Rebecca Zucker en
hbr.org del pasado 22 de diciembre plantea que la mayor parte de los
profesionales tienen una enorme cantidad de trabajo que hacer y se sentirían
aliviados si su carga de trabajo disminuyese un poco, pero a la mayoría les
cuesta pedir ayuda, que es una forma en la que podemos lograr que nuestra carga
de trabajo sea más manejable. Tenemos que aceptar que somos humanos y que no
podemos hacer todo nosotros o tener el éxito al que aspiramos si no somos
capaces de pedir ayuda.
La reticencia a pedir
ayuda puede hacer que estemos inmersos en más trabajo del que es necesario y a
que nos sintamos permanentemente desbordados en el trabajo. Las personas nos
abstenemos de pedir ayuda debido a creencias o presunciones limitantes sobre lo
que tememos pueda ocurrir si pedimos ayuda a alguien. Las más comunes de estas
creencias son: el temor a parecer débil o incompetente, el miedo a molestar o a
parecer muy necesitado, la idea de que no puedo contar con nadie por lo que tengo
que hacer todo por mí mismo o de que si pido ayuda los demás perderán la
confianza en mí.
Parte de la sensación
de estar sobrepasado radica en el sentimiento de soledad ante nuestros retos,
lo cual ocurre con más frecuencia si no somos capaces de pedir ayuda. Cuando
estas creencias limitantes hacen que trabajemos solos en lugar de pedir ayuda
cuando nos estamos ahogando por exceso de trabajo debemos desaprender esas
creencias antiguas que no nos sirven para nada. Para liberarnos de nuestra
resistencia a pedir ayuda la autora recomienda seguir las siguientes
estrategias:
1.-
Identificar las creencias y presunciones restrictivas que nos limitan
Con frecuencia no son
completamente conscientes, ya que la mayor parte de las personas tienden a
operar con el “piloto automático”. Podemos tener una vaga noción de nuestra
resistencia, pero no ser capaces de articular su causa exacta. Debemos preguntarnos
sobre qué es lo que tememos que pase si pedimos ayuda y cuáles serían las
consecuencias derivadas de esa petición.
Esos miedos son
emocionales y no racionales y suele ser difícil que los admitamos, pero son los
que, también, nos hacen humanos, por lo que debemos dedicar tiempo a
reflexionar sobre ellos para que las respuestas afloren. Puede ser de ayuda
hablar sobre ello con un amigo o compañero de confianza o con un coach.
2.-
Reflexionar sobre la fuente de nuestras creencias limitantes
Pensar sobre cuándo o
dónde se inició nuestra resistencia a pedir ayuda puede facilitar perspectivas
interesantes. Deborah Grayson Riegel, coautora de “Go to help: 31 strategies tooffer, ask for and accept help”, plantea que alrededor de los siete años de
edad comenzamos a asociar el hecho de pedir ayuda con costes reputacionales, ya
que hemos sido condicionados a pensar que si admitimos que necesitamos ayuda
van a pensar los demás que somos vagos, débiles o tontos.
Otra causa limitante
también, según Riegel, es que en
ocasiones hemos tenido ayuda que no ha sido tal, como en el caso de las
personas que se ofrecen a ayudar y asumen totalmente la tarea o nos facilitan
una ayuda equivocada, con lo que terminamos sintiéndonos más frustrados.
Emplear tiempo en
reflexionar sobre lo anterior nos puede permitir ver las limitaciones de
nuestro pensamiento.
3.-
Probar pequeños experimentos
Podemos realizar
pequeños cambios conductuales para ver el impacto en cómo nos sentimos o la
respuesta que tenemos de los demás. Puede ser algo tan sencillo como decir: “ ¿Puedo
hacer brainstorming contigo durante cinco minutos? O ¿estarías dispuesto a echar un vistazo a l
propuesta de mi cliente y compartir tu feedback conmigo?
También, podemos observar
cómo consideramos a las personas que nos piden ayuda. Si pensamos que son menos
inteligentes o competentes por hacerlo o si creemos que su petición es algo
totalmente y algo que nos gusta hacer.
4.-
Compartir con los demás
Comentar que estamos
trabajando en mejorar a la hora de pedir ayuda. Compartir esto con los
compañeros sirve no solo para conseguir su apoyo, también para que nos resulte
más fácil hacer la petición si es necesaria, al tiempo que les mueve a ser más
receptivos ante nuestras posibles peticiones y a mostrar su disposición a
ayudar.
5.-
Crear oportunidades para practicar
Establecer metas
tangibles y específicas para nosotros que faciliten oportunidades para
practicar, por ejemplo creando una meta diaria o semanal en relación al número
de solicitudes de ayuda que vamos a hacer.
6.-
Mirar hacia atrás y reflexionar
regularmente
La reflexión es la
fuente de abundante aprendizaje. Debemos reservar un momento y cadencia regular
para hacernos preguntas como: ¿ Dónde fui capaz de pedir ayuda?, ¿Qué es lo que
lo hizo más fácil?, ¿Cuándo no he pedido ayuda aunque la necesitaba?, ¿Qué impidió que lo hiciera?,
¿Dónde voy a tener la oportunidad de pedir ayuda pronto? o ¿Qué es lo que voy a
hacer de forma diferente la próxima vez?
Superar nuestras resistencias
a pedir ayuda requiere práctica, reflexión e integración de nuevos patrones
mentales. Al desaprender viejos e improductivos patrones que nos condicionan
para no pedir ayuda cuando lo necesitamos realmente y al aprender nuevas formas
de actuar, nos sentiremos más apoyados y menos sobrepasados en el trabajo.
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