Tomas Chamorro-Premuzic
en “Why so many incompetent men become leaders? (and how to fix it)” plantea
dos cuestiones:
a).- ¿Por qué resulta tan
fácil para los hombres incompetentes el convertirse en líderes?
b).- ¿Por qué resulta tan
difícil para las personas competentes, especialmente mujeres, el prosperar y
ocupar los puestos de mayor responsabilidad en las organizaciones?
Según las encuestas
realizadas por Gallup el 75% de las
personas abandonan sus trabajos por culpa de su jefe directo y el 65& de
los estadounidenses dice que preferirían cambiar de jefes antes que recibir un
incremento de sueldo.
En 2017 en las 500
compañías más representativas en la bolsa norteamericana se podía observar que
la proporción de mujeres en los distintos cargos disminuía al aumentar el poder
de los mismos, ya que: representaban el 44% de la fuerza laboral, el 36% de los
mandos intermedios, el 25& de los ejecutivos y líderes seniors, el 20% de
los miembros de los comités de dirección y el 6% de los altos ejecutivos.
El autor ante estos datos
explora si es posible que estas dos circunstancias: la mayor parte de los
líderes no son buenos y son hombres estén causalmente relacionadas y si por
tanto, la prevalencia de un mal liderazgo disminuiría si menos hombres y más
mujeres fuesen líderes.
Un claro signo del
progreso socioeconómico lo tenemos por los intentos en el mundo empresarial de
colocar más mujeres en los puestos directivos más altos. La mayor parte de las organizaciones
occidentales tienen programas de diversidad, centrados fundamentalmente en el
género. El problema es que éstos en la mayor parte de los casos van dirigidos
básicamente a que las mujeres emulen a los hombres. Pero esto puede ser
perjudicial si como hemos visto gran parte de los líderes son dañinos para las
organizaciones y se olvidan de que el liderazgo es bueno sólo si los
profesionales se benefician de él y se sienten motivados y comprometidos con la
consecuente repercusión positiva sobre el desempeño. La prioridad principal,
pues, debe ser elevar los estándares de liderazgo no poner más mujeres en
puestos directivos.
Chamorro sugiere que
aunque los caminos de las mujeres hacia el liderazgo están llenos de obstáculos
y barreras, incluyendo un grueso techo de cristal, el mayor problema estriba en
la falta de impedimentos para que los hombres incompetentes accedan a estos
puestos. Las personas tendemos a identificar liderazgo con muchos de los malos
comportamientos, como el exceso de
confianza por ejemplo, que es con frecuencia señal de mal liderazgo. Estos comportamientos,
además, son más habituales en el hombre que en la mujer, con lo que el
resultado es un sistema patológico que recompensa a los hombres por su
incompetencia mientras castiga a las mujeres por su competencia.
Un mal líder en el mundo
de las organizaciones afecta significativamente a sus subordinados ya que
reduce su compromiso y, por tanto, su entusiasmo por su trabajo y el sentido
del mismo. Encuestas realizadas en todos los sectores a nivel internacional muestran
que al menos un 70% de los profesionales no se encuentra comprometido con su
trabajo y sólo un 4% de éstos tiene algo agradable que decir de su jefe. La
pérdida de productividad no es el único aspecto negativo de la falta de
compromiso. Los trabajadores que no están comprometidos muestran una mayor
tendencia a abandonar sus trabajos, con los efectos negativos que suponen un
exceso de rotación.
Evidencias fiables demuestran
que entre los líderes las mujeres generalmente obtienen mejores resultados que
los hombres. Por ejemplo en una revisión de 45 estudios sobre liderazgo y
género Alice Eagly y sus colaboradores encontraron que las mujeres son más capaces
de promover cambios positivos en sus equipos y organizaciones que los hombres. Específicamente
las mujeres comunican la visión más eficazmente, desarrollan y mentorizan mejor
a sus profesionales, enfocan la resolución de problemas de forma más flexible y
creativa y son más justas y objetivas en su evaluación de sus colaboradores más
directos. Por el contrario los hombres líderes suelen conectar menos con sus
subordinados y a recompensarles en menor medida por su desempeño. Se centran
menos en el desarrollo de los demás y más en avanzar en su propia carrera.
Evidentemente estos
hallazgos pueden ser objeto de lo que
los investigadores llaman el “sesgo de la muestra”. Al tener que estar las
mujeres más cualificadas para acceder a oportunidades de liderazgo los estudios
que sugieren que las mujeres son más competentes que los hombres como líderes
pueden reflejar que las mujeres se enfrentan a retos más complicados para
llegar a ser líderes y por tanto se efectúa una selección más estricta que en
el caso de los hombres. Como todos queremos tener mejores líderes la enseñanza de
lo expuesto sería que no deberíamos bajar los estándares a la hora de
seleccionar a las mujeres sino, por el contrario, elevar los que se piden a los
hombres.
El autor identifica una
serie de causas por las que los líderes son incompetentes y destaca
especialmente:
I.-
EXCESO DE CONFIANZA EN SÍ MISMOS
Normalmente asociamos las
muestras de exceso de autoconfianza con competencia. Como ejemplo tenemos que
la revista Forbes mantiene que la autoconfianza es siempre la mejor amiga de un
líder o Richard Branson que asegura que el ingrediente secreto que le permite gobernar
y mejorar el mundo es la autoconfianza.
Aunque la mayor parte de
las personas cuando vemos a alguien que tiene gran confianza en sí mismo asumimos que también es competente y en realidad no existe ninguna relación entre
ambas.
La competencia se refiere
a lo buenos que somos en relación a algo.
La autoconfianza
contempla lo buenos que creemos que somos en algo.
La competencia es una
capacidad y la autoconfianza la creencia de que poseemos dicha capacidad,
referida a habilidades que se pueden aprender como por ejemplo cantar o a
rasgos de personalidad. Nuestra autoestima está muy influenciada por lo buenos que
pensamos que somos y cuanto más importante sea la tarea más influye en el
concepto que tenemos sobre nosotros mismos. Si algo no nos importa o no es
altamente valorado socialmente entonces probablemente no va a influir en
nuestro ego.
Décadas de investigaciones
sugieren que en casi todas las dimensiones de una competencia tendemos a asumir
que somos mejores que lo que realmente somos. Aunque el conocimiento de cuán
buenos somos suele incrementarse con el talento, uno de los hallazgos más
sorprendentes en psicología es lo poco que los expertos y los que no lo son
difieren a la hora de valorar sus capacidades. Las personas más ineptas, de
todas formas, van a efectuar las evaluaciones más erróneas de sus talentos,
tendiendo a sobreestimar los que tienen mientras las personas más competentes
mostrarán más autocrítica y dudas especialmente en relación con los campos en
que son expertos.
Esto último ocurre porque
se incrementa la percepción de nuestras propias limitaciones con la experiencia
y el conocimiento, al tiempo que cuanto menos sabemos menos conscientes somos
de nuestras carencias.
Si nos preguntamos la
razón por la que el exceso de confianza en uno mismo tiene tanta importancia
podemos pensar que es porque estimula o mantiene altos niveles de autoestima.
Nuestro deseo de sentirnos bien con nosotros mismos sobrepasa el de ser buenos
en algo y de evaluar de forma exacta la realidad, incluyendo nuestras propias
capacidades. Por ejemplo en un meta-análisis que incluía cientos de estudios y
miles de participantes se encontró que en casi el 90% de los estudios científicos
las personas mostraban una tendencia consistente a interpretar los hechos de
una forma positiva hacia ellas.
Otro aspecto positivo es
que supone la mejor forma de afrontar los rechazos y de mantener una visión de
nosotros positiva cuando nuestro estatus es cuestionado.
También resulta de
utilidad si queremos engañar a los demás. Es mucho más fácil persuadir a los
demás de que somos mejores de lo que somos si nosotros nos hemos convencido
previamente de ello. Otro matiz que es importante considerar es el hecho que
mientras los individuos competentes carecen de la autoconfianza excesiva en ese
área determinada por lo que se van a preparar mejor y van a actuar con mayor precaución,
siendo más conscientes de los potenciales riesgos y obstáculos que pueden alterar su desempeño pero los que tienen una excesiva confianza en sus
competencias si carecen de ellas van a hacer todo lo posible para ocultar esta
circunstancia a los demás, con las consecuencias negativas que pueden
ocasionar.
Como hemos visto que uno
de los obstáculos para que las mujeres accedan a más puestos de liderazgo es
que no tienen suficiente confianza en sus posibilidades por lo que con frecuencia el
consejo que se les facilita es que si quieren progresar en sus carreras deben
mostrar más confianza en sí mismas. Pero esta recomendación puede no ser
acertada porque:
1.- No acierta a
reconocer que el exceso de confianza tiene dos caras, ya que aunque es una
creencia interna tiene también una faceta externa que es la que más
trascendencia puede tener al confundirse frecuentemente con la competencia
real.
2.- Parece ser que
toleramos menos que las mujeres manifiesten un nivel elevado de confianza en sí
mismas que en el caso de los hombres. Este prejuicio ocasiona una situación de
perder-perder a la mujer ya que como se piensa que las mujeres tienen menos autoconfianza
que los hombres y entendemos que la
autoconfianza es clave para el liderazgo demandamos demostraciones extras de
esa autoconfianza en las mujeres para empezar a considerar que son merecedoras de
los puestos de liderazgo. Pero cuando lo parece o creemos que su autoconfianza
es mayor que la de los hombres genera
rechazo porque una elevada confianza no encaja en nuestros estereotipos sobre
los géneros.
Las evidencias muestran
que existen diferencias en el trato recibido en función del género ya que las
mujeres suelen recibir menos feedback útil, sus errores son juzgados con mayor
dureza y se recuerdan durante más tiempo, su comportamiento es observado y
analizado más pormenorizadamente y sus compañeros van a a compartir menos
información vital con ellas. También ocurre que cuando hablan son interrumpidas
o ignoradas con mayor frecuencia.
Vivimos en un mundo en el
que con frecuencia las debilidades de los hombres son perdonadas y sus fortalezas magnificadas
por lo que resulta más difícil que se puedan observar a sí mismos de forma
exacta. El exceso de confianza es pues un resultado natural del privilegio.
Aunque existen beneficios
evidentes de la presencia de este rasgo en un líder como el hecho de que si los
seguidores piensan que el líder es muy bueno y competente éstos actúen para no
decepcionarle, puede tener muchas consecuencias muy nocivas, especialmente para
los demás.
Las decisiones derivadas
de un exceso de confianza que conducen a resultados malos no son algo nuevo
como demuestran los incontables errores catastróficos cometidos por líderes de
renombre a lo largo de la historia, como la marcha hacia Moscu de las tropas de
Napoleón o la invasión de la Bahía de los Cerdos o la guerra de Vietnam decisiones tomadas por John Kennedy. Los líderes con un
exceso de confianza en si mismos también suelen acometer de forma rutinaria
tareas para las que no están preparados o equipados y su falta de competencia
termina comprometiendo seriamente el desempeño y la moral de sus equipos.
Una razón por la que este
tipo de líderes tiende a adoptar decisiones muy arriesgadas es que son inmunes
ante el feedback negativo. A la mayor parte de las personas nos resulta difícil
interiorizar las críticas y consecuentemente la mayor parte de las
organizaciones y sociedades fomentan un entorno cívico en el que las mentiras “blancas”
son preferidas a las verdades dolorosas. Los líderes, por tanto, suelen estar menos expuestos al feedback
negativo que sus profesionales lo que agrava la situación ya que éstos no se atreven a decir lo que opinan a
sus líderes por las posibles repercusiones.
Los líderes, por tanto, deberían ser muy autocríticos y humildes para anticipar posibles críticas y aspirar a mejorar, pero en un entorno que selecciona a los líderes por la elevada confianza en sí mismos que muestran, las personas que parezca que son muy autocríticas o algo inseguras serán ignoradas mientras que las que muestren una gran seguridad en sí mismas serán más reconocidas.
Los líderes, por tanto, deberían ser muy autocríticos y humildes para anticipar posibles críticas y aspirar a mejorar, pero en un entorno que selecciona a los líderes por la elevada confianza en sí mismos que muestran, las personas que parezca que son muy autocríticas o algo inseguras serán ignoradas mientras que las que muestren una gran seguridad en sí mismas serán más reconocidas.
Como conclusión, en este
punto, el autor plantea que aunque
existe la percepción generalizada de que el exceso de seguridad en uno mismo es
una cualidad altamente deseable lo es sólo si va acompañada de competencia
real. Desgraciadamente en la mayor parte de las organizaciones existen pocos
datos objetivos que permitan evaluar el desempeño de los líderes y si no
podemos juzgar adecuadamente la competencia es complicado reconocer el exceso
de confianza en uno mismo y la incompetencia que puede enmascarar.
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