Robert C. Bordone y Joel Salinas en “Conflict resilience. Negotiating disagreement without giving up or giving in” ofrecen
pautas para lograr el diálogo entre personas con visiones y opiniones opuestas
Robert Salinas ha
acuñado el término “ resiliencia ante el conflicto” para referirse a la
capacidad de “sentarnos” con la otra parte en un conflicto y abordar el trabajo duro de escuchar y de interactuar
con los demás. Está relacionado pero es distinto de la resolución de conflictos
y de la negociación, mediación o facilitación. Es su antecesor, el ingrediente
esencial que necesitamos si verdaderamente queremos” llegar al sí” o al menos a dejar de estar atascados en
malas decisiones y hábitos que sabotean o traicionan a nuestra mejor forma de
ser.
El proceso de
resiliencia ante el conflicto se aparta de enfoques tradicionales de resolución
del conflicto que consideran el conflicto como algo que debe ser prevenido,
gestionado o “resuelto”. En lugar de esto defiende el enfoque valiente de
adentrarse en incomodidades tanto
internas como externas para lograr desatascarnos del abordaje polarizado y
autodestructivo que nos daña y tienen costes a nivel personal y laboral.
Los autores han
sintetizado el marco que proponen para convertirnos en más resilientes ante el
conflicto dentro de tres pasos, que son:
1- I.- Nombrar y profundizar.
2- II.- Explorar con valentía.
3- III.- Comprometernos y reconocer el conflicto
I.-
NOMBRAR Y PROFUNDIZAR
Bordone ha observado
que en los últimos tiempos parece que las personas tienden a evitar los conflictos,
especialmente los cargados de emociones. Paralelamente Salinas ha identificado
la misma tendencia pero desde una perspectiva neurológica. Una posible
explicación para este patrón de comportamiento puede tener que ver con los
conceptos de prominencia y sensibilización. Prominencia es una función cerebral
que hace que unas cosas destaquen más que otras, lo que sirve para determinar
por qué unas cosas casi no las registramos en nuestro radar mientras otras nos
parecen materia de vida o muerte. Con la falta de exposición a algo en el tiempo
el cerebro registra algo como prominente en un proceso de sensibilización. Por
tanto el cerebro se centra más intensamente en la novedad y con frecuencia en
los posibles peligros de ese algo menos conocido, percibiéndolo como una gran
amenaza. Esto es lo contrario de la desensibilización ( también conocida como adaptación), que
rebaja la urgencia de una experiencia ante la exposición repetida ( la mente lo
registra como algo no tan malo y deja de identificar futuras experiencias como amenazas
potenciales). A través de la sensibilización la mente magnifica las
potencialmente dañinas consecuencias de experiencias que se han convertido en
extrañas, desencadenando la respuesta de supervivencia natural ante las
amenazas percibidas. En otras palabras, evitar los sentimientos negativos que
inevitablemente acompañan al conflicto paradójicamente conduce a que nuestra
mente se sensibilice ante éste, incrementando los niveles de amenazas
percibidas sobre el conflicto e influyendo en la intensidad de nuestra
respuesta en estos momentos de potencial angustia. Cuanto más evitamos, más nos
sensibilizamos y más motivado se siente el cerebro para evitar el conflicto, una
y otra vez, hasta que nos volvemos alérgicos al mismo.
Afrontar el conflicto
de forma directa, en ocasiones, puede llevar al final de una relación. pero la
única manera de continuar y profundizar en
una relación que se pueda mantener y ser real consiste en navegar a
través de los conflictos más complicados, ya que este proceso puede fortalecer
y conducir a nuevos niveles de entendimiento y conexión.
Es comprensible que un
conflicto pueda desencadenar sentimientos de temor o repulsión cuando parece
que no tiene ninguna salida aceptable. Con frecuencia el diálogo sincero con personas
que mantienen diferentes opiniones y perspectivas parece imposible y la mayor
parte de nosotros no estamos preparados para él. Cuando un diálogo respetuoso
no se produce, sentimos que podemos estar inmersos en una capitulación, traición o en algo que no
tiene ningún sentido. Si evitamos la confrontación podemos pensar que hemos
“esquivado un proyectil” pero no tardaremos mucho en que esta sensación de
alivio se convierta en una de inminente fatalidad.
Es importante, por
tanto, ante un conflicto saber qué decir y cómo hacerlo, pero al mismo tiempo
necesitamos experimentar un reconocimiento fundamental de cómo percibimos el
conflicto en nuestras vidas y de cuál es nuestra disposición para afrontar la
incomodidad que nos genera, para poder descubrir sus muchos beneficios, ya que
con frecuencia el conflicto no es el problema. El problema somos nosotros y
nuestras reacciones.
Reconocer que somos
parte del problema nos pone en el camino
de afrontar el conflicto con resiliencia. De esta forma seremos conscientes de
que está dentro de nuestro poder el transformar hasta las situaciones que
parecen más imposibles en oportunidades de aprendizaje conjunto, de progresar
en nuestros intereses y de mejorar las relaciones.
El primer paso en este
enfoque consiste en entender cómo y por qué reaccionamos ante el conflicto de
la forma en la que lo hacemos antes de
adaptar nuestras habilidades para negociar con eficacia en situaciones de conflicto.
Para ello necesitamos saber cómo funciona nuestra mente.
Cuanto mejor conozcamos
la manera en que nuestra mente reacciona naturalmente cuando experimenta un
conflicto y las trampas y trucos a los que nos puede someter, mejor sabremos
cómo trabajar con nuestra mente, en lugar de contra ella. Sólo con ser
conscientes de que nuestra mente juega un papel en nuestra experiencia con el
conflicto nos empodera para ser más intencionales a la hora de realizar mejores
elecciones en el futuro. También aleja parte de la vergüenza y juicios que
normalmente asociamos a reacciones que son solo una muestra de que somos
humanos.
La estructura biológica
conocida más compleja es nuestro cerebro. Nuestras neuronas emiten hasta 1000 señales cada segundo y existen billones de
células inmunes y de soporte de distintos tipos desempeñando diferentes
trabajos. En un nivel superior nuestro cerebro puede dividirse en secciones con
distintos roles, desde la respiración hasta los movimientos coordinados, por
ejemplo. La parte más desarrollada, la corteza, entre otras cosas: planifica, piensa, aprende, organiza,
imagina, sueña y tiene esperanzas. Asimismo es responsable de hacer
predicciones de futuro.
Sean o no exactas estas
predicciones nos ayudan a sobrevivir, permitiéndonos actuar para evitar
peligros potenciales o movernos hacia recursos prometedores. Todo lo que hace
nuestro cerebro normalmente lo hace para protegernos a nosotros y a las
personas que nos importan. El problema lo podemos encontrar en que sus tácticas
de supervivencia pueden no ser tan eficaces en el entorno actual, que es un
ecosistema que ha evolucionado con mayor rapidez que el cerebro humano. De
hecho, estas mismas tácticas neurológicas pueden en ocasiones actuar en contra
nuestra, especialmente en relación con cómo nos aconsejan cuando se presenta un
conflicto.
Poseemos un sistema de
percepción-predicción de conflictos que nos ayuda a reconocer un conflicto
cuando se presenta o que simula mentalmente posibles escenarios futuros de
conflictos (basados en escenarios pasados que hemos vivido y que han conducido
a conflictos) y a unirlo con información para que podamos pensar qué puede
pasar. Si en el pasado hemos padecido experiencias relevantes que fueron
negativas o no tenemos información exacta de lo que ocurre, nuestro sistema de
supervivencia, localizado en el cerebro, identifica una señal emocional
negativa y se pregunta si lo que está ocurriendo es bueno o malo. Esta señal
negativa se experimenta como dolorosa porque utiliza las mismas áreas cerebrales implicadas en el
dolor físico y, si la registra como
extremadamente dolorosa pone en marcha la alarma de seguridad cerebral que nos
va a avisar de un peligro.
Esto desencadena una
cascada de adrenalina y otras sustancias químicas que inundan nuestro cuerpo
para que éste se prepare para una acción urgente. Si la señal negativa es
enorme, supera al sistema que se ocupa de la planificación, la decisión y el
pensamiento, y nuestro sistema de supervivencia desencadena una reacción
impulsiva. Si nuestro sistema de pensamiento más elevado no es sobrepasado porque
la señal negativa no sea muy exagerada o recuperamos el control a tiempo,
podremos deliberar los pros y contras de las posibles opciones, preparar un
plan y finalmente actuar.
Por tanto si
determinadas situaciones conflictivas desencadenan señales especialmente
dolorosas para nosotros, seguramente nuestra mente reaccionará eligiendo entre
una de estas opciones: huida ( evitación) , parálisis o “sentirse congelado (
experimentando sentimientos de desconexión con nuestro cuerpo y sus alrededores:
despersonalización o disociación), lucha (contraataque), servilismo o adulación
( para intentar aplacar o ceder de forma inapropiada) o enconar la situación
con resultados potencialmente destructivos.
Independientemente de
la forma en la que reaccionemos el sentimiento doloroso normalmente desciende
en su intensidad, a través de un sistema que implica a la dopamina y que va a
hacer que nuestra mente recuerde lo que ha pasado con gran intensidad, por lo
que la siguiente vez que la situación conflictiva se presente ( real o
potencialmente) tenderemos a reaccionar de la misma forma una y otra vez. Este
ciclo negativo crea un bucle que va a engañarnos a nosotros, con percepciones
que pueden ser equivocadas, y a las
personas que nos rodean, si no inmediatamente, con el tiempo.
Para interrumpir estos
circuitos cerebrales onerosos debemos mejorar nuestras habilidades
metacognitivas y pensar sobre nuestros pensamientos. Resulta complicado
redirigir los pensamientos de nuestra mente. Una vez que se ha anclado en su
valoración de la situación, lo que va a influir en lo que pensamos que puede
ser el mejor enfoque. Por eso es tan importante que lo más pronto posible
durante el proceso hagamos una pausa y reflexionemos para descubrir lo que está
debajo de la superficie del problema. Asimismo es fundamental detectar todos
los factores que se encuentran subyacentes en el contexto, para que aunque nos
parezca que este es un conflicto de suma cero (cómo dividir las vacaciones en
un puente, por ejemplo), no lo es realmente.
Si sentimos que ninguno
de nuestros intentos de resolver el conflicto han funcionado es muy posible que
no seamos conscientes de que nuestro pensamiento se encuentra atascado o
utilizando un conjunto específico de enfoques basados en una concepción limitada
o estrecha de lo que el conflicto realmente es.
Para progresar en su
resolución debemos aceptar que somos una parte importante de la ecuación en
todo conflicto y que somos la única parte sobre la que tenemos algún control.
En la actualidad nos encontramos en una cultura y en una sociedad que considera
al conflicto como un veneno a ser evitado o en el que el ganador se lleva todo.
Además nuestra tendencia natural es que nuestra mente tienda a hacer que el conflicto sea más
complicado de navegar, por lo que podemos actuar de formas que no son
constructivas y llegan a ser contraproducentes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario