Paul Lindley en “Little wins. The huge power of thinking like a toddler” reivindica la necesidad de volver a nuestra primera infancia para recuperar comportamientos y actitudes que nos permitirán transformar la forma en que trabajamos y vivimos.
Richard Branson en la introducción
plantea, en este sentido, que los niños ven lo mejor de las personas y del
mundo que les rodea, por lo que debemos aprender mucho de este entusiasmo que
muestran y de cómo los inexpertos e
inocentes contemplan el mundo y navegan a través de sus obstáculos. Destaca
cómo aunque caen y se golpean una y otra vez sus egos no se sienten afectados
ni su deseo de seguir intentándolo disminuye. Caen, se recuperan y continúan. Es
fácil sentirnos agobiados por los factores estresantes en la madurez y desechar
de forma deliberada la energía de la juventud, pero al hacerlo cometemos un
grave error ya que no es malo ser un niño en nuestro corazón ya que éstos miran
al mundo con asombro y con curiosidad y con frecuencia ven oportunidades donde
los adultos ven obstáculos.
La visión común que todos
tenemos es que los adultos representan lo más alto del desarrollo mental y
físico y que los niños pequeños están en un impasse, desarrollando lentamente
las habilidades y madurez necesarias para vivir de forma independiente, pero
olvidamos que éstos últimos muestran una creatividad, determinación, ambición y
sociabilidad que puede ser la envidia de muchos profesionales de altos vuelos,
ya que son requisitos necesarios para triunfar.
¿Qué es lo que ocurre para
que perdamos esa habilidad, que tenemos tan desarrollada en la primera
infancia, de pensar de manera diferente? Las investigaciones de Alison Gopnik
sugieren que una de las razones de ese
incremento de la conformidad puede estar
en la forma en la que el cerebro madura, equipandonos con la habilidad tanto
para pensar de manera lógica como para tender a inhibir otro tipo de
razonamientos. Esto último se refuerza, inevitablemente al ir aumentando
nuestra conciencia sobre el mundo que nos rodea, la percepción creciente de que
existen determinadas formas de hacer las cosas, de que existen convenciones que
hay que seguir y personas que van a juzgar lo que digamos y hagamos, con lo que
la confianza necesaria para ser creativos y la determinación para seguir a
nuestros instintos disminuyen.
Al ir aprendiendo a
organizar nuestros pensamientos y a buscar soluciones racionales podemos
olvidar, fácilmente, lo que era explorar el mundo a través del juego y de la
imaginación. Sir Ken Robinson en su famosa charla TED mantenía que: “ no
crecemos hacia la creatividad, sino que la perdemos o, mejor, dicho, nos educan
para que prescindamos de ella”.
Lindley propone que “crezcamos hacia abajo” para cambiar la forma en que pensamos para volvernos más abiertos, curiosos, creativos, ambiciosos, claros en nuestro lenguaje, juguetones y sociables y para ello recomienda seguir nueve pasos a través de nueve comportamientos:
I.-
TENER CONFIANZA
Como adultos tendemos a
angustiarnos a la hora de tomar decisiones difíciles, a buscar todas las
seguridades y a apostar sobre seguro. Vemos el mundo como un paisaje lleno de
complejidad e incertidumbre mientras que para los niños pequeños es un lugar de
claridad y sencillez. Su perspectiva es confiada y desinhibida. Todos
comenzamos nuestra vida de esta forma pero con el paso del tiempo y con la
conciencia de los que nos rodean, de lo que puedan pensar, de las consecuencias
de nuestros actos hemos ido erosionando esta confianza.
II.-
SER CREATIVOS
Los niños pequeños son grandes
experimentadores, están constantemente probando nuevas cosas. Desafían las
convenciones porque no saben que existen y en algunas ocasiones al hacer las
cosas de forma diferente, al probar aquello que parece natural e interesante
consiguen algo que siguiendo las reglas nunca habrían alcanzado.
III.-
IMPLICARSE EN PROFUNDIDAD
Los bebés y niños
pequeños no dudan cuando quieren hacer algo. Se lanzan a ello, intentando subir
más alto, correr más rápido o comer más de lo que seguramente son capaces de
hacer. Su ambición no está limitada por el miedo al fracaso, van a por las
cosas y si fallan aprenden rápidamente lo que han hecho mal. Son más
ambiciosos, adaptables y resilientes, atributos que necesitamos recuperar en
nuestra edad adulta.
IV.-
NO RENDIRSE NUNCA
Los niños pequeños
muestran una gran determinación porque no tienen más remedio que tenerla. Si se
rinden la primera vez que se caen cuando están aprendiendo a andar nunca lo
lograrían. Para ellos su minúsculo mundo es todo lo que conocen y se centran y
son egoístas al elegir sus metas y perseguirlas. Una pequeña cantidad de ese
egoísmo con moderación y en el momento adecuado se necesita casi siempre para
triunfar.
5.-
LLAMAR LA ATENCIÓN
Si es necesario utilizan
cualquier medio para captar la atención de quienes les rodean, son maestros en
ello y en conseguir transmitir su mensaje, al tiempo que aprenden rápidamente
cuál es la estrategia más eficaz con cada persona y cómo escoger el método para
cada ocasión.
6.-
SER HONESTOS
Como adultos muchas veces
tenemos dificultades para decir lo que realmente pretendemos, para evitar herir
los sentimientos de otras personas o
evitar la crítica, con lo que al final disfrazamos el significado de lo que intentamos
decir. La confusión y la desconfianza suelen ser el resultado. Los niños
pequeños no se preocupan por esto y dicen exactamente lo que tienen en sus
mentes, ya que todavía no han aprendido a mentir con lo que sabemos a qué
atenernos con ellos.
7.-
MOSTRAR SUS SENTIMIENTOS
No hay duda nunca de si están tristes, felices, cansados o
aburridos, por ejemplo, ya que lo manifiestan claramente. Sus emociones son
clave para comunicarse con el mundo. Al crecer vamos aprendiendo a enmascarar
nuestros sentimientos y a no compartir nuestras emociones. El riesgo que
corremos es perder la habilidad de mostrar a los demás que nos importan.
8.-
DIVERTIRSE
Para los bebés y niños
pequeños todo tiene la potencialidad de convertirse en una aventura, sea una
visita al parque, conocer a una nueva persona o un nuevo juguete. Exploran el
mundo a través de la imaginación y el juego y tienen muy claro qué es lo que no
les interesa. Si no es divertido y no van a disfrutar no lo van a hacer.
9.-
RELACIONARSE CON LOS DEMÁS
Los niños pequeños están
fascinados por el mundo que les rodea y por las personas en particular.
Instintivamente quieren interactuar con otros, son confiados y tienen gran
habilidad para hacer nuevos amigos.
Analizando cada
comportamiento con mayor profundidad Lindley plantea con respecto a:
I.-
TENER CONFIANZA
Como niños en la primera
infancia decidíamos con rapidez, nos marcábamos unos retos y los perseguíamos
con tenacidad. Teníamos confianza en lo que éramos y en lo que queríamos hacer,
sin preocuparnos por lo que pensasen los demás, independientemente de si
estábamos equivocados o no.
Con los años la distancia
entre lo que pensamos y lo que hacemos se amplía porque empezamos a preguntarnos
si podemos ofender con lo que hacemos, si los demás estarán en desacuerdo o si
nuestra idea es mala. El resultado es que nos sentimos menos dispuestos a
probar cosas nuevas y a experimentar. Tememos las consecuencias de hacer el
ridículo más que los beneficios de compartir y explorar. Podemos seguir
teniendo muchos pensamientos interesantes pero nos sentimos menos tentados a
compartirlos y a actuar.
Si queremos “crecer hacia abajo” deberemos
desechar muchas de las inhibiciones que hemos ido adquiriendo con la edad, sin
perder el sentido común, pero sin paralizarnos por un exceso de precaución. Las
personas que tienen éxito son aquellas que cuando ven algo mal lo señalan y
cuando ven una oportunidad la aprovechan.
En este apartado para “crecer
hacia abajo” Lindley recomienda:
a).- Claridad y
certidumbre en la toma de decisiones: jugamos con un determinado juguete o lo
apartamos, nos gusta un apersona y queremos ser sus amigos o la ignoramos,
aceptamos un nuevo trabajo o lo rechazamos,…
b).- Escuchar a nuestro
instinto. Experiencias como la de Polaroid o Mr. Man nos muestran que las ideas
a veces surgen de una perspectiva simple, la misma que teníamos cuando éramos
pequeños y nos planteábamos preguntas tontas, tomábamos decisiones rápidas y
seguíamos nuestro instinto sin pensar en por qué lo hacíamos. Como adultos no
podemos volver a ese estado de inocencia pero si podemos intentar ver las cosas
de la forma más directa y sincera posible.
Puede resultar extraño
defender la idea de la simplicidad cuando parece que nuestras vidas cada vez
son más complejas e interconectadas, pero precisamente por este abarrotamiento
y desorden por lo que necesitamos trabajar duro para conseguir hacer que las
cosas sean más sencillas para nosotros.
Si somos capaces de
aprender a escuchar y confiar en nuestro instinto, de tener más confianza en
nuestras ideas y de utilizar la información de que disponemos para aclarar y no
confundir a nuestras decisiones, habremos dado un pequeño paso para “crecer
hacia abajo”.
Por tanto, no tenemos que
olvidar que:
1.- Tomar una decisión suele
ser mejor que no tomarla. Evidentemente es recomendable minimizar el riesgo pero
no tenemos que pretender que existe, objetivamente, una respuesta correcta. Hay que tomar una
decisión y comprometernos con ella.
2.- Cuando tomamos grandes
decisiones con frecuencia lo haremos contando con una información imperfecta,
por lo que debemos dejar que el instinto juegue también un papel.
3.- Es conveniente resistirá
a la tentación de convertir una decisión difícil en una compleja. Normalmente
podremos encontrar un abordaje sencillo si somos capaces de descartar todo el
ruido que interfiere debido a nuestra preocupación por lo que las demás
personas puedan pensar y hacer. Si queremos facilitar las cosas para nosotros
deberemos preguntarnos si:
a).- ¿Queremos hacerlo?
b).- ¿Pensamos que es lo
correcto?
c).- ¿Podemos vivir con
las consecuencias?
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