miércoles, 24 de julio de 2013

¿ME ESTÁS LLAMANDO TRAMPOSO?



En el boletín de julio de London Business School,  Christopher Bryan de la  Universidad de California, Gabrielle Adams de  London Business School y Benoît Monin de la Universidad de  Stanford presentan sus investigaciones sobre  el efecto del lenguaje en el comportamiento, centrándose en los procesos de toma de decisiones éticas. Sus conclusiones las recogen  en Cheating” vs. “Being a Cheater”. When Cheating Would Make You a Cheater: Implicating the Self Prevents Unethical Behaviour", publicado en el Journal of Experimental Psychology.

Los autores destacan que las personas que sienten una mayor inclinación hacia implicarse en comportamientos poco éticos con frecuencia tienden a racionalizar sus acciones de forma que puedan preservar su autoimagen de persona ética, mientras disfrutan de los beneficios de su conducta poco ética. No quieren que les consideren mal por lo que se distancian de sus decisiones de dudosa moralidad. Ponen por ejemplo el caso de la persona que falsea e infla los datos que presenta en una reclamación a un seguro autojustificándose por todos los años que lo ha venido pagando sin demandas previas, por lo que no puede ser considerado un ladrón. Al minimizar la seriedad de sus fallos éticos se intentan convencer de que comportamientos tramposos ocasionales no les convierten en personas deshonestas.

Loa investigadores plantean en su estudio la hipótesis de que manipulando el lenguaje es posible disuadir a las personas de que tomen decisiones poco éticas. Para comprobar si es acertada su teoría realizaron una serie de experimentos centrándose en analizar si los participantes hacían trampas durante el desarrollo de los mismos. En uno de ellos los participantes debían pensar en un número del 1 al 10 y eran recompensados con 5$ si elegían un número par y no recibían nada si el número seleccionado era impar. En otro de ellos, los participantes online debían lanzar una moneda al aire y obtenían una recompensa cada vez que la moneda caía de cara. Ambos experimentos permitían amplias posibilidades de hacer trampas.

Los participantes, en ambos casos, fueron divididos en dos grupos y recibieron instrucciones diferentes. En un caso se ligaba el hacer trampas a la identidad individual: si se comportaban de determinada manera se convertían en tramposos. Se utilizaban frases del tipo: “Estamos interesados en saber cómo son los tramposos habituales”, “Queremos determinar el número aproximado de tramposos” o “Por favor no seas un tramposo”.

En el segundo caso las instrucciones abordaban el tema de forma impersonal, como un comportamiento, empleando frases como: “Estamos interesados en conocer el comportamiento común de los tramposos”, “Queremos conocer el porcentaje de trampas” y “Por favor, evitar hacer  trampas”.

Al utilizar el enfoque personalizado y decir “Por favor no hagas trampas” tenía un efecto disuasorio y los engaños desaparecían, mientras que se mantenían con el segundo abordaje más impersonal. 

Los autores destacan las importantes potenciales implicaciones de estos resultados en el sentido de que utilizar el lenguaje de forma personalizada puede resultar más eficaz  para suprimir comportamientos inadecuados. Recomiendan, de todas formas, actuar con cautela no vaya a producir un efecto rebote al ligar el comportamiento a la identidad y la persona considere que puesto que es una tramposa y no puede evitarlo va a actuar de esta forma habitualmente.


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