos anima a prestar más atención, escuchar con más interés, a hablar más abiertamente y a expresar lo que de otra forma quedaría por decir. Fomenta la alineación al convencer a los demás de que todos deseamos sinceramente comprendernos unos  a otros y revelar formas de conectar.

Los comienzos de las conversaciones con frecuencia son complicados ya que tenemos que tomar decisión tras decisión con rapidez, como por ejemplo: “¿qué tono de voz es el apropiado?, ¿debo interrumpir? o ¿puedo contar un chiste?” y pueden surgir muchas oportunidades en que algo se nos escape o dejemos de darnos cuenta de que algo ha quedado sin decir.

En este momento es en el que la conversación sobre de qué se trata esto realmente puede empezar. Ésta tiene dos metas:

a).- Determinar los temas sobre los que queremos discutir: lo que todos necesitan de este diálogo.

b).- Decidir cómo se va a desarrollar: cuáles son la normas y reglas no habladas que hemos acordado y cómo vamos a tomar decisiones juntos.

Si este tipo de conversación no se produce podemos sentirnos frustrados y sin dirección con lo que ocurre después, al sentir, por ejemplo, que cada uno ha estado hablando de cosas distintas u ofreciendo monólogos inútiles. La solución está en reconocer cuando ha comenzado una conversación de este tipo y en saber cómo negociar sobre su desarrollo.

Cuando investigadores han estudiado conversaciones han encontrado que al principio suele producirse una especie de danza sutil y subconsciente que se manifiesta en nuestro tono de voz, nuestra postura corporal y gestos como sonrisas o  suspiros, pero hasta que hasta que se llega a un consenso sobre cómo el diálogo debe proceder, la conversación real no puede comenzar.

Ocasionalmente el propósito de ésta está establecido de forma explícita, como por ejemplo estamos aquí para discutir los resultados de este trimestre, pero podemos encontrarnos a mitad de la misma que las preocupaciones de los participantes están en otro lugar ( posibles despidos como resultado, en el ejemplo anterior). Otras veces damos vueltas sobre varios comienzos: alguien cuenta un chiste, otro se vuelve muy formal o se produce un silencio embarazoso hasta que alguien toma el mando para que la conversación se centre en el tema acordado tácitamente. Algunos investigadores consideran a este proceso como una “negociación silenciosa”, ya que consiste en un toma y daca sutil sobre qué temas abordar y cuáles evitar y sobre las reglas sobre cómo vamos a hablar y a escuchar.

El primer objetivo de esta negociación es determinar lo que cada uno quiere de esa conversación. Estos deseos se revelan con frecuencia a través de una serie de ofertas y contraofertas, invitaciones y negativas que son casi subconscientes pero que exponen si las personas están dispuestas a seguir adelante y son cruciales para ayudarnos a encontrar una serie de temas que estamos dispuestos a discutir.

La segunda meta de esta negociación consiste en acordar las reglas sobre cómo vamos a hablar, escuchar y tomar decisiones juntos.

Una vez que sabemos lo que cada uno espera de una conversación y la forma en la que tomarán decisiones juntos, un diálogo más significativo puede surgir.

El método más simple de descubrir los deseos de cada persona, evidentemente, es preguntarles qué es lo que quieren. Pero este enfoque puede fallar si las personas no saben exactamente lo que quieren , les da vergüenza reconocerlo, no están seguros sobre cómo expresarlo o se preocupan de si al revelar demasiado se ponen en una situación de desventaja. Por tanto hay que indagar para conocer cuál es el tipo de conversación de los que  hemos comentado es la más apropiada.

Una vez que sabemos lo que las personas esperan debemos pensar en cómo vamos a poder satisfacer esos deseos, cómo comprometerles en una “negociación silenciosa” que permita que sus necesidades y las nuestras se satisfagan. Esto requiere conducir experimentos para revelar cómo tomaremos las decisiones juntos. Este enfoque supone el reconocer el tipo de conversación y el alinearnos con otros e invitarles a que se alineen con nosotros, lo que implica entender el patrón mental de los demás: qué tipo de lógica encuentran persuasiva, qué tono y enfoque tiene sentido para ellos, para luego utilizar su lenguaje. También, requiere explicar claramente cómo nosotros estamos pensando y haciendo elecciones para que los otros puedan hacerlo también de forma similar.

Cuando alguien está describiendo un problema personal por medio de una historia está indicándonos que busca nuestra compasión, en  lugar de una solución. Cuando expresa todos los hechos de forma analítica está señalándonos que está más interesado en una conversación racional que en una emocional. Por tanto, las discusiones sobre de qué va realmente esto suelen indicar que las personas están en un patrón mental práctico por lo que buscan solucionar un problema o pensar sobre una idea, por lo que requieren análisis  y un razonamiento lúcido. Los psicólogos llaman a este tipo de pensamiento como de “lógica de costes y beneficios”. Cuando las personas adoptan  un razonamiento lógico y cálculos prácticos, cuando acuerdan que una toma de decisiones racional es el método mejor de hacer una elección juntos, están acordando contrastar los costes potenciales con los beneficios esperados.

Pero, en otros casos este tipo de conversaciones tienen un objetivo diferente. En algunas ocasiones las personas quieren tomar decisiones juntas  que no se alineen con la lógica o con la razón. Quieren explorar los temas más allá de una racionalidad fría. Quieren poder, por ejemplo mostrarse compasivos, hablar sobre valores o discutir sobre el bien y el mal al tomar decisiones conjuntas.

En este tipo de conversaciones los hechos ejercen una menor influencia. Si alguien habla sobre sus sentimientos, su interlocutor no va a comenzar  a intentar debatir con esa persona, va a simpatizar, reír, compartir un sentimiento de orgullo o indignación, por ejemplo. En general en este tipo de conversaciones no vamos a tomar decisiones analizando costes y beneficios, lo vamos a hacer mirando nuestras experiencias pasadas y preguntándonos lo que una persona como nosotros suele hacer en una circunstancia como la que vivimos y estaremos aplicando lo que los psicólogos llaman la “lógica de las similitudes”. Este tipo de lógica es importante porque sin ella no sentiríamos mucha compasión cuando alguien describir una situación de tristeza o desilusión, ni sabríamos como enfriar una situación tensa o detectar si alguien es serio o nos está tomando el pelo. Esta lógica nos dice cuándo debemos empatizar.

Estos dos tipos de lógica coexisten dentro de nuestras mentes, pero con frecuencia son contradictorias o mutuamente exclusivas. Por lo que cuando negociemos sobre cómo se debe desarrollar una conversación para realizar elecciones juntos, tenemos que preguntarnos el tipo de lógica que cada persona considera persuasiva.

El regalo más importante que nos ofrece una conversación sobre qué es lo que realmente queremos es la oportunidad de aprender lo que los demás esperan de ella e invitarles a realizar elecciones juntos. Entonces es cuando empezamos a comprendernos unos a otros y empezamos a encontrar soluciones mejores que las que hubiésemos podido encontrar nosotros solos.

 

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