David Dubois, profesor de marketing en INSEAD, en el boletín INSEAD Knowledge del pasado 3 de marzo, plantea que las personas poderosas no son siempre la mejor opción para persuadir a los demás. El poder de persuasión va a depender de las características, también de la audiencia.
En octubre de 1997 un
periodista de una revista de motor sueca cogió un coche del Modelo Clase A de
Mercedes para probarlo en un curso de obstáculos. Realizó una maniobra brusca
durante el curso y se estrelló. Este caso desencadenó un gran interés e
indignación en los medios que pidieron una respuesta a los directivos de
Mercedes para que explicasen las posibles causas. En ese momento dicha compañía
era el líder de ventas en el segmento de coches de lujo. La empresa respondió
mediante un comunicado en el que responsabilizaban de lo sucedido a las
condiciones extremas de la conducción. Esta respuesta no convenció ya que el
conductor resultó herido y muchos clientes estaban preocupados por su
seguridad, por lo que otros periodistas decidieron probar el coche y volvió a
fallar en dos ocasiones. Mercedes volvió a buscar causas que les exculpasen,
como que el problema podía deberse a los neumáticos, que eran de Goodyear.
La respuesta de
Mercedes se ha convertido en un clásico de comunicación desequilibrada ya que
se centró en aspectos de competencia a expensas de la posible necesidad de los
consumidores de preocupación y necesidad de confirmar la seguridad de sus
vehículos. Plantea la pregunta de que hasta qué punto la sensación de poder condiciona lo que las personas comunican y cuál
es la importancia que tiene el tener en cuenta lo que la audiencia valora.
En su artículo
“Dynamics of Communicator and Audience Power: The Persuasiveness of Competence versus Warmth”, Dubois, junto a Dereck Rucker y Adam Galinsky intentan dar
respuesta a esta pregunta.
En apariencia el
sentimiento de poder parece que incrementa la capacidad de persuasión. Tenemos, por ejemplo, los
casos de poderosos empresarios como Steve Jobs o Richard Branson o políticos
como Lincoln o Churchill que son y serán recordados como comunicadores eficaces,
tanto para vender productos como para movilizar naciones. Pero en ocasiones la
persuasión más efectiva puede venir de personas menos importantes. Por ejemplo
si queremos transmitir mensajes de promoción de la salud los niños pueden
resultar más eficaces que los adultos o los consumidores que los representantes
de la administración. Por tanto la influencia va a venir condicionada por las
características de la audiencia.
Al tener poder, con
frecuencia el comunicador se centra en la competencia cuando transmite su
mensaje persuasivo, pero si no tiene mucho poder o carece de él se va a centrar
en la calidez del mismo. La sensación de poder de la audiencia también
interviene: si piensa que lo tiene se va a preocupar más por la competencia,
pero si no lo tiene le preocupará más por las emociones que le despierta.
Este efecto parece que
es debido a que el poder provoca una especie de ajuste psicológico que moldea
la orientación psicológica tanto del comunicador como de los miembros de su
audiencia. Aquellos que sienten que tienen poder van a tender a enfatizar las
habilidades y competencia que es lo que puede persuadir a las audiencias con
alto nivel de poder. Por otro lado el poder limitado hace que los comunicadores intentan conectar con la audiencia que va a
valorar mensajes cálidos que resaltan la conexión con ella.
Estos hallazgos, en el
caso de los ejecutivos, les sirven para ilustrar el tipo de mensajes que les
pueden ser útiles o no para persuadir a las distintas audiencias. Por ejemplo
si el responsable de una empresa quiere obtener fondos de clientes
poderosos debe hacer hincapié en la
competencia y desempeño de su organización.
En el caso de Mercedes
sus directivos fueron conscientes, posteriormente, de que con su respuesta
habían conseguido alienar a sus clientes. Diseñaron una estrategia que mezclaba
la calidez y la competencia a través de una serie de anuncios con el título “La
clase A y el test del alce” y finalmente realizaron una campaña de un día de duración en
180 periódicos alemanes y en las principales televisiones de dicho país en la
que reconocieron que habían cometido un error.
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