Adam Grant en “Think again. The
power of knowing what you don´t know”, que estamos comentando, plantea que una
de las mayores mundiales sobre el
conflicto en las organizaciones es la psicóloga australiana Karen Jehn que mantiene que además de los
conflictos que podemos considerar como de relaciones que se caracterizan por los
choques personales, emocionales y cargados no solo de fricción sino también de
animosidad, existen otros tipo de conflictos que llama de tareas y que serían
los enfrentamientos debidos a ideas y opiniones. Este último tipo de conflictos
se presenta, por ejemplo, cuando debatimos a quién contratar, qué restaurante
elegir para cenar o cuál va a ser el nombre de nuestro hijo.
La cuestión que surge
es si los dos tipos de conflictos tienen consecuencias distintas. Grant
encuestó a cientos de equipos en Silicon Valley sobre el conflicto en numerosas
ocasiones durante los primeros seis meses de que trabajasen juntos y aunque
discutiesen constantemente había un punto en el que estaban de acuerdo: el tipo
de conflicto que estaban teniendo. Al finalizar los proyectos que les unían el
autor pidió a los jefes que evaluasen la efectividad de cada equipo.
Los equipos con peores
resultados fueron los que comenzaron con más conflictos de relación que de
tarea. Empezaron con sus feudos personales muy pronto y se sentían tan cómodos
detestándose unos a otros que no tenían ganas ni de cuestionarse ni de retarse.
A muchos equipos les costó muchos meses avanzar
e intentar superar los conflictos de relación y cuando por fin llegaban
a debatir las cuestiones clave con frecuencia era demasiado tarde para repensar
su camino.
Por el contrario los
equipos que obtuvieron un alto desempeño comenzaron con un nivel bajo de
conflictos de relación y lo mantuvieron así durante el tiempo que trabajaron
juntos. Tuvieron conflictos de tarea al principio ya que no les importó que
aflorasen perspectivas diferentes y que podían entrar en competencia. Al
resolver algunas de sus diferencias de opinión pudieron ser capaces de
alinearse en una dirección y seguir con su trabajo hasta que surgían nuevas
cuestiones que debatir.
Un meta- análisis de
más de cien estudios que examinaban los tipos de conflictos en más de 8000
equipos muestra que generalmente los conflictos de relación son malos para el
desempeño. Pero que algunos de los de tarea son beneficiosos ya que se han
vinculado a una mayor creatividad y a mejores elecciones. Uno de los equipos
investigadores concluyó que la ausencia de conflictos no supone armonía sino
apatía.
Los conflictos de
relaciones son destructivos, en parte, porque interfieren en el camino de
repensar. Cuando un desacuerdo se trona personal y emocional nos convertimos en
fariseos predicadores de nuestras propias ideas, en rencorosos y vengativos
fiscales de la otra parte y en políticos de una sola opinión que desprecian las
opiniones que proceden de la otra parte.
El conflicto de tareas
puede ser constructivo cuando trae consigo diversidad de pensamientos, evitando
que quedemos atrapados en los círculos de exceso de confianza. Nos puede ayudar
a mantenernos humildes, a hacer que afloren las dudas y sentir curiosidad por
lo que podemos estar perdiéndonos. Todo esto nos puede llevar a repensar y
acercarnos más a la verdad sin dañar nuestras relaciones.
Aunque el desacuerdo
productivo es una habilidad crítica en nuestras vidas muchas personas no la han
desarrollado. El problema comienza pronto ya que los padres, por ejemplo, tienden
a discutir fuera de la vista de sus hijos temiendo que el conflicto pueda
generar ansiedad en éstos o pueda de alguna forma ocasionar un daño en su
carácter. Pero las investigaciones sobre el tema muestran que la frecuencia de
las discusiones de los padres no tienen ninguna influencia en el desarrollo
social, académico o emocional de los hijos. Lo que si importa es la forma en
que discuten: si lo hacen con respeto o no y no la frecuencia. Los niños cuyos
padres discuten de forma constructiva se sienten más emocionalmente seguros en
la escuela elemental y con los años llegan a demostrar más colaboración y
compasión hacia sus compañeros de clase.
Frecuentemente nuestro
primer impulso consiste en intentar evitar hasta los conflictos más triviales.
Las personas desagradables tienden a ser más críticas, escépticas yd desafiantes
y suelen elegir profesiones como abogados o ingenieros. No solo se sienten
cómodas en los conflictos sino que sienten que les dan energía y si son muy
desagradables se sentirán más felices manteniendo discusiones que conversaciones
amistosas, por lo que suelen ser
etiquetadas como gruñonas y cascarrabias que eliminan la alegría en cualquier
reunión.
Las personas agradables
crean redes de apoyo ya que les gusta animar a los demás. Pero, repensar
necesita un tipo diferente de red. Una que esté formada por un grupo de
personas en las que confiemos que cuestionen nuestras opiniones y pongan de manifiesto
nuestros puntos ciegos y nos ayudan a superar nuestras debilidades. Su rol
consiste en activar el ciclo de repensar empujándonos a ser humildes en
relación con nuestros conocimientos y experiencia, a cuestionarnos nuestro
conocimiento y a mostrar curiosidad por nuevas perspectivas. Los miembros
ideales de este tipo de grupo no pueden ser muy agradables ya que no deben
tener miedo a plantearse la forma en que las cosas se han hecho siempre y a
demandar que cada uno sea responsable de volver a pensar y replantear las
cosas.
Lidiar con personas
desagradables no siempre es fácil, ayuda el que existan ciertas condiciones. Por
ejemplo estudios realizados en compañías de extracción de petróleo y
tecnológicas sugieren que la insatisfacción promueve la creatividad solo si las
personas se sienten comprometidas y apoyadas y que los inadaptados pueden
aportar valor si han establecido fuertes lazos con sus compañeros de trabajo.
Muchos líderes tienden
a protegerse del conflicto de tarea y al
ir ganando poder van desconfiando más de los que son críticos con sus políticas
y confiando más en los halagadores. Se convierten en políticos rodeados de
agradables “pelotas” y siendo cada vez más susceptibles a la seducción de los
sicofantes. Se mantienen fieles a sus planes estratégicos ya existentes en
lugar de modificar el rumbo, si es necesario, lo que les conduce al fracaso.
Aprendemos más de
aquellas personas que cuestionan nuestros procesos que de aquellas que afirman
nuestras conclusiones. Los líderes fuertes se comprometen con sus críticos y se
hacen más fuertes. Los líderes más débiles silencian a sus críticos y se
vuelven aún más débiles. Esta reacción no se limita solo a las personas con
poder ya que aunque estemos de acuerdo con los principios en la práctica con
frecuencia no somos capaces de valorar la importancia de contar con una red que
nos cuestione.
En un experimento se comprobó
que cuando las personas eran criticadas en lugar de ensalzadas por un
compañero, pedían con una frecuencia 4 veces mayor que se les cambiase de
compañero. En un amplio rango de entornos laborales cuando los trabajadores
reciben un feedback duro por parte de sus compañeros su respuesta más frecuente
era evitar mantener contacto con ellos o
dejar de verles si era posible, borrándoles de sus redes, con el resultado que
su desempeño sufría en el año siguiente.
Algunas organizaciones
contrarrestan estas tendencias introduciendo redes de cuestionamiento en sus
culturas. Por ejemplo, de vez en cuando, el Pentágono y la Casa Blanca utilizan
lo que llaman “comités de asesinos” para suscitar conflictos de tareas que
analicen y echen abajo, si es necesario, planes y candidatos.
Debatir perspectivas
rivales conlleva riesgos que deben ser gestionados, como por ejemplo, que las
voces con más influencia o poder ahoguen las de aquellos que se puedan sentir
menos cómodos exponiendo sus ideas como los recién llegados, introvertidos o minorías.
Es común que las personas que no poseen poder o estatus se refugien en el modo “político”,
suprimiendo posibles opiniones diferentes para apoyar las de la persona con más
poder. En ocasiones puede ser su única salida si aspiran a sobrevivir en la organización.
Una buena discusión se
caracteriza por que la tensión que genera es intelectual y no emocional. El tono
es vigoroso y enérgico en lugar de combativo o agresivo. Hay que tener en
cuenta que la simpatía busca la armonía social y no el consenso cognitivo y que
se puede mostrar el desacuerdo sin ser desagradables. Cuando argumentamos algo no
se tiene que interpretar como una muestra de falta de respeto, sino de que
valoramos las opiniones de los demás ya que si no lo hiciésemos no nos
molestaríamos en hablar.
Las personas simpáticas
y agradables no siempre se mantienen alejadas de los conflictos. Están muy en
armonía con las personas que les rodean y con frecuencia se adaptan a las
normas que se están planteando en la reunión. Un experimento que lo demuestra
es el realizado por Jennifer Chatman y Sigal Barsade que mostró que las
personas agradables suelen ser mucho más acomodaticias que las desagradables
siempre que se encontrasen en un equipo cooperativo. Cuando se les integraba en
un equipo competitivo actuaban de la misma forma desagradable que sus
compañeros de equipo desagradables.
Un problema importante que
surge con el conflicto de tarea es que con frecuencia puede llegar a
convertirse en uno de relación. Por ejemplo podemos comenzar por no estar de
acuerdo en el aderezo de una comida y terminar gritando.
COMO
UN CONFLICTO DE TAREA SE PUEDE CONVERTIR EN UNO DE RELACIÓN: |
||
EN
EL TRABAJO |
EN
EL COLEGIO |
EN
EL HOGAR |
¿Recibiste
mi e- mail? No
he tenido tiempo de leerlo ( pensando al mismo tiempo: te odio por mandarme
otro correo más) |
¿Cómo
vamos a ir a la fiesta? No lo se, aunque yo siempre conduzco. No
tienes que contestarme de esa forma (pensando: bien, así voy sin ti) |
¿Qué
vamos a cenar? Me
da igual, elige tu (pensando: siempre tienes que decir eso) |
Distintos experimentos
muestran que si formulamos una disputa como un debate en lugar de un desacuerdo
estamos mandando señales de que somos receptivos a considerar opiniones que
disientan de las nuestras y a cambiar nuestra opinión, lo cual a su vez motiva a
la otra parte a compartir más información con nosotros. Un desacuerdo se siente
como personal y como algo potencialmente hostil, pero los debates suelen ser
sobre ideas y no sobre emociones. Si comenzamos una disputa preguntando si
podemos debatir estamos mandando el mensaje de que queremos pensar como un
científico, no como un predicador o un fiscal y anima a la otra persona a
pensar así también.
Cuando argumentamos
debemos procurar hacerlo sobre el cómo ya que si lo hacemos sobre el por qué
corremos el riesgo de terminar atrapados emocionalmente en nuestras posiciones,
despreciando a la otra parte.
Cuando los científicos
sociales preguntaban a las personas por qué se inclinaban por determinadas políticas sobre los impuestos o la asistencia sanitaria, por ejemplo, éstas
con frecuencia se reafirmaban en sus convicciones. Si se les preguntaba cómo
esas políticas podían funcionar en la práctica o cómo las explicarían a un
experto se reactivaba el ciclo de repensar y eran capaces de percibir las lagunas
en su conocimiento, dudaban de sus conclusiones y se mostraban menos radicales,
sintiendo mayor curiosidad por conocer opciones alternativas.
Los psicólogos han
encontrado que muchos de nosotros somos vulnerables ante una ilusión de “profundidad
explicativa”. Si consideramos objetos cotidianos como una bicicleta, unos
auriculares o un piano podemos pensar
que los conocemos bien pero ¿hasta qué punto realmente sabemos cómo funcionan?
Si nos preguntan cómo un auricular
transmite el sonido a nuestros oídos es posible que seamos conscientes de que
no sabemos mucho y nos abramos a nuevos conocimientos.
La ventaja del
conflicto de tarea es que facilita el que nuestro pensamiento no quede atascado
sino que avance ya que vemos al otro como
un propulsor y no un desbaratador de nuestras ideas.
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