Maryam Kouchaki e Isaac H. Smith en la edición de enero –febrero de Harvard Business Review plantean
que la mayor parte de las personas consideramos que somos buenas personas. Queremos
adoptar en todo momento una actitud ética y esperamos que en las situaciones
clave estaremos a la altura. Pero si deseamos construir una carrera profesional
ética las buenas intenciones no son suficientes.
Décadas de
investigaciones han identificado procesos sociales y psicológicos y prejuicios
que enturbian los juicios morales de las personas, llevando a que violen sus
propios valores y con frecuencia busquen
justificaciones retorcidas y posteriores a sus comportamientos.
Los autores proponen
seguir una serie de pasos para poder asegurarnos de que hacemos siempre lo
correcto en nuestra vida profesional. Éstos son:
I.-
PREPARARNOS CON ANTELACIÓN PARA ABORDAR LOS DESAFÍOS MORALES
Esta etapa requiere que
adquiramos un patrón mental que Kouchaki y Smith llaman de “humildad moral”,
que implica el reconocimiento de que todos somos capaces de trasgredir la conducta
ética si no nos mantenemos vigilantes. La “humildad moral” lleva a las personas
a admitir que las tentaciones, racionalizaciones y determinadas situaciones
pueden conseguir que hasta las mejores personas se comporten mal e impulsa a que pensemos que el comportamiento ético
demanda no sólo evitar las malas acciones sino el procurar perseguir siempre
mantener una buena conducta. Para lograrlo ayuda el que consideremos este tipo
de desarrollo del carácter como un reto a alcanzar durante toda nuestra vida.
Prepararse para afrontar
los desafíos éticos es importante porque las personas tendemos a ser plenamente
conscientes de lo que debemos hacer cuando pensamos en el futuro pero solemos
centrarnos en lo que queremos hacer en el presente. Esta tendencia a
sobreestimar una conducta muy virtuosa en el futuro forma parte de lo que AnnTenbrunsel y sus colaboradores llaman el “espejismo ético”.
Para contrarrestar este
sesgo debemos comenzar por conocer:
a).- Cuáles son nuestras
fortalezas y debilidades personales.
b).- Cuáles son nuestros
valores.
c).- Cuándo tenemos más
probabilidades de violar nuestros valores.
1.- Virtudes para el “curriculum”,
que serían aquellas habilidades y logros que podemos incluir en nuestro
curriculum, como por ejemplo “incrementar el ROI en un 10% en un proyecto de
millones de dólares”.
2.- Virtudes para el “panegírico”
o habilidades por las que seríamos alabados una vez muertos, tal como ser un
amigo leal o un profesional con una gran capacidad y dedicación al trabajo.
Aunque estas dos
categorías se pueden superponer las primeras se suelen relacionar con aquellas
cosas que hemos hecho nosotros mismos y las segundas tienen que ver más con
aquello que hemos hecho por los demás. Esto es por nuestro carácter.
Los autores recomiendan
que nos preguntemos qué virtudes del segundo tipo queremos desarrollar o cómo
planteaba Peter Drucker:
a).- ¿Por qué queremos
que se nos recuerde?
b).- ¿Cuál queremos que
sea nuestra contribución?
Formular nuestra vida
profesional con un objetivo de contribución en lugar de uno de logro personal
puede hacer que cambiemos de forma importante la manera de enfocar nuestra
carrera, por lo que sería deseable que considerásemos estas preguntas en una
etapa temprana antes de que desarrollemos patrones mentales, hábitos y rutinas
que pueden ser resistentes a los cambios.
El proceso de establecimiento de metas constituye un buen momento para sentar las bases de un comportamiento
ético. Los profesionales regularmente
marcan objetivos para muchos aspectos de su trabajo y vida personal pero pocos
se preocupan de pensar en un abordaje ético. Benjamin Franklin, en su
autobiografía, resaltaba la importancia que
había tenido para él en su vida el tratar de dominar los 13 rasgos de carácter
que él consideraba esenciales para una vida virtuosa, entre los que destacaban
por ejemplo justicia y humildad. Llegó a redactar un cuadro para el seguimiento
de sus progresos diarios.
Los autores proponen, en
este sentido, que reflexionemos y pongamos por escrito las “virtudes para el
panegírico” que consideremos retadoras pero posibles, o como Clayton Christensen, fallecido el pasado 23 de enero, en su artículo “How will you measure your life” refiere que tras
superar un cáncer decidió que la medida que más le importaba era el número de
personas individuales en las que había influido.
No hay que olvidar que
hasta las metas mejor diseñadas son exclusivamente buenas intenciones. Deben
ser reforzadas por una serie de hábitos y tendencias que nos ayuden a ser
mejores. Por ejemplo diversos estudios sugieren que el sueño de calidad, la
oración ( para las personas que son religiosas) y la utilización de técnicas de mindfulness pueden ayudar a que
las personas fortalezcan su autocontrol y resistan las tentaciones hacia
conductas dudosas éticamente en el trabajo.
Son recomendables,
también, lo que el psicólogo Peter Gollwitzer llama “las intenciones de
implementación”. Docenas de investigaciones han mostrado que esta práctica: “si
X pasa haré Y”, puede ser eficaz a la
hora de cambiar los comportamientos de las personas especialmente si se
manifiestan en voz alta. Tienen que ser sencillas pero específicas ligando un
desencadenante a un resultado deseado, como por ejemplo: “Si mi jefe me pide
que haga algo potencialmente poco ético entonces recurriré a un mentor o a un amigo
fuera de la organización para solicitar su consejo antes de actuar” o “Si me
ofrecen un soborno consultaré al departamento legal de mi empresa para que me dé indicaciones de cómo
actuar.” El tener preparados previamente estos planes relacionados con nuestras fortalezas, debilidades, valores y
circunstancias nos pueden ayudar para protegernos contra lapsos en nuestro
auto- control o inacciones cuando se requiere una acción. Pero, para que sean
útiles, deben estar preparados antes de que la situación se produzca.
Los mentores pueden,
también, ser de ayuda para evitar cometer acciones poco éticas. Al ampliar
nuestras redes profesionales y al desarrollar relaciones con posibles
consejeros no debemos buscar exclusivamente establecerlas con aquellos que nos
pueden ayudar a ascender en nuestra carrera profesional sino, también, tenemos
que considerar a aquellos que nos pueden
apoyar a la hora de tomar decisiones
morales. Debemos procurar mantener relaciones con personas dentro y fuera de
nuestra organización cuyos valores sean similares a los nuestros y a los que
podamos pedir consejos relacionados con aspectos éticos.
Una vez que nos hayamos
comprometidos con vivir la vida de forma ética debemos procurar que los demás
conozcan nuestra decisión. No se trata de mostrar que somos mejores y más “santos”
que los demás sino de transmitir una serie de señales sutiles morales,
especialmente cuando estén dirigidas hacia los compañeros. Se puede lograr
planteado abiertamente la discusión de posibles retos éticos y cómo nos
gustaría reaccionar o construyendo una reputación de que hacemos las cosas de
forma correcta. Por ejemplo, en un estudio
realizado por Kouchaki los participantes tendían a no pedir a un compañero
online que realizase comportamientos poco éticos si previamente había recibido
un correo de éste en el que se incluyese una cita “virtuosa” tal como: “El
éxito sin honor es peor que el fraude”.
Las conversaciones
directas pueden resultar complicadas ya que las personas suelen mostrarse
reticentes a discutir temas con gran carga ética. Pero siempre que sea posible
debemos implicar a los compañeros porque la ambigüedad es un buen terreno para
la racionalización interesada, por lo que debemos hacer con tacto preguntas
aclaratorias y mostrar nuestras expectativas abiertamente, por ejemplo diciendo
“Pienso que es muy importante que no crucemos ninguna línea ética en el desarrollo
de este proyecto”.
Todos, además, estamos
más influidos de lo que pensamos por nuestro entorno, por lo que es muy
importante trabajar en una organización que favorezca y promueva los
comportamientos éticos y no en una en la que las normas culturales son
tolerantes con la deshonestidad.
Distintas investigaciones
han demostrado que elementos del entorno de trabajo pueden incrementar o
disminuir el autocontrol independientemente de las normas culturales. Por
ejemplo la elevada incertidumbre, las demandas cognitivas excesivas, las
jornadas muy largas y las metas con tiempos muy ajustados se correlacionan
positivamente con conductas poco éticas.
II.-
TOMAR BUENAS DECISIONES EN EL MOMENTO
Aunque hayamos
planificado una carrera ética y establecido barreras puede ser difícil enfrentarnos
a los retos morales cuando surgen. En ocasiones las personas pasan por alto las
implicaciones de sus decisiones o encuentran formas de racionalizar los comportamientos
inmorales e interesados. En otras ocasiones se enfrentan a disyuntivas en las
que la decisión correcta no es evidente, como por ejemplo en el caso de tener
que elegir entre la lealtad a los compañeros o al cliente o ante una solución
que puede tener efectos positivos y negativos, tales como empleo para la
población local pero daños al medio ambiente.
Existen varias formas de
gestionar estos “momentos de la verdad”. Los autores recomiendan no limitarnos
a las métricas tradicionales tales como el coste beneficio o el ROI, sino desarrollar
el hábito de analizar los aspectos morales y éticos en cada decisión importante,
utilizando múltiples perspectivas filosóficas planteándonos preguntas como: “¿Puede este determinado curso de acción
conducir a violaciones de los principios de respeto y honestidad?” o “¿Cuál va
a ser el mayor beneficio para el mayor número de personas?” cada filosofía
tiene sus ventajas y desventajas pero si consideramos los criterios fundamentales
para la toma de decisión que representa cada filosofía: reglas, consecuencias y
virtudes es más fácil que no pasemos por alto importantes aspectos éticos.
El problema es que la
mente humana tiene una gran habilidad para justificar comportamientos
moralmente discutibles cuando se deslumbra por sus posibles beneficios y nos
decimos cosas como “todos lo hacen”, “es lo que quiere el jefe” o “es por un bien
mayor”. Tres pruebas nos pueden ayudar a evitar estas racionalizaciones
engañosas:
1.- El test de la
publicidad: ¿Nos sentiríamos cómodos si se publicase nuestra elección y el
razonamiento seguido en la primera página de un periódico local?
2.- El test de la
generalización: ¿Nos sentiríamos cómodos si nuestra decisión sirve como
precedente para las personas que se encuentren en una situación similar?
3.- El test del espejo:
¿La persona que vemos en el espejo después de tomar esa decisión es la que
realmente queremos ser?
Si la respuesta a
cualquiera de estas preguntas es no debemos reflexionar cuidadosamente antes de
actuar.
Otros estudios muestran
que las personas tenemos más facilidad para actuar poco éticamente si nos sentimos presionadas por el tiempo. Dedicar tiempo a la reflexión ayuda a poner
las cosas en su perspectiva adecuada.
Adoptar una actitud ética
con frecuencia supone enfrentamiento con compañeros o superiores como, por
ejemplo puso de manifiesto el experimento Milgram (donde los participantes
llegaban a ser capaces de administrar descargas potencialmente mortales a
voluntarios inocentes si se lo decía el instructor),, que asimismo, mostró lo
susceptibles que podemos ser ante la presión de los demás, especialmente si
ocupan posiciones de poder.
Brad Agle, Aaron Miller, and Bill O'Rourke, autores de “The business ethics field guide”, proponen una serie de preguntas a plantearnos ante estas situaciones complicadas:
Brad Agle, Aaron Miller, and Bill O'Rourke, autores de “The business ethics field guide”, proponen una serie de preguntas a plantearnos ante estas situaciones complicadas:
A).- ¿Tienen derecho a
pedirme que haga eso?
b).- ¿Otros en mi organización
pensarán lo mismo que yo sobre esto?
c).- ¿Qué es lo que
pretenden conseguir lo que me lo piden?
d).- ¿Puede hacerse de
otra forma?
e).- ¿Puedo rechazar
hacerlo de una forma que no les ponga en evidencia?
En general debemos evitar
hacer algo porque los demás lo hagan o porque el jefe nos lo pide si nos surgen
dudas. Debemos ser completamente propietarios de nuestras acciones.
III.- REFLEXIONAR Y APRENDER DE LOS ÉXITOS Y ERRORES MORALES
III.- REFLEXIONAR Y APRENDER DE LOS ÉXITOS Y ERRORES MORALES
Aprender de la experiencia
es fundamental. Podemos tener la oportunidad de crecer mucho después de tomar
decisiones y actuar. Las personas éticas no son perfectas pero cuando cometen
errores los revisan y reflexionan sobre ellos para hacerlo mejor en el futuro. Pero
en ocasiones esta autoreflexión no es suficiente y debemos buscar el consejo de
las personas en las que confiamos.
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