Christopher L. Kukk , en su libro “The compassionate achiever. How helping others fuels success”, plantea que durante décadas se ha
considerado que la clave de la prosperidad consistía en ser el número uno, pero
investigaciones recientes muestran que para conseguir mantener el éxito tenemos
que ser “triunfadores compasivos”.
El autor define
“compasión” como la comprensión holística de un problema o del sufrimiento
ajeno con el compromiso de actuar para resolver el problema o de aliviar el
sufrimiento. La voluntad de actuar es lo que le distingue de la empatía. Esta
última consiste en la comprensión de lo
que la otra persona está experimentando, pero para la compasión esto no es
suficiente ya que tiene que hacer algo para actuar.
Ser compasivo no
implica intentar ser un santo o ser tan amable que nos convertimos en un
“felpudo” para los demás. No es una señal de debilidad sino de todo lo
contrario ya que se necesita fortaleza para mantener una actitud racional y de
ayuda cuando lo más sencillo sería dejar de preocuparnos y ceder a la ira, sin
olvidar que se necesita valentía para actuar, cuando es más fácil no hacer
nada.
Tania Singer, directora
de neurociencia en el Max Planck Institute for Human Cognitive and BrainSciences, ha encontrado que la empatía y
la compasión son dos fenómenos diferentes asociados a patrones distintos de
actividad cerebral. Cuando sentimos compasión empleamos el mismo camino de
actividad neuronal que cuando sentimos amor, mientras que cuando experimentamos
empatía utilizamos las zonas cerebrales asociadas con el dolor, por lo que la
utilización constante de dichas vías neuronales conduce a situaciones de
burnout. Por esta razón la empatía, a largo plazo, no es sostenible. Pero, por
el contrario, como la compasión está conectada a sentimientos de amor nuestra
mente se encuentra preparada para el logro. Investigaciones centradas en un gen
procesador de dopamina conocido como DRD4, por ejemplo, ha mostrado que cuanto
mayor es el entorno de compasión en un aula mayor nivel de aprendizaje se
consigue.
La compasión se
considera comúnmente como una cualidad asociada a las “buenas” personas, pero
sólo recientemente se ha comenzado a establecer la conexión entre compasión y
éxito. Tener éxito se define como el hecho de alcanzar un propósito y ser un
triunfador significa cosas distintas para cada persona, pero sea intentar
obtener una promoción, conseguir unas determinadas ganancias económicas o
estatus, por ejemplo, la compasión nos
va a ayudar a alcanzar nuestras metas de forma más eficiente y gratificante, ya
que nos va a servir para solucionar problemas y para crear oportunidades para
los demás.
Con frecuencia hemos
escuchado que si queremos tener éxito en esta vida necesitamos suscribir la
idea de la “supervivencia del más fuerte” y de que el éxito lo tenemos que
agarrar porque si no otro lo conseguirá y nos lo arrebatará. Richard Dawkins en
su libro “The selfish gene” argumentaba que los humanos somos unos “robots
torpes” programados por nuestros genes para ser egoístas. Si nos mostramos compasivos,
según esta línea de razonamiento, estamos dedicando nuestros recursos, tiempo y
energía en ayudar a que los demás tengan éxito a expensas del nuestro propio,
por lo que el camino de la compasión es la senda del perdedor. Los individuos,
por tanto, según esta teoría de la “supervivencia del más fuerte” deben
encontrar su ruta y luchar por ella con sus propios medios y esfuerzos, por lo
que aquellos que llegan a la cima son los que merecen todas las recompensas que
reciben. Si flaqueamos o fallamos, sencillamente, no merecemos nada.
La opinión de los
biólogos, desde Charles Darwin, en adelante, por el contrario, contradice esta
idea, ya que defienden que la cooperación ha sido más importante en el proceso
de evolución de la humanidad que la competición. Resulta más trascendente para
el éxito de un equipo el tener una perspectiva cooperativa que un patrón mental
competitivo.
Darwin creía que la
compasión es un instinto natural que todos compartimos. Este enfoque ha sido
apoyado, posteriormente, por investigaciones de distintos campos del
conocimiento. El biólogo Edward O. Wilson, por ejemplo, famoso por sus estudios
sobre el comportamiento de hormigas y abejas que han permitido un acercamiento
a una mayor comprensión de la conducta humana, ha mostrado que nuestra
evolución de sociedades tribales a globales favorece las actitudes compasivas y
cooperativas sobre las competitivas en las interacciones humanas. Wilson llama
a nuestra “actividad de índole egoísta” en las relaciones humanas “la maldición
del Paleolítico” ya que va a obstaculizar el éxito en nuestras relaciones
interpersonales. Aunque el egoísmo haya podido representar una ventaja durante
el Paleolítico cuando el “homo sapiens” vivía independiente de los demás Wilson
defiende que es innatamente
disfuncional en nuestras
sociedades actuales altamente conectadas. Wilson demuestra en “The social conquest of Earth” que la evolución favorece un mecanismo de “selección de
grupo” en el que los grupos que sean capaces de trabajar juntos de forma altruista
tendrán una ventaja sobre aquellos en los que sus miembros no se muestran tan compasivos y colaborativos.
Biólogos de diversas universidades como Harvard o la
estatal de Michigan han llegado a similares conclusiones a través de diversos
proyectos de investigación: la clave para el éxito mantenido, en cualquier
sector profesional y personal, se encuentra en cultivar la compasión y
rodearnos de personas que se preocupen por los demás.
Nuestra disposición
psicológica hacia la compasión se puede observar, también en la evolución de
nuestro cerebro. El primitivo cerebro reptiliano, evolucionó con las adicciones
del límbico y el neocortex para convertirse en el cerebro humano, pasando de
estar exclusivamente centrado en los instintos de reacciones básicas como la
preservación y el interés propio a ser capaz de comprender el valor de la
colaboración y la compasión. Esta evolución ayudo a nuestros antepasados a
sobrevivir al permitirles cooperar unos con otros cuando se enfrentaban con
especies animales más poderosas y fuertes que ellos.
Investigaciones
realizadas por Leonardo Christov-Moore y sus colaboradores, publicadas en
“Social Neuroscience” han encontrado que: nuestro “motor primario” es actuar de
forma “prosocial”, quizás por las formas reflexivas de empatía que borran las
barreras entre los individuos. En otras palabras, mostraron que nuestros
cerebros tienen que realizar mayores esfuerzos cuando perseguimos acciones
egoístas que cuando actuamos desinteresadamente. Las cosas que nos producen
placer favorecen la liberación de la hormona oxitocina por nuestro cerebro. Lo
mismo ocurre, también, cuando actuamos de forma altruista y compasiva.
La idea de que el ser
humano está programado para la compasión se ve reforzada al examinar la parte del cerebro conocida como núcleo
accumbens (al que se atribuye una función
importante en el placer incluyendo la risa y la recompensa). Las investigaciones sobre la generosidad han demostrado
que la dopamina se libera en dicho núcleo cuando realizamos actos caritativos.
La compasión, pues, activa nuestros circuitos neuronales del placer.
Las
investigaciones realizadas sobre la compasión han mostrado que entre sus beneficios se encuentran:
1.- Los estudios
realizados por Rachel Piferi y Kathleen Lawler han mostrado que en las personas
que muestran compasión unas por otras disminuía su
tensión arterial, se incrementaba su autoestima, sufrían menos
depresiones y su nivel de estrés decrecía.
2.- Fortalece la resiliencia. Practicar la compasión es un camino para construir la
resiliencia. Jerilyn Ross, presidenta durante 30 años de la Sociedad Americana de Desórdenes de Ansiedad, mantenía que: “hacer cosas por otras personas,
preocuparnos por otras personas concede a nuestro cerebro una pausa en la
desesperación. Crea un sentimiento de satisfacción que incrementa la liberación
de endorfinas y por tanto aumenta nuestra sensación de bienestar.”
3.- Genera un ambiente de trabajo más agradable y estimula la
productividad. Las investigaciones de
Sigal Barsade y Olivia O´Neill han encontrado una correlación evidente
entre el comportamiento compasivo, la
satisfacción en el trabajo y el éxito de la compañía. La compasión da un
sentido al trabajo y cuando los trabajadores encuentran un sentido en su
trabajo se sienten más comprometidos y satisfechos con el mismo. Algunas
organizaciones, como IDEO, por ejemplo, comprenden esta conexión entre la
compasión y el éxito y están empezando a utilizarla en todos los ámbitos, desde
la inclusión en la declaración de su misión hasta en los procesos de selección
de sus profesionales. El Manual de los trabajadores de IDEO, “The Little Book of IDEO”, incluye recomendaciones como: ser optimista y ayudar a que los
compañeros tengan éxito.
4.- Mejora el desempeño académico. Un estudio realizado en 2011 sobre 213 programas sobre
aprendizaje emocional, dirigidos a ayudar a los estudiantes a comprender y
gestionar sus emociones junto a una muestra de más de 270.000 estudiantes de
secundaria mostró claramente que los alumnos que participaban en los programas
de aprendizaje emocional experimentaban mayores mejoras en las evaluaciones de
tipo académico, actitudinal y de conducta que aquellos que no habían asistido a
dichos programas.
5.- Aumenta la salud política, cívica y económica de las
comunidades. Paul Zak, por
ejemplo, ha mostrado el papel de la
oxitocina en alimentar la salud política y económica de las comunidades. Al
activar la compasión la liberación de oxitocina por el cerebro y al fomentar
ésta la confianza entre las personas, cunado los niveles de confianza son altos
según, entre otros, un estudio de “Pew Research Center” los niveles de
criminalidad y corrupción descienden y se mantienen bajos en las comunidades
cuyos miembros son compasivos.
El
autor plantea que aunque los beneficios son evidentes algunos estudios sugieren
que la compasión se está convirtiendo en un bien escaso, como muestra el
incremento de los niveles de conductas antisociales y del “bullying”. Un
meta-análisis llevado a cabo en el ámbito universitario, durante tres décadas
por Sarah Konrath, Edward O´Brien y Courtney Hsing ha encontrado que la
compasión y la empatía empezaron a declinar en la década de los noventa y se
encuentran actualmente en su nivel más bajo desde 1979. La investigación que
analizó datos sobre estudiantes universitarios recogidos en distintas encuestas
realizadas en el periodo comprendido entre 1979 y 2009 mostraba que los
estudiantes universitarios actuales se preocupaban menos por aquellos menos
afortunados que ellos y que tenían una mentalidad de “hacerme rico” y “este no
es mi problema” sobre la vida. Aproximadamente el 81% de los comprendidos entre
18 y 25 años contestaron que enriquecerse era una de sus metas principales,
mientras sólo un 30% mencionaban como importante ayudar a aquellos que lo
necesitasen.
Kukk
cree que existen varias razones que explican las causas por las que la
compasión disminuye y entre ellas destaca:
a).-
La mayor parte de las personas no conocen o no son conscientes de los
beneficios que la compasión genera en nuestra vida profesional, cívica y
personal. Algunos piensan que la compasión demanda sacrificio y que éste no va
acompañado de ningún beneficio.
b).-
Muchas personas interpretan la compasión como un signo de debilidad cuando en
realidad es una fortaleza.
c).-
Las personas no son conscientes de que la compasión se puede enseñar y
aprender.
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