Manfred Kets de Vries, profesor de Desarrollo de Liderazgo y Cambio Organizacional en INSEAD, en INSEAD Knowledge del pasado 16 de mayo, plantea que, aunque tendemos a considerar a los “bullies” como algo del pasado, cuando éramos niños, desafortunadamente algunos de ellos mantienen sus actitudes y comportamientos en la edad adulta. Aunque puede existir sólo una fina línea divisoria entre un jefe duro y uno abusivo cuando nos referimos a “bullying” generalmente nos estamos refiriendo a un abuso físico o emocional repetido en el tiempo. Los “bullies” deliberadamente manipulan, denigran, intimidan, controlan y desautorizan a sus víctimas. En la época actual su ámbito de influencia aumenta ya que su campo de actuación se ha extendido al ciberespacio.
Para averiguar si trabajamos para un “bully” podemos hacernos las siguientes preguntas:
1.- ¿Con frecuencia me
siento intimidado, criticado e insultado?
2.- ¿Han existido
ocasiones en las que me ha humillado delante de mis compañeros?
3.- ¿Mis esfuerzos son
constantemente menospreciados?
4.- ¿Temo ir al trabajo?
5.- ¿Trabajar para mi
jefe me hace sentir enfermo?
Si las respuestas a estas
preguntas son afirmativas existen grandes posibilidades de que estemos trabajando
para un abusador.
Según una encuesta
realizada por el “Workplace Bullying Institute” el 19% de los adultos
estadounidenses han experimentado abusos en el trabajo y otro 19% los han
observado, por lo que se puede considerar que el abuso se ha convertido en una
epidemia silenciosa que causa problemas de salud relacionados con el estrés,
que pueden llegar a conducir hasta el suicidio.
La personalidad del
abusador puede estar relacionada con el desorden de personalidad narcisista,
por lo que éste piensa que se merece un tratamiento especial. Como
frecuentemente carecen de empatía y remordimientos en algunos casos se les atribuyen
características psicopáticas. Más aún a la mayoría de ellos se les puede
incluir dentro de los tipos de personalidad autocrática con su fuerte necesidad
de control y dominación de los demás.
Se piensa que se
comportan de la forma que lo hacen por su necesidad de llamar la atención para
sentirse importantes. Suelen ser inseguros y con frecuencia ven a las demás
personas como amenazas o pueden estar
proyectando sus propios sentimientos de vulnerabilidad hacia sus víctimas y
para evitar sentirse avergonzados o humillados
por sus propias limitaciones, avergüenzan y humillan a los demás.
A pesar de la alta
prevalencia de abusos en el trabajo las encuestas muestran que la mayoría de
los directivos no hace nada cuando este comportamiento es identificado. Puede
ser por qué muchos “bullies” pueden estar situados en las cúpulas directivas,
pero hasta cuando éste no es el caso parece ser que existe una aceptación
tácita, negación o racionalización ante los abusos.
En ocasiones, esto
último, ocurre porque se piensa que contribuyen en gran medida a la
productividad de la organización y son tolerados mientras lo hagan.
Los ejecutivos que se dan
cuenta de los riesgos que suponen y quieren hacer algo se encuentran ante un
desafío ya que puede resultar complicado que desaprendan algo que se ha
convertido en un comportamiento arraigado.
Si se utiliza el coaching
para intentar gestionar a los abusadores los coaches deben ser conscientes de
que éstos manifiestan escasa empatía y autocrítica por lo que modificar su
conducta resulta difícil. Los coaches pueden comenzar por plantear discusiones
superficiales sobre acciones sencillas que necesitan modificarse antes de
explorar las dinámicas subyacentes a los comportamientos disfuncionales.
Igualmente complicado
resulta abordar cualquier plan de tratamiento, por ejemplo se puede intentar
el enfoque del “palo y la zanahoria”
transmitiendo al “bully” las consecuencias que pueden tener para él el mantener
su forma disfuncional de relacionarse con los demás.
Si nos encontramos en la
situación en que somos nosotros los acosados por un “bully”, el autor propone
que la estrategia más sabia consiste en evitarlos completamente, pero que si
esa no es una opción no hay que seguirles el juego y no dejar que nos afecten
emocionalmente. Si ven que no reaccionamos existe la posibilidad de que nos
dejen en paz. Si a pesar de todo persiste el acoso podemos marcarles límites y
comunicarle que todas sus acciones van a ser registradas y documentadas para
solicitar algún tipo de acción disciplinaria contra ellos. En estos casos es
muy importante demostrar cómo el abuso está interfiriendo negativamente en la
productividad de las personas que trabajan en la organización y que el “bully”
va a terminar, si no lo es ya, siendo una carga para la misma.
Es conveniente, también,
procurar crear una red de apoyo para incrementar nuestra confianza en nosotros
mismos y nuestra resiliencia, ya que los “bullies” son expertos en minar la
autoestima de sus víctimas. Por último si se observa que estos comportamientos
se alientan desde la dirección puede ser aconsejable en cuanto se pueda el
abandonar el ambiente tóxico, ya que si permanecemos en él terminaremos
enfermando.
Independientemente de lo
que los “bullies” intenten hacernos no debemos olvidar las sabias palabras de
Eleanor Roosevelt, cuando decía que : “Nadie, sin nuestro consentimiento, puede
hacer que nos sintamos inferiores”.
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