Chris Voss, principal negociador del FBI en los casos de secuestros internacionales, en su libro “Never Split the difference. Negotiating as if your life depended on it”, que estamos comentando, plantea que si las emociones juegan un gran papel en la mayor parte de las negociaciones la formación en habilidades de negociación no debe olvidar los aspectos emocionales e irracionales.
Las
recomendaciones principales que plantea el autor para adquirir esas
herramientas son, aparte de actuar como un espejo como vimos en la entrada
anterior:
II.- ACTUAR CON EMPATÍA
La
mayor parte de los académicos e investigadores han venido ignorando totalmente
el papel de las emociones en las negociaciones. Éstas se consideraban
simplemente un obstáculo para llegar a alcanzar buenos acuerdos y mantenían la
idea de que había que ”separar a la persona del problema”, no siendo
conscientes de que no se podía hacer si como ocurre con frecuencia las personas
son el problema. Actualmente los buenos negociadores no ignoran las emociones
sino que las identifican y tratan de influir en ellas. Son capaces de
nombrarlas y hablar sobre ellas. Consideran las emociones como un instrumento.
La
relación entre un negociador emocionalmente inteligente y la parte contraria es
esencialmente terapéutica. Reproduce la de un psicoterapeuta con su paciente,
ya que éste indaga para entender los problemas de su paciente y luego le
devuelve sus respuestas para lograr que profundice más en sus emociones y pueda
cambiar su comportamiento. Esto es exactamente lo que hacen los buenos
negociadores en situaciones muy conflictivas.
Alcanzar
este nivel de inteligencia emocional demanda que adoptemos una actitud en las
que todos nuestros sentidos se encuentren abiertos y receptivos y que hablemos
menos y escuchemos más. Podemos aprender
casi todo lo que necesitamos sólo mirando y escuchando y manteniendo nuestra
boca cerrada.
No
existe nada más frustrante en el curso de una negociación que tener la
percepción de que estamos hablando a alguien que no nos está escuchando.
Hacernos los distraídos y decir que no entendemos son tácticas válidas pero
ignorar la posición de la otra parte sólo sirve para generar frustración y
conseguir que estén menos dispuestos a llegar a un acuerdo aceptable para
nosotros.
Lo
opuesto a esta táctica es utilizar la empatía táctica, entendiendo por empatía
la habilidad de reconocer la perspectiva de la parte contraria y de hacer
visible ese reconocimiento. No significa que tengamos que estar de acuerdo con
las creencias ni valores de la otra parte, ni que les demos abrazos. Esos
comportamientos manifiestan simpatía y
de lo que el autor pretende transmitir con la idea de empatía es tratar de
entender una situación desde la perspectiva de la otra persona.
Un
paso más avanzado es la empatía táctica que consiste en comprender los
sentimientos y patrones mentales del otro en un determinado momento y en captar
qué es lo que subyace a esos sentimientos para poder incrementar nuestra
influencia. Supone dedicar nuestra atención tanto a los obstáculos emocionales
y a los caminos potenciales para llegar a un acuerdo.
La
empatía es una habilidad clásica de comunicación que tiene una base física.
Cuando observamos atentamente el rostro, los gestos y el tono de voz de una
persona nuestra mente empieza a alinearse con la de la otra persona a través de
un proceso conocido como de resonancia neuronal lo que nos permite captar mejor
lo que piensan y sienten. En un experimento realizado en la Universidad de
Princeton los investigadores encontraron que la resonancia neuronal desaparece
si la comunicación es mala y descubrieron que las personas que saben escuchar
bien y prestar mucha atención podían adivinar lo que el orador iba a decir
antes de que lo dijese.
El
autor recomienda que si queremos mejorar nuestras habilidades de resonancia
neuronal dediquemos tiempo a practicar,
por ejemplo, dedicar nuestra atención a alguien que esté hablando cerca de nosotros o mirar cómo una persona
está siendo entrevistada en la televisión. Mientras hablan imaginar que somos
esa persona y visualizarnos, con todo detalle en la posición que describen como
si estuviésemos en su lugar.
La
empatía nos va a ayudar a comprender la posición que mantiene la parte
contraria, las razones por las cuales sus acciones tienen sentido para ellos y
que es lo que les mueve. Como negociadores utilizamos la empatía porque
funciona, nos sirve para lo que Sun Tzu consideraba el “arte supremo de la
guerra”: dominar al enemigo sin luchar.
En
una negociación Voss recomienda no sólo ponernos en el lugar del otro sino
validar sus emociones reconociéndolas y asignándolas un nombre, lo que llama
“etiquetar” las emociones. De esta forma estamos demostramos que identificamos
lo que siente la otra parte y nos acerca a ella. Es especialmente aconsejable
cuando la parte contraria está tensa. Exponiendo los pensamientos negativos,
como por ejemplo diciendo “ Parece que no quieres volver a encontrarte en esta
situación que te asusta” atenúa el temor.
El profesor de psicología Matthew Lieberman de la Universidad de
California ha encontrado en un estudio analizando imágenes del cerebro que
cuando a las personas les muestran fotos de rostros que expresan emociones
fuertes el cerebro responde con una gran actividad en el área de la amígdala
(responsable de la sensación de miedo), pero que cuando se les pide que
etiqueten la emoción la actividad se traslada a las zonas en las que gobierna
el pensamiento racional. Esto implica que “etiquetando” la emoción al aplicar
palabras racionales al miedo atenúa su intensidad.
“Etiquetar”
es sencillo. Las fases a seguir son:
1.-
Detectar el estado emocional de la otra persona, analizando sus palabras, su
tono y su lenguaje corporal. El truco para detectar sentimientos consiste en
prestar mucha atención a los cambios que las personas experimentan cuando
responden ante hechos externos, que pueden ser nuestras palabras. Si, por
ejemplo, preguntamos cómo está su familia y vemos que las comisuras labiales de
la boca de nuestro interlocutor van hacia abajo aunque nos estén diciendo que todo
va bien podemos pensar que todo no está bien o si su voz se torna plana y
monocorde cuando mencionamos a un compañero puede ser que exista un problema
entre ambos.
2.-
Identificar y “etiquetar” la emoción que queremos destacar. Se puede hacer en
forma de afirmaciones o preguntas que deben empezar, casi siempre con la
siguiente frase: “Parece ser que…….” No
debemos utilizar la palabra “yo” : “yo pienso que….”, ya que si lo hacemos
parece que estamos mostrando que realmente estamos más interesados en nosotros
que en la otra parte que se puede poner a la defensiva. Pero si utilizamos una
afirmación neutral estamos estimulando que nuestro interlocutor responda con
una frase y no con un monosílabo: “si” o “no” y
de esta forma les permitimos, también mostrar su desacuerdo ante lo que
podemos dar un paso hacia atrás y decir, por ejemplo:”No he dicho que eso sea
así, sólo que parece que puede ser así”.
3.-
Mantenernos en silencio. Una vez que hemos “etiquetado” la emoción debemos
permanecer callados y escuchar.
“Etiquetar”
es una táctica no una estrategia. Cómo se utilice va a determinar nuestro éxito
o fracaso. Si se usa adecuadamente es la forma en la que los negociadores
identifican y van modificando de forma paulatina las voces interiores de la
conciencia de la parte contraria para que se tornen más colaboradoras y
confiadas.
En
términos básicos en psicología, según el autor, existen dos niveles en nuestras
emociones:
a).-
Visibles que se traducen en los comportamientos que son observables.
b).-
Invisibles o subyacentes que son los que van a motivar los comportamientos
visibles.
Lo
que hacen los buenos negociadores cuando “etiquetan” es reconocer esas
emociones que no están en la superficie: si son negativas van a contribuir a
difuminarlas y si son positivas a reforzarlas. Por ejemplo, como emoción la ira
rara vez es productiva si surge en alguna de las partes que están negociando.
Libera hormonas y neurotransmisores que distorsionan nuestra capacidad de
evaluar adecuadamente y de responder a las situaciones. Nos ciega al hecho de
que estamos enfadados lo que nos proporciona una falsa sensación de seguridad.
Esto no quiere decir que las emociones negativas deban ser ignoradas, ya que si
se hace puede ser igual de dañino, sino que deben ser reconocidas e identificadas
para que la parte que las está experimentando las reconozca y pueda decidir qué
hacer ante ellas.
Diversas
investigaciones han mostrado que la mejor forma de gestionar la negatividad
consiste en observarla sin reacción y sin juzgar. Posteriormente de forma
consciente “etiquetar” cada sentimiento negativo e intentar reemplazarlo por pensamientos positivos que
aporten soluciones. Al profundizar e ir más allá de la montaña de pequeñas
objeciones y de detalles nimios que enmascaran la realidad el “etiquetar” nos
permite identificar las emociones primarias.
Voss
sugiere que al intentar incorporar estas herramientas de empatía táctica en
nuestra vida cotidiana debemos pensar en ellas como extensiones naturales de
las interacciones humanas y no como tics conversacionales. En cualquier
interacción nos complace sentir que la otra parte está escuchando y
reconociendo nuestra situación. Al interiorizar estas técnicas para convertir
la empatía táctica en un hábito primero y luego en una parte integral de nuestra
personalidad el autor nos recuerda que tenemos que tener en mente las
siguientes lecciones:
1.-
Debemos tener la capacidad de ponernos en la situación de la parte contraria.
La belleza de la empatía se encuentra en que no tenemos que estar de acuerdo con
sus ideas pero al reconocer su situación le transmitimos que le estamos
escuchando y una vez que son conscientes de ello la comunicación es más abierta
y nos pueden contar algo que nos puede resultar de utilidad para poder llegar a
acuerdos.
2.-
Las razones por las que la otra parte no está dispuesta a alcanzar un acuerdo
con nosotros suelen ser más poderosas que las que facilitan el mismo por lo que
nos debemos centrar primero en eliminar las barreras que lo impiden.
3.-
Hacer una pausa. Después de “etiquetar” una barrera o efectuar una declaración mantenernos
en silencio durante un tiempo para que la otra persona responda.
4.-
“Etiquetar” los miedos del contrario para debilitar su poder.
5.-
Hacer un listado con las peores cosas que la otra parte puede decir de nosotros
y verbalizarlas antes que la parte contraria nos las diga. Al realizar una “auditoría”
de posibles acusaciones nos prepara para evitar que posteriormente aparezcan
dinámicas negativas. Como estas “acusaciones” normalmente parecen exageradas al
decirlas en voz alta la otra parte con frecuencia va a responder diciendo que
estamos exagerando y que lo contrario puede ser cierto.
6.-
Recordar que estamos tratando con personas , que como tales, quieren ser
apreciadas y comprendidas, por lo que debemos utilizar “etiquetas” para
reforzar y fomentar las percepciones y dinámicas positivas.
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