Jefferson Fisher en “The next conversation. Argue
less, talk more”, muestra cómo saber qué decir para empezar y mantener posteriormente
una conversación complicada, para que tengamos éxito.
Independientemente de
lo importante o no que sintamos que somos, nuestras palabras tienen un gran
poder. La manera en la que, por ejemplo,
hablamos con un compañero o con alguien que nos esté atendiendo en una tienda,
afecta en la forma en la que éstos van a hablar con sus amigos o familiares
cuando vayan a casa. Nuestras palabras no solo importan ahora, importan a
generaciones de personas que no conocemos. Las palabras adecuadas a las
personas adecuadas pueden cambiar vidas.
Aunque las acciones hablan más que las palabras no son un reemplazo de éstas.
No podemos decir que somos, por ejemplo, una persona amable si no utilizamos
palabras amables.
El autor propone una
serie de reflexiones básicas:
La
persona que vemos no es la persona a la que estamos hablando.
Cada persona tiene una superficie y una parte más profunda. En la superficie
podemos captar con nuestros ojos y oídos señales físicas que van a moldear nuestra
percepción y juicios sobre la persona, pero lo que está pasando debajo de la
superficie es donde encontraremos la verdad y realidad, ( por ejemplo el
compañero con el que estamos hablando vemos que está agitado y se muestra
impaciente, puede que se muestree así porque no ha dormido por preocupaciones
familiares). Con frecuencia las
emociones que captamos en las voces de alguien no son propuestas de desacuerdo,
sino de conexión.
No
debemos caer en la trampa de la necesidad de ganar un argumento.
Ganar significa que, seguramente, estamos perdiendo algo más valioso. Cuando
buscamos ganar tendemos a perder mucho más, como pueden ser el respeto o la
confianza de los demás y, la única recompensa que vamos a obtener es el
desprecio de la otra parte. Al final cuando el argumento termina de esta forma lo que probablemente hayamos conseguido es no resolver el asunto con el
coste de sentimientos dañados, cuando seguramente tendremos que seguir comunicándonos con
esa persona si vivimos o trabajamos con ella. Dependiendo de lo que hayamos
dicho podemos ser nosotros los que ahora tengamos que pedir disculpas.
Cualquier sentimiento de orgullo y satisfacción va a ser de corta duración en
relación con el daño duradero que hemos ocasionado a la relación.
La competición en la
comunicación nos convence de que el mundo está dividido en lo que es correcto e
incorrecto, en vencedores y perdedores. Después de un debate político, por
ejemplo la primera pregunta que nos hacemos es: “¿Quién ha ganado?”. Pero si
retrocedemos hasta el tiempo de la Grecia antigua las conversaciones no tenían
nada que ver con ganar. Un debate sobre opiniones opuestas era un vehículo para
buscar la verdad. Exponer las debilidades de los argumentos de la otra parte
tenía como finalidad fortalecerlos y refinarlos, no rechazarlos. Los debates
solían durar días, hasta semanas, para dar tiempo a cada persona para que
lograse tener perspectiva y explorar diversas posibilidades.
En la actualidad la
tendencia es a hacer lo contrario. En lugar de aceptar que los desacuerdos nos
pueden conducir a un aprendizaje de otras perspectivas, nos cerramos. En lugar
de verlos como oportunidades para refinar nuestro propio entendimiento, los
consideramos amenazas y, utilizamos las redes sociales como nuestro personal
megáfono para exponer lo mucho que estamos en desacuerdo.
Vencer a otros en un
argumento puede alimentar nuestro ego, pero seguiremos estando “hambrientos”.
Rara vez ganar a través de la
comunicación conduce a mejores cosas en nuestras vidas. Sea un argumento, una
acalorada discusión una ligera fricción
durante una conversación nuestra meta no es ganar. Es ir descubriendo lo que
subyace hasta llegar al corazón del asunto. Para ello debemos considerar los
argumentos como una ventana a las preocupaciones y luchas de la otra persona
para conocer su mundo y quizás darnos cuenta de que la victoria que deseamos
quizás no es lo que necesitamos, después de todo.
El
conflicto puede ser el catalizador de cambios positivos en nuestra vida.
Para aprovecharlo debemos estar dispuestos a conectar con la persona que está
en frente de nosotros.
La mayor parte de las
personas entiende que el éxito viene de considerar los fallos y errores no como
contratiempos o reveses sino como peldaños que nos conducen hacia él. Abrazar
los errores es parte del proceso ya que a través de los errores aprendemos a ser más
fuertes. Los fallos en la comunicación, como en el caso de los desacuerdos y
argumentos hacen lo mismo, conducen hacia el éxito porque revelan las áreas de
mejora, ofreciendo perspectivas sobre cómo podemos enriquecer nuestras interacciones.
Cuanto más importante sea la conversación mayor será la necesidad de gestionar
el conflicto de forma eficaz. Cuando se aborda de forma correcta el conflicto
no es una lucha, es una oportunidad, ya que es un catalizador para alcanzar conexiones
reales y significativas.
El autor plantea que lo
único que podemos garantizar en una conversación es que seguramente en algún
momento diremos cosas equivocadas. La buena noticia es que se puede corregir
esta situación a través de la siguiente conversación. Esta es la razón por lo
que la siguiente conversación es más
importante que la primera.
Las conversaciones
iniciales, como cuando nos encontramos con alguien por primera vez y tenemos
una primera impresión de esa persona, son importantes. Pero es la conversación
siguiente la que demuestra si nuestra primera impresión era correcta y, por
tanto, va a ser la que permanezca. Por ejemplo, en una entrevista de trabajo,
una primera cita o una reunión inicial todos mostramos nuestro mejor
comportamiento. Con el tiempo el “brillo” se va agotando y la persona que pensábamos
que conocíamos puede resultar ser totalmente diferente. En las conversaciones posteriores
a la primera las personas se van sintiendo más cómodas y van mostrándose como
realmente son. De esta forma las conversaciones siguientes se pueden ir
acercando más a la realidad y a la verdad.
Pero existe una cautela
que tenemos que tener respecto a las siguientes conversaciones: no confiar en
la forma en la que las vemos en nuestra mente. Podemos ensayar esa conversación
difícil con nuestro amigo y equivocarnos. La razón por la que una conversación
puede ir muy bien en nuestra mente pero ser un fracaso en la realidad se
encuentra en que nuestras metas pueden no ser realistas. Cuando escogemos metas
para conversaciones que son poco realistas o inmanejables estamos esperando
mucho de la otra persona y de nosotros mismos. En lugar de decirnos a nosotros
mismos: “Debo arreglar todo ahora mismo” o “Todo debe volver a estar como antes”,
por ejemplo, podemos buscar una meta más fácil de alcanzar como: “Quiero
escuchar su perspectiva sin ponerme a la defensiva” o “Quiero escuchar sin
interrumpir”. En lugar de esperar en exceso podemos dar un pequeño paso para ir
entendiéndonos mejor con la otra parte.
En un nivel básico
nuestros objetivos para cada conversación se deben alinear con este patrón
mental: “Procurar tener algo que aprender, no algo que demostrar”.
Comenzar una
conversación complicada sin un plan y esperar un resultado perfecto a nuestro favor es una apuesta segura de
acabar con una desilusión. Enfocar intencionadamente una conversación
complicada con metas claras y realistas es la forma de crear un cambio
duradero.
Como ejemplos de:
1.-
Metas poco realistas:
a).- Esperar una disculpa
inmediata por parte de la otra parte y la admisión de que teníamos razón.
b).- Esperar que
acepten nuestra opinión sin cuestionarla.
c).- Creer que una
conversación va a solucionar todos los problemas existentes en la relación.
d).- Asumir que la
discusión va a hacer que los demás vean todo desde nuestra perspectiva.
e).- Pensar que van a
aceptar todos los puntos que planteemos.
2.-
Metas realistas:
a).- Asegurarnos de que
la otra persona sepa que nos preocupamos por ella.
b).- Obtener una mejor
comprensión de cuáles son los antecedentes de la otra persona.
c).- Acordar pasos para
mitigar o evitar la recurrencia del asunto.
d).- Reconocer los
sentimientos de cada parte sin juicios.
e).- Dejar la
conversación habiéndonos sentido oídos, aunque no hayamos llegado a un acuerdo.
Normalmente nunca vamos
a conseguir la aceptación ciega de nuestro punto de vista pero podemos conseguir
tener una mejor comprensión del punto de vista de la otra persona. Al
establecer metas realistas estamos enmarcando la conversación alrededor de
expectativas que podemos alcanzar. Para encontrar el objetivo de una
conversación “siguiente” podemos hacernos preguntas como:
¡.- “¿Si tuviera que
elegir, que sería aquello que necesito que entiendan?”
2.- “¿Qué pequeño paso
debo dar para mostrarles que les he escuchado?”
3.- “¿Qué presunciones
estoy haciendo?”
4.- “¿Cómo puedo
mostrar mi gratitud por esta oportunidad para hablar?”
5.- “¿Existe alguna
parte de esta conversación que pretenda ganar?”.
Responder a estas
preguntas nos va a ayudar a formular metas que nos van a servir para llegar a
lo que deseamos en la conversación. Pero no debemos olvidar que la meta es solo
un destino, tenemos que pensar en las formas de alcanzarlo.
Para esto necesitamos
que entren en juego los valores. Éstos en una conversación sirven como brújula para asegurarnos de que nuestras metas marcan la
dirección de lo que realmente consideramos importante y las reglas que seguimos
para asegurarnos que nos mostramos como realmente somos. En lugar de poner el
énfasis en la otra persona, nuestros valores conversacionales van a responder a
cómo me voy a mostrar para que una vez termine la conversación me vean de la
forma que deseo.
Los valores proyectan
una imagen sobre quiénes somos y qué defendemos. En las conversaciones condicionan,
también, la forma en que escuchamos, respondemos y nos comprometemos. Cuando alineamos
nuestra conversación con nuestros valores estamos preparados para alcanzar
nuestra meta hasta antes de que la conversación comience.
Antes de comenzar una
conversación “siguiente” no debemos pues confiar solo en cómo la hemos
imaginado en nuestra mente. Tenemos que ser realistas y para ello, estas preguntas pueden
ayudarnos:
a).- ¿Cuál es mi meta
para esta conversación?
b).- ¿Cuál de mis valores
necesito para alcanzar esta meta?
Los fundamentos de cualquier
relación fuerte y estrecha se construyen en el patrón mental en el que el
objetivo no es ganar, sino conectar, compartir y crecer juntos, día a día, año
a año.
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