domingo, 7 de septiembre de 2025

LA SEGUNDA CONVERSACIÓN

 


Jefferson Fisher en “The next conversation. Argue less, talk more”, muestra cómo saber qué decir para empezar y mantener posteriormente una conversación   complicada, para que tengamos éxito.

Independientemente de lo importante o no que sintamos que somos, nuestras palabras tienen un gran poder.  La manera en la que, por ejemplo, hablamos con un compañero o con alguien que nos esté atendiendo en una tienda, afecta en la forma en la que éstos van a hablar con sus amigos o familiares cuando vayan a casa. Nuestras palabras no solo importan ahora, importan a generaciones de personas que no conocemos. Las palabras adecuadas a las personas adecuadas pueden cambiar  vidas. Aunque las acciones hablan más que las palabras no son un reemplazo de éstas. No podemos decir que somos, por ejemplo, una persona amable si no utilizamos palabras amables.

El autor propone una serie de reflexiones básicas:

La persona que vemos no es la persona a la que estamos hablando. Cada persona tiene una superficie y una parte más profunda. En la superficie podemos captar con nuestros ojos y oídos señales físicas que van a moldear nuestra percepción y juicios sobre la persona, pero lo que está pasando debajo de la superficie es donde encontraremos la verdad y realidad, ( por ejemplo el compañero con el que estamos hablando vemos que está agitado y se muestra impaciente, puede que se muestree así porque no ha dormido por preocupaciones familiares).  Con frecuencia las emociones que captamos en las voces de alguien no son propuestas de desacuerdo, sino de conexión.

No debemos caer en la trampa de la necesidad de ganar un argumento. Ganar significa que, seguramente, estamos perdiendo algo más valioso. Cuando buscamos ganar tendemos a perder mucho más, como pueden ser el respeto o la confianza de los demás y, la única recompensa que vamos a obtener es el desprecio de la otra parte. Al final cuando el argumento termina de esta forma lo que probablemente hayamos conseguido es no resolver el asunto con el coste de sentimientos dañados, cuando seguramente tendremos que seguir comunicándonos con esa persona si vivimos o trabajamos con ella. Dependiendo de lo que hayamos dicho podemos ser nosotros los que ahora tengamos que pedir disculpas. Cualquier sentimiento de orgullo y satisfacción va a ser  de corta duración en relación con el daño duradero que hemos ocasionado a la relación.

La competición en la comunicación nos convence de que el mundo está dividido en lo que es correcto e incorrecto, en vencedores y perdedores. Después de un debate político, por ejemplo la primera pregunta que nos hacemos es: “¿Quién ha ganado?”. Pero si retrocedemos hasta el tiempo de la Grecia antigua las conversaciones no tenían nada que ver con ganar. Un debate sobre opiniones opuestas era un vehículo para buscar la verdad. Exponer las debilidades de los argumentos de la otra parte tenía como finalidad fortalecerlos y refinarlos, no rechazarlos. Los debates solían durar días, hasta semanas, para dar tiempo a cada persona para que lograse tener perspectiva y explorar diversas posibilidades.  

En la actualidad la tendencia es a hacer lo contrario. En lugar de aceptar que los desacuerdos nos pueden conducir a un aprendizaje de otras perspectivas, nos cerramos. En lugar de verlos como oportunidades para refinar nuestro propio entendimiento, los consideramos amenazas y, utilizamos las redes sociales como nuestro personal megáfono para exponer lo mucho que estamos en desacuerdo.

Vencer a otros en un argumento puede alimentar nuestro ego, pero seguiremos estando “hambrientos”. Rara vez ganar  a través de la comunicación conduce a mejores cosas en nuestras vidas. Sea un argumento, una acalorada discusión  una ligera fricción durante una conversación nuestra meta no es ganar. Es ir descubriendo lo que subyace hasta llegar al corazón del asunto. Para ello debemos considerar los argumentos como una ventana a las preocupaciones y luchas de la otra persona para conocer su mundo y quizás darnos cuenta de que la victoria que deseamos quizás no es lo que necesitamos, después de todo.

El conflicto puede ser el catalizador de cambios positivos en nuestra vida. Para aprovecharlo debemos estar dispuestos a conectar con la persona que está en frente de nosotros.

La mayor parte de las personas entiende que el éxito viene de considerar los fallos y errores no como contratiempos o reveses sino como peldaños que nos conducen hacia él. Abrazar los errores es parte del proceso ya que a través de los errores aprendemos a ser más fuertes. Los fallos en la comunicación, como en el caso de los desacuerdos y argumentos hacen lo mismo, conducen hacia el éxito porque revelan las áreas de mejora, ofreciendo perspectivas sobre cómo podemos enriquecer nuestras interacciones. Cuanto más importante sea la conversación mayor será la necesidad de gestionar el conflicto de forma eficaz. Cuando se aborda de forma correcta el conflicto no es una lucha, es una oportunidad, ya que es un catalizador para alcanzar conexiones reales y significativas.

El autor plantea que lo único que podemos garantizar en una conversación es que seguramente en algún momento diremos cosas equivocadas. La buena noticia es que se puede corregir esta situación a través de la siguiente conversación. Esta es la razón por lo que la siguiente conversación es más importante que la primera.

Las conversaciones iniciales, como cuando nos encontramos con alguien por primera vez y tenemos una primera impresión de esa persona, son importantes. Pero es la conversación siguiente la que demuestra si nuestra primera impresión era correcta y, por tanto, va a ser la que permanezca. Por ejemplo, en una entrevista de trabajo, una primera cita o una reunión inicial todos mostramos nuestro mejor comportamiento. Con el tiempo el “brillo” se va agotando y la persona que pensábamos que conocíamos puede resultar ser totalmente diferente. En las conversaciones posteriores a la primera las personas se van sintiendo más cómodas y van mostrándose como realmente son. De esta forma las conversaciones siguientes se pueden ir acercando más a la realidad y a la verdad.

Pero existe una cautela que tenemos que tener respecto a las siguientes conversaciones: no confiar en la forma en la que las vemos en nuestra mente. Podemos ensayar esa conversación difícil con nuestro amigo y equivocarnos. La razón por la que una conversación puede ir muy bien en nuestra mente pero ser un fracaso en la realidad se encuentra en que nuestras metas pueden no ser realistas. Cuando escogemos metas para conversaciones que son poco realistas o inmanejables estamos esperando mucho de la otra persona y de nosotros mismos. En lugar de decirnos a nosotros mismos: “Debo arreglar todo ahora mismo” o “Todo debe volver a estar como antes”, por ejemplo, podemos buscar una meta más fácil de alcanzar como: “Quiero escuchar su perspectiva sin ponerme a la defensiva” o “Quiero escuchar sin interrumpir”. En lugar de esperar en exceso podemos dar un pequeño paso para ir entendiéndonos mejor con la otra parte.

En un nivel básico nuestros objetivos para cada conversación se deben alinear con este patrón mental: “Procurar tener algo que aprender, no algo que demostrar”.

Comenzar una conversación complicada sin un plan y esperar un resultado perfecto  a nuestro favor es una apuesta segura de acabar con una desilusión. Enfocar intencionadamente una conversación complicada con metas claras y realistas es la forma de crear un cambio duradero.

Como ejemplos de:

1.- Metas poco realistas:

a).- Esperar una disculpa inmediata por parte de la otra parte y la admisión de que teníamos razón.

b).- Esperar que acepten nuestra opinión sin cuestionarla.

c).- Creer que una conversación va a solucionar todos los problemas existentes en la relación.

d).- Asumir que la discusión va a hacer que los demás vean todo desde nuestra perspectiva.

e).- Pensar que van a aceptar todos los puntos que planteemos.

2.- Metas realistas:

a).- Asegurarnos de que la otra persona sepa que nos preocupamos por ella.

b).- Obtener una mejor comprensión de cuáles son los antecedentes de la otra persona.

c).- Acordar pasos para mitigar o evitar la recurrencia del asunto.

d).- Reconocer los sentimientos de cada parte sin juicios.

e).- Dejar la conversación habiéndonos sentido oídos, aunque no hayamos llegado a un acuerdo.

Normalmente nunca vamos a conseguir la aceptación ciega de nuestro punto de vista pero podemos conseguir tener una mejor comprensión del punto de vista de la otra persona. Al establecer metas realistas estamos enmarcando la conversación alrededor de expectativas que podemos alcanzar. Para encontrar el objetivo de una conversación “siguiente” podemos hacernos preguntas como:

¡.- “¿Si tuviera que elegir, que sería aquello que necesito que entiendan?”

2.- “¿Qué pequeño paso debo dar para mostrarles que les he escuchado?”

3.- “¿Qué presunciones estoy haciendo?”

4.- “¿Cómo puedo mostrar mi gratitud por esta oportunidad para hablar?”

5.- “¿Existe alguna parte de esta conversación que pretenda ganar?”.

Responder a estas preguntas nos va a ayudar a formular metas que nos van a servir para llegar a lo que deseamos en la conversación. Pero no debemos olvidar que la meta es solo un destino, tenemos que pensar en las formas de alcanzarlo.

Para esto necesitamos que entren en juego los valores. Éstos en una conversación sirven como brújula  para asegurarnos de que nuestras metas marcan la dirección de lo que realmente consideramos importante  y las reglas que seguimos para asegurarnos que nos mostramos como realmente somos. En lugar de poner el énfasis en la otra persona, nuestros valores conversacionales van a responder a cómo me voy a mostrar para que una vez termine la conversación me vean de la forma que deseo.

Los valores proyectan una imagen sobre quiénes somos y qué defendemos. En las conversaciones condicionan, también, la forma en que escuchamos, respondemos y nos comprometemos. Cuando alineamos nuestra conversación con nuestros valores estamos preparados para alcanzar nuestra meta hasta antes de que la conversación comience.

Antes de comenzar una conversación “siguiente” no debemos pues confiar solo en cómo la hemos imaginado en nuestra mente. Tenemos que ser realistas y para ello, estas preguntas pueden ayudarnos:

a).- ¿Cuál es mi meta para esta conversación?

b).- ¿Cuál de mis valores necesito para alcanzar esta meta?

Los fundamentos de cualquier relación fuerte y estrecha se construyen en el patrón mental en el que el objetivo no es ganar, sino conectar, compartir y crecer juntos, día a día, año a año.

 

 

 

 

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