domingo, 23 de febrero de 2014

EL FUNCIONAMIENTO DE LA MENTE. PENSAMIENTO RÁPIDO Y LENTO






Daniel Kahneman, psicólogo, Premio Nobel de Economía en el año 2002, por haber integrado aspectos de la investigación psicológica en la ciencia económica, especialmente en lo que respecta al juicio humano y la toma de decisiones bajo incertidumbre, en su libro: "Thinking Fast and Slow" presenta sus ideas sobre cómo funciona la mente, centrándose en la realidad del  pensamiento intuitivo ( considerando que las intuiciones válidas son consecuencia de que los expertos han aprendido a reconocer elementos familiares en una nueva situación y los tienen en cuenta a la hora de actuar)  y el pensamiento deliberado y su influencia en nuestros juicios y toma de decisiones. 

En la primera parte del libro el autor presenta dos sistemas de enfocar la elaboración de juicios y de elecciones. Éstos son, adoptando la clasificación propuesta por los psicólogos Keith Stanovich y Richard West, los siguientes:

I.-  SISTEMA I.

Funciona de forma automática y rápida, con poco esfuerzo o sin él y sin ningún sentido de control voluntario. Como ejemplo tenemos que se le asocian las siguientes actividades:

Detectar que un objeto está a más distancia que otro, orientarnos hacia el origen de un ruido, detectar hostilidad en una voz, responder a la pregunta 2+2=?, conducir en una carretera sin tráfico, entender frases sencillas,...

Sus capacidades incluyen habilidades innatas que compartimos con otros animales. Nacemos preparados para percibir el mundo que nos rodea, para reconocer objetos, orientar nuestra atención, evitar pérdidas,... Otras actividades mentales se vuelven automáticas tras la práctica prolongada. 

Algunas de estas actividades son compartidas por los dos sistemas, como ocurre con la orientación hacia un sonido muy alto. Primero reaccionamos de forma involuntaria para poder pasar después a movilizar la atención voluntaria del sistema II.

II.- SISTEMA II.

Dedica su atención a actividades mentales que suponen un esfuerzo, elección o concentración. 

El sistema I origina impresiones y sentimientos que son la fuente principal de las creencias y elecciones deliberadas del sistema II. Las operaciones automáticas del primer sistema son capaces de generar sorprendentes patrones complejos de ideas pero sólo el más lento sistema II puede construir los las ideas, paso a paso,  de forma ordenada.  

Todas las diversas operaciones ligadas a este sistema tienen algo en común: requieren atención y se ven perturbadas si desviamos la atención. Como ejemplos el autor menciona:

Centrarnos en las palabras de una persona en una habitación ruidosa y abarrotada, buscar a una mujer que tenga el pelo blanco, aparcar en un lugar complicado, rellenar el impreso de la renta, comprobar la validez de un argumento complejo y lógico.

En todas estas situaciones debemos prestar atención y nuestro desempeño será deficiente o inexistente si no lo hacemos o nos distraemos. Tenemos que ser conscientes de que nuestra capacidad de prestar atención es limitada, ya que las actividades que requieren esfuerzo interfieren unas con otras y no podemos abordarlas todas al mismo tiempo ( conducir por una autovía con mucho tráfico y mantener una conversación , por ejemplo). Podemos hacer varias cosas a un tiempo siempre que sean sencillas y demanden poca atención.  Si tenemos que enfocarnos de forma intensa en una tarea nos podemos volver ciegos a estímulos que normalmente nos llamarían la atención. La demostración más sorprendente de este fenómeno es la que ofrecieron Cristopher Chabris y Daniel Simons en su libro "El Gorila Invisible". En él relatan el experimento que hicieron tras filmar un corto en el que se podía ver como dos equipos, uno con camisetas blancas y otro con camisetas negras se pasaban una pelota de baloncesto. A los espectadores de las imágenes se les pedía que contasen el número de veces que el equipo blanco se pasaba la pelota, ignorando lo que hiciese el equipo negro.  La tarea es complicada por la rapidez del juego y absorbente. Aproximadamente a la mitad del vídeo   una mujer disfrazada de gorila aparece, cruza el terreno de juego, se golpea el pecho con sus brazos y desaparece. El gorila se puede ver durante 9 segundos. De los miles de personas que han visto el vídeo aproximadamente la mitad (entre los que me encuentro) no perciben nada inusual, ya que han estado centradas en fijarse en el equipo blanco, ignorando todo lo demás. Cualquiera que contemple las imágenes sin tener asignada una tarea es capaz de detectar  el gorila sin problemas. Los autores de este experimento resaltan que ilustra dos aspectos importantes de nuestras mentes: podemos estar ciegos para lo obvio y lo que es peor podemos estar ciegos a esa ceguera y no ser conscientes de la misma. Las personas  que no observan  al gorila rechazan inicialmente la posibilidad de que haya aparecido realmente en la película, porque piensan que si lo hubiese hecho tendrían, con toda seguridad, que haberlo visto. 

Ambos sistemas están en funcionamiento siempre que estamos despiertos.  El primero de forma automática y el segundo con poca intensidad, con un pequeño compromiso por su parte. El sistema I genera continuamente sugerencias para el II: impresiones, intuiciones, intenciones y sentimientos. Si éstos logran despertar la atención del sistema II las impresiones e intuiciones se pueden llegar a convertir en creencias y los impulsos en acciones voluntarias. Cuando esto ocurre sin ningún contratiempo, lo que sucede la mayor parte del tiempo, el sistema II adopta estas sugerencias con pocas o ninguna  modificación.


Cuando el sistema I se encuentra ante una pregunta para la que no tiene respuesta moviliza al II para que ofrezca un procesamiento más específico y detallado que ayude a resolverla. Por ejemplo si nos piden que multipliquemos 2 por 2 no será necesario, pero si el problema a resolver es 17x 24 si intervendrá el sistema II. También necesitaremos la necesidad de una atención consciente cuando algo nos sorprende. El sistema II se activa cuando un suceso es detectado que viola el modelo del mundo que el sistema I mantiene. En ese mundo, por ejemplo, los gorilas no atraviesan las canchas de baloncesto. Este experimento demuestra que algún grado de atención es necesario para que un estímulo sorprendente sea detectado.  La sorpresa activa y orienta nuestra atención y nos lleva a rebuscar en nuestra memoria para encontrar una historia que explique y dé sentido a ese hecho insólito.

El sistema II se ocupa, también, de la monitorización constante de nuestro comportamiento, por ejemplo del control que hace que mantengamos la serenidad cuando estamos enfadados o que nos mantiene alertas al conducir de noche. Se moviliza para aumentar nuestros esfuerzos cuando detecta que vamos a cometer un error (evita que hagamos comentarios inapropiados en un momento de furia, por ejemplo). Es el responsable del autocontrol.

La división del trabajo entre ambos sistemas es muy eficaz: minimiza el esfuerzo y optimiza el desempeño. Esta distribución funciona bien en la mayoría de los casos porque el sistema I generalmente es muy bueno en lo que hace: sus modelos de situaciones familiares son exactos, sus predicciones a corto plazo suelen  ser también acertadas y sus reacciones iniciales ante los retos son rápidas y normalmente apropiadas. El inconveniente es que tiene prejuicios, errores sistemáticos que tienen tendencia a cometer en situaciones determinadas y que entiende poco de lógica y estadística. 

Kahneman propone que para apreciar tanto  la autonomía del sistema I como la distinción entre impresiones y creencias que nos fijemos en la siguiente figura:


En ella vemos dos líneas horizontales. La de abajo parece que claramente  es más larga que la de arriba. Es lo que todos vemos y naturalmente creemos lo que vemos. Esta imagen se corresponde con la famosa ilusión de Müller-Lyer, ya que si medimos las dos líneas comprobaremos que su longitud es idéntica. 


Una vez que hemos hecho la medición nuestro sistema II, tiene una nueva creencia: sabe que las dos líneas son igual de largas. Si nos preguntan contestaremos lo que sabemos, pero seguiremos viendo a la inferior más larga. Hemos elegido creer que la medición es correcta pero no podemos evitar la actuación del sistema I: no podemos decidir ver a las dos líneas iguales aunque sepamos que lo son. Para resistir  a la ilusión sólo podemos hacer una cosa: debemos aprender a desconfiar de nuestra impresión sobre la longitud de las líneas siempre que tengan flechas en los extremos. Pero seguiremos siempre viendo una línea más larga que otra.

No todas las ilusiones son visuales. Tenemos las de pensamiento que se conocen como ilusiones cognitivas. El autor pone como ejemplo la tendencia que pueden sentir los psicólogos a caer rendidos ante el encanto de los psicópatas. Cuando Kahneman estudiaba un profesor les advirtió que no se dejasen deslumbrar por la simpatía que les podía inspirar un paciente, que en muchas ocasiones tras la primera consulta les diría que tras haber probado distintos psicólogos estaban seguros que el único que iba a acertar el tratamiento iba a ser él. La simpatía no se puede controlar ya que surge del sistema I, pero lo que sí se puede controlar es la desconfianza que debe surgir cuando nos sentimos atraídos hacia un paciente que nos  cuenta una historia repetida de fallos en el tratamiento. Es una señal de peligro, una ilusión cognitiva y el sistema II debe actuar para no creerla y actuar en consecuencia. 

El problema surge porque no siempre se pueden vencer las ilusiones cognitivas. Como el sistema I actúa de forma automática no lo podemos  desconectar cuando queremos, por lo que los errores del pensamiento intuitivo son difíciles de prever. Los prejuicios en ocasiones no se pueden evitar porque el sistema II no es capaz de detectarlos y ver que son erróneos. El autor recomienda aprender a reconocer las situaciones en las que es más posible que se produzcan errores para tratar de evitarlos, ya que cuestionarnos constantemente todos nuestros pensamientos resultaría poco práctico y tedioso y el sistema II es muy lento e ineficaz para servir como sustituto del sistema I a la hora de tomar decisiones rutinarias. 

Existen tareas vitales que sólo las puede acometer el sistema II porque requieren esfuerzo y autocontrol y las intuiciones e impulsos del sistema I se encuentran sobrepasadas.  Kahneman destaca sus estudios junto a Jackson Beatty para medir el nivel de esfuerzo de una tarea basándose en la idea de  Eckhard Hess que describía a las pupilas como las “ventanas del alma”. Las investigaciones de estos tres expertos muestran que las pupilas son un indicador muy sensible del esfuerzo mental: se dilatan en mayor grado cuanto mayor es la complejidad del problema a solucionar. Es posible mediante la observación adivinar si la persona está trabajando mentalmente para encontrar una solución o si ya la ha hallado o se ha dado por vencida (en cuyo caso las pupilas se contraen). Estos estudios confirman que cuando las personas están absortas en un “sprint” mental pueden volverse ciegas a lo que les rodea, como se demostró al hacer al gorila invisible al mantener a los observadores ocupados contando las veces que se pasaba un balón. La respuesta a una sobrecarga mental es selectiva y precisa: el sistema II protege a la actividad más importante para que reciba la atención que demanda y la capacidad sobrante es asignada segundo a segundo a otras tareas. El sistema I toma el mando en las emergencias y concede total prioridad a las acciones de autoprotección, por lo que podemos estar respondiendo a la amenaza antes de ser plenamente conscientes de ella. 

Cuando nos vamos convirtiendo en expertos en una tarea la demanda de energía disminuye. Distintos estudios de la actividad cerebral muestran que el patrón de actividad relacionado con una acción cambia al aumentar la habilidad y se ven implicadas menos áreas cerebrales. El talento tiene un efecto similar. Las personas muy inteligentes necesitan menos esfuerzo para resolver un problema, tal como indican tanto el tamaño de sus pupilas como su actividad cerebral. Existe una “ley del mínimo esfuerzo” que se produce tanto en relación con los esfuerzos tanto físicos como cognitivos. Esta ley mantiene que si existen distintas formas de alcanzar una meta las personas gravitarán hacia la que requiera menos esfuerzo. 

Se requiere esfuerzo para mantener de forma simultánea en la memoria diversas ideas que requieren distintas acciones, o que tienen que ser combinadas de acuerdo a unas normas (por ejemplo elegir entre un plato u otro en un restaurante, recordar la lista de la compra al entrar en un supermercado,…). El sistema II es el único que puede seguir las reglas, comparar los atributos de diferentes objetos y tomar decisiones específicas de acuerdo con las distintas opciones posibles. El sistema I, al ser automático no ofrece estas posibilidades. Detecta exclusivamente relaciones simples: “son todos iguales”, “el hijo es mucho más alto que el padre”,….y es capaz de ser excelente al integrar información sobre un tema, pero no puede hacerlo sobre varios simultáneamente o interpretar datos estadísticos sobre el mismo.

Otra característica crucial del sistema II es que tiene la capacidad de adoptar una serie de tareas al programar la memoria para que obedezca una instrucción que supere a las respuestas habituales. El autor pone como ejemplo el contar las veces en que aparece una letra determinada en una página. Ésta no es una actividad que hayamos hecho previamente y no la haremos de forma espontánea, pero el sistema II puede acometerla, aunque con algún esfuerzo, que será menor según vayamos adquiriendo una mayor práctica. Si al terminar la página recibimos otra instrucción como contar comas nos resultará más difícil cumplirla porque tendremos que abandonar la tendencia recién adquirida de a contar la letra previa. Uno de los hallazgos significativos que han hecho los psicólogos cognitivos en las últimas décadas es que el pasar de una tarea a otra requiere esfuerzo, especialmente si existe presión de tiempo.

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