domingo, 1 de junio de 2025

RESILIENCIA ANTE EL CONFLICTO

 


Robert C. Bordone y Joel Salinas en “Conflict resilience. Negotiating disagreement without giving up or giving in” ofrecen pautas para lograr el diálogo entre personas con visiones y opiniones opuestas

Robert Salinas ha acuñado el término “ resiliencia ante el conflicto” para referirse a la capacidad de “sentarnos” con la otra parte en un conflicto y abordar  el trabajo duro de escuchar y de interactuar con los demás. Está relacionado pero es distinto de la resolución de conflictos y de la negociación, mediación o facilitación. Es su antecesor, el ingrediente esencial que necesitamos si verdaderamente queremos” llegar al sí”  o al menos a dejar de estar atascados en malas decisiones y hábitos que sabotean o traicionan a nuestra mejor forma de ser.

El proceso de resiliencia ante el conflicto se aparta de enfoques tradicionales de resolución del conflicto que consideran el conflicto como algo que debe ser prevenido, gestionado o “resuelto”. En lugar de esto defiende el enfoque valiente de adentrarse en incomodidades  tanto internas como externas para lograr desatascarnos del abordaje polarizado y autodestructivo que nos daña y tienen costes a nivel personal y laboral.

Los autores han sintetizado el marco que proponen para convertirnos en más resilientes ante el conflicto dentro de tres pasos, que son:

1-     I.-  Nombrar y profundizar.

2-     II.-  Explorar con valentía.

3-     III.-  Comprometernos y reconocer el conflicto

I.- NOMBRAR Y PROFUNDIZAR

Bordone ha observado que en los últimos tiempos parece que las personas tienden a evitar los conflictos, especialmente los cargados de emociones. Paralelamente Salinas ha identificado la misma tendencia pero desde una perspectiva neurológica. Una posible explicación para este patrón de comportamiento puede tener que ver con los conceptos de prominencia y sensibilización. Prominencia es una función cerebral que hace que unas cosas destaquen más que otras, lo que sirve para determinar por qué unas cosas casi no las  registramos en nuestro radar mientras otras nos parecen materia de vida o muerte. Con la falta de exposición a algo en el tiempo el cerebro registra algo como prominente en un proceso de sensibilización. Por tanto el cerebro se centra más intensamente en la novedad y con frecuencia en los posibles peligros de ese algo menos conocido, percibiéndolo como una gran amenaza. Esto es lo contrario de la desensibilización  ( también conocida como adaptación), que rebaja la urgencia de una experiencia ante la exposición repetida ( la mente lo registra como algo no tan malo y deja de identificar futuras experiencias como amenazas potenciales). A través de la sensibilización la mente magnifica las potencialmente dañinas consecuencias de experiencias que se han convertido en extrañas, desencadenando la respuesta de supervivencia natural ante las amenazas percibidas. En otras palabras, evitar los sentimientos negativos que inevitablemente acompañan al conflicto paradójicamente conduce a que nuestra mente se sensibilice ante éste, incrementando los niveles de amenazas percibidas sobre el conflicto e influyendo en la intensidad de nuestra respuesta en estos momentos de potencial angustia. Cuanto más evitamos, más nos sensibilizamos y más motivado se siente el cerebro para evitar el conflicto, una y otra vez, hasta que nos volvemos alérgicos al mismo. 

Afrontar el conflicto de forma directa, en ocasiones, puede llevar al final de una relación. pero la única manera de continuar y profundizar en  una relación que se pueda mantener y ser real consiste en navegar a través de los conflictos más complicados, ya que este proceso puede fortalecer y conducir a nuevos niveles de entendimiento y conexión.

Es comprensible que un conflicto pueda desencadenar sentimientos de temor o repulsión cuando parece que no tiene ninguna salida aceptable. Con frecuencia el diálogo sincero con personas que mantienen diferentes opiniones y perspectivas parece imposible y la mayor parte de nosotros no estamos preparados para él. Cuando un diálogo respetuoso no se produce, sentimos que podemos estar inmersos en  una capitulación, traición o en algo que no tiene ningún sentido. Si evitamos la confrontación podemos pensar que hemos “esquivado un proyectil” pero no tardaremos mucho en que esta sensación de alivio se convierta en una de inminente fatalidad.

Es importante, por tanto, ante un conflicto saber qué decir y cómo hacerlo, pero al mismo tiempo necesitamos experimentar un reconocimiento fundamental de cómo percibimos el conflicto en nuestras vidas y de cuál es nuestra disposición para afrontar la incomodidad que nos genera, para poder descubrir sus muchos beneficios, ya que con frecuencia el conflicto no es el problema. El problema somos nosotros y nuestras reacciones.

Reconocer que somos parte del problema nos pone en el  camino de afrontar el conflicto con resiliencia. De esta forma seremos conscientes de que está dentro de nuestro poder el transformar hasta las situaciones que parecen más imposibles en oportunidades de aprendizaje conjunto, de progresar en nuestros intereses y de mejorar las relaciones.

El primer paso en este enfoque consiste en entender cómo y por qué reaccionamos ante el conflicto de la forma en la que lo hacemos  antes de adaptar nuestras habilidades para negociar con eficacia en situaciones de conflicto. Para ello necesitamos saber cómo funciona nuestra mente.

Cuanto mejor conozcamos la manera en que nuestra mente reacciona naturalmente cuando experimenta un conflicto y las trampas y trucos a los que nos puede someter, mejor sabremos cómo trabajar con nuestra mente, en lugar de contra ella. Sólo con ser conscientes de que nuestra mente juega un papel en nuestra experiencia con el conflicto nos empodera para ser más intencionales a la hora de realizar mejores elecciones en el futuro. También aleja parte de la vergüenza y juicios que normalmente asociamos a reacciones que son solo una muestra de que somos humanos.

La estructura biológica conocida más compleja es nuestro cerebro. Nuestras neuronas emiten hasta 1000 señales cada segundo y existen billones de células inmunes y de soporte de distintos tipos desempeñando diferentes trabajos. En un nivel superior nuestro cerebro puede dividirse en secciones con distintos roles, desde la respiración hasta los movimientos coordinados, por ejemplo. La parte más desarrollada, la corteza, entre otras cosas:  planifica, piensa, aprende, organiza, imagina, sueña y tiene esperanzas. Asimismo es responsable de hacer predicciones de futuro.

Sean o no exactas estas predicciones nos ayudan a sobrevivir, permitiéndonos actuar para evitar peligros potenciales o movernos hacia recursos prometedores. Todo lo que hace nuestro cerebro normalmente lo hace para protegernos a nosotros y a las personas que nos importan. El problema lo podemos encontrar en que sus tácticas de supervivencia pueden no ser tan eficaces en el entorno actual, que es un ecosistema que ha evolucionado con mayor rapidez que el cerebro humano. De hecho, estas mismas tácticas neurológicas pueden en ocasiones actuar en contra nuestra, especialmente en relación con cómo nos aconsejan cuando se presenta un conflicto.

Poseemos un sistema de percepción-predicción de conflictos que nos ayuda a reconocer un conflicto cuando se presenta o que simula mentalmente posibles escenarios futuros de conflictos (basados en escenarios pasados que hemos vivido y que han conducido a conflictos) y a unirlo con información para que podamos pensar qué puede pasar. Si en el pasado hemos padecido experiencias relevantes que fueron negativas o no tenemos información exacta de lo que ocurre, nuestro sistema de supervivencia, localizado en el cerebro, identifica una señal emocional negativa y se pregunta si lo que está ocurriendo es bueno o malo. Esta señal negativa se experimenta como dolorosa porque utiliza  las mismas áreas cerebrales implicadas en el dolor físico y, si la registra  como extremadamente dolorosa pone en marcha la alarma de seguridad cerebral que nos va a avisar de un peligro.

Esto desencadena una cascada de adrenalina y otras sustancias químicas que inundan nuestro cuerpo para que éste se prepare para una acción urgente. Si la señal negativa es enorme, supera al sistema que se ocupa de la planificación, la decisión y el pensamiento, y nuestro sistema de supervivencia desencadena una reacción impulsiva. Si nuestro sistema de pensamiento más elevado no es sobrepasado porque la señal negativa no sea muy exagerada o recuperamos el control a tiempo, podremos deliberar los pros y contras de las posibles opciones, preparar un plan y finalmente actuar.

Por tanto si determinadas situaciones conflictivas desencadenan señales especialmente dolorosas para nosotros, seguramente nuestra mente reaccionará eligiendo entre una de estas opciones: huida ( evitación) , parálisis o “sentirse congelado ( experimentando sentimientos de desconexión con nuestro cuerpo y sus alrededores: despersonalización o disociación), lucha (contraataque), servilismo o adulación ( para intentar aplacar o ceder de forma inapropiada) o enconar la situación con resultados potencialmente destructivos.

Independientemente de la forma en la que reaccionemos el sentimiento doloroso normalmente desciende en su intensidad, a través de un sistema que implica a la dopamina y que va a hacer que nuestra mente recuerde lo que ha pasado con gran intensidad, por lo que la siguiente vez que la situación conflictiva se presente ( real o potencialmente) tenderemos a reaccionar de la misma forma una y otra vez. Este ciclo negativo crea un bucle que va a engañarnos a nosotros, con percepciones que pueden ser equivocadas,  y  a las personas que nos rodean, si no inmediatamente, con el tiempo.

Para interrumpir estos circuitos cerebrales onerosos debemos mejorar nuestras habilidades metacognitivas y pensar sobre nuestros pensamientos. Resulta complicado redirigir los pensamientos de nuestra mente. Una vez que se ha anclado en su valoración de la situación, lo que va a influir en lo que pensamos que puede ser el mejor enfoque. Por eso es tan importante que lo más pronto posible durante el proceso hagamos  una pausa y reflexionemos para descubrir lo que está debajo de la superficie del problema. Asimismo es fundamental detectar todos los factores que se encuentran subyacentes en el contexto, para que aunque nos parezca que este es un conflicto de suma cero (cómo dividir las vacaciones en un puente, por ejemplo), no lo es realmente.

Si sentimos que ninguno de nuestros intentos de resolver el conflicto han funcionado es muy posible que no seamos conscientes de que nuestro pensamiento se encuentra atascado o utilizando un conjunto específico de enfoques basados en una concepción limitada o estrecha de lo que el conflicto realmente es.

Para progresar en su resolución debemos aceptar que somos una parte importante de la ecuación en todo conflicto y que somos la única parte sobre la que tenemos algún control. En la actualidad nos encontramos en una cultura y en una sociedad que considera al conflicto como un veneno a ser evitado o en el que el ganador se lleva todo. Además nuestra tendencia natural es que nuestra mente  tienda a hacer que el conflicto sea más complicado de navegar, por lo que podemos actuar de formas que no son constructivas y llegan a ser contraproducentes.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario