Manfred Kets de Vries en INSEAD Knowledge del pasado 8 de marzo plantea que en ocasiones ocurren
cosas que hacen que nos sintamos víctimas y que aunque es normal que
experimentemos estos sentimientos para algunas personas se pueden convertir en una
parte constante de sus vidas.
Las personas más
proclives a sentirse víctimas tienden a tener una autoestima baja, a sentirse
pesimistas en relación con la vida y a sufrir sentimientos de culpa, vergüenza,
reproches y autocompasión. Con frecuencia se sienten alienados y desilusionados
del mundo ya que creen que las personas van a pillarles y con frecuencia
perciben que el daño que se les puede infligir está injustificado y es
inmerecido.
Algunos de estos
individuos tienden a exagerar las situaciones considerándolas catástrofes lo
que les puede llevar a dirigir agresiones o actuaciones violentas hacia los
supuestos perpetradores. Pueden justificar sus acciones inmorales como castigos
por daño hecho a ellos o racionalizarlas diciendo que de esa forma evitan que
se reproduzcan situaciones similares.
Evitan asumir la
responsabilidad por sus impulsos destructivos y utilizan mecanismos de defensa
tales como negación o proyección, para creer que no son culpables de malas
acciones. Preocupados por sus sentimientos de ser maltratados buscan el
reconocimiento de su sufrimiento y desean que los supuestos perpetradores
expresen sentimientos de vergüenza y culpa por sus malas acciones.
Las personas con
mentalidad de víctimas tienden a rumiar su miserable estado imaginario, lo que
interfiere con su capacidad para realizar sus tareas cotidianas y con sus
relaciones con los demás. Se atascan en patrones negativos, lo que evita que
encuentren otras formas de pensar nuevas.
Los individuos reducen
grandemente su poder de desarrollarse y de crecer cuando no aceptan su
responsabilidad personal por sus circunstancias. Al continuar jugando un papel
de víctima, su actitud hacia la vida se convierte en una profecía autocumplida.
El primer paso para
cambiar la percepción de ser una víctima consiste en que el individuo reconozca
cómo se está saboteando a sí mismo y propiciando el sentirse abatido. A partir
de ese momento puede descubrir que tienen el poder de escoger sus respuestas,
actuar sobre sus problemas y dejar de ser una víctima. Prestando atención a lo
que ocurre en su mente y cómo sus pensamientos afectan a las historias que se
cuentan a sí mismos, podrá ajustar su comportamiento.
Para poder hacerlo
necesitará destapar los orígenes de sus creencias limitantes y explorar
memorias reprimidas para entender la procedencia de determinadas características
de su conducta. A través de este proceso pueden descubrir que los mecanismos de
afrontamiento que han estado utilizando se han podido volver disfuncionales y
no ser ya útiles.
Paso a paso pueden
comenzar a aprender cómo crear una nueva realidad centrándose en lo que pueden
controlar y dejando ir lo que no pueden controlar. Una vez que han reemplazado
por otros sus pensamientos negativos la vida puede comenzar a trabajar en su
favor.
El perdón es un paso
esencia en el proceso de dejar ir y de encontrar paz interior, pero no exonera
lo que el perpetrador ha podido hacer, no implica olvidar. Es un acto valiente que
da a los individuos la fortaleza para ir más allá del dolor que hayan podido experimentar.
Desgraciadamente muchas personas se aferran al resentimiento bajo la falsa
creencia de que forzará a los demás a aceptar su culpa o su responsabilidad por
su dolor. En lugar de eso es mejor aceptar que todos podemos haber dañado a
alguien y que el perdón es parte de nuestras vidas.
Mostrar compasión hacia
los demás también es una fuerza liberadora y sanadora. Aferrarse a emociones
negativas asociadas con victimismo solo mantiene a las personas cautivas,
reafirmando sus identidades como víctimas. Ser amables con los demás empodera a
la persona y crea sentimientos de tener mayor control sobre nuestras vidas.
Centrarnos en las bendiciones de nuestras vidas y practicar la gratitud puede
ayudar a desarrollar un patrón mental más positivo. La forma más rápida para
dejar de sentirnos víctimas consiste en centrarnos en lo bueno que nos pasa y
para ello nos podemos preguntar qué es lo que debemos agradecer cada día o qué
cosas buenas nos han pasado hoy. La gratitud es el reconocimiento consciente de
lo que nos aporta alegría en el momento presente y al ampliar nuestra mirada
podemos empezar a ver lo afortunados que somos.
No son solo los
individuos los que pueden desarrollar mentalidad de víctima, grupos de personas
pueden caer en este patrón mental. Victimismo colectivo surge cuando grupos de
personas experimentan hechos traumáticos o injusticias. En este caso las
personas deben aceptar lo que ha ocurrido en el pasado y asegurar una cultura
del recuerdo. El duelo es una parte importante para permitir a las personas a
enfrentarse a las heridas del pasado, metabolizar lo ocurrido y llegar a nuevos
comienzos. Si las experiencias traumáticas no se abordan será muy difícil llegar
a algún tipo de cierre.
Los traumas no solo aíslan
sino que estigmatizan y avergüenzan. Por tanto, para que una sociedad funcione
en el futuro debe recrear un sentimiento de comunidad. Si los supervivientes de
una atrocidad quieren restaurar su creencia en la humanidad sus conexiones con
una comunidad más amplia deben volver a establecerse. Al crear el sentimiento
de pertenencia dentro de un grupo los individuos van a volver a confiar en la
humanidad y para ello deben embarcarse en un proceso de reconciliación.
La reconciliación va a
consistir en el proceso de restaurar relaciones, mediante el abordaje de los
sentimientos de dolor, pena e ira. Implica reconocer sufrimientos pasados,
cambiar actitudes y conductas destructivas y facilitar una plataforma para la
curación. Ambas partes deben estar dispuestas a enfrentarse a la verdadera
dureza de lo ocurrido y a entender por qué pasó. La parte dañada debe sentirse
suficientemente segura de que el comportamiento dañino no va a volver a
producirse. Este puede ser un proceso largo ya que ambas partes deben volver a
construir confianza y una relación no violenta, al tiempo que deben aprender a
cooperar. La meta es establecer la paz, la justicia, la equidad, la sanación,
el perdón y las relaciones productivas dentro y entre comunidades. La reconciliación
difiere del perdón ya que es el proceso público de restaurar relaciones rotas,
mientras el perdón es un proceso privado de curación interior.
Facilitar un espacio
seguro para los supervivientes para sentirse escuchados puede ayudar a la
reconstrucción de relaciones. La reconciliación requiere el examen del daño
hecho, la investigación de la responsabilidad y la comprensión de la narrativa
de ambas partes. Puede crear puentes entre partes opuestas y conducir a un
proceso de curación colectivo que incluya el perdón.
Para romper el ciclo de
victimismo las personas deben embarcarse en dos viajes diferentes. El primero
es interior hacia el auto-descubrimiento, ayudando a reconciliarse con el
sufrimiento personal y el segundo se refiere a injusticias colectivas y va
dirigido hacia fuera implicando reconciliación.
A lo largo de estos
caminos los individuos pueden pasar de ser víctimas pasivas de sus
circunstancias a vencedores activos capaces de efectuar cambios significativos
en sus vidas.
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