Herminia Ibarra,
profesora de Liderazgo en INSEAD y autora del libro”Think like a leader, act like a leader”( publicado el pasado mes), en la edición de enero-febrero de
Harvard Business Review, plantea la paradoja de la autenticidad.
La autenticidad parece
ser que se ha convertido en el estándar de oro del liderazgo, pero un enfoque
demasiado simplista de lo que significa puede retrasar nuestro crecimiento y
limitar nuestro impacto. Si pensamos que ir contra nuestras inclinaciones es actuar
como impostores nos refugiamos en una interpretación de la autenticidad cómoda.
Pero pocos trabajos permiten mantener una situación rígida sin cambios, ya que
las demandas y expectativas varían, sobre todo cuando se van adquiriendo más
responsabilidades a nivel directivo.
En sus investigaciones
sobre transiciones de liderazgo la autora ha observado que los cambios a
niveles de mayor responsabilidad requieren que los profesionales salgan de su
zona de confort. Al mismo tiempo desencadenan un fuerte impulso dirigido a
proteger nuestra identidad. Cuando nos sentimos inseguros de conseguir un alto
desempeño en un nuevo entorno con frecuencia nos refugiamos en estilos y
comportamientos familiares.
La palabra “auténtico”
se refería tradicionalmente a que una obra de arte es original y no una copia.
Cuando se utiliza para describir el liderazgo tiene otros significados que pueden ser
problemáticos. Por ejemplo la noción de “ser fiel a uno mismo”, tiene que
acotarse bien ya que podemos presentar distintas facetas según los roles que
desempeñamos en cada momento en nuestra vida cotidiana. No puede ser un concepto estático ya que vamos
evolucionando con la experiencia descubriendo aspectos de nosotros mismos que
no seríamos capaces de percibir a través de la instrospección. Otro matiz como
es el de “mantener una coherencia estricta entre lo que decimos y hacemos”
puede ser peligroso y más aún como líderes, si lo interpretamos como el
manifestar todo lo que pensamos y sentimos abiertamente.
Los líderes en la actualidad
tienen problemas para demostrar autenticidad por diversas razones:
a).- Se enfrentan a
cambios más frecuentes y radicales en el tipo y las circunstancias del trabajo
que hacen.
b).- En un mundo globalizado se encuentran que
tienen profesionales que no comparten sus normas culturales y que tienen
diferentes expectativas sobre el comportamiento del líder. Con frecuencia puede
parecer que hay que elegir entre lo que se espera (y se supone que es lo
eficaz) y lo que parece auténtico.
c).- Las identidades
están constantemente expuestas en el
mundo actual de conectividad y redes sociales. Cómo nos presentamos se ha
convertido en un aspecto importante del liderazgo.
Las situaciones más
frecuentes para los líderes en las que se plantean conflictos relacionados con
la autenticidad son aquellas en las que deben:
1.-
Asumir un nuevo rol con el que no están familiarizados. Los
primeros 90 días son críticos en un rol de liderazgo nuevo. Las primeras
impresiones se forman rápidamente e importan. Dependiendo de su personalidad el
líder va a responder de forma diferente al aumento de visibilidad y a la
presión sobre su desempeño.
El psicólogo MarkSnyder de la Universidad de Minnesota distingue dos tipos de perfiles:
a).- Camaleones. Se
adaptan naturalmente a las demandas de las situaciones sin sentirse falsos por
ello. Se preocupan de cuidar su imagen pública y con frecuencia ocultan su
vulnerabilidad actuando con jactancia. Debido a su flexibilidad suelen ascender
con rapidez. Pueden tener problemas cuando las personas los consideran cínicos
o que carecen de un centro moral, aunque en realidad lo que están expresando es
su naturaleza camaleónica.
b).- Fieles a sus
principios. Estos líderes tienden a
expresar lo que piensan y sienten aunque vaya en contra de lo que demanda la
situación. El riesgo que corren es que se pueden mantener demasiado tiempo en
comportamientos cómodos para ellos que pueden evitar que sean capaces de
responder a las nuevas necesidades, en lugar de ir evolucionando a medida que
adquieren experiencia.
2.-
Vender sus ideas. El
liderazgo implica no sólo tener buenas ideas sino saber transmitirlas a los
distintos grupos de interés para que las acepten. Los líderes inexpertos,
especialmente los pertenecientes al grupo que quiere mantenerse fiel a sus
creencias con frecuencia sienten desagrado al enfrentarse a esta tarea porque
consideran que es artificial y responde a intereses “políticos” y que los
méritos de sus propuestas y de su trabajo deben ser suficientes sin necesidad
de más explicaciones. La consecuencia es que éstas pueden pasar “sin pena ni
gloria” y ser descartadas si los líderes no hacen un mayor esfuerzo para
“venderlas”.
Hasta que el
profesional no sienta que el ir
progresando dentro de la organización y ampliando su influencia dentro de la
misma no es un propósito egoísta sino un bien para ésta, va a tener problemas
para sentirse auténtico cuando tenga que vender sus ideas a los altos
directivos. Las investigaciones demuestran que estas reticencias van
desapareciendo a medida que las personas van adquiriendo experiencia y
confianza en el valor que aportan.
3.-
Procesar feedback negativo. Muchos ejecutivos que
han tenido éxito en sus carreras profesionales se encuentran, por primera
vez, con feedback altamente negativo
cuando asumen roles que suponen mayores responsabilidades. Aunque las críticas
no sean nuevas adquieren más importancia
ya que las repercusiones pueden ser más graves. Pero los líderes con frecuencia
se convencen de que estos aspectos disfuncionales de su estilo “natural” es el
precio que hay que pagar por su eficacia cómo líderes y al centrarse, en muchas
ocasiones, el feedback negativo en el estilo más que en sus habilidades o
experiencia lo consideran como un ataque a su identidad. Un ejemplo claro,
según la autora, es el caso de Margaret Thatcher. Los que trabajaban con ella
sabían que podía ser despiadada si pensaba que alguien había preparado un tema
con menos profundidad que ella. Era capaz de humillar a sus colaboradores en
público, no le gustaba escuchar. Con el paso del tiempo “la dama de hierro” se
convencía cada vez más de lo acertado de sus ideas y de la necesidad de
utilizar sus métodos coercitivos. Podía lograr la sumisión por medio del poder
de su retórica y de sus convicciones. Al final sus propios colaboradores no
aguantaron más y la echaron.
Este tipo de
personalidad tan rígido puede ser fruto
de un exceso de introspección. Cuando buscamos respuestas, exclusivamente, dentro de nosotros
inadvertidamente estamos reforzando viejas formas de ver el mundo y
perspectivas de nosotros que pueden estar pasadas de moda. Sin la beneficiosa
perspectiva externa que obtenemos de experimentar con nuevas conductas de
liderazgo, los patrones habituales de pensamiento y acción nos dominan. Para
empezar a pensar como líderes debemos comenzar a actuar comprometiéndonos con
nuevos proyectos y actividades, interaccionando con distintos tipos de personas
y experimentando con nuevas formas de hacer las cosas. Especialmente en tiempos
de transición e incertidumbre la introspección debe seguir a la experiencia ya
que, según Ibarra, la acción modifica quiénes somos y aquello que creemos que
merece la pena.
Las investigaciones de
la autora sugieren que para lograr un estilo “auténtico adaptativo” de liderar
se puede comenzar por:
1.-
Aprender de diversos modelos de roles. La mayor parte del
aprendizaje implica necesariamente alguna forma de imitación y de aceptación de
que nada es “original”. Una parte importante del crecimiento como líder supone
considerar la autenticidad no como un estado intrínseco, sino la habilidad de
hacer nuestros elementos que hemos seleccionado de los comportamientos de los
demás. Ibarra recomienda no copiar exclusivamente el estilo de liderazgo de una
persona, sino observar distintos estilos de liderazgo. Existe una gran
diferencia entre imitar completamente a un líder o seleccionar selectivamente aspectos de
distintos líderes para crear nuestro estilo propio que luego iremos
perfeccionando. El autor teatral Wilson Mizner decía, en este sentido: “Copiar a
un autor es plagio, copiar a varios es investigación”.
2.-
Trabajar duro para ser mejores. Marcarnos metas de
aprendizaje (no sólo de desempeño) nos ayuda a experimentar con identidades sin
sentirnos impostores, ya que no esperamos acertar desde el principio. Dejamos
de intentar proteger nuestra cómoda forma de ser de las amenazas que los
cambios pueden traer y nos damos permiso para
comenzar a explorar qué clase de líderes podemos llegar a ser. Si
pensamos sólo en el desempeño trataremos de presentarnos ante los demás del
modo que consideremos más favorable. Si, por el contrario, nos centramos
también en el aprendizaje podemos llegar a reconciliar nuestros anhelos de
autenticidad en el trabajo y como líderes con un poderoso deseo de crecer.
3.-
No anclarnos en nuestra “historia”. La mayoría de nosotros
tenemos narrativas personales de momentos que nos enseñaron importantes
lecciones. Conscientemente o no, dejamos que estas historias o las imágenes de
nosotros que dibujan nos guíen en situaciones nuevas. Pero éstas se pueden
tornar desfasadas mientras crecemos y en numerosas ocasiones nos vamos a
encontrar con que tenemos que modificarlas dramáticamente o prescindir de ellas
y empezar de nuevo.
Dan Mc Adams, profesor
de psicología, que ha dedicado su carrera profesional a analizar las historias
personales describe la identidad como”
la historia interiorizada que resulta de la apropiación selectiva que hace una
persona del pasado, presente y futuro”. Con esta definición quiere resaltar que
aunque tenemos que creer en nuestra historia debemos aceptar que tiene que
evolucionar y cambiar con el tiempo para adaptarse a lo que necesitamos hacer.
Las narrativas que escojamos deben no sólo reflejar la suma de nuestras
experiencias y aspiraciones sino,
también, las demandas a las que nos enfrentamos y resonar con la audiencia que
tenemos que ganar.
Ibarra propone como
conclusión que la única forma que tenemos de crecer como líderes es ampliando
los límites de quienes somos, haciendo
cosas nuevas que nos saquen de nuestra zona de confort pero que nos enseñen a través
de la experiencia directa quién queremos llegar a ser. Este crecimiento no
supone un cambio radical de personalidad, pequeñas modificaciones en la forma
en la que nos comportamos, comunicamos e interaccionamos pueden suponer grandes
cambios en nuestra eficiencia como líderes.
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