Tomás Chamorro- Premuzicen “Why so many incompetent men become leaders? (and how to fix it), que estamos comentando, plantea que el talento es muy difícil de detectar y que es
importante diferenciar el talento del potencial. El primero, independientemente
del dominio de competencias al que nos refiramos, deporte, ciencia, negocios,
artes, etc, suele denotar un desempeño excelente en un área determinada. Cuando
los individuos consiguen logros extraordinarios en su profesión y éstos no
pueden ser atribuidos totalmente a otros factores tales como el esfuerzo, la
suerte o el nepotismo consideramos que esas personas tienen talento.
El potencial, por otro
lado, es el talento en espera, antes de que podamos verlo y surja. Las
organizaciones deberían ser capaces de considerar el potencial como algo más
valioso que el talento porque existe una dura competencia para identificar
futuros líderes lo antes posible, antes de que lo hagan los demás.
Una cuestión importante
es si una persona que no ha liderado puede ser un buen líder. En este contexto
el potencial es una apuesta que las organizaciones hacen sobre la capacidad de
un individuo de mostrar talento como líder en un futuro, ya que no pueden
apoyarse en un desempeño pasado para predecir ese potencial cuando los
individuos no han hecho ese trabajo todavía.
La mayor parte de las
organizaciones se apoyan en modelos muy sencillos de detección de potencial
para el liderazgo, centrándose normalmente en un solo factor ignorando el
amplio abanico de determinantes del liderazgo. Por ejemplo Amazon suele buscar
la curiosidad o American Express la determinación y el valor.
Por otro lado la mayor
parte de las teorías científicas sobre el liderazgo se desarrollan aisladas de
una implementación práctica. Karl Popper mantenía, en este sentido, que los
modelos podían ser exactos o útiles pero raramente las dos cosas.
En relación con la
esencia del potencial de liderazgo las distintas evidencias, fruto de diversas investigaciones sugieren que existen
determinados atributos que poseen los buenos líderes. Éstos se pueden agrupar
en relación con:
I.-
EL CAPITAL INTELECTUAL
El buen liderazgo
requiere capital intelectual. Los elementos claves del mismo: experiencia,
dominio de un área y buen juicio no sólo
permiten que los líderes ejerzan determinados roles, sino que les facilita el
contar con credibilidad entre sus seguidores. Martin Heidegger en una ocasión apuntaba
que la principal diferencia entre los individuos expertos y los que no lo son
es que los primeros podían ignorar rápidamente los aspectos irrelevantes de un
problema. A diferencia de lo que ocurre con un novato una persona con un fuerte
capital intelectual se centrará en el momento en los aspectos relevantes de una
situación mientras un novato se puede distraer con los irrelevantes
confundiendo el ruido con las señales. Los primeros tienen una mayor capacidad
para centrarse en su instinto cunado tienen que resolver problemas relacionados
con el trabajo porque la experiencia y la expertía tienden a hacer que su
intuición esté más ligada a los datos. Pero por definición los expertos
constituyen un grupo minoritario.
Una serie de estudios
liderados por Amanda Goodall han mostrado que las organizaciones funcionan
mejor cuando son lideradas por expertos en el campo que se trate. Por ejemplo
los hospitales tienen mejores resultados si sus líderes son médicos en lugar de
gestores procedentes del mundo de los negocios o financiero o las universidades
suelen destacar cuando sus presidentes tienen antecedentes relacionados con la
ciencia e investigación en lugar de ser administradores de carrera.
El capital intelectual de
los líderes interviene en el desempeño de los equipos al impulsar la moral y el compromiso
entre sus miembros. Por ejemplo un estudio reciente liderado por Benjamin Artz examinaba
la relación entre la los conocimientos y experiencia técnica de los líderes y
el bienestar de sus profesionales. En el estudio se analizaron datos de 35000
profesionales de diversos sectores en Estados Unidos y en el Reino Unido a los
que se les planteaban que valorasen por ejemplo si su jefe podría hacer el
trabajo que ellos realizaban bien o si había ascendido desde distintos niveles
de la compañía. El resultado mostró que era el factor que podía predecir mejor
el grado de compromiso de los subordinados.
El problema surge porque
las organizaciones suelen conceder una importancia excesiva al capital
intelectual a la hora de tratar de
identificar el potencial para el liderazgo y cuando las personas pasan, por
ejemplo, de un rol que requiere trabajar
independientemente y resolver problemas bien definidos en el que han podido
destacar a uno que requiere liderar personas la mayor parte de las personas van
a tener un desempeño menos bueno.
Otra razón por la que no
debemos apoyarnos demasiado en el capital intelectual es que con la
potenciación de la inteligencia
artificial , ésta será cada vez más capaz de resolver los retos intelectuales
mejor que las personas y paradójicamente terminará enfatizando la importancia
del lado emocional del liderazgo, ya que al no poder competir los líderes con
las máquinas a la hora de manejar los datos, la información o los problemas
bien definidos si lo podrán hacer en términos de sus capacidad para gestionar
personas.
II.
EL CAPITAL SOCIAL
Aunque los líderes
muestren un alto grado de potencial en relación con el capital intelectual su
capital social es clave. Éste se refiere, fundamentalmente, a las redes de
contactos y conexiones con personas que los líderes tienen a su disposición. A
quién conocemos va a determinar no sólo si vamos a poder liderar sino si vamos
a poder operar. Diversas investigaciones dentro del campo de la psicología social
sugieren que los individuos somos más eficaces como líderes si disponemos de
una amplia red de relaciones tanto dentro como fuera de nuestras
organizaciones. Ya que el liderazgo es en su núcleo un proceso de influencia
aquellos que sean capaces de contar con un mayor número de relaciones,
especialmente si éstas son profundas tendrán una mayor capacidad de influencia.
De hecho diversos estudios sugieren que uno de los mejores indicadores de la
influencia de un líder es la importancia que éste tenga dentro de la red de
contactos de la organización.
La trascendencia del
capital social también se refleja en el valor que la mayor parte de las
personas conceden a las recomendaciones personales. La opinión de los demás
sigue teniendo un gran peso en la selección de líderes. Aunque distintos meta- análisis sugieren que las referencias no
son buenos predictores del desempeño en el trabajo cualquier candidato a un
puesto tendrá que luchar para competir
contra una persona que está muy recomendada por alguien cercano al que tiene
que tomar la decisión.
Las decisiones basadas en
el capital social pueden ser sutiles e implícitas como cuando en el proceso
selectivo un directivo ensalza a un candidato por su fuerte encaje con la
cultura de la organización cuando en realidad lo que se quiere decir es que esa
persona parece pertenecer a cualquier tribu o grupo al que el que selecciona
pertenece o valora, como es el caso de universidad, formación, afiliación
religiosa o raza. Incluso, muchas veces el capital social se confunde con el estatus
socioeconómico, como es el caso de Estados Unidos en el que hasta un 50% del
éxito profesional de una persona viene determinado por el de sus padres.
III.-
CAPITAL PSICOLÓGICO
Va a mostrar cómo los
individuos pueden liderar y si van a hacer uso de sus capacidades. Para responder
a estas preguntas necesitamos contemplar a los líderes desde tres dimensiones
centrales del carácter:
1).-
El lado brillante. Comprende la inteligencia entendida como
la capacidad general para aprender, y los rasgos principales de la personalidad
tales como la extraversión y la ambición. Refleja lo que las personas hacen
cuando muestran su mejor cara y lo que hacen en el trabajo cuando se esfuerzan
para mostrar los mejores atributos de su carácter.
2).-
El lado oscuro. Capta aspectos menos deseables de la
personalidad, como los mencionados en la entrada anterior: psicopatía y
narcisismo, que entorpecen la capacidad del líder para construir y mantener un
equipo de alto rendimiento y para contribuir al éxito a largo plazo del equipo
y la organización.
En 1997 los psicólogos
Robert y Joyce Hogan crearon una metodología para evaluar el narcisismo, la
psicopatía y otros 9 rasgos oscuros de la personalidad que favorecen el
descarrilamiento de los líderes. Desde entonces la Encuesta de Desarrollo de Hogan ha sido adoptada ampliamente para mostrar las necesidades de coaching y
desarrollo que pueden tener los líderes. Tras hacer los perfiles de millones de
personas los datos producidos por la encuesta sugieren que la mayor parte de los
individuos muestran al menos tres de estos rasgos. Éstos se pueden clasificar
en tres grupos:
a).- Distanciadores. Alejan
a los líderes de las personas, como por ejemplo mostrarse muy excitable o malhumorado
o adoptar una actitud excesivamente cínica o pasivo-agresiva.
b).- Seductores. Atraen a
las personas. El narcisismo y la psicopatía están en este grupo ya que utilizan
la manipulación.
c).- Obsequiosos o “pelotas”. Por ejemplo, alguien que es
diligente puede tratar de impresionar a sus jefes con su minuciosa atención al
detalle pero puede repercutir en un exceso de microgestión en relación con las
personas a su cargo.
3.-
El interior. Es el que se ocupa de los valores que
actúan como un compás moral interno que va a determinar si los líderes van a
encajar en la cultura de la organización así como la cultura que ellos pueden
crear. Por ejemplo los líderes que valoren las tradiciones , tienen un fuerte
sentido de lo que consideran que está bien o mal y van a preferir
organizaciones jerárquicas y mostrarán poco interés por la innovación,
tolerando mal las disrupciones. Por otro lado los que valoren la afiliación
tendrán un fuerte deseo de llevarse bien con todos y se centrarán en construir
y mantener fuertes relaciones interpersonales y en fomentar la colaboración en
el trabajo o los que sean muy altruistas intentarán mejorar las vidas de los
demás y fomentar el progreso en el mundo por lo que sufrirán mucho si su
organización se mueve solo por los beneficios económicos.
Por tanto si una persona
tiene los capitales intelectual, social y psicológico correctos podíamos pensar
que tiene potencial para ser un buen líder, pero el contexto que rodea al líder
es fundamental para modelar cómo se comporta, cómo debe actuar y cómo va a ser
evaluado. Como consecuencia algunos líderes pueden ser populares en unas
culturas pero no en otras, como es el caso de Winston Churchill que fue un buen
líder en tiempos de guerra, cuando su tozudez y paranoia eran rasgos valiosos
pero fue mucho menos eficaz en tiempos de paz, por las mismas razones.
Todas las culturas, sean
pequeñas o grandes organizaciones o naciones, funcionan mejor si tiene líderes
honestos, íntegros y con habilidades interpersonales pero existen unas
diferencias condicionadas por las distintas culturas. El modelo de cultura de
Geert Hofstede identifica cuatro aspectos importantes relacionados con el
comportamiento:
1.-
Dominancia. Las culturas difieren en el grado de
dominancia, con las culturas dominantes buscando líderes asertivos, muy seguros
de sí mismos y autoritarios y mostrando preferencia por contar con líderes
masculinos. Sectores que se caracterizan por tener culturas con un nivel alto
de dominancia son, por ejemplo, la banca
o el ejército y con bajo la educación o
las organizaciones humanitarias.
2.-
Espontaneidad. Las culturas también difieren en su grado
de confort con la espontaneidad, improvisación e incertidumbre. Las que son
espontáneas no necesitan planificar todo
y pueden funcionar sin contar con unas reglas claras y unos procesos perfectamente
definidos. Para tener éxito en estas culturas los líderes deberán ser muy
adaptables y tener capacidad de improvisación. Por el contrario aquellas
culturas poco espontáneas impondrán un conjunto de reglas bien establecidas tanto
a los empleados como a los líderes que se sentirán incómodos e inseguros cuando
tengan que adoptar decisiones independientes.
3.-
Individualismo. Las culturas individualistas tienden a reconocer las acciones independientes
y a celebrar los logros de los individuos más que de los equipos. Los líderes
en ellas son premiados por su falta de conformidad y originalidad y los límites entre los
equipos están mal definidos. Por el contrario las culturas colectivistas se
centran en el equipo en lugar de en los logros individuales y tiene preferencia
por líderes humildes y de perfil bajo, que fomenten la toma de decisiones democrática y
consensuada. El individualismo es
frecuente en el mundo académico mientras el colectivismo lo es en el mundo
militar y deportivo, por ejemplo.
4.-
Estatus. Las culturas también difieren en su aceptación del
estatus. Las más orientadas al estatus consideran las grandes diferencias de
poder como naturales y aceptan que determinadas personas siempre van a ser
mejor que otras. Los líderes en ellas van a contar con más autoridad y
privilegios y los subordinados tenderán
a aceptar a los líderes en función de su estatus más que dependiendo de sus talentos
y no se plantearán criticar a sus líderes con lo que éstos rara vez se
beneficiarán del feedback o de la crítica constructiva de aquellos que trabajan
con ellos. Por el contrario las menos orientadas al estatus serán culturas más
igualitarias y meritocráticas.
Como conclusión Chamorro
plantea que para juzgar el talento de un líder debemos ser capaces de
considerar de forma objetiva el desempeño de su equipo y para ello los rasgos
del líder que favorecen el alto desempeño del equipo persiguiendo un objetivo
común no son la alta seguridad en sí mismos y el carisma sino la competencia y
la integridad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario