Deborah Grayson Riegel en hbr.org del pasado 12 de octubre manifiesta que cuando
pregunta s sus clientes si se dedican a cotillear en su trabajo la mayoría
responden, con cara de sentirse insultados, que por supuesto no lo hacen. Pero si les plantea
si han pedido a un compañero que les confirme su opinión negativa de un colega
que no esté presente la mayor parte admite que es un hecho cotidiano en su vida
laboral.
Aunque
muchos líderes y equipos consideran que este comportamiento es inocente y sirve
para liberar tensiones la autora considera que es una forma de chismes y
cotilleos en el entorno laboral.
Nancy Kurland y Lisa Hope Pelled en su
trabajo de investigación: “Passing the Word: toward a model of gossip and power in the workplace” definen el chisme como : “la charla informal y evaluadora que
tiene lugar en una organización, normalmente entre algunos individuos en la que
se habla sobre otra persona que no está presente.
Tiene
numerosos efectos negativos entre los que destacan la erosión de la confianza,
la disminución de la moral, las reputaciones dañadas, la pérdida de la
credibilidad personal y profesional, el incremento de la ansiedad, la división
y la atrición. A pesar de estos costes elevados la tentación de caer en esta
práctica es muy alta. La psicóloga Peggy Drexler mantiene que: “los
antropólogos defienden la idea de que a lo largo de toda la historia de la
humanidad los cotilleos son una forma de unir a las personas, así como de
aislar a aquellos que se piensa que no apoyan al grupo”.
Algunos
profesionales lo utilizan como un medio para dar feedback o mantener
conversaciones difíciles con sus compañeros, pero al hacerlo se están dañando
los beneficios de una relación abierta y honesta y de conseguir crear una
cultura de feedback.
Utilizamos,
finalmente, también los cotilleos para recolectar evidencia que confirme
aquello que creemos es verdad. Al comentar con otro compañero si tiene las
mismas experiencias y opiniones que tenemos de otra persona podemos comprobar
que nuestras creencias sobre el otro son correctas y como expone Judith Glaser
en su artículo “Your brain is hooked on being right” el flujo de adrenalina y
dopamina que acompaña esta sensación de estar en lo cierto se puede convertir
en adictivo.
La
autora propone una serie de estrategias para evitar caer en algo que está mal
pero que nos hace sentir tan bien:
1.-
Reconocer que estamos murmurando e intentar reconducir la conversación hacia
aspectos más positivos que sirvan para solucionar problemas.
2.-
Preguntarnos a nosotros mismos o a otros si necesitamos la confirmación de otro
sobre un comportamiento que estamos observando en una tercera persona. Si la
respuesta es que lo hacemos para justificar nuestros sentimientos, para
confirmar que tenemos razón o para obtener apoyos para nuestro punto de vista
no debemos meter a nadie en la conversación. Si el objetivo es entender cómo
podemos estar nosotros contribuyendo a la dinámica del problema, para encontrar
soluciones útiles o para poder seguir investigando para poder hacer una queja
formal entonces es adecuado hacerlo.
3.-
Hacer que los demás conozcan que tenemos la política de que si los demás tienen
un problema con nosotros deseamos ser los primeros en saberlo. Adoptar la
postura de decírselo al otro primero y si alguien se acerca a nosotros con
comentarios sobre otro preguntarle si ya lo ha hablado primero con el afectado.
4.-
Crear un entorno rico en feedback a nuestro alrededor. Cuanto más normalicemos
el feedback, tanto el positivo como el negativo, tanto el ofrecerlo como el
recibirlo, menos buscarán los demás formas alternativas de expresar sus
frustraciones y preocupaciones. En lugar de reservarlo para las evaluaciones de
desempeño anuales introducir discusiones frecuentes sobre lo que se hace bien y
mal y sobre lo que se puede hacer de otra manera n las reuniones de supervisión
o de revisión y seguimiento de proyectos.
Los
cotilleos son una estrategia de comunicación destructiva que impacta de forma
negativa en los individuos, equipos y en el conjunto de la organización.
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