Sandra S. Sucher, Shalene Gupta y Paul J. Zak en “The big idea” correspondiente al mes de julio de hbr.og
analizan diversos aspectos relacionados con la confianza en las organizaciones,
centrándose en la crisis en la confianza
como hemos visto en la entrada anterior y en otros factores que juegan un
papel importante y que explican nuestras reacciones.
II.-
LIDERAZGO
Un estudio reciente
realizado por PwC mostraba que en 2018 más directores generales de grandes
organizaciones fueron despedidos de las mismas por los lapsos éticos que
cometieron que por tener malos resultados económicos.
Prescindir de directivos
por errores en su conducta es una obligación porque la confianza que los
miembros de los grupos de interés tienen en un líder va a afectar de forma
significativa al desempeño organizacional. Por ejemplo, en un estudio realizado
en el año 2000 sobre los factores que influyen en el desempeño de 30 equipos de
baloncesto universitarios estadounidenses encontró que la confianza en el líder
era más importante para el éxito que la confianza en los compañeros. Otro estudio
realizado por Kurt Dirks y Donald L. Ferrin reveló que la confianza en el líder
afecta positivamente al desempeño de los profesionales, a la satisfacción de
los mismos y a su compromiso con su organización.
Los líderes ganan o
pierden la confianza de manera muy similar a como lo hacen las organizaciones. Las
personas evalúan el grado de confianza que les inspiran sus líderes
considerando las mismas dimensiones: competencia, motivos, medios e impacto. Pero
existe un requerimiento adicional en el caso de los líderes que es el de la
legitimidad, que implica que tiene que haber llegado al puesto a través de un
proceso correcto. Los grupos de interés que entiendan que el líder ha accedido
al poder de forma impropia estarán menos dispuestos a seguir sus directrices y
pueden llegar a negarse a seguirlas.
Los líderes pueden ser
más fuertes en algunas de esas dimensiones que en otras pero las dos que tienen
una mayor importancia son la competencia y legitimidad ya que es muy difícil
confiar en un líder que carece de ellas. Las otras tres dimensiones conforman
el dominio ético de la confianza y constituyen las áreas en las que juzgamos a
los líderes por las elecciones que hacen , los intereses a los que sirven
(motivos), cómo alcanzan sus metas (medios) o si se responsabilizan de todos
los efectos que pueden tener en la vida de los demás (impacto). Dependiendo de
la situación unas u otras tendrán más peso. La clave para los líderes está en
ser conscientes de qué dimensiones son más necesarias en sus circunstancias.
1.-
LEGITIMIDAD. Si no eres el fundador de la compañía el
camino generalmente aceptado a lo alto de la organización es el ser elegido por
la comisión de dirección de la misma y aunque los clientes y trabajadores
pueden no estar de acuerdo con la persona seleccionada no suelen cuestionar la
decisión porque respetan el proceso seguido. La mayor parte de los líderes de
las organizaciones obtienen de esta forma su puesto pero puede no ser
suficiente. Es necesario tener:
2.-
COMPETENCIA. Los profesionales quieren tener líderes
que conozcan su trabajo y si no demuestran sus capacidades normalmente no van a
ocupar mucho tiempo el puesto. Con frecuencia la competencia se convierta en la
vía principal que tienen los líderes para ganar legitimidad, con el tiempo.
3.-
MOTIVOS. Los líderes tienen que servir a los intereses de
múltiples grupos de interés. Éstos tienen que entender que el hacerlo implica
frecuentemente ofrecer contrapartidas. Pero si creen que un líder descuida sus
intereses y de forma continuada prioriza a un grupo (como los inversores) sobre
los demás o tienen en cuenta sólo los propios dejarán de confiar en él.
4.-
MEDIOS. Los líderes son responsables de decidir los medios que
van a utilizar para alcanzar sus metas y de establecer las reglas que van a
moldear las acciones de sus organizaciones. Si éstas se consideran justas todos
los afectados confiarán en el líder y estarán dispuestos a concederle mayor
poder.
5.- IMPACTO. Como las
organizaciones los líderes son juzgados por el impacto que producen
independientemente de que éste sea intencionado o no.
El cerebro humano presenta
dos idiosincrasias neurológicas que nos permiten confiar en y colaborar con
personas fuera de nuestro grupo social inmediato. La primera incluye a la
corteza cerebral, la superficie externa del cerebro en la que tienen lugar
mayoritariamente los procesos de percepción, planificación y pensamiento
abstracto. Partes de la corteza nos permiten, por ejemplo transportarnos a la
mente de los demás, lo que se conoce como “teoría de la mente” por los
psicólogos y que consiste en esencia en nuestra capacidad de pensar: “ si yo
fuese ella haría esto”. Nos permite predecir las acciones de los demás para que
podamos coordinar nuestro comportamiento con el suyo.
La segunda idiosincrasia
es la empatía que se incrementa como muchas investigaciones como la de Paul Zak
ponen de manifiesto, cuando el cerebro libera oxitocina. Los humanos poseen gran cantidad de receptores de oxitocina en la
corteza cerebral y lo que facilita que absorbamos información social y podamos
comprender a los demás de forma inconsciente.
La oxitocina tiene otros
dos efectos primarios sobre los seres humanos. Por un lado reduce la ansiedad
que sentimos naturalmente cuando nos encontramos con otras personas y por otro,
nos motiva a cooperar y a ayudarnos unos a otros. Esto ocurre porque modula,
también, la dopamina que es la que hace que nos sintamos bien al colaborar y
conectar con otros.
Para confiar en alguien,
especialmente si no estamos familiarizados con esa persona, nuestro cerebro
construye un modelo de lo que creemos que la persona va a hacer y las razones
de ello, y los demás hacen lo mismo con referencia a nosotros. Por tanto los
seres humanos estamos implicados constantemente en un juego bidireccional de
confianza: “¿Debo confiar en ti?” y “¿Cuánto confías tú en mí?”
En el entorno laboral este
juego de confianza tiene un factor adicional que es el ejemplo que marcan los
líderes. Como criaturas sociales podemos seguir de forma natural a los líderes
y modelar nuestro comportamiento siguiendo el suyo. La influencia que poseen
implica, también, que cuentan con los medios para sabotear la confianza
fácilmente por dos vías: el miedo y la dominación.
El
miedo es un potente motivador a corto plazo pero malo a
largo plazo. Si, por ejemplo, el jefe presiona ocasionalmente en relación con
unos plazos puede servir para que logremos realizar el trabajo a tiempo. Pero si
sabemos que nos va a amenazar o castigar independientemente de lo que hagamos
dejará de afectar a nuestro desempeño. Este fenómeno es el que se conoce como “indefensión
aprendida”: los trabajadores no pueden predecir o controlar las diatribas del
jefe por lo que le evitan siempre que pueden y procuran ser invisibles haciendo
lo mínimo.
La
conducta dominante, por otra parte, daña literalmente a las
personas a las que va dirigida. Cuando
el jefe va pavoneándose y maltratando a sus colaboradores no sólo consigue su
desmotivación sino que sus efectos son duraderos. Los estudios de neurociencias
han mostrado que los seres humanos procesamos el rechazo social en la zona del
cerebro correspondiente al dolor y que sus efectos son más duraderos que los
del dolor físico. El comportamiento dominante ocasiona, también, estrés que al
inhibir la producción de oxitocina reduce el deseo de trabajar con otros y de
esforzarnos más para alcanzar los objetivos de la organización.
Mientras es muy fácil
culpar del comportamiento agresivo a la personalidad del jefe diversos estudios
muestran que cuando las personas son el centro de la atención sus niveles de testosterona
se elevan, tanto en el caso de los hombres como de las mujeres. Hasta una
situación relativamente tranquila y cerebral como por ejemplo ganar un partido
de ajedrez incrementa la liberación de testosterona. Una investigación, realizada por
Paul Zak, por ejemplo, se administró testosterona sintética a un grupo de participantes en el mismo para procurar que se
convirtiesen en “machos alfa” y se encontró que cuando los participantes eran
alfas demandaban más de los demás y daban menos que los que habían recibido un
placebo. También, exageraban mucho sus capacidades y castigaban rápidamente a
aquellos que les enfadaban,
La razón de este
comportamiento está en que los niveles altos de testosterona convencen al
cerebro de que los demás nos van a considerar deseables y poderosos
socialmente. Al inhibir la liberación de oxitocina reduce la empatía y el deseo
de colaborar, como hemos mencionado. Más aún la agresividad derivada de la
testosterona es contagiosa, inhibiendo la oxitocina y la confianza en los
miembros del equipo.
Los comportamientos
agresivos son especialmente agudos en hombres que tienen de 5 a 10 veces más
testosterona que las mujeres pero están presentes, también, en algunas mujeres
líderes.
Por tanto, la
testosterona puede ocasionar conductas en el trabajo inapropiadas y para
evitarlo debemos resistir a las acciones impulsivas dedicando tiempo a:
a).- Respirar
profundamente.
b).- Considerar las implicaciones
de lo que estamos dispuestos a hacer o a decir.
Otro aspecto importante a
considerar es el poder de los hábitos.
Entender cómo se fractura la confianza es importante, por lo que tenemos que
ser capaces de medir cuál es la situación en la organización. Para ello se
pueden utilizar escalas en las que se puede preguntar a los profesionales el
grado en que sienten que disfrutan cotidianamente en su trabajo. Por ejemplo si
la escala va del 1 al 7 y las respuestas oscilan entre el 5 y el 6 tenemos una
cultura donde la confianza existe, pero si los resultados se encuentran en el
rango de 1 o 2 será necesaria una intervención para intentar crear una cultura
de confianza.
Una vez que tenemos una
idea clara del grado de confianza que existe en nuestra organización podemos
trabajar para incrementarlo. Entre las herramientas más eficaces que posee el
cerebro para hacerlo se encuentra la construcción de hábitos. Se necesitan al
menos 90 días para cambiar un hábito pero después de este tiempo el nuevo
hábito se convierte en la respuesta preferente. Al trabajar para incrementar la
confianza existente con los compañeros se pueden generar los hábitos que van a
conducir al establecimiento de confianza con los clientes, por ejemplo. Estos
hábitos ayudarán a que el equipo sea más productivo y serán una muestra de la
confianza que pueden depositar en él los clientes.
Como conclusión los
autores recuerdan que dos décadas de investigaciones han demostrado que los
líderes pueden lograr un mejor desempeño de sus equipos si entienden
exactamente las razones por las que confiamos o no en las personas con las que
trabajamos para lograr generar un clima de confianza dentro de él. Confiar unos
en otros es algo que las personas hacemos de forma natural y tiene la capacidad
de motivar hacia el trabajo en equipo lo que facilita que el trabajo pueda ser
considerado como un juego y disfrutar en él.
Cuando uno logra tener la confianza de sus coolaboradores, se hacen grandes cosas, ojo, pero no fallarles, por que sera dificil optner la confianza de nuevo.
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