En el boletín de Farnam Street del
pasado 12 de septiembre Shane Parrish plantea
que existen dos tipos de conocimiento. Lo hace comentando la siguiente historia
recogida por Rolf Dobelli en “The art of thinking clearly”:
Tras
recoger el premio Nobel de Física en 1918 Max Planck hizo una gira por
Alemania en la que siempre impartía la misma conferencia sobre mecánica
cuántica. Con el tiempo su chófer se la aprendió de memoria y cuando ya la
dominaba le dijo a Planck:”Debe ser muy aburrido contar la misma conferencia en
todas las ocasiones. ¿Qué le parece si le sustituyo en Munich? Usted puede
sentarse en primera fila y llevar mi gorra de chófer. De esta forma tendremos
ambos algo de distracción”. A Planck le gustó la idea, así que esa noche el
conductor ofreció una larga conferencia sobre mecánica cuántica ante una
distinguida audiencia. Al finalizar un profesor de física se levantó e hizo una
pregunta. El chófer contestó” Nunca hubiese pensado que alguien que vive en una
ciudad tan avanzada como Munich pudiese hacer una pregunta tan simple. Mi
chófer la contestará”.
Lo más destacable de esta historia no es la rapidez de
reacción del chófer, sino la distinción entre dos tipos de conocimiento:
1.- El conocimiento de Planck o el de los que
realmente saben.
2.- El conocimiento del chófer de
Planck. Éste es el de las personas que han aprendido a hablar y pueden llegar a
impresionar al hacerlo, pero al final sólo tienen el conocimiento que tenía el
chófer de Planck.
El conocimiento real se demuestra cuando
las personas hacen su trabajo. Tenemos también los profesionales que no hacen
el trabajo. Han aprendido a aparentar que lo hacen pero les falta la
comprensión unida al conocimiento verdadero. El problema es que resulta difícil
separar a ambos grupos. Una forma de discernir la diferencia de conocimientos
entre Planck y su chófer sería el
preguntar por el por qué de las cosas.
Dobelli, en el libro anteriormente
mencionado escribe sobre la superficialidad que está presente en las
organizaciones, ya que, según él, cuanto mayor es su tamaño más se espera que
su director general posea ”cualidades estrella”, entre las que no se valora en
demasía la dedicación, la solemnidad y la fiabilidad. Los accionistas con
frecuencia parecen creer que el actuar como “showman” obtendrá mejores
resultados, lo que obviamente no es el caso. Una forma de evitarlo sería
conocer nuestro círculo de competencia.
Este es un concepto utilizado por Warren Buffet para intentar que los
inversores se centrasen en operar exclusivamente en aquellas áreas que
conociesen bien. Sus fundamentos los recogió en 1996 en su “Shareholder Letter”.
Plantea que cada uno de nosotros a
través de la experiencia o el estudio ha adquirido conocimientos útiles de
determinadas áreas. Algunas son entendidas por la mayoría de las personas
mientras existen otras que necesitan una mayor especialización. El tamaño del
círculo no es tan importante como el conocer sus límites.
Charlie Munger lleva este concepto fuera
del mundo de los negocios y lo traslada a la vida real intentando responder a
la siguiente pregunta esencial: ¿A qué tenemos que dedicar nuestro limitado
tiempo de vida para conseguir los mayores éxitos? Su recomendación es la
siguiente: “Tenemos que descubrir cuáles son nuestras aptitudes. Si nos
decidimos por participar en juegos donde otras personas tienen las aptitudes y
nosotros no vamos a perder. Tenemos que averiguar dónde vamos a destacar y
tenemos que jugar dentro de nuestro propio círculo de competencia. Las personas
que nunca ganarían un torneo de ajedrez o de tenis pueden ascender en su vida
desarrollando un círculo de competencia resultado tanto de las cualidades
innatas como del esfuerzo y trabajo”.
Dobelli concluye que hay que estar
alerta ante el conocimiento del chófer. No confundir al vendedor de humo o buen
orador con aquellos que poseen el verdadero conocimiento. Para reconocer la diferencia
plantea que existe un indicador claro: los verdaderos expertos reconocen los
límites entre lo que saben y lo que no saben. Si se encuentran fuera de su
círculo de competencia se callan o dicen sencillamente que no lo saben sin
avergonzarse. De los chóferes podemos esperar todo menos esta actitud.
El problema, según el autor del libro,
está como directivo en conseguir asignar las responsabilidades a las personas
con el conocimiento de Planck y retirárselas a los que tienen el conocimiento
del chófer.
Muy bueno, me ha gustado.
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